Lo definió perfectamente con una breve frase en su reciente estancia
en nuestro país el último Nobel de Economía, el británico Angus Deaton:
“La combinación de pedir austeridad y después mostrar debilidad frente a
la corrupción es una bomba social. Cuando uno pide esfuerzos a la
población tiene que ser muy riguroso para no soliviantar a la gente”.
Es cierto, la gente está muy soliviantada y con razón. Lo estamos
viendo aquí, en nuestra casa y en gran parte de Europa así como en
Estados Unidos. Con mayor o menor intensidad, la austeridad pura y dura
en la UE o las medidas aplicadas tras la crisis financiera en Estados
Unidos han provocado incrementos del desempleo, de la marginación, de la
pobreza y un notable aumento de las desigualdades. Todos los
indicadores sociales y económicos disponibles de fuentes diferentes
desde la OCDE hasta la OIT así lo prueban. El resultado de ello es el
conocido: aumento del malestar social con notables efectos políticos en
la composición de gobiernos y parlamentos.
Todo esto está ocurriendo desde el estallido de la crisis en 2008
primero en Estados Unidos y, después y con mayor virulencia, en Europa
continente que, recordémoslo, se creía a salvo. Pero lo que empezó como
crisis financiera “made in USA” fue mutando en su contenido y en su
perímetro. Recordemos también que España con “el sistema financiero más
sólido del mundo” (el entonces presidente Zapatero “dixit”) también se
creía a salvo.
En Estados Unidos como ha señalado también el propio Deaton “la clase
trabajadora, sobre todo los blancos, han visto como perdían poder
adquisitivo a raíz de la crisis financiera y como algunos banqueros que
cometían delitos han salido libres o prácticamente sin ninguna condena”.
Búsquese ahí, en esa corrupción delictiva e impune, una de las razones
de la eclosión y arrastre de Donald Trump. No es la única pero cuenta.
Cuando la economía va bien y aumenta el bienestar, el umbral
ciudadano de permisividad respecto de la corrupción política y
empresarial sube. La gente es más proclive a pasar por alto las
fechorías de unos y otros y a no dar la importancia que merece un
elemento clave en el esquema como es la impunidad. Lo hemos visto aquí
claramente. Las encuestas del CIS han mostrado un crecimiento del
rechazo ciudadano a la corrupción en estos años de la crisis. Una parte
de los escándalos salidos a la luz venían de atrás solo que entonces ese
umbral de permisividad había subido. No solamente por parte de los
ciudadanos sino también, y esto es importante, por parte de poderes del
estado como el ejecutivo y el judicial así como de partidos políticos y
medios de comunicación. Cierto que de manera insuficiente e incidiendo
no tanto en prevenir como en sancionar buscando reducir la lacra de la
impunidad.
Decisivo para el descenso del umbral citado han sido y son las
políticas del gobierno Rajoy con incidencia especial en recortes en
sectores sociales como la enseñanza, la sanidad y la dependencia así
como las laborales con la devaluación competitiva y la “flexibilización”
del mercado de trabajo. Todo ello ha traído más pobreza y marginación y
mayor desigualdad. Todos los indicadores lo prueban. El malestar
ciudadano responde a causas reales, no es algo artificial. Sus efectos
políticos los estamos viendo. Segunda parte y quién sabe si habrá
tercera, el próximo 26 y días subsiguientes.
(*) Economista del Estado
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