jueves, 15 de enero de 2009

Juan José Rojo Martínez, el ´Garcilaso de la huerta´ / Manuel Madrid

En Nochebuena se puso en pie y dijo: "A mis hijos y nietos, quiero que graben en su memoria estas tres ideas fundamentales: solidaridad, familia y generosidad. Que nada ni nadie pueda romper este bloque solidario". Diecisiete días después, el pasado sábado 10 de enero, Juan José Rojo Martínez, "un joven con 94 años", se despedía de esta vida para formar parte de la memoria de toda una legión de familiares, amigos y devotos de su página web, www.garcilasodelahuerta.com, con la que satisfacía sus deseos de comunicar y donde en los últimos años había volcado sus escritos más personales, poesías y más de 150 semblanzas de murcianos conocidos.

Más que una legión, Juan José Rojo, que había sido general del Ejército del Aire y subgobernador del Movimiento en Murcia siendo alcalde Miguel Caballero y hasta presidente de los juveniles del Real Murcia cuando ganaron el Campeonato de España, tenía detrás a un batallón de simpatizantes a los que conquistaba con su carácter de pura sangre, su ácido sentido del humor y su lucidez. Sus hijos Araceli, Juan José y Paco sabían que era un valiente. De hecho, fue capaz de arrojarse al mar por un acantilado para sorprender a la que había decidido que era la mujer de su vida, una murciana estudiante de Farmacia, Araceli Ortiz, experta nadadora y amante de la vela, una deportista nata que conducía y a la que conoció estando como cadete en la Academia General del Aire de San Javier.

A punto estuvo de ahogarse, pero sobrevivió. En los bailes del Casino cuajó la relación y al poco tiempo se casaron. Ella tenía 31 años y él 39, edades atípicas para los matrimonios de entonces. Juan José Rojo había nacido en Quemada (Burgos), donde su padre ejercía como médico rural. Estudió en Valladolid y se trasladó a Madrid, donde se licenció en Farmacia en la Universidad Complutense. Militante del bando nacional, la Guerra Civil le sorprendió allí en la zona roja y consiguió que la Embajada de Polonia lo evacuase hasta Varsovia, donde vivió nueve meses. "Le hacía ilusión que viajáramos allí", recordaba ayer su hija Araceli. "Nos compró guías, sabía de memoria los nombres de los sitios y una vez incluso cantó a dúo el himno polaco con el cónsul de Murcia, Jorge Zieleniewski". Pero no se quedó allí. Cambió los amaneceres blancos por los 40 grados de Murcia. En el paseo Alfonso X el Sabio de Murcia, en las Casas de Aviación de Oficiales, creó su hogar y educó a sus tres hijos procurando que no perdieran nunca la ilusión por vivir y conocer. "Estaba continuamente aprendiendo. Era un lector empedernido y si le pedías un libro te traía siete. En los últimos años ya no veía mucho pero empleaba lupas y estaba orgulloso del 'apoyo logístico' que encontraba en casa con sus cuidadoras, que le ayudaban a escribir las semblanzas", recuerda Paco.

Los últimos seis años se sometió a tratamientos de diálisis por una dolencia renal -tres veces a la semana, cuatro horas por día- y en este tiempo se rompió dos veces la cadera y salió victorioso de las operaciones. Una infección generalizada acabó con su vida el sábado. Su coraje y el sentido de la responsabilidad le ayudaban a empezar de cero cada día y nunca le flaquearon las fuerzas. Su añorada esposa había muerto hace cuatro años. Meses antes habían celebrado por todo lo alto sus bodas de oro en el Palacio Episcopal. Ambos regentaron ya octogenarios la farmacia de la Cruz Roja que hoy lleva una nieta. En realidad, sus nietos fueron su fuente de felicidad en los peores momentos, pero no lograron darle el bisnieto que añoraba, "aunque sea de penalti", algo que a pesar de su moral conservadora denotaba su adaptación a los tiempos.

La familia quiere convertir ahora su web en un museo permanente con fotos, textos inéditos y cartas para que nadie se olvide nunca del 'Garcilaso de la Huerta'.

www.laopiniondemurcia.es

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