sábado, 21 de junio de 2008

Nueve de cada diez murcianos creen que lo que más les identifica es el habla

MURCIA.- La autoestima de los murcianos crece por años y, con ella, la imagen que tienen sobre su Comunidad. Un estudio de la Universidad de Murcia (UMU) afirma que los ciudadanos de la Región tienen conciencia explícita de ser murcianos y la mayoría se sienten de la tierra, ya que tienen aquí sus raíces, aunque este sentimiento varía dependiendo del municipio donde se ha nacido, según cuenta hoy "La Opinión".

El estudio, elaborado por el grupo de investigación I+C, defiende que los murcianos se ven iguales al resto de los españoles y consideran que la Región es, en la actualidad, una sociedad desarrollada y moderna.

Además, el 90% de los encuestados apunta que el aspecto que más identifica al murciano es su habla, mientras que el 41,2% se decanta por la cultura pasada.

El estudio 'Identidad y Conciencia Regional en Murcia (I+C)', elaborado por profesores de la UMU, también ofrece aspectos sobre cómo se ven los murcianos, y Álvarez explicó que los primeros resultados señalan que se ven como una sociedad desarrollada y moderna y se identifican con la fiesta, la alegría, por lo que creen ser "abiertos y acogedores".

Un dato curioso que se desprende de este informe son las impresiones de los hombres y las mujeres sobre el sexo opuesto. Ambos coinciden en que la mujer murciana es "respetuosa frente al hombre, muy participativa en la familia y extrovertida en sus actitudes sociales".

Sin embargo, en cuanto a las actitudes de los hombres hay diferencias, ya que la mitad de los varones declara que los hombres murcianos son respetuosos frente a las mujeres, mientras que sólo una cuarta parte de las mujeres comparte esa valoración e incluso los tachan de "machistas" en muchos casos.

Por otro lado, en el terreno profesional las personas entrevistadas (una muestra de 1.388 ciudadanos nacidos en la Región de Murcia), perciben el trabajo, mayoritariamente, como fuente de ingresos y no como un factor de prestigio ni realización personal.

Asimismo, se sienten muy identificados con España (66,1%), con sus municipios (51,9%) y con la Región (51,8%), mientras que mucho menos con Europa (27,8%).

El estudio también analiza la identidad territorial y paisajística y según señaló ayer en la presentación el profesor Juan Ortín, los encuestados de más edad se identifican más con rasgos tradicionales como el río Segura y el paisaje agrario.

Este informe también refleja que el crecimiento de población registrado en los últimos años en la Región ha sido identificado por los encuestados como factor de modernización social y económica y ha contribuido a mejorar su autoestima, tal y como comentaron algunos de los profesores participantes en este proyecto.

Los profesores anunciaron que dentro del estudio también se ha analizado lo que los murcianos opinan de los inmigrantes, unos datos que se completarán con lo que piensan los inmigrantes sobre los ciudadanos de la Región.

Según la versión de "La Verdad", los murcianos destacan como instituciones importantes «la familia», y el trabajo lo ven como medio de vida y no como forma de alcanzar prestigio ni de realización personal.

Con respecto a la cultura, lo que los ciudadanos creen que más les identifica como murcianos es el habla (mucho, 88,8%) y el pasado pasado histórico (mucho, 41%). También consideran que las manifestaciones de la cultura en que más destacamos es en todo aquello relacionado con la agricultura(mucho, 71%), quedando muy atrás la artesanía (mucho, 16%), la música y la danza (mucho 8,9%).

Según el estudio, los murcianos se reconocen muy poco a través de elementos simbólicos como la bandera y el himno (mucho, 26,9%); televisión autonómica (mucho, 14,5%) o deportivos, como tener un equipo de fútbol en primera división (mucho, 9,9%).

Por otro lado, los ciudadanos de la Región tienen bastante claro lo que no son: consideran mayoritariamente que no son nada nacionalistas (nada, 56,3%). Por otro lado, los ciudadanos de las comarcas de Cartagena y del Bajo Guadalentín son los que menos murcianos se sienten.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los pregones de Ballesta, ex rector de la Universidad de Murcia y actual Consejero de Obras Públicas, hablan cariñosamente de "un país llamado Murcia"; y ciertamente no para de hacer pregones por muchos pueblos de la geografía murciana, lo anuncian habitualmente en la prensa.

Por esta razón, no entendemos a un Valcárcel que hoy mismo ha declarado en el Congreso Nacional del PP que su partido no es regionalista ni nacionalista. Es más, considera a aquellos que lo defienden como "enemigos de España", no caben en el PP, por ser unos intolerantes (?).

Debe estar muy olvidadizo Valcárcel, porque muchos intelectuales de la región y de otros lugares de España tienen muy claro que practica un nacionalismo de apellido "hidráulico", es el AGUA PARA TODOS. De ahí, el enfrentamiento continuo del PPRM con otras CC.AA.

Resultado: nadie quiere a Valcárcel fuera de la Región y tampoco le han dado un puesto en la dirección nacional del partido.

Habría que resaltar que el "nacionalismo hidráulico" de Valcárcel le ha resultado muy beneficios en términos electorales y económicos; ha logrado engañar a un 60% de los votantes murcianos, expoliar estas tierras y justificar la corrupción impunemente, por eso no la condena y tomas medidas contundentes al respecto.

¿Hay conexiones entre el nacionalismo hidráulico y el histórico que defiende Ballesta?

Copio y pego el pregón más significado de Ballesta:

PREGÓN MOROS Y CRISTIANOS 2006

¡Noble y honrada, risueña y pintoresca, qué hermosa estaba Murcia cuando el monarca de Castilla, Alfonso el Sabio, tomaba de ella posesión ya para siempre! Murcia, ciudad clara de colores calientes, de piedras tostadas y notas deliciosas de luz. Las calles estrechas, “vereditas del cielo” como las llamaba Pedro salinas. Cielos, nubes, montañas, colores, vientos, claridades. Toda la belleza intacta del paisaje murciano. Murcia erguida en hermosura.

Sr Presidente de la Federación de Moros y Cristianos de Murcia,
Reyes, abanderadas, embajadores
Kábilas y mesnadas
Festeras y festeros

La ciudad de Murcia, cuando el Rey Sabio hace su entrada triunfal, conquista el corazón de éste, hasta el punto de que su corazón ha quedado con nosotros para siempre. La imagen de Murcia, que contempla Alfonso X ya no la podrá olvidar:

Reclinada en el margen del Segura, que le sirve de espejo donde mira su graciosa imagen; cercada de fuentes e incomparables muros, a trechos guarnecidos de salientes y cuadradas torres, a guisa de vigías; con el confuso y apiñado grupo del desigual caserío, de blancas azoteas, asomando virtuoso y regocijado por entre la almenada crestería del cinturón de piedras que la ciñe; con las gallardas torres del Alcazar-Kibir, hasta entonces fastuosa morada de sus reyes, y del Alkazar-Saguir de sus gobernadores, descollando sobre la quebrada línea del resistente adarve, cómo descuellan las cúpulas doradas de sus mezquitas. Entre los domos de los altos y rojizos minaretes, solitarios y silenciosos ahora, los penachos de las esbeltas palmeras y el desbordamiento, en fin, lujoso y exuberante, de los frondosos huertos y de los plácidos jardines que amenizan y embellecen la población con mágicas entonaciones y espléndidos matices, se alza, en efecto, ufanosa y rica, provocativa y encantadora, llena de sin igual señorío, Murcia. La contempla el colosal castillo de Monteagudo, que la ha visto nacer arrullada por los vientos de la discordia surgida entre yemeníes y maaditas en el siglo III de la Hegira (IX d. J.C.) como la mejor de las obras del Abdal-Rahman II que funda la ciudad de Murcia el domingo 25 de junio del año 825, con objeto de establecer en ella un baluarte desde el cual controlar y, en caso necesario, cortar las luchas que se producían entre los grupos rivales musulmanes yemeníes y mudaríes que poblaban la región, llegando a convertirse en la capital de la provincia de Todmir. Su protagonismo es indiscutible desde el momento de su fundación al ser designada como centro de residencia del gobernador musulmán, que le llevará a ser la primera ciudad del Reino, sin discusión, desde el siglo XIII.

Fueron aquellos habitantes árabes los que abrieron las venas al Segura haciendo serpentear el agua por acequias, brazales y partidores; fueron ellos quienes en memoria de Palmira y enamorados de su lejana patria plantaron aquí las erguidas palmeras que entonan el paisaje de nuestra huerta; ellos quienes transformaron en vergel las tierras maltratadas por los desbordamientos del Segura, del Sangonera y del Guadalentín. Compararon los poetas musulmanes el suelo de Murcia con el de Egipto; el río Tader o Segura con el Nilo; las terribles inundaciones de nuestra tierra con las benéficas del río sagrado. Fueron aquellos agricultores de Egipto y Arabia, habitantes del Yemen, los que hicieron de ti, Murcia, el jardín oriental de Al-Andalus.

El mejor lugar para pasar el invierno, entre cañas, cúpulas y casas.

Para pasar la primavera, lugares por donde se desliza el agua sobre praderías, llanuras y colinas.

Y para el otoño, lugares de aguas, o alhamas, entre árboles, castillos y caseríos.

En Murcia se reflejan los árboles en las aguas cristalinas del río, dejando rodar palabras bellas, como piedras preciosas, en noches de luna llena.

Embriagándonos con el aroma de los árboles y flores, mientras el alba despertaba.

En 1243, el Reino musulmán de Murcia es incorporado a la corona de Castilla, fruto de los pactos de Alcaraz, suscritos por el infante D. Alfonso e Ibn Hud.

Algunos musulmanes murcianos abandonan la tierra que les vió nacer. Y la tradición describe la tristeza grande y profunda que se retrata en el tostado semblante de los moradores islamitas, gente valerosa, llena de ánimo franco y liberal. El poeta árabe-murciano Hazim Al-Qartayanní, nacido en el Reino de Murcia en 1211 y muerto en el exilio tunecino, describe así su melancolía:

Por el paraíso de la tierra vagué, amigo mío, y ahora, lejos de allí, tengo el corazón entre tinieblas.

Ese paraíso, lugar donde todas las alegrías hacen alto, es Murcia, patria de mi solaz y morada de mis gozos.

¡Oh Murcia, cuánta gente dulce y dichosa hay entre tus arrayanes! ¡Y cuánto sosiego!

¡Cómo recuerdo la corriente de tu río alejándose de ti; o el puente de Waddad, que contemplaba desde la orilla elevada, aguas arriba!

Canta Hazim a su tierra murciana y canta a España entera, desde su exilio de la corte tunecina, recordando su tierra natal
Pero ahí no acaba la historia. Cuentan las crónicas y describen los historiadores que muchos regresaron desde las tierras lejanas a las que habían sido deportados.

En la segunda parte del Quijote, Sancho se encuentra a un morisco que regresa a su pueblo, disfrazado con un hábito de romero, después de haber sido expulsado de los reinos de España él y todos los de su nación. Son, sin duda, dos de las páginas más conmovedoras de nuestra literatura, regadas por las lágrimas de ese morisco que relata la pena de verse alejado de su patria. "Lo más terrible que nos podía dar", dice, y añade "Doquiera que estamos lloramos por España; que en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea".

Pues bien, no sé si alguno de ustedes recuerda el nombre que tiene este personaje en la obra más importante de la literatura universal como es el Quijote. Miguel de Cervantes utiliza para ese morisco un nombre que a todos nos es familiar, Ricote. Probablemente porque fue este Valle murciano uno de los principales focos de repoblación mudejar de estos españoles del exilio.

Y, sin embargo, nada tienen que recelar los islamitas-murcianos del monarca de Castilla, quien, como blasón y emblema de la grandeza de Murcia, borda en el pendón concedido a la ciudad cinco reales corazones, con los que alude a los cinco principados que constituyen el Reino. El Rey Sabio acude solícito y generoso a preservar los restos de la cultura mahometana, respetando propiedades, amparando los derechos y mostrándose con largueza protector de los mudéjares. Conserva a los murcianos su administración propia con su rey de la estirpe de los Beni-Hud, su aljama o concejo y su justicia mayor; otorga el beneficio del mercado semanal y atiende al embellecimiento y mejora de la población con muchas y muy estimadas exenciones que alcanzan por igual a musulmanes, cristianos y judíos.
Hablar de las costumbres de los murcianos es hacerlo de las singularidades de un pueblo que, a lo largo de los siglos ha sido cruce de caminos, encrucijada de civilizaciones y tierra de fronteras. Las costumbres de los murcianos son innumerables y difíciles de describir: nuestro lenguaje, nuestras tradiciones y creencias, leyendas y cuentos, labores y objetos, recuerdos y juegos, cantos, músicas y danzas constituyen un patrimonio singular que hace que muchas veces adoptemos actitudes basadas en la costumbre. Se ha llegado a decir que el murciano piensa y discurre por costumbre; que estas costumbres son suyas, y, casi todas, indefinibles, inexplicables.

A la hora de pretender definir en que consiste eso que llamamos “identidad murciana” se acude a respuestas difusas. “Somos distintos” se dice. Se apuntan definiciones por exclusión: “No somos andaluces, ni manchegos, ni, por supuesto, valencianos”. Caro Baroja, en sus “Apuntes murcianos”, señala en 1950: Murcia es una encrucijada de las más típicas que hay en España, donde se cruzan lo castellano-manchego, lo aragonés, lo valenciano, lo alicantino y lo andaluz de un modo matizado y gradual.

Murcia ha sido a lo largo de la historia tierra de fronteras. Es posible que la personalidad del murciano surja como consecuencia de la amalgama de los pueblos circundantes y que la Región de Murcia tenga sus señas de identidad en la síntesis, en el mestizaje. Efectivamente, este territorio arrinconado en el mapa de España, ha estado emplazado, desde sus orígenes, entre cartagineses y romanos, entre visigodos y bizantinos, entre castellanos y aragoneses, entre cristianos y nazaríes, entre españoles y berberiscos, a orillas del Mediterráneo. Lo propio del genio murciano ha sido ensamblar, de manera singular, todas estas culturas, fecundarlas recíprocamente, para generar, en el presente, una síntesis histórica y una personalidad cultural irrepetible.

Somos, los murcianos, habitantes de un lugar de España, a caballo entre culturas y formas de ser distintas, todo lo cual contribuye a configurar nuestra natural y privativa forma de ser. Siempre será poco cuanto hagamos, los que nos sentimos arraigados en el solar de este viejo Reino de Murcia para hacer compatible y complementaria nuestra pertenencia a ese cuerpo superior que llamamos España con nuestro legítimo patriotismo local; por mantener vivas unas formas de convivencia y de civilización, ese peculiar humanismo murciano en el cual convergen todos nuestros particularismos, y que tan característico es de la auténtica identidad murciana.

Como ejemplo vivo y real de todo lo dicho, nuestras Fiestas de Moros y Cristianos, en las que se integran de forma armoniosa tradiciones y costumbres de diversa procedencia, en las que recordamos el origen medieval de la ciudad y la fusión de razas, ideologías y religiones que se produjo en el siglo XIII. La herencia árabe, que transmitió a los murcianos sensibilidad, comunicación, diálogo, ejercicio mental, cultivo de las artes, buenas maneras y un punto de tolerancia, todo lo cual contribuye a configurar nuestra personalidad como pueblo. La herencia cristiana, que se manifiesta en la fe recibida de nuestros mayores, en la austeridad de vida, en la inquietud por conocer nuevos horizontes, en la capacidad de trabajo y en nuestro permanente estado de búsqueda de un futuro mejor para nuestros hijos. El murciano ha sabido aceptar, tamizar y asimilar costumbres, prácticas artísticas y actividades lúdicas de otros pueblos, que a lo largo de los tiempos han ido creando unas líneas propias de ser y actuar, las cuales han dado como resultado nuestro comportamiento actual.

La Fiesta de Moros y Cristianos, lugar común en el que queda reflejada, sin palabras, esa manera de ser, esa personalidad tan única de todos nosotros, los murcianos.

A todos vosotros representantes de las Kábilas del bando moro: Abul l- Abbas, Aban Mardenox, Mudéjares, Abeniyad, Abderraman II, Moros almohades de Murcia, Ibn Arabi, Almorávides de Munsiya. A vosotros, que vestís con orgullo los ropajes moros, recordaros las palabras del insigne erudito Merino Alvarez:

“hoy como ayer, todo es obra de moros: todo es moro: moro es el traje, en que el turbante se convirtió en pañuelo y montera, la chilaba en capote, el calzón berberisco en los zaragüeles y las babuchas en alpargate; moros en la huerta, los naranjales, los almíbares y mil otras confituras, mora la barraca construida con adobes; mora la alquería; mora, en fin, la música de las malagueñas murcianas, de las parrandas y de las torrás, en las que al son de una bandurria o de una guitarra, nuevas reminiscencias del cour árabe, vibra el corazón y el alma de un pueblo”.

A todos vosotros Damas y Caballeros de las mesnadas del bando cristiano:
S Juan de Jerusalem, Caballeros y damas de santa Maria de la Arrixaca, Huestes de Fernando III, cuartel de los caballeros del Temple, Orden de Santiago, Caballeros y Damas del Infante D Juan Manuel, Caballeros y Damas del Rey Jaime I el conquistador. A vosotros que sumais en soberbio espectáculo, la elegancia de los ropajes femeninos con la nobleza de los masculinos consiguiendo en el desfile que vuestras policromías sean como una prolongación del color y la luz de la ciudad huertana, como una escenificación barroca que parece estar hecha a imagen y semejanza del temperamento apasionado y vital de los murcianos. Vosotros cristianos, defendisteis a lo largo de los siglos este territorio situado en una auténtica situación de encrucijada. Nuestro rincón suresteño ha sido siempre una frontera animada, como testimonia la orla de Castros Torres y castillos que circundan el antiguo Reino de Murcia y que tan pródigamente han proyectado su imagen y sus símbolos en nuestros escudos. Vosotros cristianos, levantaisteis sobre las ruinas de la mezquita, el mas grande prodigio que vieron los tiempos, nuestra Catedral, cuya fachada, resume en piedra la historia vida y milagros de esta ciudad.
La ciudad de Murcia, presidida por la Torre de la Catedral, ornada, graciosa, entre la ligereza y la robustez, con un color suave, admirable. La torre que es lo primero que buscamos ansiosos con la mirada los murcianos cuando regresamos de viaje para que nuestro corazón encuentre la tranquilidad. Torre de la Catedral, admirada por artistas y poetas, como Gerardo Diego:

“Aprende, amigo, goza del Segura.
Sube a la reina torre a distenderte
En círculos de lumbre y de verdura”.

“La torre como un vigía…” cantamos los murcianos en el himno a nuestra madre y patrona, la Virgen de la Fuensanta. La torre como un vigía, la torre como un poema de piedra que se eleva en forma de símbolo, que perpetúa el amor de los hijos por su madre del cielo.

Moros y Cristianos, murcianos todos, sintamos en sano orgullo de haber nacido en una tierra que nada tiene que envidiar a otras.
En el fondo, escribe el prof. Jover Zamora, somos uno de los pueblos más viejos de España, con sus raíces a orillas del Mediterráneo, entre las colinas y las calas de Cartagena, Mazarrón y Águilas, a través de los cuales penetró en nuestra tierra la civilización y la lengua de Roma, el cristianismo, las corrientes liberales y democráticas de los últimos siglos e incluso el mismo principio federativo que actualmente ha constituido el fundamento de la nueva Europa. Somos uno de los pueblos más viejos de España; pero hoy somos uno de los más jóvenes, con una de las tasas de natalidad más altas de la nación y con una capacidad de iniciativa dentro y fuera de nuestra tierra que ha venido a hacer realidad viva, la bella y fuerte definición que de nuestro pueblo nos legó Miguel Hernández: “Murcianos de dinamita – frutalmente propagada-.”

En esta noche de Septiembre, Murcia nos habla y nos dice:
Soy Murcia, la de las sequías tórridas y las de las contumaces avenidas de río, la hija de la luz como la bautizara nuestro místico Ibn Arabí, la de la dulzura del clima y la claridad en el aire, la de los escudos en sus caserones, la de los colores en tonos calientes, sepias, ocres, canelas y la gama infinita del rosa al amarillo en esos mismos colores según las horas. La de las plazas con hechizo, apacibles, silenciosas. La de la gente acogedora. La del canto ancestral de los auroros, con voces varoniles de la huerta al compás de la campana. La de sus barrios porque hay una Murcia más o menos grande, formada por varias murcias pequeñas que son sus barrios. S Nicolás, S Pedro, S Antolín, S Juan, S Lorenzo, el Cármen y Santo Eulalia. Soy Murcia, la de las caras alegres de los niños, esos que en semana santa forman un enjambre de aprendices penitentes, con sus túnicas de fuertes colores, sus medias bordadas por las abuelas, obsequiando caramelos en genial desconcierto a todo el que se acerca. Murcia, la que lleva en sus aires, sones de parrandas, fragancia de huertos, leyendas árabes, retazos levantinos, señorío castellano y monumentalidad barroca. Soy Murcia, ese lugar como escribe Ramón Gaya, al que regresamos permanentemente los murcianos, para recordar esa especie de hálito suyo, único inconfundible, ese leve espesor del aire, esa sutil carnalidad del aire…. Esa preciosa y enigmática sustancia última ( o mejor primera) de lo murciano. Ese pueblo que mantiene la “humanidad murciana” y que caracterizado los su proyección afectiva hacia lo pequeño y débil utiliza el diminutivo en “ico” que dice más que muchos libros acerca de la idiosincrasia de un pueblo que lo aplica en su vida cotidiana.
Este pregonero llega ya al final de su camino, y quiere concluir recordando unas palabras de un querido compañero en la Universidad de Murcia, el profesor Flores Arroyuelo, en las que define, a través de los sentimientos ese concepto de identidad murciana que hoy he querido compartir con ustedes.
“Se dice con demasiada frecuencia que se ama lo que se conoce, pero también es cierto que se conoce porque se ama. Con Murcia, posiblemente suceda lo segundo, se la ama de antemano y con ello parece que ya hemos llegado a donde nos guía nuestro deseo. Por eso se puede decir que hay tantas Murcias como tantos murcianos la pueblan, e incluso más; que hay tantas Murcias como tantos extraños curiosean en ella, pero no es así. Murcia sólo hay una, llena de contrastes, compleja, diferenciada, oculta, golpeada por el sol de pobres ríos, de fértiles vegas, de cielo azulón, de montañas enormes en cuyas cimas la vegetación se hace pobre, de horizontes en los que la mirada reverbera… Todo ello, al final, es Murcia, un país llamado Murcia”.