Una prensa libre, junto con la absoluta independencia de los poderes
ejecutivo, legislativo y judicial, son lo mayor garantía para tener un
sistema plural y justo. En España, desde aquella horrible frase
atribuida a Alfonso Guerra de «Montesquieu ha muerto», fuimos muchos los
que perdimos la esperanza de que esto pudiera funcionar como lo hacen
las democracias históricas del mundo occidental.
De la prensa en el
franquismo, ni hablamos; los que se dedicaban a contar noticias hacían
lo que podían y gracias, pero es que después de aquella censura llegó
algo peor, la autocensura.
Una obsesión. Es una auténtica obsesión
de nuestros políticos. El 'tole tole' eterno. Quieren controlar los
medios de comunicación. En nuestra ya no tan joven democracia hemos
vivido momentos en que la prensa libre ha destapado grandes asuntos
pero, en general, la cosa ha ido empeorando año tras año. La maquinaria
de los partidos puesta al servicio de la verdad única ha ido minando día
a día la moral de aquellos periodistas empeñados en demostrar que el
valor más importante para ellos es la independencia.
Tengo muchos amigos
periodistas y sé lo que han sufrido - y siguen sufriendo- en estos
últimos años. La crisis económica fue la puntilla que diezmó las
redacciones y que otorgó al poder la potestad de ser el máximo inversor
publicitario en unos medios que necesitan, lógicamente, de la publicidad
institucional para seguir trabajando. El periodista autónomo medio gana
menos de mil euros.
Desinformación. Esto provoca que teniendo más
medios de comunicación que nunca, estemos desinformados hasta grado
extremo. Me di cuenta de ello el otro día, cuando escuchando la radio,
encuestaban a los oyentes sobre qué había pasado en Lavapiés. Los
ciudadanos que hicieron aportes manifestaron algo escalofriante: «no
podían saberlo dado que unos medios decían una cosa y otros otra. Y los
políticos, igual». Me dio que pensar porque, ¿quién puede creer lo que
diga un diputado del PP? ¿Quién va a creer lo que diga uno de Podemos?
Esto es, ya de por sí, lamentable; pero luego vienen los medios: unos
decían que el senegalés murió perseguido, otros que fue un infarto,
simplemente. Y mientras tanto, los ciudadanos en la inopia. Cualquiera
con dos dedos de frente entiende que, aunque el infarto hubiera
aparecido tras una persecución policial, este se produjo por una
cardiopatía congénita e igual podía haberle ocurrido subiendo unas cajas
a casa o haciendo otro esfuerzo. Pero es que, además, se produce tras
un ataque epiléptico cuando caminaba con un amigo.
¿Y los
ciudadanos con qué nos quedamos? Las intromisiones de los políticos, el
chantaje con la publicidad institucional, «las líneas editoriales» de
los grandes grupos, los accionistas... Todo esto coloca al periodista
ante tamañas presiones, que se les hace imposible contar bien lo que
ocurre. Vivimos con ordenadores, internet, Twitter y su puta madre, y
resulta que en el siglo XIX la gente se enteraba mejor de las cosas. Si
un periodista decía que a un tío le había caído un ladrillo, es que le
había caído un ladrillo. Y punto.
Corren tiempos en que
desaparecen columnas de nuestros periódicos porque hay artículos
certeros que molestan al poder y se presiona -sin complejos- al medio
donde ejerce esa persona para que deje de «causar molestias». Esta
semana una columna muy seguida a nivel regional ha caído y me consta que
no ha sido culpa del propio periódico. Una sociedad desinformada es una
sociedad que queda a merced de los bandidos. Yo soy afortunado, me dan
libertad para escribir lo que quiera, aquí y en otros periódicos en los
que he colaborado. Pero no todos los medios actúan así.
Valen por
lo que callan. Recuerden aquella famosa frase de José María García y no
olviden nuestros señores políticos que los periodistas hacen bien su
trabajo. Yo conozco a muchos y sé que ellos lo saben todo. Investigan,
preguntan, se mueven y, repito, lo saben todo. Otra cosa es que lo
puedan contar porque, a veces, hay que tener cuidado con lo que puede
ser demandable; otras, hay que proteger una fuente, y en otros casos
sufren presiones.
La maldita crisis atenaza a grandísimos profesionales
que sufren más presión que en el franquismo, porque no hay peor censura
que la autocensura. Los lectores y los oyentes deben defender a esos
periodistas independientes. Entiendo el miedo de esos jefes que saben
que enfrentarse al poder puede hundir su periódico, su emisora o su
tele. Entiendo por lo que pasan ellos y sus periodistas y sé cómo hacen
encaje de bolillos para poder contarnos las cosas que nos cuentan. Y yo,
se lo agradezco.
(*) Escritor y profesor de Secundaria
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