Nueva demostración de fuerza. Sin matices. El independentismo catalán, que el Estado español y su gobierno han intentado humillar enviando a todos sus máximos dirigentes a la prisión o al exilio, ha realizado este sábado una nueva demostración de fuerza. 

De manera pacífica, como siempre, muchos cientos de miles de personas llegadas de los cuatro extremos de Catalunya ocuparon la calle y protagonizaron un nuevo acto de dignidad frente a la represión de unos, la sumisión de otros y la equidistancia de aquellos que decían hace dos años que venían a cambiar la política y que se han conformado con ocupar las mejores butacas del poder.

750.000 personas, según la Guardia Urbana. Es posible, incluso, que más. Que más da. La marea humana que reclamaba libertad para los presos políticos demuestra lo compacta y granítica que es una reivindicación que el Estado español ha tratado por todos los medios de desarbolar y ahogar creyendo que la haría retroceder a base de medidas represivas y judiciales.  

La manifestación ha demostrado que el independentismo sigue siendo, de mucho, el vector más importante de la política catalana. El único capaz de movilizar a una ingente masa de ciudadanos que no se resisten a dar la batalla democrática de todos estos años por perdida. 

La ignominia que supone en pleno 2017 tener a una decena de presos políticos repartidos en diferentes cárceles españolas y al president Carles Puigdemont y cuatro conseller exiliados en Bruselas se ha convertido en una lluvia fina sobre la política catalana. Y en motivo de atención de los medios internacionales que, con absoluta normalidad, pinchan en directo sus informativos para explicar la realidad catalana.

Y se interrogan sobre qué hará el gobierno español si se repite la mayoría independentista, algo que hoy parece más que posible. Tanto es así que los comicios del 21 de diciembre no se jugarán tampoco en el carril derecha-izquierda sino en el independentista-no independentista. También en el que separa los represores de los represaliados. El independentismo con aciertos y errores no se ha apeado de valores que en otros lugares del mundo son perfectamente homologables. Querer negociar para votar no es una anomalía en el mundo de hoy.

La partida electoral se va a decidir en este terreno, como en los comicios de septiembre de 2015. Que vigilen Ada Colau y los comunes que el 21-D no tiene nada que ver ni con las españolas, ni con la municipales de Barcelona. El fiasco electoral del resultado que obtuvieron en la legislatura finiquitada por Mariano Rajoy debería servirles para extraer alguna conclusión si no quieren repetir el raquítico cuarto puesto de aquellas elecciones.


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia