Eludir los riesgos que parecen conducirnos a una nueva recesión
económica a escala global es ahora mismo la tarea que más absorbente
para economistas, políticos y pensadores en general. Hay serias dudas
sobre el rumbo a seguir, pero hay también escasez de certezas sobre los
motivos del debilitamiento económico que estamos viendo avanzar de unos
meses para acá.
En el periodo reciente, de un año para acá, los analistas económicos
aseguran que es necesario darle una nueva vuelta de tuerca a las medidas
monetarias para que los bancos centrales más importantes del mundo
(básicamente, la Reserva Federal estadounidense y el BCE europeo)
vuelvan a tomar las riendas de sus estrategias monetarias para estimular
la actividad de las economías, visto el debilitamiento que se percibe y
que parece avanzar sin pausa.
Pero hay, en paralelo, una conciencia generalizada de que las nuevas
medidas monetarias que se adopten no van a ser suficientes para
dinamizar el crecimiento económico y activar los mecanismos de
crecimiento y sobre todo de distribución de rentas.
Es a partir de esta
sospecha, ya bastante extendida, que los analistas y algunos políticos y
dirigentes de organismos supranacionales han empezado a activar la
búsqueda de otros mecanismos, básicamente las políticas fiscales y
presupuestarias de los países, en especial de aquellos que han logrado
en la fase económica anterior mantener una cierta disciplina fiscal y un
equilibrio presupuestario razonable, con un nivel de endeudamiento
aceptable, que permitiría abordar en algunos casos políticas expansivas
que pongan freno a la debilidad económica y suplan las carencias que a
estas alturas parecen presentar las políticas monetarias.
Estas han llegado ya a niveles que rozan la inoperancia, ya que los
tipos de interés difícilmente pueden bajarse en Europa mientras en
Estados Unidos ya se está viendo la disputa en la que está enfrascado el
presidente del país, Donald Trump, con el máximo responsable de la
Reserva Federal, al que poco menos que ha declarado enemigo público
número uno de la prosperidad americana por negarse de forma reiterada a
bajar los tipos de interés de forma agresiva, en un enfrentamiento que
no tiene precedentes en este país.
A tal extremo ha llegado la confusión que no resulta sorprendente
leer declaraciones, como las que este mismo domingo formula el ex
presidente español Felipe González en el diario El País, según
las cuales el sistema económico y financiero global resulta a estas
alturas difícilmente sostenible. Es más, asegura González que el sistema
dominante en el mundo se está autodestruyendo por su insostenibilidad.
Merecen más de una reflexión las afirmaciones de una persona con la
experiencia y el bagaje político y cultural de Felipe González, cuando
además subraya la preocupante desaparición de reglas económicas de
ámbito mundial, que han regulado la vida económica global desde el final
de la Guerra Mundial y que, mejor o peor, han funcionado y evitado
males mayores.
La destrucción de la Unión Europea en la que parece empeñado un
personaje tan histriónico y carente de rigor como el actual premier
británico y la colección de jugadas propias de un tahúr más que de un
estadista que cada semana nos anuncia el máximo responsable de la Casa
Blanca, más parecen un propósito sistemático de destrucción del orden
existente que ofrecer fórmula alguna de recambio.
Todo ello al margen de
planteamientos ideológicos o políticos, que ninguno de los dos
políticos en cuestión parece esgrimir para justificar la creación de un
orden nuevo.
(*) Periodista y economista
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