martes, 8 de octubre de 2019

Un sociólogo australiano retrata España: “El trauma seguirá aunque la economía mejore”


MADRID.- Cuando el joven Max Holleran aterrizó en Granada a principios de la pasada década como estudiante universitario, se encontró con una España fascinante para la mirada de un futuro sociólogo. “El país atravesaba una crisis de identidad muy interesante en ese momento: había pasado de ser un lugar de emigración a otro de inmigración”, recuerda hoy. “También era un momento en el que la gente estaba reevaluando el estatus económico del país, desde una 'Europa pobre' a un país económicamente boyante con un nivel de vida muy superior”, tal como recoge El Confidencial.

Dos décadas más tarde, Holleran, investigador en la Universidad de Melbourne y editor de la editorial Public Books, ha publicado en 'Journal of Sociology' un retrato de la España de la última década a través de 33 testimonios. "La generación perdida de la crisis de 2008: memoria generacional y conflicto en España" explora la ruptura entre la quinta de la Transición y sus hijos, que volvieron a convertir España en un país de migraciones. Al extranjero, al pueblo o a casa de los padres. Una imagen quizá chocante desde su punto de vista, ya que Australia fue uno de los países menos afectados por la crisis.
“España y Grecia sufrieron más y durante más tiempo tras la crisis de 2008”, recuerda a El Confidencial durante un descanso en la escritura de su primer libro. “Los 'millennials' en España son conscientes de que estos sueldos perdidos les perseguirán durante el resto de sus vidas, tanto como experiencia como por una capacidad de ahorro menor a la de la generación anterior”. El panorama es el opuesto al de la España que se encontró al llegar a Granada. Uno en el que el espejismo se ha desvanecido.
Marta, una licenciada en turismo de 28 años que había pasado el año anterior en paro; Álvaro, de 27 años, que había comenzó a trabajar en la construcción en 2004 y que, tras el estallido de la burbuja, se vio obligado a volver a casa de sus padres mientras malvivía trabajando en una tienda de equipamiento para la vendimia de segunda mano; Raquel, una farmacéutica de 26 años que no quería emigrar porque pensaba que, de hacerlo, sus padres terminarían matándose por el estrés de llevar un negocio ruinoso, o Beatriz, de 23 años, que tras estudiar telecomunicaciones decidió volver al pueblo. Estos son algunos de los personajes que recorren el estudio y que repiten algunos de los tópicos generacionales. Precariedad, sobrecualificación, promesas incumplidas.
“En España (como en el sur de Europa), había una sensación de haber vuelto a la casilla de salida, era de nuevo un país pobre comparado con Alemania y Holanda”, responde el australiano. “Eso creó un escenario de 'retorno al pasado'. La gente vio cómo el progreso económico de los noventa y principios de los dosmil se había borrado”. Lo que Holleran encontró fue paro, hipotecas imposibles de pagar y migración, cosas que parecían pertenecer a los años setenta. Y algo más que parece haberse quedado: una precariedad asumida y que ha desaparecido del discurso oficial.
“Afortunadamente, la economía está repuntando, pero es difícil decírselo a alguien que haya estado en paro (o mejor dicho, subempleado) los últimos 10 años, porque no mide su salud económica usando macroindicadores, sino que piensa en su cuenta corriente, la deuda de su tarjeta de crédito, y si puede permitirse comprar un piso”, responde. “La generación perdida sentirá una sensación agridulce por los ingresos perdidos y, más importante, las oportunidades perdidas. Eran la generación mejor formada y no pudieron trabajar (y contribuir a la sociedad de forma significativa) durante años”.
Es la marca de Caín de toda una generación, esa “incertidumbre e impotencia” que, a juicio del autor, marcará sus vidas. “Los optimistas dirían: son más autosuficientes y han aprendido a apreciar lo que es realmente importante en la vida”, explica. “Los pesimistas dirían: sufren un trauma colectivo que los perseguirá incluso cuando la economía se haya recuperado por completo”.

Recuperando el tiempo perdido

"La generación anterior nos falló completamente: no hicieron por la democracia todo lo que decían (...) se unieron a la Unión Europea para ganar dinero para ellos (…) gastaron y gastaron y gastaron y cuando llegó la factura, desaparecieron".
¿Qué ha sido de sus 33 entrevistados un lustro después (las entrevistas se realizaron entre 2013 y 2016)? “He mantenido el contacto con algunos y les va mejor”, reconoce. “Los que no, se han resignado al subempleo y creo que básicamente han comenzado a reconsiderar lo que es importante en su vida (especialmente aquellos que se mudaron al pueblo)”.
¿Una generación marcada indefectiblemente por el rencor? “Creo que hay una actitud más positiva desde las entrevistas”, valora. “La economía se está recuperando poco a poco y la gente de la generación perdida está reintegrándose en el mercado laboral. Sin embargo, eso no significa que se hayan desecho de esa identidad de 'haberse quedado atrás'. Muchos están formando familias, intentando hacerse sitio y acelerar sus carreras, pero es difícil después de un desempleo tan prolongado sin ahorros. Incluso si la economía española mejora, habrá una gran frustración entre esa generación, porque tendrá efectos en sus ingresos a lo largo de toda su vida”.
Holleran dedicó otra de sus investigaciones al turismo en España, al que define como “una suerte y una maldición”. “Es parte importante de la economía y ha ayudado a algunas regiones menos desarrolladas, pero también ha contribuido a la burbuja inmobiliaria. Laboralmente, es estacional, no está bien pagado y no tiene salidas”, explica. Sin embargo, se convirtió en la salida por excelencia para muchos de sus entrevistados, que vivían en la Comunidad Valenciana. “Apoyarse demasiado en el turismo es un problema económico y medioambiental, pero no se ha hecho lo suficiente en España para cambiarlo”.

La España que se odia a sí misma

"Nos dieron un sistema que no funcionaba, sí, pero mi generación fue muy vaga después del euro (…) Pensamos 'trabaja la mitad y cobra el doble' (…) esa era la promesa (…) la gente pensaba que el euro era como un dios que había venido a salvarnos".
El sorprendido investigador se dio de bruces con cómo los españoles habían asumido sin rechistar la imagen caricaturizada que de ellos se había pintado desde el norte de Europa. Así, muchos habían aceptado que la culpa de su situación era solo suya, una consecuencia de un estilo de vida comprado a crédito. “Es curioso, porque esa imagen hace referencia a muchas cualidades culturales que suelen celebrarse: la apertura, la actitud relajada hacia la vida, el tiempo en familia, los amigos cercanos, las juergas”, recuerda Holleran.
Precisamente aquellas cosas que los turistas alemanes venían buscando a nuestro país. “La misma crítica de la cultura española usada durante la crisis en lugares como Alemania era lo mismo que se habría resaltado en un folleto turístico antes de 2008: la mentalidad de 'mañana', la cultura fiestera, las largas comidas, las conversaciones con los amigos tomando tapas”. El australiano considera que los países del norte recogieron esos lugares comunes y los utilizaron como un arma para castigar al displicente sur, que se lo tomó como algo personal. “Por supuesto, las estadísticas no muestran ninguna clase de vaguería”.
Y añade un punto conspirativo, pero realista, al asunto: si los españoles internalizamos ser unos vagos es porque era muy útil políticamente. “Las crisis financieras suelen ser causadas por grandes actores institucionales que a menudo se han arriesgado demasiado. Estas empresas solicitan a los gobiernos, y por lo tanto a los contribuyentes, que acaten parte de su responsabilidad en forma de deuda. Algo más fácil de conseguir si te sientes responsable”.

¿El trabajo dignifica?

"Me dijeron que terminaría rompiéndome la espalda y que se reirían de mí por no tener estudios (…) Pero dije, 'hay granjeros ganando 75.000 al año vendiendo aguacates a los supermercados franceses, así que no voy a perder el tiempo".
El desencanto generacional tiene letra económica, pero su música es laboral. Todos los entrevistados muestran por activa o por pasiva su frustración respecto al empleo, ya sea por el paro prolongado, por no haber conseguido lo que se les prometió o haberse visto expulsados de una jauja inesperada. La consecuencia lógica, una relación con el empleo que pone en tela de juicio el principio de 'ora et labora', transformado en 'estudia, labora y gana mucho'.
“Las expectativas son el gran problema”, responde el sociólogo. “Ocurre lo mismo en todo el mundo desarrollado. La gente en los países ricos quiere un trabajo bien remunerado, que le proporcione estatus, y trabajar de lo que le gusta”. Los testimonios de la generación perdida muestran que era una utopía. “Tenían una expectativa muy elevada de cómo iba a ser su vida desde el punto de vista material: propietarios de un hogar, vacaciones en el extranjero y un gran estilo de vida”.
No fue así y eso les obligó a replantearse su relación con el empleo. “Afortunadamente, se lo están replanteando utilizando nuevas ideas del ecologismo y repensando la economía de la propiedad así como el consumismo en sentido más amplio. En España, se les prometió mucho, pero los más jóvenes están reajustando sus expectativas preguntándose qué es lo verdaderamente importante para ellos y qué les hace felices. Un trabajo gratificante va a ser algo difícil de encontrar en el futuro”.

El callejón sin salida político

Leer el trabajo de Holleran es un ejercicio casi nostálgico, una zambullida en un momento y un lugar muy concretos, a pesar de que las respuestas tienen, en algunos casos, hasta seis años. En ellas se rastrea el nacimiento de una nueva conciencia política, que cristalizaría en el nacimiento de Podemos, que considera que era “la encarnación de la generación perdida pero también una coalición muy frágil”.
“En 2011 era muy fácil ver el movimiento del 15-M y decir 'guau, esta generación va ser muy de izquierdas', pero también parece que algunos de ellos se unieron a las protestas por su frustración personal con el paro, por ejemplo, más que un verdadero compromiso con los principios asamblearios, el ecologismo, los derechos de las mujeres y una agencia explícitamente anticapitalista”, prosigue. Como ha mostrado el tiempo, la generación perdida está más repartida a lo ancho del espectro político.
Con una particularidad. Que, a diferencia de lo que ha ocurrido en otros países del sur de Europa que corrieron suertes semejantes o peores a la nuestra, no ha surgido ningún partido antieuropeo como tal. Otra especifidad española, que Holleran achaca a que “las contribuciones económicas de la UE son increíblementes evidentes en infraestructura, cultura y ciudades”. En otras palabras, “es difícil mantener la mentalidad de 'no han hecho nada por nosotros' cuando hay tantos ejemplos en tu cara”. Pero el futuro puede ser oscuro para la Unión también dentro de nuestras fronteras. Desde la izquierda, por su desconfianza hacia el mercado. Desde la derecha, por la inmigración. Desde todas partes, por una insatisfacción incurable.

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