domingo, 20 de diciembre de 2009

Donde dije digo o la tragicomedia de San Esteban / César Oliva *

La sociedad murciana ha asistido estupefacta a una ceremonia de la confusión que bien podríamos calificarla de tragicomedia. O sea, ni tragedia ni comedia; una cosa «intermedia», que decía Plauto por boca de Mercurio. Me refiero, cómo no, a la constatación de otra Murcia enterrada entre el Palacio de San Esteban y el Corte Inglés, en cuyos terrenos se pretendía construir un aparcamiento subterráneo.

Dicha tragicomedia ha contado con sus elementos constitutivos básicos, es decir, escenas de horror, escenas de comicidad, paradojas, desencuentros, siempre protagonizadas por una serie de figuras cada cual más representativa del caso. Y, por no faltar detalle, hasta la farsa ha tenido hueco en ese gran teatro del mundo ofrecido con todo rigor en el escenario sin par de unas excavaciones.

Un director general, un consejero, un profesor universitario y el coro, formado por cierta plataforma ciudadana que suplicaba a los dioses un remedio para el desaguisado que se cocía en los pasillos de palacio. También, como verán los señores espectadores, no ha faltado la figura del deus ex machina que ha colocado a todos en su sitio, como moderno y populista Zeus.

El director general es la figura trágica de la representación. Astutamente elevado al puesto de protagonista por un astuto consejero, que quizás se olía que la historia podía acabar de manera distinta a la prevista, carga sobre sus espaldas con el peso del destino en forma de responsabilidad. Ha sido la punta de lanza, la cabeza de turco, el kamikaze impuesto por sus superiores en ese punto crucial de la historia.

Y lo que ha representado ha sido penoso: el papel del dirigente que prefiere el mercantilismo del negocio a la probabilidad del tesoro escondido. Antes creyó que vio. Creyó que lo que había debajo de unos hippies comerciantes no valía nada o casi nada. Sin ver. Sin comprobar. Y autorizó la pala. Y el pueblo se rebeló. Bueno, el pueblo no; el coro. Una serie de personas que aprovecharon la circunstancia para demostrar la vacuidad de una tendenciosa política de conservación del pasado histórico.

-¡Oh, Enrique, mira a tu alrededor! ¡No consientas que la Generala haga de las suyas! ¡Evita lo que se puede evitar…!

Y el director no lo evitó. Los medios de comunicación pueden demostrar con un simple rebobine aquellas sus palabras con las que preludiaba la tragedia.

Sin embargo, y ésta es la originalidad de la historia, la representación pronto adquirió tono de comedia. De comedia de las equivocaciones, como diría el genio de Stradford. El sino quiso que el segundo personaje que entra en escena, el consejero, apoyara la demolición con un monólogo sin desperdicio. El monólogo de la descalificación del coro, del desprecio por lo que el populacho pretendía defender con un original ¡cuán gritan esos malditos!

Y el puñetero destino quiso que, tras esa lucida intervención, viajara hacia la capital de la modernidad, para inyectarse nuevas dosis de hepatoplasma que aplicar al perullo pueblo suyo tan necesitado de cultura. Cuando en la cafetería del Plaza bebía unos martinis, al tiempo que miraba el impresionante atardecer otoñal de Central Park, pensaba: «¡Pobre locos! ¡Para asaltar torreones, cuatro esquizofrénicos son pocos! ¡Hacen falta más quiñones!». El pobre no sabía que al mismo tiempo, quizás antes, una peripecia iba a truncar su desplante.

Porque, señores espectadores, justo cuando la pala obediente a las órdenes del director general, justo cuando el consejero se alejaba de la tragedia para configurar su comedia grotesca, el deus ex machina habló. Habló desde la distancia de la Alemania conservadora. Y advirtió que algo olía a podrido en San Esteban. Y cortó por lo sano. Bastaron sus palabras para que todos afirmaran que donde dijeron digo, decían Diego. Se mascó la tragedia con ese giro inesperado. El debate concluyó y, con él, los culos quedaron al aire, como en las mejores comedias de Aristófanes.

Pero nos hemos olvidado de un papel que también tuvo su peso en la historia. Me refiero al profesor Del Toro. Comparado con Indiana Jones por una irónica periodista, reconoció sus limitaciones protagonísticas. Mas su presencia cierra la historia en clave de farsa. Vilipendiado por sus colegas, blandió la espada del populismo y el esperpento. Como nuevo Capitán Matamoros, es decir, pura commedia dell'arte, sus bigotes inhiestos enfilaron sus puntas hacia el poder injusto. Chilló, argumentó, saltó, grabó, dio clases ante las ruinas, volvió a chillar, volvió a argumentar…

Finalmente, los hechos le dieron la razón. Elevado a los altares por un público dado a los aspavientos de la telenovela, sus colegas no han dudado en mostrar un disgusto académico tan razonable como frío. El alma mater se dividió entre si los que tenían que pronunciarse eran galgos o eran podencos. Pero ahí queda él, con su látigo dialéctico, como ejemplo de una demagogia permitida por la pésima política cultural que sufre esta región.

¡Qué país!

(*) Catedrático de la Universidad de Murcia
www.laverdad.es

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El artículo es muy ágil pero su ética ...

Anónimo dijo...

Te cagas con la obrita. Más rigor César Oliva. Que tu cosmopolitismo mustía.

Anónimo dijo...

Lo interesante en San Esteban, es cómo han estado todos estos calladitos hasta que el "César" ha hablado, entonces han recuperado la voz. Ni un simple escrito, ni una opinión cuando el yacimiento estaba siendo desmantelado. El miedo que tiene Murcia al "Presidente" es palpable. Pobre Murcia. Hasta La verdad está publicando ahora cosas que ha mantenido calladas mientras el yacimiento estaba siendo espoliado. Y cuando ahora hablan siguen con los tópicos de caciques de provincias: que si hippis, que si "coro"... El miedo, el temor, la genuflexión al dinero... a no salirse del rebaño. No se enfrentaron ni se enfrentan a La Generalísima ni al PP corrupto de Valcárcel y Cámara (un mismo interés). Carecen de sangre en las venas, por ellas sólo circula vino y morcillas. Así pasean elllos sus panzas por la Trapería. Orondos como clérigos sumisos al "Papado" de San Eseban y la Glorieta y a los intereses bastardos de Don Dinero, del Poder. Son Felices en esta Gobernación y ahora escriben los que pasan sus vidas indolentes ante lo que les rodea. En el fondo les molesta tener que salir ahora en defensa de una importante época de la historia de Murcia, y sus escritos rezuman esa malgana por salir de su abulia, por reitierar sus viejos tópicos de señoritos que han alcanzado los ocios del golf y los resorts. Son los de siempre. Es lo de siempre. Murcia aislada, fortificada para que no penetren en ella los vientos de un mundo que se rige por otros destinos. Murcia en venta como una baratija por este partido de "cristianos viejos", por unos oligarcas locales para los que Franco no ha muerto y la Cúpula Franquista sigue controlando los resortes de la vida social, económica y política.