viernes, 5 de septiembre de 2008

Sobre el hijo que no tiene Aznar / José Antonio Martínez-Abarca

Reconozco que el entonces presidente del Gobierno de España, José María Aznar, dio que sospechar a las porteras cuando manifestó a la prensa progre española, que es toda (no se dejen impresionar por las cabeceras y los editoriales de derechas, que luego hay que bajar a los redactores concretos y a las meritorias), a la pregunta de si él era un “duro”, aquello tan desgraciado de “yo lo tengo todo duro”.

Desde entonces las porteras, que somos todas, se pusieron a estudiar en Aznar todos esos signos externos del hombre madurito que supuestamente indican que un caballero quiere vivir estando casado todo lo que no vivió de soltero. De hacer caso a todas las señoras alertadas por leer demasiado el “Cosmopolitan”, cuando un hombre madurito se apunta sin venir a cuento y sin estricta prescripción médica a un gimnasio, no falla, es que tiene una querida o bien un querido (pero esto segundo sólo suele ocurrir con los casados que tienen más de tres hijos).

A mí eso siempre me ha parecido como presumir, puesto que Hitler era vegetariano, que cuando uno se hace vegetariano es que quiere llegar a ser como Hitler. Es el silogismo vicioso que escribía Woody Allen: “Todos los hombres son mortales. Sócrates era mortal. Luego todos los hombres son Sócrates”.

Pero el caso es éste: las señoras sospechan siempre de los maridos a los que les da por ponerse en forma sin consultarlas, como los maridos sospechan de las señoras a las que les da por apuntarse a clase de sevillanas sin consultarlos. Cualquier comportamiento extravagante llegada determinada edad llama mucho la atención. Por ejemplo, que un señor con su carrera hecha y sus hijos criados y su puestazo seguro le de de repente por ponerse a leer libros, porque ha decidido que “quiere tener conversación”.

“¿Conversación a tu edad?”, dicen escandalizadas sus “hierros”, o sea, sus esposas. Porque quien quiere tener conversación no es para verterla, desde luego, en las cenas de matrimonios donde todo lo interesante que no se dice es bienvenido, sino en la barra americana. A Aznar empezaron a observarle tabla de lavar en el estómago apoyado en un mamparo del yate de Flavio Briatore, un negror tono “ala de cuervo” en el pelo que no se corresponde con su más de medio siglo, un despoblamiento progresivo del bigote, unas conferencias internacionales aquí y allá, sobre todo allá...

Que le acusaran de tener un hijo ilegítimo con una ministra del artillero Sarkozy sólo era cuestión de tiempo. Ya. Aparte de ser una belleza de mirada inquietante, la ministra ha manifestado a la prensa lo que es necesario que yo escuche de labios de una mujer para que se me abra siquiera el apetito de dirigirme a ella: “tengo una vida sentimental complicada”. ¡Complicada! ¡La palabra mágica! Siempre me ha sorprendido la preferencia de mis contemporáneos porque una mujer les diga, por el contrario, que su vida sentimental es propio de una simple. Les da menos temor así. Pero, ¿dónde queda todo lo que las hace apasionantes?

Hablábamos de Aznar. Es disparatado que se haya sentido en la necesidad de salir a la luz pública a enfrentarse a la prueba diabólica. Pruébeme usted, señor Aznar, que la marujada que se dice por ahí de que usted es el padre de la criatura es falsa. ¿No tendrían que probar más bien las porteras que lo que orean es cierto, y no al revés?

Aznar lleva acusando una depresión larvada bastante tiempo, y ya no mide. Cuando me fui a vivir por mi cuenta de alquiler, hubo un concejal murciano al que yo le daba en la cresta por entonces que fue dejando caer en los mentideros que me había ido a vivir con un tío porque acababa de salir del armario. Si llega a ser el sensibilizado Aznar, también habría salido a desmentirlo.

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