
Si el PP murciano insistiera en llevar a cabo la reforma electoral que,
atomizando la región con más circunscripciones de las actuales, le
permita seguir gobernando la Región con un 30/35% de los votos, el resto
de los partidos debiera responder con un gesto de responsabilidad
política que, siendo proporcionado al desvarío, suministre una buen
lección al partido que tal agresión planea, aportando además un episodio
de dignidad autonómica que contraste de forma contundente con el
lamentable historial acumulado por Murcia.
Si, para seguir hasta
los veinticuatro años continuados en el poder el PP murciano quiere
amañar la ley electoral para suplir su pérdida de mayoría absoluta con
una manipulación oportunista, los partidos de la región y la sociedad
murciana entera debieran pasar de las lamentaciones y denuncias a los
hechos, con una respuesta que, resultando espectacular y sin precedente,
ponga las cosas en su sitio. Habría, en esas circunstancias, que
condenar la convocatoria autonómica de mayo de 2015, renunciar a
participar en ella y prepararse para una guerra sin cuartel contra las
decisiones de una cámara monocolor y las políticas de un Gobierno
execrable: boicot y acoso, sería el programa para toda la sociedad
murciana distinta a la que sintoniza con el PP, que ya no cuenta con
mayoría absoluta.
Anotaré, antes de seguir, mi relativa sorpresa por la 'revelación' de un Garre
que, abandonando la discreta grisura de su persona y trance, se suelta
el pelo para provocar un escándalo de aúpa: vaya ocurrencia, si es que
creía que así alcanzaría la gloria y superaría la pobreza política
general que a su papel la historia ha reservado. Me ha recordado a aquel
Calvo Sotelo, presidente del
Gobierno de España por año y medio (1981-82), al que la provisionalidad
evidente de su papel entre la dimisión sorprendente de Suárez
y el auge incontenible del PSOE del momento no le impidió meternos en
la OTAN por decisión simplemente parlamentaria, contra una opinión
pública que en ese momento era mayoritariamente hostil.
Y siendo
siempre un ataque la mejor defensa, ha llegado el momento de enmendar
aquel gesto de pillería política del PSOE, creando las cinco
circunscripciones electorales (el socialista Oñate,
en apuros pero pertinaz, dice ahora que aquello lo elaboraron «entre el
ruido de sables y el objetivo de la gobernabilidad». Ya). En cualquier
caso, no debe aceptarse de ninguna forma la vuelta de tuerca de Garre,
aumentando las 'reducciones' para control propio.
Pero volvamos a
la propuesta del boicot. Apuntemos que los regímenes formalmente
democráticos no están a salvo de prácticas antidemocráticas que, de
hecho, los deslegitiman porque vienen a pretender el poder sin el
funcionamiento regular de las urnas, o en prolongar ese poder
escamoteando el ordenamiento vigente y cambiándolo a capricho. La
adaptación oportunista de ese ordenamiento para burlar lo vigente en
asuntos esenciales utilizando mayorías sin consenso debe insistirse en
que pertenece al género golpista, puesto que la toma de poder
ilegítimamente abarca una amplia panoplia de prácticas, más allá de la
violencia o el pucherazo. Siempre habrá, claro, portavoces que apunten
que modificar lo de las circunscripciones en Murcia vale (mándennos,
anden, a Martínez Pujalte a que nos lo diga, y a ser posible que nos lo sublime con lo de 'exquisita legitimidad').
El
boicot sería, pues, una decisión general política y social hacia la
Asamblea y el Gobierno de ella emanado, en todo cuanto fuese posible,
aduciendo ilegitimidad de fondo y desvergüenza de forma. Que iría
acompañado del acoso mantenido desde la calle, con una sociedad civil
que tendría entonces la oportunidad de movilizarse de verdad y con
contundencia. Sería muy interesante porque llegaría el momento en que
una minúscula región del occidente mediterráneo, en cuyo suelo se
acumulan civilizaciones y culturas, avances y realizaciones, desde
nuestros geniales neolíticos hasta la sugerente Ilustración, pasando por
el iberismo, la presencia latino-romana, la huella bizantina, la taifa
andalusí? viviría un episodio dictatorial, grotesco y bananero, con la
mayoría en la gente clamando contra la minoría autoelegida; y tendría la
oportunidad de sacudirse modorras, tópicos y sonrojos.
El
escándalo, a escala nacional y europea, de una región monocolor de
resultas de una maniobra aviesa preelectoral resultaría utilísimo, y con
toda probabilidad duraría poco. Habría llegado, así, el momento de la
catarsis que la Región necesita, superando esa pátina, en gran medida
correspondiente a la realidad, de región de segunda sin remedio,
pedigüeña y contradictoria, escandalosa y corrupta, cuya imagen nacional
se sigue arrastrando por las marcas del subdesarrollo y lo penoso. A
todos debiera alegrarnos que, con la crisis, se suspendiera la autonomía
y se produjese la convocatoria de un consenso regional, con la
reelaboración de nuevas normas de convivencia equilibrada y ecuánime?
Sería el más justo final del periodo en el que el PP en el poder nos ha
ido llenando de ignominia, de pasmo e ira.
Por otra parte, el
acoso desde la calle sería ejemplar: constante y ubicuo, pacífico y
hábil, global y multiforme. Pondría a prueba, desde luego, la
flexibilidad y el sentido social de la ley, el buen sentido de las
fuerzas del orden y el papel social e histórico de los tribunales en tan
emocionante trance. La visión puede resultar ideal pero hay sueños que
se cumplen: si los policías se resisten a reprimir y los jueces se
niegan a juzgar, con la calle en ascuas el sistema acaba cediendo, nadie
debe dudarlo, ya que la historia sigue dándonos muestras, cada poco, de
cambios sensibles desde la calle abierta.
De cara a ese cambio
inevitable, todos los grupos políticos y sociales deberían encontrarse
en un espacio común de indignación y de grandeza; y responder, con
inteligencia y generosidad, a la felonía anunciada de forma acorde y
vigorosa.
(*) Ingeniero y profesor titular de Universidad