viernes, 18 de mayo de 2007

Saura dice en Yecla entender la política como un servicio público y aboga por la descentralización

YECLA.- El secretario general del PSRM-PSOE y candidato a la presidencia de la Comunidad, Pedro Saura, entiende la política como “un servicio público”, por lo que aseguró que “quiero hacer llegar a los ciudadanos los servicios públicos, porque lo importante no son las hectáreas, son las personas”.

Saura realizó estas declaraciones tras suscribir un contrato-programa entre el PSOE y la Coordinadora de los Pueblos de la Región de Murcia por su descentralización, por el cual se abre un proceso de descentralización, cambiando la actual Ley de Régimen Local, una Ley que el presidente de la Coordinadora, Manuel Ramírez, tildó de “muerta” que “impide la creación de un solo municipio”, dijo.

Además, Saura indicó que “no entiendo como pueblos de 10.000 habitantes tienen un pedáneo, deben tener un alcalde y para ello tenemos que contar con un gobierno que afronte un mejor futuro y facilite los servicios públicos a los ciudadanos con valentía para garantizar una mayor crecimiento y desarrollo regional”.

El candidato socialista a la presidencia de la Comunidad, junto con el presidente de la Coordinadora de los Pueblos, explicaron que “si existen razones objetivas, y los ciudadanos quieren debe apoyarse la iniciativa local”.

Asimismo, el secretario general del PSRM-PSOE señaló que "hay que fijar los criterios objetivos de la futura Ley de Régimen Local para posibilitar la descentralización".

Por su parte, Ramírez expresó que "esta firma significa sobre todo que 200.000 ciudadanos de esta Región están siendo escuchados por un partido político, que se hace eco de las demandas de miles de ciudadanos para que se abra un verdadero proceso de descentralización", concluyó.

1 comentario:

Marlowe dijo...

Por muy edificante que sea desde el punto de vista moral, el denodado afán de la incapacidad física para superarse mediante exhibiciones de su impotencia, solo puede ser reconocido por la sociedad con premios de consolación. Denunciar la tristeza de este espectáculo sería tomado por impiedad, cuando no por injusticia, pues los “discapaces” tienen, como los atletas, el derecho de exhibir olímpicamente el grado de sus limitaciones.
Como todas las personas están igualmente contentas de su inteligencia (Descartes y Hobbes lo dijeron respecto del sentido común), no ha sido difícil de organizar y de mantener, para la competición política, una verdadera para-olimpiada de discapaces, en condiciones de absoluta igualdad mental, donde disminuidos votantes de listas creen que eligen algo más que al disminuido jefe de partido que las hace.
De esta forma tan quimérica como alienante, los pseudos-ciudadanos se consideran representados, con más adecuación de lo que ellos mismos suponen, por la incapacidad cultural de los directores del Estado de Partidos. Dotados ellos, nadie se lo puede negar, de un gran talento para explotar el negocio de la política como medio de vida profesional. Y la sociedad civil se contenta con vivir las ilusiones de progreso material, recibiendo las grandes migajas que se desprenden del fabuloso festín del Estado de las Autonomías. La utopía del auto-gobierno se puede alcanzar si, y solo si, la debilidad mental se gobierna a sí misma. Esa es la clase de democracia directa que realiza el Estado de Partidos.
La Gran Revolución de 1789, pese a su fracaso final, rompió la concepción de la historia universal de la humanidad y la mentalidad política de todo el mundo occidental. Por el solo hecho de haber ocurrido, por la trascendencia exterior de lo que sucedió en Francia, los pueblos europeos aprendieron de repente que su condición de súbditos de la Realeza no era una imposición divina. Y abismados ante la maravillosa, pero inquietante, perspectiva de poder contemplarse como agentes de su propia historia, inauguraron el drama de la moderna libertad: seguir siendo súbditos de un Estado, monárquico o republicano, pudiendo ser conciudadanos libres.
La tragedia de la esclavitud comenzó cuando terminó la creencia de que era un estado natural de los pueblos bárbaros cautivados por los civilizados. El drama de la libertad termina cuando los súbditos se creen ciudadanos libres en una ciudad sin conciudadanos. Originalmente lo cívico no era la ciudadanía griega, sino la conciudadanía romana. ¿Quién osa pensar que bajo la Monarquía existe conciudadanía española?