miércoles, 13 de abril de 2016

El policía bueno y el policía malo / Ramón Cotarelo *

Todo el que haya vivido algo del franquismo sabe que una de las tácticas de aquellos delincuentes de la brigada político-social de la policía era la del "policía malo/policía bueno". Cuando estabas detenido venía un policía desencajado, echando lumbre por los ojos y espumarajos por la boca y te amenazaba con patearte los higados (a muchos se los pateaban) si no les contabas lo que querían saber. Y se iba. Luego venía otro mucho más calmado, sonriente, te daba un cigarrillo y te decía que más te valía hablar porque, total, ya lo sabían todo y a su compañero (el energúmeno que acababa de salir) le podía dar la pájara y atizarte una mano de hostias.

El truco era patente e ignoro si les funcionaba, aunque supongo que sí porque, de otro modo, no lo emplearían.

Es exactamente el mismo que están hacendo Íñigo Errejón y Pablo Iglesias para forzar la voluntad del PSOE a un pacto bajo sus condiciones. Primero viene el secretario general insultando, difamando y acusando a los socialistas de tener cal viva en la manos y luego el afable Errrejón diciendo que no pasa nada y que todas la puertas siguen abiertas y las manos tendidas al diálogo y el entendimiento. Llega de nuevo Iglesias -que, en interin ha desplazado al otro de la jefatura de la misión negociadora- y vuelve a acusar a los socialistas de no tener libertad, de estar presos, de no querer la formación de un gobierno fetén, como el que él propone y de estar mareando la perdiz.

Hagamos breve pausa para lamentar amargamente la pobreza de metáforas de esta muchachada. Lo de marear la perdiz es un manido simil cinegético. Lo de las puertas abiertas y las manos tendidas empieza a ser alarmante; a ver si les va a dar una tortícolis o una paralís, como dice la gente del pueblo. Y en cuanto a eso que repiten para señalar su mucho interés en algo de que "van a dejarse la piel en ello", convendría que la preservaran sobre sus carnes antes de que los llamen el partido de los San Bartolomés.

En fin, que Errejón va de policía bueno e Iglesias de policía malo y los dos quieren lo mismo: que el PSOE se les someta.

Pero va a resultarles muy difícil, por no decir imposible. Errejón borda el papel de policía bueno, de niño bienintencionado, sin dobleza, con sinceridad y autenticidad. Y hasta puede que realmente se lo crea y que esté genuinamente interesado en un acuerdo con el PSOE en el que ambas partes se verán obligadas a hacer concesiones. Pero ahí no acaba la historia. Es imposible creer que Iglesias actúe de buena fe. Todo cuanto ha hecho ha sido torpedear cualquier acuerdo con el PSOE sin que lo parezca, a los efectos de frustar cualquier alianza echando la culpa a los socialistas. Él rompe las negociaciones pero pretende descargar la responsabilidad sobre el PSOE. Lamenta amargamente que Sánchez este preso en la jaula de C's, con lo que justifica que no haya acuerdos y lo insulta otra vez haciéndolo pasar por un chisgarabís o un pusilánime que se deja engañar por el petimetre Rivera cuando es al contrario.

Conviene tener claros los factores psicológicos individuales que intervienen en toda decisión colectiva. Errejón, más leído que se jefe, seguramente quiere el pacto porque sabe o barrunta que si lo hace imposible el electorado no se lo perdonará. Iglesias, más falso y oportunista, dice querer la coalición con el PSOE, pero, en el fondo, a lo que aspira es al muy hispánico "quítate tú para que me ponga yo". Está poseído por el viejo espíritu vindicativo de su "referente intelectual", Anguita, consistente en destruir a la fementida socialdemocracia traidora, aunque haya que pagarlo al precio de repetir las elecciones. En el fondo, el viejo espejismo comunista con aires no tan nuevos. No se trata de sacrificar planes personales al bien común, sino al revés, el bien común a la satisfacción de un ego ilimitado.

Y cuando alguien está tan ciego que no ve sino lo que le interesa ver es inútil advertirle de que, si hay elecciones nuevas, Podemos podrá, sí, ser barrido del mapa.
 
 
El vacío del vacío.


El vacío de poder es condición endémica española porque, cuando no hay vacío, tampoco hay poder. En España no hay nada ni funciona nada, como no sean las organizaciones de delincuentes, desde las redes de trata de mujeres hasta los partidos políticos formados por presuntos malhechores y las burocracias corruptas. La única diferencia entre el gobierno en plenas facultades, que no hacía nada, y el gobierno en funciones, que aun hace menos, es que este último, además, se ha declarado en rebeldía y se niega a rendir cuentas al Parlamento. Ya puede la Cámara pedir la comparecencia del ministro Soria por los papeles de Panamá. Antes comparecerá en el Parlamento de Panamá. O en el de Marte.

Según todos los pareceres, es posible que este gobierno de la derecha ultramontana gane las próximas elecciones con una mayoría holgada en lo que resultará ser un caso único en la historia de masoquismo colectivo. Gente que vota a quien la desprecia, la explota y la esquilma. Incomprensible, pero cierto. Es muy posible que haya cuatro años más de corrupción, de saqueo, de sobresueldos, de chulería españolista, de ley mordaza y franquismo por doquier. Muy posible que el país siga paralizado a merced de la absoluta incompetencia de estos gobernantes. Muy posible que la “gran nación” de Rajoy siga sin pintar nada en los escenarios internacionales.

Frente a este gobierno no hay oposición; no existe un terreno común entre los otros tres partidos institucionales desde el que oponerse. Los tres mosqueteros con un mandato clarísimo de constituir un gobierno como fuera han fracasado en su empeño. Los mismos que se reían de los catalanes porque no componían gobierno a raíz de las elecciones de 27 de septiembre se encuentran ahora en la misma situación, pero con peores perspectivas y una evidente falta de capacidad para resolverla. Se intercambian acusaciones, no proposiciones. Como el gobierno al que se oponen, tampoco sirven para nada. 

En este momento, la única oposición real que hay al gobierno en funciones es Cataluña. El único territorio que marca distancias y tiene a raya al nacionalismo español es Cataluña. Las relaciones entre el gobierno del Estado y la Generalitat no solo son inexistentes sino de abierta confrontación… por parte del gobierno central. Rajoy llega a Cataluña y no se entrevista con el presidente de la Generalitat que es tan Estado como él, sino que se limita a proferir amenazas en tono apocalíptico y tonterías en clave castiza. Como si esto fuera el backyard del decrépito imperio español.

Por lo demás, a Cataluña, como única oposición del régimen de la derecha neofranquista, le da igual que el gobierno del Estado esté en manos de la derecha o de la izquierda en la medida en que las dos son nacionalistas españolas y contrarias no solo a la secesión de Cataluña sino a la mera idea de un referéndum consultivo, no vinculante, con el fin de aplicar el principio democrático. Solo Podemos parece aceptar la idea de un referéndum catalán y no está muy claro en qué términos.
 
Siendo el único contrapoder real al gobierno del Estado, la Generalitat no puede esperar ayuda de ninguna otra parte, sino, al contrario, reproches, críticas y amenazas. Cuando no meras provocaciones, como suele suceder en las redes en donde se vierte el mayor porcentaje de catalanofobia imaginable. Solo puede contar con sus propias fuerzas, sus instituciones, su sociedad civil y su gente. Y con la simpatía que pueda despertar en la comunidad internacional por su carácter abierto, democrático y pacífico.

La minoría nacional catalana en España tiene derecho de autodeterminación diga lo que diga el Tribunal Constitucional español y todas las autoridades del Estado, pero ningún gobierno español permitirá su ejercicio. Siendo como es una minoría nacional estructural en el conjunto del Estado, no puede esperar que funcione en su caso el principio democrático porque los catalanes nunca serán una mayoría dentro de España y no les llegará solidaridad de ninguna de las partes que extraen beneficios del sojuzgamiento catalán.

Por eso, lo mejor que puede hacer es aprovechar ese vacío de poder que hay en España para llevar adelante su hoja de ruta y proceder a la desconexión cuanto antes.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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