miércoles, 17 de abril de 2024

Dos calles o el pulso de una ciudad / Cartas de los Lectores

 Todo y nada ha cambiado. Trapería y Platería siguen siendo el pulso de una ciudad que no cesa de mudar su piel, pero que aún así, conserva toda su esencia a través de los años. Siempre se ha dicho que el nivel de popularidad de los murcianos se mide por el número de paradas y saludos que se efectúan en dichas calles, y así sigue siendo.


Narra el cronista que frente al Casino se encontraba “La Dalia Azul”, bazar que se tornó con los años, metroarriba, metro abajo, en “Chys”, establecimiento fundado por don Manuel Fernández-Delgado Maroto y que aún hoy es reflejo de la exquisitez de tan ilustre murciano.


No olvidaré los viejos establecimientos como el snack bar “Drexco” de don Paco, que gracias a su voluminosidad solía ocupar dos taburetes en la barra de su negocio y que atraía la mirada insolente de los adolescentes, siempre asistido por el buen hacer de sus excelentes camareros: Córdoba, Tomás el de “Los pequeños”. Allí y en su privilegiada terraza se solazaba el personal desocupado en la práctica del delicioso deporte de ver pasar a la gente, mientras degustaban con avidez aperitivos y meriendas.


La Optica Anciones, La Librería General, la joyería de Torres Gascón, El Blanco y Negro de Espíritu Zamora , la suerte que escondía El Gato Negro; los paños de Los Portales o de La Saldadora; la
Sociedad de Cazadores que fundara el mecenazgo del ilustre don Juan López Ferrer donde se abrazan la calle de la Trapería con la plaza de Santo Domingo. 

No olvidaré ni a “Mi Bar” lugar de encuentro de los más cafeteros, ni las últimas noticias de Murcia, de España y del mundo que exhibía La Covachuela en forma impresa con los diarios de más tirada, junto con las publicaciones de las más excelsas plumas de esta Región. Allí se agolpó el personal para interesarse por la salud del Caudillo o para conocer su óbito, el que daría paso a una nueva forma de ser en España.


La rosa de los vientos de la que nos hablaba Fernández-Delgado se abre hacia San Bartolomé, desde la cuatro esquinas, por la calle de la Platería, y allí estuvo la modernidad de la escalera mecánica que instaló La Alegría de la Huerta, donde por estas mismas fechas, se convertía en una inmensa ilusión donde, Dato , el jefe de sección pugnaba con los críos de ojos abiertos ante el juguete soñado.


Los bolsos y Complementos de López Jiménez; los trajes de Boymán, de Medina, de Flomar. Aquel paraíso de la niñez que fuera el Bazar Murciano. La tienda de ultramarinos de la familia Alcázar; Plumas López, los hilos de Hijos de Antonio Zamora, la tienda de ropa masculina de la misma firma, en la que permitían la prueba en casa. 

El aroma a lapiceros y goma arábiga de Sucesores de Nogués y aquel escaparate plagado de golosinas que don Felipe Sánchez Pedreño exhibía en vísperas de Reyes Magos en su comercio de ultramarinos finos (como rezaba su rótulo). La inquietante Joyería Alguacil; la tienda de Giribert, la lámparas de Rubio, nos llevaban hasta las mismas puertas de la Confitería de Alonso y en ella, sus pastillas de café con leche. Obsequio obligado para oriundos y foráneos. Merengues de café y de fresa, aquellos que escondían la sorpresa oculta de una fresa murciana en su interior. 

La Casa del Fumador, cuando se podía fumar y estaba bien visto, pues para ver nada mejor que las gafas de óptica Belo, para adivinar el futuro que llegaba con la apertura de la novedosa Gran Vía.


Tiempos y negocios que quedaron para el recuerdo en una ciudad hambrienta de modernidad: calles que ponían de manifiesto la urbanidad de sus vecinos con sus saludos de sombrero: el Dr. Miguel Ángel con consulta en Frutos Baeza con sus bien cortados trajes gris perla a juego con su sombrero que se alzaba respetuosamente en saludo obligado. O el sombrero azul marino a juego con el abrigo del mismo tono del periodista don Carlos Valcárcel Mavor que igualmente se elevaba en su trayecto a la misa de siete y media en la Catedral.


La Cámara de Comercio desde su atalaya de Calderón de la Barca velaba por el trasiego mercantil de la ciudad y de sus gentes. Las campanas de San Bartolomé, tañidas por Juan el sacristán hacían levantar el vuelo de las palomas alimentadas por el concejo. ¿Cómo se vería desde lo alto el discurrir de la vida en aquella Murcia recoleta, maravillosamente provinciana, cargada de olor a limón y a fresas.


Volver al arriba y abajo de los pollitos y pollitas en sus primeros escarceos amorosos por las calles de Trapería y Platería. Lucir un nuevo modelo el domingo de Resurrección.


Volver al paseo dominical de una ciudad silenciosa transitada por señoras con velo y misal…
 

Benditos recuerdos, bendita Murcia, benditas calles, que como la vida cambian sin cambiar. 

 

M. L-G.

Murcia

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