He leído y escuchado todo tipo de juicios
sobre el discurso de Rajoy: sin alma, sin pasión, aburrido, rutinario,
adormecedor, etc. Cierto, mucho de eso hubo, pero se trata de
observaciones superficiales. La intervención carecía de espíritu, desde
luego. No podía tenerlo porque estaba dictada por muy otros
sentimientos. En concreto, el fastidio que un neofranquista siente al
tener que respetar las formas democráticas y verse obligado a pedir lo
que cree que se le debe porque sí, porque es él. Y pedírselo a personas a
las que desprecia por sus ideas y, si pudiera, las mandaría a la
cárcel, como hacían sus referentes ideológicos Franco y Fraga.
Tal
fue el ánimo de ese trámite ofensivo para su talante altanero y
fascistoide para el que, todos lo han señalado, no había movido ni un
dedo porque cree que los demás están obligados a hacer lo que le
interese a él. Por eso casi todo el discurso fue una melopea átona que
reproducía el tono monocorde y aburrido del caudillo Franco, a quien no
se podía criticar jamás, a diferencia de este gandul, incapaz de
conseguir el apoyo voluntario de nadie porque lo suyo es siempre forzar a
los demás y, si no lo consigue, los desprecia. Por eso, lleno de
despecho y soberbia, apenas refrenados, no mencionó apenas a la
oposición ni se rebajó a pedir el voto de ningún otro grupo. ¿No es el
presidente del partido más votado? ¿Qué hacen los demás que no lo apoyan
fervorosamente?
Y
no solo el tono era el de los franquistas. También el contenido. Igual
que Franco, sabe que no importa lo que diga, -porque nadie le pedirá
cuentas-, sino lo que haga; y miente sin reparo alguno, abiertamente, a
lo bestia. No le importa decir con un rostro de cemento que propone un
pacto por la educación cuando se ha cargado el sistema educativo; que su
prioridad es el empleo, con niveles de paro sin precedentes y un empleo
más ficticio que El Dorado; que se ocupa de la recuperación, cuando la
deuda pública de España es la más alta en un siglo; que va a defender
las pensiones cuando ha saqueado 56.000 millones de euros de la caja de la
seguridad social; que luchará contra la violencia machista cuando ha
recortado una cuarta parte su presupuesto; o que defiende un Estado del
bienestar que lleva más de cuatro años saqueando y desmantelando. Le da
igual mentir, negar lo evidente. Un sinvergüenza, dirán ustedes. Pues
sí. Pero eso es lo que hace desde que se encaramó en la presidencia. Lo
que sucede es que ahora no podrá imponerse y eso lo saca de quicio y lo
empuja a mostrar su proverbial mala educación.
Tanto
desprecio al auditorio y, por encima de él, a los ciudadanos, se
confunde ya con la burla. Dos minutos habló el hombre de los
sobresueldos de la corrupción. Dos minutos el amigo de Bárcenas, Cotino,
Camps, Barberá. Dos minutos el presidente de un partido con docenas de
procesos abiertos por corrupción de sus militantes. Dos minutos para
glosar aquello por lo que había firmado un pacto con Rivera que, a su
vez, ha quedado en ridículo al firmar un acuerdo con un tipo que no
respeta ninguno, no cumple sus compromisos, no tiene palabra y gobierna a
base de mentir, corromper y reprimir.
El
tema que más le ocupó fue el catalán. A estas alturas ya nadie discute
lo que hace un par de años todos, muy seguros, me negaban: que el
problema más importante para España es Cataluña. Por fin está ya claro.
Lo cual no quiere decir que también esté cercano a una solución, ni
siquiera a que los nacionalistas españoles (los cuatro partidos del
Congreso) lo entiendan o quieran entenderlo. A este respecto, Rajoy hizo
ayer lo único que la derecha sabe hacer: mentir y amenazar.
Cataluña
se va y quienes más han hecho porque se vaya son Rajoy y su partido.
Cierto que los otros políticos nacional españoles (todos los demás) no
se han quedado cortos, pero con Rajoy revive lo más granado de la
tradición esparterista y franquista en España: Cataluña es tierra
conquistada y hay que tratarla como tal.
Son
tan brutos que no entienden el radical cambio de situación. Ya no se
puede emplear la violencia militar. Solo cabe acudir a soluciones de
negociación y compromiso y de eso, los españoles no saben de la misa la
media.
Después
del NO que coseche hoy el Sobresueldos y del subsiguiente 48 horas más
tarde, será el momento de buscar alternativas. Palinuro ya no apuesta
por una alianza PSOE-Podemos porque, como ya ha demostrado
anteriormente, Iglesias es un felón al que solo interesa engañar al PSOE
para destruirlo. Y quien comete una felonía una vez, la comete ciento.
He
visto que los habituales artistas e intelectuales abajofirmantes piden
un gobierno PSOE-Podemos-C's. En principio es una posibilidad, desde
luego, pero la veo complicada ya que el pacto anterior de C's con el
PSOE es el pretexto de que se valieron los de Podemos para no votar a
Sánchez a quien ahora, sin embargo, empujan a la desesperada a un pacto
con ellos para evitar las terceras elecciones.
Sin
embargo, a juicio de Palinuro esas elecciones son la mejor opción. Y,
por cierto, reitero mi sugerencia de que se hagan con observadores
extranjeros. No es difícil imaginar qué respeto por la democracia tienen
estos neofranquistas.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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