Desde hace un par de semanas, miles de
personas han caído en la desilusión. Ya no confían en que, tras las
elecciones del 20 de diciembre, se abra una posibilidad de cambio. Hemos
perdido casi definitivamente la esperanza. La ruptura de las
negociaciones entre Podemos e Izquierda Unida, presuntamente orientadas a
la búsqueda de la unidad popular, han conformado un escenario
francamente deprimente para quienes aspiramos a la consecución de una
democracia real. En mi opinión, e independientemente del nivel de
responsabilidad de cada una de las partes en la ruptura, ha fallado el
planteamiento básico respecto a cómo construir una candidatura de unidad
popular, al estilo de las que otorgaron las mayorías a las fuerzas del
cambio en Ayuntamientos como los de Madrid, Barcelona, La Coruña o
Zaragoza.
Efectivamente, cuando dicha unidad se pretende
construir a partir de la negociación por arriba de aparatos de partidos,
las conversaciones suelen girar en torno a cómo los miembros de las
cúpulas se insertan en las candidaturas. Se habla poco o nada de
programa, y bastante de 'qué hay de lo mío', aflorando los
personalismos, los egos, los sectarismos y las actitudes prepotentes.
Las organizaciones, unas más que otras, caen en la tentación de
erigirse, por sí mismas, en los instrumentos ya conformados de la unidad
del pueblo, por lo que afrontan la negociación como un gesto de buena
voluntad para cooptar a personas de otras organizaciones e incluirlas en
sus propias listas. Qué poco se ha aprendido de las exitosas
experiencias unitarias fraguadas al calor de las últimas elecciones
municipales. Aquellas marcaron el camino de lo que debiera ser la
cristalización de la unidad en otros ámbitos.
La confluencia
fundada en la asamblea soberana de ciudadanos y ciudadanas (sean o no de
partidos políticos) que están por la transformación real, y a partir de
la cual se construye tanto el programa político como las candidaturas,
presenta a mi entender tres ventajas que facilitan el éxito en la
convergencia buscada. En primer lugar, la unidad popular se hace
realidad porque la ciudadanía, y no los aparatos, actúa como tegumento
del proceso unitario. Son las asambleas abiertas de la gente las que
marcan la pauta en la conformación del proyecto, y las cúpulas
partidarias, así como los intereses autónomos que generan, quedan
condicionadas a esa dinámica ciudadana.
En segundo lugar, las
candidaturas emanadas de un proceso de estas características son más
solventes, pues se soportan en liderazgos sociales sólidos. Las
primarias abiertas sin restricciones, desde el inicio del procedimiento,
permite a los y las mejores representar al colectivo en las
instituciones, en lugar de perpetuarse en éstas aquellos miembros de la
burocracia de los partidos que han hecho de la política su forma de
vida, y que orientan su quehacer político, las más de las veces, no con
base en las ideas y el proyecto, sino en función de sus intereses
personales y pecuniarios.
Finalmente, la convergencia ciudadana
(que no excluye, por supuesto, la presencia de siglas con su mochila de
luchas) garantiza el compromiso en torno al cumplimiento del programa
con el que se concurre a los comicios. Es éste un asunto de vital
importancia, por cuanto es frecuente que, cuando la izquierda alcanza
cotas de poder, se ve sacudida por un posibilismo paralizante que
desvirtúa el proyecto merced al cual ganó las elecciones. Esto ocurre
con más facilidad si quienes elaboran el programa y ponen a los
candidatos son los jefes de los partidos, que si, por el contrario,
tanto una cosa como la otra se sostienen en un protagonismo asambleario y
ciudadano ante el que los representantes electos han de rendir cuentas
respecto de su quehacer institucional. Lo dijo Anguita hace tiempo: los
partidos, por separado o juntos en una coalición de aparatos, no
garantizan el cambio. Que las fuerzas rupturistas no caigan en la
tentación de considerarse depositarias exclusivas de ese anhelo de
transformación. Aún se está a tiempo (poco) de reconducir la
convergencia; a tiempo de evitar un desastre el 20 de diciembre.
(*) Ex concejal de IU en La Unión y profesor de Secundaria
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