Los caprichos del destino y las
consecuencias, siempre imprevisibles de las acciones humanas, han
montado dos espectáculos que resumen los rasgos más característicos de
nuestro predicamento colectivo. Y son espectáculos, de acuerdo con la ya
antigua y acertada caracterización de Guy Debord de la sociedad del espectáculo.
Acertada por encima de otras muchas como sociedad del ocio, del riesgo,
industrial, de la información, etc. El espectáculo lo resume todo y en
un tiempo de reinado absoluto de lo audiovisual está en todas partes.
Pasamos más tiempo viendo imágenes de Rato o de Bárcenas que mirando los
vídeos de las vacaciones. La realidad y el espectáculo se confunden;
son lo mismo.
Dos
matices que explican ese híbrido entre el espectáculo y la realidad.
Primero, los espectáculos convencionales tienen un programa. Se sabe
cómo empiezan y cómo acaban. No es el caso con los espactáculos reales. A
saber cómo acabará el proceso Gürtel, el de las tarjetas black y
la implosión del PSOE, que son los tres espectáculos que coinciden en
cartel. Segundo, en los espectáculos convencionales todo lo que pasa
pasa ante los ojos del espectador, es público. En los espectáculos
reales, no todo lo que pasa pasa a la vista, parte es secreta, está
oculta. Y la tarea del espectáculo es sacarla a la luz.
Del caso Gürtel dice El País que es el pasado
del PP. Eso no es un hecho sino un deseo del periódico. Quiere ver el
latrocinio de la Gürtel como cosa del pasado, de ese pasado al que el
ministro del Interior aconseja no mirar pues debemos hacerlo hacia el
futuro porque lo dice él. Sin embargo, el señor Rato no es cosa del
pasado. Su gestión en Bankia y ese bochornoso negociado de las trajetas black
son un pasado muy reciente. Tanto que son presente. El señor Rato fue
vicepresidente del gobierno. Eso es pasado. Pero el señor Rato está
aquí, ahora. No es una reliquia de otro tiempo, como el brazo
incorrupto. Su voz se oye todos los días diciendo, por ejemplo, que las black eran parte de su salario. Pues podían haber elegido otro color para calificarlas u otra condición, por ejemplo, tarjetas blind, ciegas. Que ninguna de tus dos manos sepa lo que hace tu tarjeta.
Pero,
sobre todo, ese increíble entramado presuntamente delictivo, verdadera
empresa del crimen con una cara civil/estafa y otra pública/corrupta es
presente, abrumador presente porque esta siendo juzgado. Y una de las
misiones de los tribunales es reconstruir los hechos fidedignamente, representarlos,
hacerlos presentes. El señor Bárcenas no fue amigo del señor Rajoy en
una encarnación anterior, sino aquí y ahora y no hay razón alguna para
pensar que haya dejado de serlo.
No
es el pasado. Es el presente. El país puede verse gobernado por gentes
que pasan más tiempo en trámites procesales que en los sillones de sus
cargos, por un presidente cuyo nombre estará saliendo de continuo a lo
largo de las vistas y eso si unos u otros no piden su comparecencia por
diversos motivos.
A
este personal quieren los caciques socialistas que el PSOE entregue el
gobierno. Para ello han dado un golpe de mano de comedia de enredo y han
descabezado el partido sin calibrar las consecuencias de su asalto.
Quieren la abstención para evitar terceras elecciones y, sobre todo,
para impedir un gobierno de alianza PSOE-Podemos y quién sabe si también
indepes catalanes. Había que destruir el NO es NO y hacerlo rápidamente
porque estaba generando mucha simpatía y apoyo populares en la propia
izquierda. Por eso, golpe de mano fulminante, destitución del secretario
general, nombrado en primarias, desprecio por el sentir de la
militancia y constitución de una gestora que, en realidad, actúa como
una Junta. Y se han cargado el partido.
Su
situación ahora no solo es indigna por el procedimiento empleado sino
también ridícula por los resultados obtenidos, que son ninguno. Han dado
un golpe de mano y han destituido al líder para ofrecer la abstención
del PSOE y han puesto al PP en una situación de fortaleza porque ahora
no necesita la abstención. Presume mucho más productivo ir a terceras
elecciones -justo esas que el presidente de la gestojunta quiere evitar a
toda costa- que considera ganadas dado que el PSOE no tiene candidato.
Realmente, es para felicitar a los conjurados porque debe de ser difícil desbarrar de tal modo.
Lo
único que pueden hacer los caciques del PSOE si quieren forzar al PP a
aceptar su abstención (antes era concedérsela, ahora es conseguir que la
acepte) es anunciar que, si hay terceras elecciones, su candidato por
consenso será Pedro Sánchez. Es duro de admitir para quienes acaban de
defenestrarlo. Equivale a ponerse en ridículo una vez más, pero a esto
ya debieran estar acostumbrados.
Queda
pendiente la cuestión de la guerra particular entre las dos fuerzas de
la izquierda, PSOE y Podemos. El enfrentamiento por la famosa hegemonía.
Es cuestión abierta que dará para mucho debate en los próximos años: el
declive de la socialdemocracia, el auge de los populismos, la
transversalidad, los casos particulares que cada cual aducirá en su
favor en distintos países, la tradición de las izquierdas españolas,
etc. Será a su vez otro espectáculo aunque seguramente no llegue al que
han ofrecido los socialistas el pasado fin de semana. Pero sea como sea,
ninguna de las dos partes debiera olvidar que en realidad rivalizan en
prestar servicio a la ciudadanía, a la comunidad.
Reitero
mi opinión: en esa deriva del PSOE hacia el PP lo que está buscándose
es la formación de una especie de frente nacional español. Lo prueba
asimismo la prontitud con que el señor Rivera se ha ofrecido de
intermediario entre el PP y el PSOE. Recomienda, además, al PP que no
haga sangre con el PSOE y a este que se deje de monsergas y facilite el
gobierno de Rajoy. En la formación de ese frente nacional español en
contra del independentismo catalán se cifra hoy la salud de la
República..., perdón, de la Monarquía.
La legitimación del adversario
La
petición fiscal de diez y de nueve años de inhabilitación para Mas y
Ortega y Rigau respectivamente es coherente con la actitud que el
gobierno español ha adoptado frente al proceso independentista catalán.
Invocado desde el principio el principio de que la soberanía nacional no
se negocia, obviamente, no hay negociación posible. La soberanía reside
en el conjunto del pueblo español, compuesto este por españoles
iguales. Otro principio que tampoco se negocia, el de la igualdad
hispánica. No hay nada que negociar Y, ante la porfía de los
soberanistas catalanes solo queda la vía de la represión administrativa,
judicial y penal si a ello ha de llegarse.
Eso
en el ámbito de la legalidad. En el de la alegalidad y hasta la
ilegalidad, la vía represiva toma tintes aun más sombríos. Las supuestas
conversaciones grabadas al ministro del Interior con un hombre de su
confianza en Barcelona con el objetivo de jugar sucio con los
adversarios políticos, fabricando escándalos van en el mismo sentido.
Como lo hacen las demás actividades, conocidas o por conocer de las
cloacas del Estado, desde las cuales se puede destrozar el sistema
sanitario del prójimo.
El
proceso, a su vez, sigue su curso. Conseguida la confianza de la
cámara, Puigdemont se ha comprometido a un calendario que se corona, más
o menos en un año, en una República Catalana, Estado nuevo en Europa.
Se estará o no de acuerdo con la razón de ser o la oportunidad del
proyecto, sobre todo teniendo en cuenta que se plantea como una
transición de la legalidad a la legalidad. Pero no cabe duda de que es
algo nuevo, que carece de precedentes y plantea el debate en términos
políticos, esgrimiendo la legitimidad frente a la legalidad vigente.
Habiéndose
perdido la opción de un gobierno de izquierdas en España, merced al
golpe de mano de los barones del socialismo nacionalista español, solo
se prevé el gobierno de la derecha. En el habitual contexto de rigidez y
negativa a negociar nada, esto es, la confrontación con Cataluña. La
idea, siempre la misma: mover al resto de España en contra de los
catalanes. La dialéctica de la hostilidad que no soporta ni la
conllevancia orteguiana. Un comportamiento que da réditos electorales al
que se apoya en proclamas de amor a Cataluña mientras se aviva la
catalanofobia por cualquier motivo, desde una reforma del Estatuto hasta
el ejercicio de su derecho de autodeterminación.
Ahora
ya no es solamente cuestión de la rígida negativa de la derecha, sino
de la no menos rígida del nacionalismo español, porque se ha sumado el
PSOE. El fin último del golpe de los diecisiete en Ferraz, es ajustar el
paso del PSOE al del PP al abordar la cuestión catalana, cuyo punto de
confrontación abierta se vislumbra en el horizonte. No es posible llegar
a un gobierno de gran coalición como siempre había propuesto la derecha
porque el PSOE se oponía. Los tiempos y las necesidades han cambiado.
Ya no ha lugar a una gran coalición, pero sí a encontrar un terreno
compartido de acción parlamentaria en lo que se refiere a Cataluña.
Mostrar un punto de unión y acción común del nacionalismo español, sea
de derechas o de izquierdas. El apoyo a distancia del PSOE permitiría al
PP actuar como un gobierno de salvación nacional, dándole legitimidad a
los ojos de los españoles.
El
precio de todo ello está siendo la destrucción, la fragmentación del
sistema político español: el PP, con su mayoría absoluta en Galicia y
muy grande en Castilla y León, Murcia, Madrid, La Rioja, etc, es
prácticamnte extraparlamentario en Cataluña o País Vasco y es muy
difícil que remonte en Andalucía. El PSOE, prácticamente
extraparlamentario en Cataluña y Euskadi conserva mayorías
substanciales, aunque mermantes, en el sur peninsular. C’s solo puede
tener presencia allí en donde el discurso anticatalanista tiene algún
eco, esto es, Cataluña (curiosamente) y Madrid. El caso de Podemos aún
no está claro. Si el PSOE termina de suicidarse, es posible que este
otro se consolide. Si no, pasará a un segundo plano menos que discreto y
los que iban a asaltar los cielos se quedarán en el purgatorio y los
más infelices, en el limbo.
En
Cataluña el proceso, además de la vertiente parlamentaria e
institucional, tiene otra de carácter simbólico, emotivo. La
movilización transversal de la sociedad ha aportado muchos elementos
sentimentales para fortalecer el movimiento. La petición fiscal de
inhabilitación de Mas es un paso decisivo en la construcción de un
relato simbólico del nacimiento de la República Catalana. Es claro que
el procesamiento del expresidente lo saca del segundo plano en que él
mismo se había situado y lo empuja ya abiertamente hacia lo legendario.
Al perseguirlo, el Estado español ha dado a Artur Mas la legitimidad que
necesitaba para cambiar su figura mosaica de cuando era presidente que
dirigía a su pueblo hacia la independencia por otra prometeica al
encontrarse procesado, quizá condenado por haber dado la palabra a la
gente, que es como quitar el fuego a los dioses.
El
apoyo de que goce Artur Mas debiera dar al Estado una pista de en qué
medida ha calado entre la población catalana el propósito de desobedecer
al ordenamiento jurídico español. Porque el problema para este
nacionalismo no está en los actos de los dirigentes sino en el respaldo
que les dé la población.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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