domingo, 31 de mayo de 2009

La montería financiera / Francisco J. Poyato

En una montería financiera no pega la ropa verde militar. Hay que ir con cuello inglés, maletín de piel, i-phone con hoja de cálculo y una bolsa grande para dejar los escrúpulos a la puerta de la finca enmoquetada.

Por supuesto, hay que venir con los números hechos y matrices por un tubo. El puesto vale un riñón. El anfitrión no invita a matar el gusanillo con duros anisados; prima el desayuno continental con un buen zumo de naranja vitamínico, porque la jornada será larga.

En el sorteo de las embocaduras, chequera y rifle en mano, hay que estar ojo avizor. Y aunque la fiera está débil, sufre de indigestión y es dura de roer, si se está en el sitio adecuado puede obtenerse la gran pieza del año, tal vez de la década..., quien sabe si del siglo.

El presidente de la Junta, José Antonio Griñán, otrora consejero de las Cajas y los Números, insiste por activa y pasiva en crear el primer cortafuegos sobre las entidades financieras andaluzas visto el panorama de crisis y que la finca es muy grande y a la última montería se le pueden colar invitados no deseados (Caja Murcia no; Caja Castilla La Mancha, sí).

Lleva semanas repitiendo la cantinela —algo falaz y con poca base— de hacer una alianza de civilizados cajeros donde se pueda conservar la marca para el territorio y las obras sociales se respeten de manera caballerosa.

Subliminalmente, Griñán sólo quiere que a la montería adonde parece que están abocando a Cajasur para repartirse la codiciada pieza, asistan los francotiradores que él designe, para hacer de la actividad cinegética un buen negocio de puertas para adentro.

Luego llegará la fusión. Un domingo cualquiera, cuando el alba acoge a los tenaces moradores de la brújula, el zorzal o el venado, puede que lo que se vayan a jugar no sea una linda cabeza de siete puntas, sino una coqueta caja de ahorros en horas bajas a la que se le viene acorralando montería tras montería. Arrinconada y algo asustada por su larga prole. Porque recuerda bien otras cacerías con nocturnidad, premeditación y alevosía en tiempos en los que las carnes de la fiera estaban fofas. ¿Conviene agigantar la debilidad para que caiga la presa por sí sola...?

Está claro que a esta montería, a la que algunos presidentes de entidades andaluzas están poniendo ya una fecha no muy lejana, la codiciada pieza no ha llegado en buenas condiciones por varios motivos. Ello, pese a que en los últimos meses, y como muchas otras entidades, está haciendo un sobresfuerzo para tirar lastre y aguantar una encrucijada difícil. Cumple los deberes de morosidad, solvencia, eficiencia y cobertura, pero se le demanda cada vez más. La coyuntura económica exige cada vez más.

Hay quien se ha adelantado a señalar ya, eso sí, en petit comité, que hay que rebuscar en los tiempos de Miguel Castillejo. Podría discutirse. Es obvio que en el festín del ladrillo Cajasur se empachó. Aprovechó una expansión fortísima hacia la costa de la mano de las grandes promotoras cordobesas (Arenal, Prasa, Noriega...) y con socios como Tremón o Martinsa (que acabaron en concurso de acreedores) que llenó su balance de suelo y adosados. Llegaron los primeros síntomas de parón. Las operaciones Malaya y Astapa. Los quebrantos del balance de algunas promotoras y los serios avisos de que había que poner parte de los huevos en otra cesta. También algunos vicios incurables, y las trampas políticas.

No es menos cierto que el aparato digestivo de la fiera no estaba preparado para tal acopio de bolo alimenticio. Ni en la forma, ni en el fondo. No tiene sentido ocho directores generales (por unas y otras razones) en una década. No hay organigrama ni estrategia que lo aguante. Y su red comercial es lógico que también pida a voces un lifting.

Pero es en la especie de la fiera, su singularidad, donde reside otra clave no menos importante. Tras esta caja hay un Estado: el Vaticano. Una cultura en su vocación social y en su forma de ser. Una fusión histórica mal digerida. Una jauría de intereses políticos indescriptibles y una propensión a la falta de rigor profesional irrefrenable. Aun así, todavía le queda la fuerza de la naturaleza antes de que suenen el cornetín y los cartuchos.

www.abc.es

No hay comentarios: