He leído comentarios encendidos sobre la decisión del Consistorio de Guadalajara de cobrar por la exhumación de Timoteo Mendieta.
Tachan a los ediles del PP –los firmantes del recibo- de “ratas”. Es
una injusticia. No creo que haya o haya habido rata alguna capaz de
hacer con una semejante lo que los regidores municipales han hecho con Timoteo Mendieta. Ni rata, ni roedor, ni mamífero alguno, a excepción del hombre.
Por
eso, el gesto del gobierno de la vara no es comparable a nada, salvo a
sí mismo. Es un gesto de hombre. De homo sapiens, que dice regirse por
la norma de oro de la moral de “no hagas a los demás lo que no quieres
que te hagan a ti”. Tres veces se ha manifestado el mismo espíritu
cainita a lo largo de las generaciones: una, cuando asesinaron a
Timoteo; dos, cuando silenciaron su memoria; tres, cuando se penaliza su
exhumación.
Los autores de las tres monstruosidades no son físicamente los mismos. Sí lo son política y moralmente.
Los autores de las tres monstruosidades no son físicamente los mismos. Sí lo son política y moralmente.
Todo lo venezolano está
sobredimensionado en la esfera pública. A veces hasta el hartazgo.
Alguien podía inventar un meme parecido al de la Ley de Godwin, sustituyendo a Hitler por Maduro y a los bolivarianos por los nazis. Lo de Venezuela aburre.
Pero,
a veces, la que llaman “octava isla canaria”, da sorpresas que
descolocan al tertuliano más avezado en venezuelogía. Por ejemplo esa
consulta ilegal de la oposición sobre la nueva asamblea constituyente
que quiere Maduro y sus adversarios consideran un golpe de Estado para
huir de las elecciones que ellos propugnan. O sea, para entendernos en
la Península, un referéndum ilegal, unilateral y sin garantías. En
Venezuela.
¿Y
qué sucede? Que los tertulianos, columnistas y opinadores de partido
(que son prácticamente todos) no saben qué decir. No es posible
extrapolar la situación venezolana a España. Ni a ningún otro lugar,
sospecho. Los malos de allí no coinciden con los de aquí.
Las
derechas radicalmente antibolivarianas tienen que explicar por qué
apoyan allende el océano una consulta ilegal que aquí prohíben. Su única
salida es embarcarse en tediosas discusiones sobre si la legalidad de
aquí es mejor que la de allí, algo perfectamente opinable en ambos
sentidos y, por tanto, inútil. Y eso sin contar que el espíritu de
obediencia a la ley de la derecha la lleva a postular la del cristiano a
la ley aunque sea injusta, porque todo poder viene de Dios, al decir de
San Pablo en la epístola a los romanos. Sin embargo se matiza que no
hay deber de obediencia a la ley que se opone a la de Dios. Y ya estamos donde siempre: a cristazos. O a tiros.
Las
izquierdas probolivarianas tienen a su vez que explicar por qué apoyan
un gobierno que se opone, ignora e (imagino) considera ilegal una
consulta referendaria igual a la que proponen para Cataluña. Solo puede
hacerse recurriendo al mismo truco ad hominem de la derecha: la consulta
referendaria catalana es una muestra de iniciativa popular y
democrática, mientras que la venezolana es una provocación más y un
intento de fracturar el país y acabar con la revolución y el socialismo
del siglo XXI. Es muy posible. En realidad eso es lo que piensa la
derecha española sobre el referéndum catalán. La izquierda tiene que
admitir el derecho de los ciudadanos a realizar referéndums, con
independencia de que los fines que persigan los organizadores le
parezcan abominables.
Y
lo mismo puede decirse de la derecha. El referéndum venezolano no será
extrapolable a España mientras los dos bloques derecha/izquierda sigan
sin respetar al adversario político y sin reconocerle la dignidad que le
corresponde.
Y eso es, básicamente, falta de espíritu democrático.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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