No estamos asistiendo a la caída de un
gobierno, sino al hundimiento de un régimen, el de la III Restauración
borbónica. Hasta aquí ha llegado la Monarquía que se inventó Franco. No
ha sabido esta desmarcarse de aquel estigma. O los franquistas no le han
dejado. Y aquí está entre las tarascadas agónicas de un Estado
represivo con una poderosa maquinaria de overkilling que no le
sirve para nada. Los antidisturbios atracados en sus barcos de Looney
Tunes, en espera de que haya unos disturbios que solo ellos pueden
provocar porque el pueblo catalán está en un movimiento amplio,
profundo, poderoso, pero al tiempo, pacífico, festivo.
Los
jueces y los fiscales (ese nuevo Eliot Ness reprobado por el Parlamento
en su lucha por la prohibición) despliegan una actividad intimidatoria,
amenazadora, represiva. Multas, denuncias, querellas, con sus
correspondientes debates sobre legalidad, procedimiento, abuso de poder,
conculcación de derechos llueven sobre círculos cada vez más amplios de
personas: cargos públicos, políticos, dirigentes sociales,
manifestantes, alcaldes.
Están a punto de caer en la aberración de una
causa general contra el independentismo: todo aquel que lleve una
estelada es perseguible. Un intento tan delirante como antiguo de
eliminar la libertad de expresión y restablecer los "delitos de
opinión". Ahora acusan de sedición a los responsables de los actos
"tumultuarios" de protesta por los registros de hace dos días. Mañana
pueden acusar de rebelión. Por acusar y procesar que no falte, a ver si
los indepes deponen su actitud.
Los
estudiantes se han echado a la calle. Los fuegos fatuos del 68 se unen
con los rescoldos del 15M y confluyen en el proceso independentista,
dándole un alcance y fondo imposibles de prever. Se han añadido los
curas. La movilización social se ha hecho permanente. Total, quedan ocho
días. Y el mundo entero vigilando. Está claro que el Estado no dispone
de los medios para hacer frente a la situación en los términos que
planeó en un primer momento: que los indepes muerdan el polvo. Dado que
esto es ya imposible, el problema es cómo se da marcha atrás o se cambia
el rumbo sin que parezca una derrota en toda regla.
Tanto
si el referéndum se celebra como si el Estado consigue impedirlo por la
fuerza bruta el independentismo habrá ganado. Lo razonable sería pactar
el referéndum y dotarlo de esas garantías que tanto reclaman quienes no
quieren darlas. Pero el gobierno no es razonable. ¿Podría ayudarlo a
serlo la oposición, al menos esa oposición admitida en La Moncloa del
PSOE? Sería difícil, aunque no imposible. El problema es que el PSOE
participa de la misma ceguera y sinrazón del gobierno.
¿Que
creen los dos partidos dinásticos que tendrán el dos de octubre con o
sin referéndum? Una situación ingobernable porque la única forma de
impedir que los indepes vuelvan a plantear su reivindicación es mantener
a Cataluña en este estado oculto de excepción, cosa escasamente viable
en Europa. El acopio de fuerzas de seguridad se complementa con la
presencia de la Guardia Civil, ese cuerpo híbrido civil-militar que
permite reprimir con contundencia sin dar impresión de intervención
militar. Nunca, ni en los peores momentos del terrorismo etarra hubo
tanta dotación en el País Vasco. Recuérdese cómo entonces se decía que,
en ausencia de violencia, podría hablarse de todo. Según puede verse hoy
mismo.
El
nacionalismo español necesita el concurso del estamento pensante para
reconstruir y fortalecer una legitimidad que le permita derrotar el
independentismo. Se llama a capítulo a los intelectuales, hasta ahora
silentes, y estos empiezan a firmar manifiestos contra el referéndum. En
el primero, los intelectuales unionistas piden al pueblo catalán que no
vote, que no caiga en la "trampa democrática". Un manifiesto de
apostólicos, sin más alcance que este. "Lejos de nosotros, etc".
El
segundo manifiesto, firmado por unos doscientos treinta profesores
universitarios no solo se opone cerradamente a la celebración del
referéndum sino que exige que el Estado haga uso de la violencia
legítima. Tiene gracia que muchos de los firmantes fueran parte del
movimiento estudiantil de los años sesenta, hoy se encuentren
defendiendo lo mismo que atacaban de jóvenes. Lástima de máquina del
tiempo. Pero, es cierto, siendo intelectuales, sus razones habían de ser
más complicadas que la interpretación de una ley de vida del abuelo Juanito. Y lo son.
Casi
todos ellos son creadores y defensores del relato que ha imperado en la
esfera pública intelectual, mediática, académica: España ha dejado de
ser una excepción en el concierto europeo; ahora es un Estado de
derecho, una democracia consolidada en el estilo de la tradición liberal
occidental. Lo han escrito, predicado, televisado, radiado.
Pero no es verdad. Y la prueba es su manifiesto.
En
Cataluña hay una revolución nacional y republicana. En España no hay
nada. La derecha y la izquierda de orden solo ofrecen un "no" rotundo al
referéndum y un vagaroso diálogo para las calendas. La izquierda
"verdadera" hace más o menos lo mismo. Sería deseable el referéndum
pactado y, antes de tener que pronunciarse sobre si apoyan el referéndum
no pactado, el único que hay, se entretienen convocando mesas o
asambleas por el diálogo que no son muy verosímiles mientras el PSOE
siga uncido al carro de la derecha.
En
Cataluña la cosa está clara: habrá referéndum salvo fuerza mayor, pero
los indepes tienen una última bala en la recámara: la DUI.
En
España no hay nada claro. Ninguno de los cuatro partidos estatales
tiene nada en común con los otros como no sea un carácter dinástico más o
menos confeso pero que dibuja el auténtico problema del Estado español
en relación a Cataluña: la Monarquía. Cosa de cierto relieve por cuanto
al Rey corresponde el mando supremo de las Fuerzas Armadas.
¿Se
entiende por qué la izquierda española no ha salido en defensa de los
indepes y se niega a reconocer la validez de los resultados del 1/10.
No todo han de ser xerradas a palo seco.
No haríamos honor a esta revolución de la alegría, esta transformación
entre bromas y veras pero profundísima que está produciéndose en
Cataluña, esta ocupación plena del escenario que hacen las multitudes (turbas las
llama el fiscal general en prosa de legajo, desde la covacha en que
cuece sus amenazas), arrinconando en mutis vergonzosos las flamantes
fuerzas de ocupación en navíos atracados en los puertos como si
estuvieran en cuarentena. Y en cuarentena están.
Abre
el acto Carles Campuzano, portavoz del PDeCat en el Congreso que
hablará de las pensiones en la nueva República Catalana. Cosa grata
porque si tuviera que hacerlo sobre lo que quede en España, más que
xerrada, serían duelos y quebrantos, que diría Cervantes.
Luego,
Palinuro intentará hablar sobre la República Catalana desde fuera de
Cataluña.Y digo intentará porque ya le es muy difícil hablar de Cataluña
desde fuera de Cataluña y, desde luego, le resulta imposible hablar de
la República Catalana desde fuera de ella misma, teniendo en cuenta que
ese "fuera" sigue siendo una Monarquía que odia mirarse en el espejo de
la República Catalana.
Los
españoles tuvieron una República. Los franquistas se la robaron a
sangre y fuego. Ahora los catalanes la recuperan sin sangre y sin fuego.
Y los españoles, ¿qué hacen? ¿A qué esperan?
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED