martes, 5 de enero de 2016

Un programa común de Gobierno / Primo González *

Los empresarios españoles se mantienen con un cauto silencio en relación con los movimientos que se están desarrollando entre bastidores de la vida política para ver la forma de formar un nuevo Gobierno. Han venido diciendo, hasta la saciedad, durante los últimos meses, que deseaban un Gobierno capaz de mantener y profundizar las reformas que el Gobierno de Rajoy ha ido aplicando en los dos últimos años de la legislatura. Pero ahora, tras el 20-D, y dado que el partido gobernante de la pasada legislatura no cuenta con mayoría absoluta y que una alianza con uno de los nuevos partidos, Ciudadanos, con ideología y programa más o menos afín al del PP, es insuficiente para lograr la mayoría absoluta, está apareciendo una sensación de desconcierto y hasta de inquietud. Hay temores muy fundados entre el sector empresarial, que se dejan entrever en algunas declaraciones públicas de forma más o menos explícita, de que la inestabilidad política se instale entre nosotros, dando paso a una larga etapa de Gobierno escaso y endeble.

El deseo al parecer predominante en los sectores empresariales es la formación de una mayoría parlamentaria que ofrezca sustento a un Gobierno con buena capacidad decisoria. Esa mayoría tiene que ser respetuosa con los postulados básicos en los que se ha asentado la economía española en los últimos años, es decir, una economía de mercado, enmarcada sin reservas en la disciplina de la Eurozona. Durante los últimos años, Gobiernos socialistas y populares, con mayor o menor acierto, han respetado estos postulados.

Por ello no debería haber problema para que ahora, la suma de las dos opciones, la socialista y la liberal conservadora, se unieran en una sola pieza para desarrollar un programa común de Gobierno, bajo la batuta posiblemente del partido más votado (el PP) pero con un programa de Gobierno estructurado en torno a ideas comunes, que sean coherentes y que cuenten con el beneplácito de la Comisión Europea. Estas condiciones descartan, como es fácil deducir, cualquier veleidad izquierdista, o sea, una alianza entre socialistas y un partido como Podemos, que se sitúa en el extrarradio de las ideas que definen nuestra pertenencia a la Unión Europea.

Además de que los números no salen, la suma de PSOE y Podemos resultaría toda una bomba de relojería contra nuestra pertenencia a la Unión Europea. El líder socialista, Pedro Sánchez, ha defendido esta unión como una opción posible de Gobierno. La reacción de la mayor parte de sus compañeros de partido con peso específico ha descartado esta alianza porque no admiten la ruptura del Estado español que se encierra en el pintoresco propósito de Podemos de defender una consulta vinculante soberanista en Cataluña o en cualquier otro territorio español. Esta propuesta ha echado por tierra las posibilidades de un acuerdo entre socialistas y Podemos.

Pero la realidad parece ser de bastante mayor alcance, ya que las discrepancias entre estos dos partidos no sólo se reducen a la cuestión territorial sino a otros muchos aspectos de vital importancia para la economía y para la convivencia. Se pueden enseñar como elementos probatorios de la posibilidad de tal alianza cuando se exhiben los acuerdos entre socialistas y Podemos en ámbitos municipales y autonómicos en estos últimos meses. Pero un acuerdo de ámbito estatal para gestionar el Gobierno de la nación entera es asunto de mayor calibre, palabras mayores, ya que no hay matemáticas posibles para sentar bases comunes entre ambos partidos cuando se trata de organizar un programa económico sensato y respetuoso con los compromisos europeos de España.

En estas condiciones, la suma de PSOE y PP se va alimentando de numerosos argumentos y apoyos como la más posibilista y desde luego la más coherente con lo que los Gobiernos españoles de los últimos años, desde el ingreso en la UE hasta nuestros días, han ido construyendo, muy lejos del idealismo utópico de algunas de las fuerzas políticas emergentes. La cuestión, por lo tanto, parece ahora mismo centrada en saber cuánto tiempo tardarán los dos protagonistas en sentarse a la mesa a negociar un entendimiento y cuánto tiempo tardará en hacerse realidad esa alianza, que parece ser las única con capacidad para aprovechar la inercia económica de estos dos últimos años y de convencer a empresarios, inversores y colegas de la UE de que España ha encontrado al fin el rumbo adecuado. Todo ello, desde luego, con la mayor urgencia posible, ya que demorar mucho tiempo una solución de este perfil puede ser equivalente a la ausencia de solución.

(*) Periodista y economista

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