Cuando José Ballesta fue elegido alcalde de Murcia gracias a la
´colaboración técnica´ de Ciudadanos, una vez que el PP aceptó la
exigencia de que el exalcalde popular, Cámara, imputado en el caso Umbra
y en un0s cuantos más, fuera destituido de la secretaría general de ese
partido (eran los tiempos en que Ciudadanos venía fuerte), se inició la
cuenta atrás hacia una fecha incierta, pero que se adivinaba próxima,
en que se produciría la moción de censura para su sustitución.
Desde
su misma toma de posesión se viene especulando sobre ese momento
fatídico para él, ya que el conjunto de la oposición supera con la
necesaria amplitud el número de concejales con que Ballesta se
fortifica. Pero aunque en ocasiones se han dado gestos de amago y
aproximaciones, el alcalde ni se ha inmutado, quizá porque es consciente
de la verdad del viejo dicho: «Lo que el novio o la novia no pacten
antes del día de la boda, ya no habrá oportunidad de recuperarlo».
Si la
oposición no se pone de acuerdo en el arranque del mandato, ya será
difícil que construya la concordia, pues para derribar a quien se
instala en el poder es preciso elaborar pretextos muy compactos que no
obedezcan a prejuicios que no fueran considerados en el momento de
facilitarle el acceso. Más difícil es si quien se coloca al timón actúa
con la debida inteligencia para evitar ofrecer ´perchas´ donde colgar
los argumentos de la censura, y dispone, además, de la suficiente
paciencia y contención como para dejar que las contradicciones ajenas se
expongan por su propia inercia, sin siquiera estimularlas.
La
oposición municipal en la capital del reino ha entrado desde hace algún
tiempo en fase de centrifugación. Y al día de hoy, con el goteo de
defecciones en algunos de los grupos, ya puede darse por descartado el
riesgo para Ballesta de una reacción conjunta que abrevie el periodo
oficial de su mandato. Todo empezó en Ahora Murcia (Podemos, para
entendernos), donde la desarmonía crónica entre tendencias en ese
partido provocaron que el concejal Luis Bermejo adquiriera la categoría
de ´no adscrito´, desde una posición irreconciliable con sus otras dos
compañeras de candidatura.
Al poco, esta misma semana, la ruptura se ha
producido en el grupo de Ciudadanos, con la escapada voluntaria de
Francisco Javier Trigueros. La oposición se rompe por dentro, aunque
cada caso tenga una explicación distinta, pero el efecto práctico es que
a cada desgarrón, el poder del PP, desde el inicio en la cuerda floja,
tiende a estabilizarse. En el grupo mayoritario, el socialista, aún no
se han dado situaciones tan escandalosas como las señaladas en esos dos
grupos, aunque no será por falta de tensión de las cuerdas.
La dirección
regional no deja de presionar al portavoz municipal, José Ignacio Gras,
para que acate los dictados de la calle Princesa, que se filtran como
genuinos de la voluntad del partido a través de los secretarios locales
todavía afectos al jefe regional, y hay apuestas sobre en qué momento
aquél tirará la toalla. La convivencia interna en el grupo Cambiemos
Murcia (IU, para entendernos) tampoco es de la máxima excelencia, si
bien la ´vieja izquierda´ suele llevar sus peplas con una cierta
resignación histórica.
La descolocación de la oposición a
consecuencia de sus respectivas crisis es, ya digo, un factor de
estabilidad para Ballesta, pero también constituye un problema político
para la funcionalidad de su Administración, ya que la aprobación de los
presupuestos municipales se dilata peligrosamente, entre otras cosas
porque ningún grupo se presta a negociar en términos pragmáticos; sólo
en el socialista, mientras resista Gras, podrá encontrar algún aliento,
pero la dinámica de las disidencias en las otras formaciones lleva a una
carrera de desentendimiento de esta cuestión. Y estamos a mediados de
mayo, y los presupuestos sin aprobar, algo por lo que en el PP no van a
amonestar a Ballesta, a la vista de Rajoy está en el mismo borde.
Sin
embargo, si hasta ahora se le podría reprochar al alcalde falta de
habilidad política para concertar apoyos, la lenta disolución interna de
la oposición puede trasladar a ésta esa responsabilidad, pues los
interlocutores se prodigan, y algunos de ellos, los salientes de la
disciplina de Ahora o de Ciudadanos, es evidente que obedecen a
estrategias de futuro político personal en las que no se van a permitir
hacer concesiones al PP. La cosa, pues, está algo tiznada en ese
aspecto.
Pero frente a todo esto, la impresión general es que Ballesta,
aun con el presupuesto prorrogado (y más a partir de ahora, con la
liquidez extra procedente de los fondos europeos para los proyectos
finalistas que constituyen la base de su programa electoral) va saliendo
adelante sin rémora alguna, y con una actitud política aligerada de
agresividad, lo que no significa que su equipo de concejales esté
aliviado de algún personaje tóxico (en todos los hay) o que entre sus
propagandistas e cabecera no se distinga algún adalid que se exceda en
su pasión para la protección del jefe.
Ballesta va bien. Su
oposición, regular tirando a mal. Quién lo habría dicho cuando, al
principio del mandato, tras la negra e ineficaz etapa camarista, el
nuevo alcalde parecía estar al pairo del capricho circunstancial de la
diversificada mayoría que se enfrentaba a él en los sillones de la
Corporación.
(*) Columnista
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