Gobernantes de Murcia ya iban a su despacho en bici hace treinta años, convencidos de contribuir al desarrollo sostenible.
Saltaba
a la vista que aquel puñado de langostinos no se dejaría vender así
como así. Qué raro hubiera resultado años atrás, cuando los langostinos
del Mar Menor arropaban cualquier mesa de Navidad que se apreciara.
«¡Langostinos de Vinaroz, señora, de Vinaroz!», gritaba el pescadero de
Verónicas mirando de reojo al resto de las especies mostradas en el
mismo tablero.
Había un corrillo de mujeres jugando a la
ignorancia con la boca semitapada como dos futbolistas de élite. «Seguro
que son del Mar Menor, pero no quiere decirlo, porque si lo dice, no
los vende. Por la 'riá'».
La 'riá'. La DANA. Una mortandad en la
orilla. El Telediario. La vergüenza nacional. De ahí viene todo el
esperpento en que hemos convertido el Mar Menor en 2019, la gente ahora
lo visita para ver si le han robado en su casa de veraneo o como un
espectáculo más, un tétrico y lúgubre espectáculo. El Mar Menor era
antes una plácida puesta de sol. Todavía recuerda Pedro Subijana que
entró a Murcia por la puerta que Raimundo González le abrió en El Rincón
de Pepe.
Entonces los langostinos del Mar Menor constituían un manjar y
Murcia era una región diminuta, pero cargada de simbolismos y de
valores patrióticos, que no solo se reducían a las verduras y a La
Parranda. Ahora los símbolos se le quedan en el fango.
A Reagan y
Chernenko se les planteó desde el Gobierno murciano, en los años
ochenta, una propuesta mundial de paz, que consistía en compartir un
arroz con habichuelas y ajos tiernos a ambos lados del Muro de Berlín.
Seguro que en las respectivas embajadas todavía se están riendo de
aquella misiva, que firmaba un desconocido político local de blusón
huertano que iba a su trabajo en bicicleta, lo que sin duda era un
adelanto -y un desafío- al desarrollo sostenible de Greta Thunberg.
Murcia
era en los años ochenta una península inflada de impulsos propios y
empeñada en mantener su propio viaje hacia el futuro. Aún no se hablaba
de AVE en la España socialista ni de soterramiento en la Murcia
reivindicativa cuando los ingenieros de la Comunidad Autónoma ya
negociaban en secreto con los de Talgo, S.L. para establecer una línea
de tren rápida que uniera Murcia con los futuros campus universitarios y
Molina de Segura.
Los agrónomos de la Administración regional viajaron a
la vez a las Islas Filipinas para intentar multiplicar la cosecha
-habitualmente pequeña- de langostinos del Mar Menor y convertirla en
acuicultura intensiva. El intento resultó fallido por la excesiva
salinidad de la laguna murciana, pero el ensayo valió la pena y se
guardó en los anales de una comunidad que luchaba por desperezarse para
alcanzar su propia personalidad, mientras que otras regiones dormían la
siesta de las subvenciones.
Si los gobernantes hubieran ido a
trabajar todos en bicicleta y con blusón huertano hace treinta años, y
los jerifaltes del mundo hubieran proclamado y aplicado sus propósitos
de buena fe, seguro que hoy todos respiraríamos mejor aunque Greta no
hiciera novillos los viernes.
(*) Columnista fallecido el pasado fín de semana
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