lunes, 5 de noviembre de 2007

Universidad y profesionales / Francisco Muro de Iscar


Antonio Valdecantos, joven y provocador filósofo, profesor de Teoría Moral en la Universidad Carlos III de Madrid, afirma en una entrevista que “las Universidades son cada vez más un instrumento de divulgación y están atravesando un momento crítico, el de convertirse exclusivamente en una organización empresarial que tiene la mirada puesta en el mercado de trabajo.

No es lo que más me gusta porque dejan de ser lo que era la Universidad tradicional, una institución que permitía la difusión del conocimiento inútil”. La Universidad ha servido siempre para transmitir el saber, la ciencia.

En España durante mucho tiempo se apropió la exclusividad en la concesión de títulos que acreditaban para el ejercicio profesional. Y aún sigue intentándolo, incluso tratando de amarrar otras formas de acceso al mundo profesional, mientras descuida su vieja esencia: el saber, útil o inútil, pero que da al estudiante la base que le permite acceder al mundo profesional o académico.

La Universidad pasa por uno de sus peores momentos, porque, como dice Valdecantos, no cumple su misión, pero tampoco tiene claro dónde debe estar en un mundo en el que la formación en el inicio profesional y la formación continua, o incluso la formación in itinere para cambiar de profesión, son consustanciales al mercado de trabajo.

Claro que, visto el nuevo Bachillerato que se acaba de aprobar, no son buenas las perspectivas hoy para las aulas universitarias, ni para los que accedan en el futuro a ellas, para la sociedad y para las empresas o instituciones que demanden profesionales bien formados. Estimar, de oficio, que dos cursos se pueden hacer en tres años o fijar que un estudiante con cuatro suspensos puede pasar de curso no es que sea un disparate, es una aberración y una apuesta por universitarios mal formados.

Llegarán mal a la Universidad, tendrán una enseñanza superior de baja calidad y sin un objetivo claro y para ejercer la profesión tendrán que pasar por filtros profesionales exigentes que garanticen que saben algo de lo que van a tener que aplicar profesionalmente.

Algo de eso deberíamos hacer los periodistas. “A diario”, escribe el abogado López Cantal, “se atenta contra la dignidad de muchas personas sometidas a investigación, a enjuiciamiento o, simplemente, llamadas a declarar”. ¿Quién devuelve el daño causado a un inocente?

Cada día se respeta menos la exigencia constitucional de la presunción de inocencia y son más numerosas las informaciones que presentan conductas y hechos posibles como si hubieran sido objeto de una sentencia. Aunque luego, ni siquiera llegue a celebrarse un juicio o el juez absuelva al imputado, el daño ya es irreparable. Y nadie paga por él. Muchos periodistas tendrían que volver a clase.

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