Los empresarios españoles se mantienen con un cauto silencio en
relación con los movimientos que se están desarrollando entre bastidores
de la vida política para ver la forma de formar un nuevo Gobierno. Han
venido diciendo, hasta la saciedad, durante los últimos meses, que
deseaban un Gobierno capaz de mantener y profundizar las reformas que el
Gobierno de Rajoy ha ido aplicando en los dos últimos años de la
legislatura. Pero ahora, tras el 20-D, y dado que el partido gobernante
de la pasada legislatura no cuenta con mayoría absoluta y que una
alianza con uno de los nuevos partidos, Ciudadanos, con ideología y
programa más o menos afín al del PP, es insuficiente para lograr la
mayoría absoluta, está apareciendo una sensación de desconcierto y hasta
de inquietud. Hay temores muy fundados entre el sector empresarial, que
se dejan entrever en algunas declaraciones públicas de forma más o
menos explícita, de que la inestabilidad política se instale entre
nosotros, dando paso a una larga etapa de Gobierno escaso y endeble.
El deseo al parecer predominante en los sectores empresariales es la
formación de una mayoría parlamentaria que ofrezca sustento a un
Gobierno con buena capacidad decisoria. Esa mayoría tiene que ser
respetuosa con los postulados básicos en los que se ha asentado la
economía española en los últimos años, es decir, una economía de
mercado, enmarcada sin reservas en la disciplina de la Eurozona. Durante
los últimos años, Gobiernos socialistas y populares, con mayor o menor
acierto, han respetado estos postulados.
Por ello no debería haber problema para que ahora, la suma de las dos
opciones, la socialista y la liberal conservadora, se unieran en una
sola pieza para desarrollar un programa común de Gobierno, bajo la
batuta posiblemente del partido más votado (el PP) pero con un programa
de Gobierno estructurado en torno a ideas comunes, que sean coherentes y
que cuenten con el beneplácito de la Comisión Europea. Estas
condiciones descartan, como es fácil deducir, cualquier veleidad
izquierdista, o sea, una alianza entre socialistas y un partido como
Podemos, que se sitúa en el extrarradio de las ideas que definen nuestra
pertenencia a la Unión Europea.
Además de que los números no salen, la suma de PSOE y Podemos
resultaría toda una bomba de relojería contra nuestra pertenencia a la
Unión Europea. El líder socialista, Pedro Sánchez, ha defendido esta
unión como una opción posible de Gobierno. La reacción de la mayor parte
de sus compañeros de partido con peso específico ha descartado esta
alianza porque no admiten la ruptura del Estado español que se encierra
en el pintoresco propósito de Podemos de defender una consulta
vinculante soberanista en Cataluña o en cualquier otro territorio
español. Esta propuesta ha echado por tierra las posibilidades de un
acuerdo entre socialistas y Podemos.
Pero la realidad parece ser de bastante mayor alcance, ya que las
discrepancias entre estos dos partidos no sólo se reducen a la cuestión
territorial sino a otros muchos aspectos de vital importancia para la
economía y para la convivencia. Se pueden enseñar como elementos
probatorios de la posibilidad de tal alianza cuando se exhiben los
acuerdos entre socialistas y Podemos en ámbitos municipales y
autonómicos en estos últimos meses. Pero un acuerdo de ámbito estatal
para gestionar el Gobierno de la nación entera es asunto de mayor
calibre, palabras mayores, ya que no hay matemáticas posibles para
sentar bases comunes entre ambos partidos cuando se trata de organizar
un programa económico sensato y respetuoso con los compromisos europeos
de España.
En estas condiciones, la suma de PSOE y PP se va alimentando de
numerosos argumentos y apoyos como la más posibilista y desde luego la
más coherente con lo que los Gobiernos españoles de los últimos años,
desde el ingreso en la UE hasta nuestros días, han ido construyendo, muy
lejos del idealismo utópico de algunas de las fuerzas políticas
emergentes. La cuestión, por lo tanto, parece ahora mismo centrada en
saber cuánto tiempo tardarán los dos protagonistas en sentarse a la mesa
a negociar un entendimiento y cuánto tiempo tardará en hacerse realidad
esa alianza, que parece ser las única con capacidad para aprovechar la
inercia económica de estos dos últimos años y de convencer a
empresarios, inversores y colegas de la UE de que España ha encontrado
al fin el rumbo adecuado. Todo ello, desde luego, con la mayor urgencia
posible, ya que demorar mucho tiempo una solución de este perfil puede
ser equivalente a la ausencia de solución.
(*) Periodista y economista
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