Ha habido recortes en el gasto y se han producido privatizaciones en la sanidad pública durante los años de crisis, contra los que se alzaron las "mareas blancas". Sin embargo, la tesis que defiendo junto con Ignacio Riesgo en
un libro reciente ('Qué está pasando con tu sanidad' Profit, 2018), es
que ambos asuntos, siendo importantes, no son los problemas principales
con que se enfrenta nuestro sistema sanitario.
Por ello, aunque recuperáramos el nivel de gasto y de gestión pública anteriores a la crisis, seguiríamos sin estar preparados para abordar los grande desafíos que vienen de la mano del envejecimiento y de los avances en investigación y en tecnología.
Desde esta perspectiva, incrementar el gasto público en sanidad o revertir concesiones forma
parte de un programa volcado más en ganar batallas del pasado que en
afrontar los retos que el futuro nos está planteando y para los que
nuestro Sistema Nacional de Salud no está preparado, en
parte, porque adolece de una grave ingobernabilidad ya que siendo un
sistema general está gestionado por las comunidades autónomas sin que hayamos encontrado la manera de compatibilizar, bien, ambas realidades.
A pesar de las dificultades de estos años, nuestro sistema
sanitario arrastra una importante inercia positiva del pasado en forma,
sobre todo, de la profesionalidad de su personal. Así, aunque las listas de espera han
crecido mucho, los ciudadanos siguen valorando muy bien la atención
recibida y en los ránkings cualitativos internacionales nuestra sanidad está mejor situada que, por ejemplo, nuestras universidades.
Sin embargo, 10 millones de ciudadanos tienen hoy en España una póliza sanitaria privada, el gasto sanitario privado representa
ya un tercio del gasto público y más de la mitad de la facturación
privada no tiene ninguna relación contractual con el sector público.
Hemos visto crecer, en pocos años, un nuevo sector privado al
margen del público, que busca competir con él en lugar de complementarle
o vivir de las concesiones públicas. Si hace años se
decía, con razón, que para pequeñas cosas lo privado pero para lo
importante, la sanidad pública, hoy no es así: muchos centros sanitarios privados realizan
ya las mismas operaciones y tratamientos que los públicos, con
profesionales de alta cualificación trabajando en exclusiva y, en
general, mejor pagados que los públicos.
¿Por qué, un numero creciente de personas decide pagarse de su
bolsillo una atención sanitaria privada en España? En parte, porque es
barata para los servicios que presta, pero en otra gran parte porque el
sistema público está aquejado de un grave problema de gestión, de ineficacia burocrática vinculada
a una gobernanza lastrada por las restricciones impuestas por los
regímenes de contratación o de personal que derivan de una concepción
antigua de lo publico, más próxima al siglo XX que al XXI.
Se ha dicho que la sanidad pública española trata muy bien las enfermedades (las cura), pero muy mal a los enfermos.
Y estos, en cuanto que pueden, huyen a lo privado aunque sin abandonar
la red de seguridad que sigue ofreciendo un sistema universal.
He puesto el foco aquí porque me parece que estos mismos
problemas de rigidez en el sistema sanitario público que hacen que la
gente opte por lo privado, son los que están impidiendo prepararnos para
abordar la sanidad que viene. Y necesitan una nueva agenda de reformas, ya que no se corrige solo con más financiación o con más parcelas de gestión pública.
Con la genómica, la telemedicina, el esfuerzo en prevención y un peso cada vez mayor de enfermos crónicos, nos vamos a encontrar que sobran hospitales para agudos y faltarán residencias medicalizadas de larga estancia, inversión en cuidados para la dependencia, operativos para atención domiciliaria y centros de salud con capacidad, además, para urgencias e ingresos cortos. Una nueva estructura de atención sanitaria, capaz de incorporar mejor la tecnología,
que obligará a reestructurar los actuales servicios a partir de unos
profesionales con diferente formación y bajo otras jerarquías.
En esa transición de un modelo a otro, sin permitir que los
costes se disparen, es donde nos jugamos la calidad de la atención
sanitaria futura. Y hacerlo, exige una fuerte voluntad política (Pacto de Estado)
capaz de mantener el esfuerzo de cambio el tiempo necesario y de
resistir a las protestas gremiales de los colectivos que se sientan
perjudicados por el mismo.
Contar, para ese largo proceso, con las asociaciones de
enfermos, será una estrategia inteligente. Y empezar a hablar de ello,
algo absolutamente necesario. O eso creo y hago.
(*) Economista
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