Muy bueno el artículo de Ibon Uría en Infolibre:
Palinuro lleva un mes preguntándoselo también: ¿quién toma las
decisiones en el PSOE? Hay quien dice que Felipe González y, según
parece, hasta él lo cree. Respalda a su paisana Díaz, pero
vergonzantemente, como si no lo hiciera. Mal debe ver las cosas la
pretendienta para recurrir a un jarrón cuyo prestigio ha caído en picado
en los últimos años.
Otros
aseguran que manda la gestora, cuya gestión, dicho sea de paso, ha sido
ya impugnada ante los tribunales. Y bien impugnada porque es un
atropello desde el principio, no ya a los estatutos de su partido, sino a
las normas más elementales de la educación y el buen trato entre gentes
que profesan idénticos ideales. Amenazas, destituciones, represalias,
arbitrariedad, hostigamiento. Es una purga colectiva con aromas de otros
tiempos.
Pero,
¿quien es la gestora, o sea la junta, para tomar medidas
disciplinarias? Y no preguntemos ya quién para invitar a un proceso de
reflexión teórica de meses para aplazar el congreso que, por cierto, es
el único punto de su mandato y el único que no cumple.
Tienen
al partido en ascuas, en práctico estado de insurrección y se empeñan
en actuar como un sucedáneo, no solo arrogándose competencias que no
poseen sino también capacidad para llevarlas a cabo que aun poseen
menos. El resultado es una parálisis que amenaza con hundirlo todo,
grupo parlamentario y partido. Unas elecciones anticipadas, posibles en
cualquier momento, podrían aniquilar al PSOE o reducirlo a la
irrelevancia, dejando libre un considerable sector del voto de la
izquierda.
Y
justo ese es el momento en que, según parece, Podemos decide
radicalizarse, absorber a IU, endurecer su actitud y descartar toda
relación con el PSOE que no sea la confrontación. Chapeau. Porque si
algo puede revitalizar a un PSOE languideciente, quizá incluso a dos, es
esa radicalización del mensaje de un partido que es un conglomerado de
facciones.
El Rey está desnudo
La modernidad llegó por fin a San Pedro de los Aguados,
si señor. Como en los mejores tiempos del Invicto, paralizaron todo el
centro de Madrid, hicieron una parada militar y se constituyeron
solemnemente mientras los ciudadanos se buscaban la vida en el
endemoniado lío de tráfico. A lo mejor es cosa de llevarse las Cortes
completas a la Casa de Campo, ¿por qué no? O, si se dejan donde están,
inaugurar las legislaturas por lo civil, sin pompa y circunstancia, que
suelen ser caras, engorrosas y aburridas. Y se prestan a unas arengas
ampulosas repletas de vulgaridades y de ambigüedades, si no directas
mentiras.
El discurso del
Rey fue el discurso de Rajoy. Punto por punto. Y con sus mismas
expresiones. El monarca se declara comprometido con los principios del
"régimen constitucional" que él encarna: "soberanía nacional, separación
de poderes y Estado de derecho". Nada de eso es cierto, sino ficticio:
la soberanía nacional hacia fuera es inexistente y hacia dentro,
problemática; la separación de poderes en la pasada legislatura no
existía y en la presente todavía queda la fuerte relación entre el poder
judicial y el TC con el gobierno. En cuanto al Estado de derecho, una
quimera.
En
todo caso, esa parte del real perorar es el equivalente al exordio en
el discurso. Lo bueno viene después, en la exposición o narración, que
es un relato de la España contemporánea desde la transición en los
términos hagiográficos de costumbre, sin mencionar siquiera la cuestión
de la memoria histórica. El relato de la derecha, al final del cual
siempre hay alguien diciendo eso de que "algunos solo se acuerdan de sus
padres..., etc.". Hay que mirar el futuro, dice el Rey porque España es
una gran nación, término habitual en las apagadas soflamas de Rajoy.
En
la subsiguiente argumentación, el Rey se precia del Estado del
bienestar en España y aspira a que la corrupción pase a la historia. Los
cortesanos se hacen cruces del valor real al mencionar dos temas que se
suponen incómodos para el el gobierno. Ni de lejos. Rajoy ataca con su
ojo derecho el Estado del bienestar que defiende con el izquierdo, el
que guiña. Y en cuanto a la corrupción es ya el abanderado de la
iniciativa de convertir la corrupción en historia. Comparte esa honra
con Rita Barberá, que ayer se paseaba por el Parlamento, feliz de
encontrarse en casa. El Rey dice ser neutral, pero su voz es la del
presidente del gobierno autofelicitándose.
En
la peroración el Rey se ha deshecho en alabanzas a la infinita variedad
y diversidad de España y sus Comunidades Autónomas y la firme voluntad
de seguir todos juntos mientras cultivamos nuestros respectivos
jardines. España en singular, esa que, en hallazgo feliz del perorante,
"no puede negarse a sí misma". No, claro, ni España ni mi gato. ¿Y no
hay aquí cierta alegría en reconocer demasiada diversidad y variedad que
alimentará las pretensiones nacionalistas que SM no ha mencionado?
No
haya miedo. El Rey sabe el terreno que pisa. Lo dice claro, aunque con
retorcida sintaxis: "España (...) de la que el Rey, como Jefe del
Estado, es símbolo de su unidad y permanencia". Y lo dice al principio.
Mucho ojo, que este es como los anteriores, vacío pero mal intencionado.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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