“No sabemos lo que nos pasa y esto es precisamente lo que nos pasa,
no saber lo que nos pasa” (Ortega y Gasset, “En torno a Galileo, Lección
VIII”, 1933). Tengo la impresión, que no certeza, que Trump no conoce
esta frase de Ortega y seguramente nada de la obra de este pensador. Lo
que sí está claro es que Trump afirma que sabe lo que pasa en su país y
en el mundo y alardea de tener las soluciones, a la vista de lo dicho y
prometido en su campaña y, más importante, en su discurso de
inauguración de la presidencia.
Su tarjeta de presentación es sencilla y, vistos los votos
conseguidos, exitosa (aunque necesitó una ayudita del sistema vigente
desde más de dos siglos, el hoy famoso Colegio Electoral. En cualquier
caso, guste o no, es presidente legítimo). Se presenta como alguien
fuera del “establishment de Washington”, como un empresario exitoso que
cumple con la ley y no busca favores. Lo increíble no es el mensaje sino
que el mensaje logre millones de adeptos. Maticemos: increíble pero
menos. No olvidemos que el grueso de su voto está en lo que se llama la
“América Profunda”, geográficamente la del interior, socialmente la de
mayor edad y menos estudios, racialmente blanca que es mucho más
receptiva a los mensajes basados en sentimientos que en sesudas
consideraciones.
El está fuera de los partidos y de ahí esa afirmación en ese primer discurso de que “Hoy no estamos simplemente transfiriendo el poder de una administración a otra o de un partido otro. Estamos transfiriendo el poder de Washington DC y devolviéndoselo al pueblo”. Afirmación sin duda interesante como visión de una forma de democracia o, lo más probable, como simple palabrería demagógica para mantener el fuego sagrado de “Todo el poder para el pueblo”, frase con resonancias de aquello de “Todo el poder para los Soviets”, algo que seguramente Trump no conoce. En resumen, palabrería pero que en boca del hoy hombre más poderosos del mundo resulta peligrosa.
El nuevo presidente también sabe que para volver “a hacer a “América
fuerte, rica, segura, grande otra vez” tiene la solución: “De ahora en
adelante una nueva visión gobernará esta tierra: América primero”.
Clarito. El problema es qué tipo de medidas adopte para ese “América
primero”. Las apuntadas en la campaña en su mayoría desde las
comerciales (“comprar productos y contratar ciudadanos estadounidenses”)
y económicas (rebajas impositivas sobre todo a los ricos) hasta las
alianzas y repudios internacionales y las referidas al Obamacare y
cambio climático son muy preocupantes. Hay que recordar además que una
parte importante de esas medidas exigen trámite legislativo y aquí la
gran incógnita es cuanto apoyo encontrará en “su” partido.
Previsiblemente ese apoyo irá decreciendo si Trump mantiene lo
prometido, incluso no pudiendo descartarse un “impeachment” (quizá esto
es solo un buen deseo).
Entramos todos, americanos y el resto de súbditos del Imperio (un
Imperio cada vez más débil y por ello más peligroso) en terreno
desconocido guiados por un mesiánico. Esperemos que el sistema de frenos
y contrapesos de la democracia americana pruebe una vez más su
eficacia. Trump no está preocupado porque según afirma en su discurso
“estamos protegidos por Dios”, algo en lo que creen firmemente millones
de sus compatriotas. Pero ¿qué pasa con el resto del mundo? Pues como
diría aquel “que Dios nos coja confesados”.
(*) Economista del Estado