lunes, 27 de octubre de 2008

Floridablanca / Santiago Delgado

Si Saavedra Fajardo ya supuso el triunfo posible de la nobleza menor, en el siglo anterior, José Moñino, luego Conde de Floridablanca, representa el acceso al triunfo social de la clase media, en el XVIII. Ambos murcianos debieron a su valía el ascenso personal logrado. En la Diplomacia y en la Política.

Mucho le quedaba a la casi inexistente clase media, para diferenciarse de los hidalgos.
Este antecedente murciano es un signo de que la sociedad estamental comenzaba a oír chirriar su milenaria máquina.

Desde sus estudios de bachiller en el Seminario de San Fulgencio, hasta la Presidencia del Gobierno, Floridablanca recorre todos los niveles sociales dados a un “golilla” o “manteista”, despectivos apelativos con que los rancios ilustrados llamaban a los políticos de plebeya condición, que no tenían otra credencial que su curriculum mismo.

La gola y el manteo eran los distintivos de los universitarios españoles de la época. La despreciable altivez de una aristocracia caduca, así los denominó con clasista designio.

Cuando, por los servicios prestados en la embajada de Roma, Carlos III lo hizo Conde, Moñino eligió el topónimo de sus pagos murcianos en Alquerías, Floridablanca. Siempre hubo quien le afeara el origen sobrevenido del título. Entre ellos, los aragoneses, encabezados por el muy ilustrado, y noble de cuna, Aranda. Al final, lograron deponerlo.

La lucha entre Regalismo y Vaticanismo marcó la lucha política de Moñino. Belluga fue vaticanista o ultramontano convencido. Floridablanca, regalista. El Regalismo creía en la supremacía del monarca en lo temporal. Su contrario veía a la Corona supeditada a la Iglesia.

Fue, acaso, la misma causa de escisión de la Reforma. Donde no hubo Iglesia Nacional hubo regalistas y ultramontanos, dos siglos después. En el Regalismo dormía el poder civil. A Floridablanca debemos que hoy perviva, para siempre distinto de lo religioso.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Sí, amiguete, la Monarquía Católica Española acabó en Alfonso XIII, quién entregó el poder al Ejército y a la Iglesia más reaccionarias. Después, con la II República Española, volvieron al poder, pero para ello tuvieron que ensangrentar España durante tres largos años. Cuarenta años después el más felón de los españoles (Francisco Franco) murió y dijo haber "dejado todo bien atado". Desde entonces muchos estamos desatando tal sacrilegio, pero entre estos, por desgracia, tú no estás.

Copérnico.