Desde la generación del 98, los
atribulados liberales y progresistas españoles han visto en Europa su
tabla de salvación frente a la barbarie carpetovetónica, normalmente
impuesta a sangre y fuego. No tenían muy claro cuándo se separó España
del continente y tampoco cuánto duraría dicha separación que ellos
encontraban (aunque no todos) insoportable. Hoy tenemos alguna respuesta
más: España se distanció de Europa con la Contrarreforma y se enquistó
en la defensa de unos principios absurdos y unos intereses oligárquicos y
eclesiásticos muy concretos que la tienen postrada al día de hoy. El
tiempo de la separación, a pesar de las jeremiadas de los del 98, los
del 14 y los del 27, también llegaría a la actualidad.
Quienes
nacimos en el franquismo sabemos que, en el fondo, la oposición jamás
confió en sus propias fuerzas contra la dictadura, y esperaba, más o
menos claramente, una intervención europea que nos salvara de la
barbarie nacionalcatólica reinante durante 40 años y hoy de nuevo
rampante.
Lo
primero que hicieron los de la transición fue integrar el País en la CE
en la ingenua creencia de que integrarlo en las estructuras era
reintegrarlo en el espíritu europeo. Falso. España sigue siendo el mismo
nido de intolerancia, represión, autoritarismo, clericalismo, estupidez
y fascismo del tiempo de Franco. Con el añadido de que los franquistas
actuales ganan a los anteriores en corrupción, sivergonzonería y
afición al pillaje.
Lo
anterior es el trasfondo de la última pirueta de la carcunda hispana en
Europa que parece haber encontrado respuesta negativa en el continente,
aunque con la habitual blandenguería del lugar. El gobierno del PP
aprovechó su mayoría absoluta en la Xª legislatura para perpetrar el
trágala de una reforma de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional
(TC) y atribuir a este competencias ejecutivas de sus propias
sentencias.
Esta decisión es una muestra típica del talante dictatorial
de los neofranquistas del PP porque, al margen de otras consideraciones,
aquí innecesaraias, equivale a convertir en agente político-policial a
una instancia que ni siquiera es un tribunal de justicia, sino un órgano
político que rellenan a su arbitrio los dos partidos dinásticos,
repartiéndose las plazas y dejando de vez en cuando un sillín a algún
representante autonómico.
Todos sus magistrados son elegidos por sus
filiaciones políticas y su anterior presidente, así como el que viene,
son militantes radicales del partido de la derecha y el último, además,
un sectario del Opus. La reforma permite al TC presentarse como lo que
en realidad es: un órgano político al servicio del PP y,
subsidiariamente del PSOE en la medida en que este se adapta al PP.
El dictamen del órgano consultivo del Consejo de Europa
avisa de lo evidente: convertir en tribunal y corchete de sus propias
decisiones a una camarilla de servidores del poder político es contrario
al Estado de derecho, un atentado contra la separación de poderes y un
paso más en el camino a la dictadura que es el único que conocen las
recuas derechistas. El Consejo de Europa lo dice en tono melifluo, sobre
todo porque el Estado español se ha empleado a fondo en lo único que
hace a gusto: presionar a las escondidas, comprar voluntades, mentir,
chantajear, amenazar y recurrir a la guerra sucia para conseguir que el dictamen no sea tan crítico con la habitual brutalidad autoritaria española.
Pero
todo el mundo entiende de qué va este negocio: dar una apariencia de
legalidad a las medidas antijuíridicas, represivas que están tomándose
con Cataluña y seguirán tomándose. Así lo ha entendido el principal
monaguillo del PP en los medios, El País que anuncia que el Consejo de Europa valida la reforma del Constitucional pero pide mejoras. Dos maneras de presentar la noticia: una crítica y la otra, servil. El País
sabe de sobra, o debiera saber, que cuando el órgano europeo advierte
de que el TC no debe tener esas facultades policiales, ignora de qué TC
se está hablando y, en su buena fe típicamente europea, cree que es un
tribunal imparcial y no un grupo de mandados al servicio de la derecha
en su agresión a Cataluña. Y dar a un grupo de mandados del gobierno
capacidad para juzgar y ejecutar lo juzgado es dar el último paso hacia
la dictadura.
O
Europa es más consecuente contra esta banda de delincuentes que, como
siempre, viene engañando, o dentro de nada se encontrará con un estado
de excepción en Cataluña.
Disonancias
Quien pretenda extraer conclusiones del sondeo de Metroscopia
sobre las perspectivas de la situación política española lo tiene crudo
por la cantidad de disonancias y hasta contradicciones que muestra. Y
no debido al trabajo técnico, sino a las respuestas en sí que
correctamente registra. Por eso los autores se apresuran a aclarar que
el sondeo es foto fija aquí y ahora. Sobre el futuro, los dioses dirán,
incluido el futuro de mañana mismo.
La
primera conclusión de un examen detallado de la encuesta es que los
encuestados no estamos en nuestros cabales. ¿Cómo puede ser que tenga la
mayor expectativa de voto un partido cuyo líder es el peor valorado, a
excepción del inefable Iglesias? Podemos es segunda fuerza. Casi parece
que los españoles prefieren votar por líderes a los que no valoran.
Prueba a contrario: el líder más valorado, a estratosférica distancia de
los dos mencionados, Rivera, es el del partido con menor o cuasi menor
intención de voto. La mayor expectativa de voto para un partido cuya
gestión de gobierno desaprueba el 70%. No solamente votan por partidos
cuyos líderes no valoran, sino también por aquellos cuya gestión de
gobierno rechazan.
Y no acaba ahí. Yendo a dianas concretas, el 89% dice
que el gobierno no está sabiendo gestionar la corrupción. Es una forma
elegante, barométrica, de decir que la gente cree que el gobierno es
corrupto. Y lo vota. Como lo vota aunque abrumadoras mayorías del 78 y
el 71% rechazan su forma de gestionar la situación laboral y la de
Cataluña. En el caso catalán los que rechazan son más que los que
aprueban incluso entre los votantes del PP. Cosas todas ellas, estaremos
de acuerdo, asombrosas.
Está
bien la foto fija. Es lo que se ve a simple vista en la vida
cotidiana. Inclúyanse los datos sobre la corrala del PSOE. Descalabro en
intención general y hundimiento total, por debajo de C's, en intención
directa. Justo lo que necesita la pelea para reanimarse. Los dos bandos
(golpistas y antigolpistas) se echarán mutuamente en cara estos
desastrosos resultados. Pero hay un dato que deja a los golpistas en
evidencia: el grado de rechazo general a la gestión parlamentaria del
PSOE (monopolio de la junta gestora y campo de Díaz) es el mayor de
todos, con un 74%. Ese rechazo es también más alto que la aprobación
entre los propios votantes socialistas. Es decir, bien a las claras, el
discurso justificativo de Jiménez, Hernando, Madina, Díaz, etc., acerca
del valor de la oposición parlamentaria del PSOE no cuela ni entre sus
propios seguidores. Yo me preocuparía.
Aunque
tampoco es para tanto. El mensaje del sondeo es claro y sí, estamos en
nuestros cabales. Hay una mayoría relativa muy escasa que apoya a un
partido al que considera corrupto e incompetente y cuyo líder no le
merece confianza, sin duda porque los otros atraen menos. Como partidos y
como líderes. Y, la verdad, hace falta ser inútil para no dar mejor
imagen que Rajoy y no tener una oferta mejor que la del PP, consistente
únicamente en seguir con el pillaje de caudales públicos. Dado que el
PSOE está de sabático hasta que se dilucide el enfrentamiento, el
electorado parece decidido a no tomarse muy en serio la situación.
Lo
cual es grave porque la situación es seria. Este gobierno no puede
gobernar, pero tampoco convocar elecciones anticipadas por razones
obvias.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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