La centralidad política del PSOE es cada
vez más sólida. Las primarias monopolizan el foro público. Ya pueden
las grabaciones de González mostrar que involucra al Santo Padre en la
corrupción del PP. La atención pública se centra en el duelo entre Díaz y
Sánchez.
Tanto que toman partido hasta quienes votan y militan en otros
partidos. Ya pueden los de Podemos convocar un jubileo (que tal parece)
el día veinte con el fin de hacerse ver. Lo que importa es lo que pase
el veintiuno. Porque tendrá repercusiones en el Estado. Es parecer
general que nos jugamos mucho.
Por
eso cunde el nerviosismo, sobre todo en la candidatura de Díaz, ya que
en la otra van de sobrados. Se endurece el tono; vuelan las
insinuaciones, la malevolencia y las amenazas. Fernández Vara afirma
que, si gana Sánchez, el estará en contra por razones patrióticas. Le
sale la vena nacional-pepera. Es el pánico desatado ante la inesperada
verosimilitud de que gane Sánchez.
Y,
sin embargo, estaba claro desde el principio. El titular de la
estructura da en el clavo. Se vio en el primer momento a nada que se
miraran las redes, ese mar de información, hoy dominante. El retorno de
Sánchez tras la defenestración puso en marcha la estructura que se
articuló virtualmente pero, y esto es esencial, prendió en la estructura
real, tradicional. La dinamizó.
No
obstante, solo con estructura no se gana, aunque esto es lo que creyó
la candidatura de Díaz, sin preocuparse de nada más. Aparte de la
estructura hace falta presentar un liderazgo. Este, a su vez, se
articula en dos aspectos: la imagen y el discurso.
La
imagen de Díaz es mala, fuera, al parecer, de Andalucía. Ese ánimo
folklórico no tiene público. Arrastra, además, la sombra del complot
para defenestrar al entonces SG, tanto más repelente cuanto que lo hizo
para ponerse ella. La imagen de López es desvaída. Su propia candidatura
duda de si es avisado seguir en lugar de retirarse. El vasco sigue, más
por testarudez que por expectativas.
La imagen de Sánchez es buena y
tiene fácil presentación como símbolo que viene a deshacer un entuerto.
Alienta encendidas simpatías por motivaciones morales: lealtad,
congruencia, honradez, mantenimiento de la palabra dada, todas
positivas. También las alienta Díaz, pero por otras motivaciones, más
bien caracteriológicas y caudillescas: sabe ganar, trabaja
sobrehumanamente, está ungida por los dioses y es cien por cien PSOE
ganador.
Si
la imagen de Díaz es mala, su discurso es inexistente. Los exabruptos
que va soltando por la Península sobre fraternidad y ganas y voluntad y
fuerza no pueden darse como elementos de un discurso racional salvo en
lo declamatorio. Y cuando intenta hablar de algo que no sea ella misma,
se contradice. Quien sostenía hace poco que el PSOE no es de derechas ni
de izquierdas, dice ahora que el PSOE es de izquierdas de toda la vida.
La que se ofende cuando detecta alguna falta de respeto en la
competencia se apoya en un fiel colaborador que llama hija de puta a una
correligionaria. Quien se abstuvo para que gobernara Rajoy dice ahora
que va a hacerle la vida imposible.
Díaz
planea dar a conocer sus líneas programáticas al día siguiente del
anunciado debate con los otros dos. Será para que no se las copien. El
programa, ese documento del que tanto Díaz como López carecen. La una
porque siempre dio por suyo el del partido ya que era la ungida, el otro
porque su candidatura era puramente instrumental o táctica desde el
principio. Y así se presentan ambos a un debate con un competidor que
trae bajo el brazo un programa completo.
Un punto esencial en toda
comunicación: quien establece el marco, lleva mucho ganado. Ese programa
y los pronunciamientos de Sánchez permiten ver un propósito de
articulación de una izquierda democrática, posibilista, socialdemócrata.
Exactamente lo mismo que tienen en Portugal y funciona muy bien.
Seguramente por eso los medios le dedican menos atención que a
Venezuela.
Los
límites no están en la izquierda o cuánta izquierda, sino en las
propuestas respecto a Cataluña. Aun así, la cautelosa y a todas luces
insuficiente propuesta plurinacional de Sánchez (¡ay, el miedo a las
palabras!) es mucho más atractiva que la cerrazón de Díaz en un
nacionalismo hispano-andalusí que la convierte en subalterna del PP en
su política de confrontación.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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