BERZOCANA/CARTAGENA.- La mayor parte de sus restos mortales se conservan como reliquias en la
parroquia de San Juan Bautista de Berzocana, en la Diócesis de Plasencia.
En la catedral de Murcia se encuentran también algunas reliquias de Santa
Florentina que fueron solicitadas por Felipe II en 1592. Están dentro de una
urna de plata expuesta en el altar mayor de la Catedral murciana. Y es que, la considerada primera monja española, nació en Cartagena pero fué por segunda vez enterrada en Extremadura desde mucho después de su muerte a los 83 en la Écija del año 633. Su protagonismo en la historia ha sido más bien por formar parte de una familia de santos y en ser la fuente de inspiración de una de las reglas monásticas femeninas de la España visigoda.
A lo largo del año son muchos los cartageneros que se acercan al pequeño pueblo cacereño de Berzocana, muy cerca del Monasterio de la Vírgen de Guadalupe, a venerar los restos de su santa paisana a quien se atribuye por los lugareños de la comarca la condición de muy milagrosa. Junto a los de ella también se encuentran los de su hermano San Fulgencio, otro de los cuatro santos de la diócesis cartaginense desde su segundo comienzo en la época tardorromana.
En la Cartagena visigoda del siglo VI y más concretamente durante el reinado arriano de Toledo vivió un destacado noble, Severiano o Severino (su padre), de antepasados griegos, al cual se le adjudica el título de dux (si bien su hijo Isidoro menciona que era simplemente un ciudadano), casado con la ostrogoda Teodora o Túrtura (su madre). Formaban una familia hispano-romana que profesaba la fe católica y dió mucho vigor y mucha gloria a la Iglesia de la España visigoda.
Como antecedente, en el mismo siglo VI, Teodorico, rey visigótico, repudió a su esposa Sancha de Toledo, por no profesar el arrianismo, huyendo a Cartagena con su hijo Severiano, que contrajo matrimonio con una dama de posible origen bizantino y ascendencia regia, siendo los primeros Duques de esta ciudad. De su unión nacieron cinco hijos, entre ellos Teodora esposa del rey Leovigildo, padres de San Hermenegildo y del primer rey católico visigodo, Recaredo.
Nació Florentina (floreciente), a mitad del siglo VI, año 550, en un tiempo en el que reinaba todavía en Toledo esa minoría visigoda de creencias arrianas, en el seno de esa familia visigoda católica y fue la tercera de cinco hermanos, cuatro de los cuales (entre ellos Florentina) fueron considerados santos por la Iglesia Católica. Los otros hermanos canonizados son San Isidoro, San Leandro y San Fulgencio. Todos ellos son conocidos como los Cuatro Santos de Cartagena por la excepción de Teodosia o Teodora, la menor de todos. Y como tales figuran en sendos frontispicios de las catedrales de Murcia y Sevilla.
Luego, en el 610 se firmó el decreto del rey visigodo Gundemaro separando el territorio metropolitano de Toledo del de Cartagena, donde anteriormente el padre de los Cuatro Santos ocupaba un puesto importante en la administración civil de la provincia cartaginense, ante la fuerte penetración bizantina.
En los reinados de Leovigildo y Recaredo vivieron pues San Fulgencio y Santa Florentina y sus hermanos San Leandro y San Isidoro.
A mediados de siglo, en el 554, se trasladan a Sevilla, donde San Leandro y San Isidoro llegan a ser arzobispos y donde San Fulgencio es obispo de Écija y de Cartagena. Leandro fue el maestro de Florentina tanto en los estudios clásicos como en los sagrados. Y ella fue, a su vez, la maestra de su hermano menor, el gran sabio san Isidoro de Sevilla, doctor de la Iglesia universal.
Al ser mujer, la vida religiosa de Santa Florentina no puede ser similar a la de sus hermanos, y así se recluiría en el monasterio benedictino de Santa María del Valle, donde ella residía junto a trescientas religiosas. Este convento, donde murió, unos lo ubican junto al río Genil cerca de la localidad sevillana de Écija y otros en Talavera de la Reina.
Considerada una mujer de gran cultura, fundaría más de cuarenta monasterios donde sus religiosas llegaron a mil esposas de Cristo, siguiendo la Regla escrita para ella por su hermano San Leandro alrededor de 580. Algunas interpretaciones ven en este texto, no una regla monástica propiamente, sino un simple elogio de la virginidad.
Se titulaba Sobre la institución de las vírgenes y el desprecio al mundo. Esta obra es de suma importancia histórica porque refleja la visión que los hombres tenían de las mujeres y de cuál debía ser su actitud en la vida. En su exaltación de la virginidad como el estadio más puro y deseable de la mujer, Leandro nos abre una ventana a un mundo en el que ellas no sólo eran consideradas inferiores a los hombres sino que se les daba como única opción de vida virtuosa la virginidad.
La obra de Leandro supone también la única regla que se conoce de la época respecto a la ordenación de la vida monástica femenina. Además de defender la virginidad, Leandro aconseja a su hermana y a todas las monjas, una vida de reclusión alejada de la risa, la conversación y centrada en la contención y la humildad sin contacto, además, con mujeres casadas.
Gracias a sus dotes de gobierno, a su santidad y ejemplaridad para todas las hermanas, la eligieron abadesa durante 40 años.
Por eso su hermano Leandro le escribió ese precioso y profundo libro, cuya lectura es realmente muy placentera, porque ensalza la virtud de la virginidad como algo que Cristo exige libremente a quienes quieren seguirle más de cerca.
Florentina siguió con gran sumisión las directrices de su hermano y se convirtió en una importante religiosa de su tiempo. Tras ser nombrada abadesa, Florentina tuvo una vida que la llevó a ser venerada como santa.
San Isidoro la distinguió escribiendo la obra, sobre la fe, De fide contra iudaeos. Murió ya muy anciana, a los 83 años, después de una vida de penitencia y santidad, confortada por sus monjas, que en gran número había conseguido incorporar a los conventos.
En Sevilla, a santa Florentina, virgen, por su gran conocimiento de las disciplinas eclesiásticas, sus hermanos Isidoro y Leandro le dedicaron tratados de alta doctrina (s. VII) a esta abadesa que también recibe una especial veneración en La Palma, una localidad señera del Campo de Cartagena, a cuya iglesia pertenece nuestra imagen de portada.
La festividad de Santa Florentina se celebra el 20 de junio, aunque en la diócesis de Plasencia, donde reposan sus reliquias y es patrona, se celebra el 14 de marzo. La mayor parte de sus restos mortales descansan desde hace siete siglos en la parroquia de Berzocana.
Las representaciones de los Cuatro Santos tanto en pintura como en escultura han sido un común en Cartagena a lo largo de los siglos. Aunque muchas fueron destruidas durante la Guerra Civil en 1936, se salvó alguna de las más significativas, como las cuatro esculturas realizadas por Francisco Salzillo en 1755 por encargo del Ayuntamiento cartagenero y que hoy se encuentran en el altar mayor de la iglesia de Santa María de Gracia de esta ciudad.
En el municipio de Canet de Mar (Barcelona) se encuentra el Castillo de Santa Florentina, levantado en el siglo XI y ampliado y reformado en 1910 por el arquitecto modernista Lluís Domènech i Montaner. En Écija hay un convento en su nombre.
La Catedral de Campana (Buenos Aires), es la única en el mundo que tiene como patrona a esta santa. En ella se encuentra un mural realizado por Raúl Soldi. En la Iglesia Criptal se encuentra una pintura en la que se puede apreciar un retrato de Santa Florentina con sus hermanos, con la ciudad de Campana y sus principales referentes de fondo.
Con Fulgencio en Berzocana
Cuenta la tradición que en la invasión árabe los clérigos de Sevilla, huyendo hacia el norte, transportaban las reliquias de los Santos Fulgencio y Florentina y la imagen de la Virgen que el Papa San Gregorio regaló a San Leandro y que estaban en el panteón familiar en la iglesia de San Juan Bautista de la Palma.
En la Cartagena visigoda del siglo VI y más concretamente durante el reinado arriano de Toledo vivió un destacado noble, Severiano o Severino (su padre), de antepasados griegos, al cual se le adjudica el título de dux (si bien su hijo Isidoro menciona que era simplemente un ciudadano), casado con la ostrogoda Teodora o Túrtura (su madre). Formaban una familia hispano-romana que profesaba la fe católica y dió mucho vigor y mucha gloria a la Iglesia de la España visigoda.
Como antecedente, en el mismo siglo VI, Teodorico, rey visigótico, repudió a su esposa Sancha de Toledo, por no profesar el arrianismo, huyendo a Cartagena con su hijo Severiano, que contrajo matrimonio con una dama de posible origen bizantino y ascendencia regia, siendo los primeros Duques de esta ciudad. De su unión nacieron cinco hijos, entre ellos Teodora esposa del rey Leovigildo, padres de San Hermenegildo y del primer rey católico visigodo, Recaredo.
Nació Florentina (floreciente), a mitad del siglo VI, año 550, en un tiempo en el que reinaba todavía en Toledo esa minoría visigoda de creencias arrianas, en el seno de esa familia visigoda católica y fue la tercera de cinco hermanos, cuatro de los cuales (entre ellos Florentina) fueron considerados santos por la Iglesia Católica. Los otros hermanos canonizados son San Isidoro, San Leandro y San Fulgencio. Todos ellos son conocidos como los Cuatro Santos de Cartagena por la excepción de Teodosia o Teodora, la menor de todos. Y como tales figuran en sendos frontispicios de las catedrales de Murcia y Sevilla.
Luego, en el 610 se firmó el decreto del rey visigodo Gundemaro separando el territorio metropolitano de Toledo del de Cartagena, donde anteriormente el padre de los Cuatro Santos ocupaba un puesto importante en la administración civil de la provincia cartaginense, ante la fuerte penetración bizantina.
En los reinados de Leovigildo y Recaredo vivieron pues San Fulgencio y Santa Florentina y sus hermanos San Leandro y San Isidoro.
A mediados de siglo, en el 554, se trasladan a Sevilla, donde San Leandro y San Isidoro llegan a ser arzobispos y donde San Fulgencio es obispo de Écija y de Cartagena. Leandro fue el maestro de Florentina tanto en los estudios clásicos como en los sagrados. Y ella fue, a su vez, la maestra de su hermano menor, el gran sabio san Isidoro de Sevilla, doctor de la Iglesia universal.
Al ser mujer, la vida religiosa de Santa Florentina no puede ser similar a la de sus hermanos, y así se recluiría en el monasterio benedictino de Santa María del Valle, donde ella residía junto a trescientas religiosas. Este convento, donde murió, unos lo ubican junto al río Genil cerca de la localidad sevillana de Écija y otros en Talavera de la Reina.
Considerada una mujer de gran cultura, fundaría más de cuarenta monasterios donde sus religiosas llegaron a mil esposas de Cristo, siguiendo la Regla escrita para ella por su hermano San Leandro alrededor de 580. Algunas interpretaciones ven en este texto, no una regla monástica propiamente, sino un simple elogio de la virginidad.
Se titulaba Sobre la institución de las vírgenes y el desprecio al mundo. Esta obra es de suma importancia histórica porque refleja la visión que los hombres tenían de las mujeres y de cuál debía ser su actitud en la vida. En su exaltación de la virginidad como el estadio más puro y deseable de la mujer, Leandro nos abre una ventana a un mundo en el que ellas no sólo eran consideradas inferiores a los hombres sino que se les daba como única opción de vida virtuosa la virginidad.
La obra de Leandro supone también la única regla que se conoce de la época respecto a la ordenación de la vida monástica femenina. Además de defender la virginidad, Leandro aconseja a su hermana y a todas las monjas, una vida de reclusión alejada de la risa, la conversación y centrada en la contención y la humildad sin contacto, además, con mujeres casadas.
Gracias a sus dotes de gobierno, a su santidad y ejemplaridad para todas las hermanas, la eligieron abadesa durante 40 años.
Por eso su hermano Leandro le escribió ese precioso y profundo libro, cuya lectura es realmente muy placentera, porque ensalza la virtud de la virginidad como algo que Cristo exige libremente a quienes quieren seguirle más de cerca.
Florentina siguió con gran sumisión las directrices de su hermano y se convirtió en una importante religiosa de su tiempo. Tras ser nombrada abadesa, Florentina tuvo una vida que la llevó a ser venerada como santa.
San Isidoro la distinguió escribiendo la obra, sobre la fe, De fide contra iudaeos. Murió ya muy anciana, a los 83 años, después de una vida de penitencia y santidad, confortada por sus monjas, que en gran número había conseguido incorporar a los conventos.
En Sevilla, a santa Florentina, virgen, por su gran conocimiento de las disciplinas eclesiásticas, sus hermanos Isidoro y Leandro le dedicaron tratados de alta doctrina (s. VII) a esta abadesa que también recibe una especial veneración en La Palma, una localidad señera del Campo de Cartagena, a cuya iglesia pertenece nuestra imagen de portada.
La festividad de Santa Florentina se celebra el 20 de junio, aunque en la diócesis de Plasencia, donde reposan sus reliquias y es patrona, se celebra el 14 de marzo. La mayor parte de sus restos mortales descansan desde hace siete siglos en la parroquia de Berzocana.
Las representaciones de los Cuatro Santos tanto en pintura como en escultura han sido un común en Cartagena a lo largo de los siglos. Aunque muchas fueron destruidas durante la Guerra Civil en 1936, se salvó alguna de las más significativas, como las cuatro esculturas realizadas por Francisco Salzillo en 1755 por encargo del Ayuntamiento cartagenero y que hoy se encuentran en el altar mayor de la iglesia de Santa María de Gracia de esta ciudad.
En el municipio de Canet de Mar (Barcelona) se encuentra el Castillo de Santa Florentina, levantado en el siglo XI y ampliado y reformado en 1910 por el arquitecto modernista Lluís Domènech i Montaner. En Écija hay un convento en su nombre.
La Catedral de Campana (Buenos Aires), es la única en el mundo que tiene como patrona a esta santa. En ella se encuentra un mural realizado por Raúl Soldi. En la Iglesia Criptal se encuentra una pintura en la que se puede apreciar un retrato de Santa Florentina con sus hermanos, con la ciudad de Campana y sus principales referentes de fondo.
Con Fulgencio en Berzocana
Cuenta la tradición que en la invasión árabe los clérigos de Sevilla, huyendo hacia el norte, transportaban las reliquias de los Santos Fulgencio y Florentina y la imagen de la Virgen que el Papa San Gregorio regaló a San Leandro y que estaban en el panteón familiar en la iglesia de San Juan Bautista de la Palma.
Al pasar por Berzocana y en la fragosidad de esta tierra, dejaron enterrada el arca de alabastro en que estaban las reliquias de los Santos. Siendo tradición que fueran depositadas detrás de un "brezo cano" enmedio de un olivar. Por otro lado, en Guadalupe se depositó la imagen de Santa María. En ambos casos para evitar su profanación cuando los árabes invadieron España en el año 711.
En fecha indeterminada del S. XIII, parece que en 1223 según la leyenda, ese labriego encontró enterrado en un olivar (que desde entonces se denomina " olivar de los santos") en las faldas de la sierra que domina la villa de Berzocana, un sarcófago de alabastro (aliox) paleocristiano que contenía al parecer los restos de San Fulgencio y Santa Florentina, hermanos de San Leandro y San Isidoro de Sevilla. Probablemente fueron trasladados por cristianos sevillanos y ecijanos, y escondidos allí en la época de la invasión de los árabes.
Transcurrido el tiempo y cuando el Señor así lo dispuso, aparecieron del siguiente modo: se encontraba arando su finca un labrador y al pasar el arado por un sitio, se arrodillaron los buyes que llevaba, porque la reja enganchó con algo que les impedió seguir; tuvo entonces que descubrir el motivo, viendo que se había introducido en una argolla de hierro que estaba sujeta al arcón de piedra.
Dió cuenta a las autoridades y éstas descubrieron las referidas reliquias, que con toda solemnidad, fueron trasladadas a la iglesia de Berzocana y colocadas tras una verja de hierro en presbiterio, al lado del Evangelio.
En el interior del arca se encontraron las dos calaveras y bastantes huesos grandes, un velo y un peine de Santa Florentina, tierra y granos de trigo; también se cree que había papeles escritos, pero no se conservan en la actualidad. No se sabe con certeza el año que tuvo lugar, pero se cree fué en el siglo XIII y no después.
En la iglesia de San Juan Bautista, en Berzocana, están depositados desde entonces la mayoría de sus restos en un precioso relicario donado por el rey Felipe II. Dicha parroquia tiene además una magnífica torre de estilo mudéjar. Todo su conjunto fue declarado monumento histórico de interés nacional en 1977. Porque resulta impresionante llegar a la villa de Berzocana y encontrarse con este monumental y magnífico templo, que con razón se le ha comparado con una pequeña catedral (Imagen superior).
Es un monumento realmente extraordinario, cuyos elementos arquitectónicos constituyen un conjunto de armonía y belleza muy difícil de describir. Estamos ante una edificación del siglo XVI, perteneciente al estilo gótico flamígero, donde todos sus elementos han adquirido ya su plenitud para darnos un conjunto de enorme perfección.
En el lateral del Evangelio está la capilla dedicada a las reliquias de San Fulgencio y Santa Florentina, realizada ya en el siglo XVII y terminada en el año 1610, en época de Felipe III, según la inscripción del dintel. Consta de dos plantas cuadrangulares sostenidas por columnas; en la inferior se encuentran dos hornacinas formadas por arcos solios donde están las imágenes de San Fulgencio y Santa Florentina. En la planta superior es donde se encuentran los bellísimos relicarios que contienen las reliquias de los Santos Patronos, muy veneradas por todos los fieles de aquellos contornos.
En el siglo XVI, en tiempos del rey Felipe II, surge el llamado Pleito de los Santos, en cuya solución intervendrá el mismo rey. En esta época, especialmente después del Concilio de Trento, hay un resurgir, entre los católicos, de la veneración de los santos y sus reliquias. Fue entonces cuando el obispo de Cartagena, don Sancho Dávila, deseaba tener las reliquias de San Fulgencio y Santa Florentina, alegando que habían nacido allí y los tenían como patronos. Por este motivo, solicita las reliquias a la villa de Berzocana y al obispo de Plasencia, don Juan Ochoa de Salazar según el texto “que les diesen parte de los sagrados cuerpos de los Santos para la iglesia de Cartagena y Murcia”.
En aquella época en que se disputan los restos de estos hermanos santos las diócesis de Cartagena y de Plasencia, Felipe II arbitra, dictaminando que queden en Berzocana, pero que les cedan cuatro huesos de los mayores, dos para Cartagena y dos para su archivo de reliquias en El Escorial. Otras reliquias menores de la Santa y su hermano estarían hoy en Murcia, Guadalupe y Ávila enviadas por el comisionado real Gabriel de Talavera, en la época padre superior del monasterio guadalupano.
El recibimiento de que fueron objeto las reliquias de los Santos cuando llegaron a Cartagena fue apoteósico así como la cantidad de festejos, arcos de triunfos, altares… que se hicieron para recibirlos y venerarlos. Fueron los brazos de San Fulgencio y Santa Florentina los que se llevaron y los depositaron “al lado del altar mayor, en un tabernáculo con su capilla labrada y dorada”. (Imagen inferior)
Los frailes de Guadalupe, por cierto, intentan "posesionarselos" y tomaron a la fuerza los restos de los dos hermanos de San Isidoro partiendo con ellos hacia el Monasterio. Pero milagrosamente el día se oscureció y, cuando al cabo volvió la luz, los huesos de San Fulgencio y Santa Florentina reaparecieron en la iglesia de Berzocana.
Fulgencio y Florentina, impregnan desde entonces toda la substancia de Berzocana, resultando imposible concebir este pueblo desvinculado de sus protectores, siempre presentes en todas las manifestaciones colectivas o individuales, por mérito de una fe interiorizada durante tan largo periodo de convivencia.
En la Capilla de los Santos de la iglesia parroquial, inaugurada en 1610, existe en la actualidad un arca de ébano con incrustaciones de oro, nácar y marfil, de extraordinario valor, regalo del rey Felipe II, donde descansan los restos de San Fulgencio y Santa Florentina. El sepulcro originario es de mármol y se ve con mucha dificultad por tener delante un retablo barroco.
San Fulgencio nació en Cartagena, por el año 556, hizo honor a su nombre (fúlgido, brillante) y fue una lumbrera en la España visigoda, destacándose en su lucha contra la herejía arriana. Políglota aventajado, cultivó junto a su lengua nativa, la griega, la siria, la hebrea, la latina y la arábiga, permitiéndole la comunicación con la práctica totalidad de las culturas de su tiempo y el conocimiento profundo de los clásicos.
Desterrado con su familia a Sevilla, aprovechó para formar en la fé
católica a su sobrino Hermenegildo, que murió mártir y, junto a sus
hermanos, consiguieron que cuando el otro sobrino, Recaredo, subió al trono visigodo, abrazase la
fe verdadera en el Concilio III de Toledo del año 589.
Fue San Fulgencio obispo de
Cartagena y tercero de la diócesis de Écija, tomando parte en los
Concilios de Toledo del año 610 y en el de Sevilla, del año 619. A su
pluma se deben, entre otros, los Comentarios de la Escritura y tres
libros de Mitología. Hombre sabio y santo, ha merecido ser reconocido
como Doctor de la Iglesia, otorgándole este rango Pio IX, en 1880.
San Fulgencio es patrón de las diócesis de Cartagena y Plasencia aunque en el siglo XVI ya se le rendía culto en Sevilla. Es hoy conmemorado el 14 de enero en Sevilla, el 16 en Cartagena y el 19 en Plasencia.
San Fulgencio y Santa Florentina fueron inicialmente enterrados en Sevilla, junto a sus hermanos San Leandro y San Isidoro, siendo venerados sus restos por su santidad.
San Fulgencio es patrón de las diócesis de Cartagena y Plasencia aunque en el siglo XVI ya se le rendía culto en Sevilla. Es hoy conmemorado el 14 de enero en Sevilla, el 16 en Cartagena y el 19 en Plasencia.
San Fulgencio y Santa Florentina fueron inicialmente enterrados en Sevilla, junto a sus hermanos San Leandro y San Isidoro, siendo venerados sus restos por su santidad.