domingo, 28 de diciembre de 2008

El abrupto final del derecho a la certeza / Félix Bornstein

La predecibilidad es una condición exclusiva de los fenómenos naturales que, desde la Ilustración, se ha instalado como guía y modelo de las conductas humanas. Sea o no una ilusión, el conocimiento relativo del futuro que entraña la predecibilidad ha sido y es un síntoma del progreso de las ciencias sociales. También es una justificación del poder político como ente que dispensa control, racionalidad y orden a una sociedad siempre proclive a la anomia, la disgregación y la desorganización. El imperio de la Ley, por ejemplo, es un sintagma muy expresivo de que, en la aplicación de las normas jurídicas, nada debe quedar al albur discrecional de la potestad administrativa o de la decisión de los jueces.

Sólo de esta manera, conociendo por anticipado las consecuencias de nuestros actos y los de las personas con las que nos relacionamos, podemos ejercer efectivamente nuestra libertad. Y desarrollar nuestro ideal o programa de vida, pues las expectativas a largo plazo concilian con el deseado principio de autonomía de la voluntad sólo si éste resulta externamente garantizado por las instituciones.Nuestra autonomía personal resulta imposible si es interferida por actuaciones antijurídicas. Por otro lado, sólo podemos hacer efectiva dicha autonomía si tiene un fundamento material mensurable en unidades monetarias, llámese a éstas patrimonio, empleo o disponibilidades para el consumo.

Sin embargo, la regulación de la economía no puede alcanzar la cota de estabilidad a la que llegan, por ejemplo, la actividad administrativa o las obligaciones y derechos particulares normados por los códigos civiles. Aquí los incumplimientos son reprobados por los tribunales y se restaura la situación jurídica de partida (o se indemniza al titular del derecho por los perjuicios sufridos).La economía, por el contrario, rinde tributo a la coyuntura de cada momento. El mismo Pedro Solbes, sin ir muy lejos, ha reconocido con luz y taquígrafos que los Presupuestos del Estado para 2009 quedarán desfasados incluso antes de su entrada en vigor debido a la recesión.

En economía, los males imprevistos, así como los criterios de urgencia y oportunidad para darles respuesta, no se ajustan estrictamente al dominio de las reglas de comportamiento e incluso a veces no se puede impedir que el riesgo -connatural al ánimo de lucro que opera en los mercados- devenga en realidad destructiva del orden esperado. Es como si usted matriculara a su hijo en Harvard y varios años después le devolvieran al alcalde de Getafe.

Pues algo parecido ha ocurrido con el colapso del mercado interbancario.La causa de esta quiebra han sido las exuberancias financieras que todos conocemos y parece que su restablecimiento será largo y penoso. Las consecuencias, sin embargo, han sido inmediatas: parón de la actividad económica, destrucción masiva de empleo y derrumbe del consumo. Y no terminarán aquí, en el ámbito exclusivo de la economía. Los daños morales inflingidos a los ciudadanos y a su confianza en las instituciones han sido enormes y tendrán todavía un efecto retardado (otra predicción). A los poderes públicos no se les puede pedir seguridad, pero sí exigir responsabilidad en el manejo del riesgo económico. Su legitimidad de ejercicio es hoy menor que la del Aprendiz de Brujo.

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