Viniendo de Alianza Popular, con ese fino bigote recortado, y de una
generación de largo recorrido, las tenía todas consigo para representar
esa política de corte antiguo y autoritario. Raro sería que Valcárcel
dejara la presidencia y cediera el testigo a quien iniciara otra forma
de hacer política, por lo que era de esperar la designación de un
sucesor de la vieja escuela, guardián y garante del régimen popular de
las últimas dos décadas. Más de lo mismo. O peor.
Poco tiempo
atrás de ese cambio en el Gobierno regional probé en mis carnes cómo los
años no pasan en balde, y comprobé con contrariedad cómo mis piernas
respondían más tarde de lo que mi cabeza deseaba, y no salía de un sólo
regate, ni me podía ir con facilidad por la banda de mis rivales. Mucho
menos él, por aquello de la edad, pero don Alberto Garre demostraba
haber sido años atrás un buen futbolista, sabía estar en el campo,
callado, mandando con su brazo, yendo bien por alto. Ese día, cuando le
dije en pleno calentamiento aquello de «Usted es el señor Garre, ¿no?»
sería la primera y la última en que le hablaría de usted. Y es que
correr en pantalón corto, además de servir para perder vergüenzas,
siempre ha unido. Estuvimos jugando varios meses hasta que una lesión le
obligó a dejar las pachangas.
El café no era nada del otro mundo,
pero la conversación, que es lo que cuenta realmente en los cafés en
compañía, era agradable, y yo me sentía honrado por la hospitalidad del
entonces vicepresidente primero de la Asamblea, que al vernos perdidos a
mí y a mi acompañante un día en la sede del legislativo tras asistir a
una exposición, nos invitó a visitar su despacho y a tomar ese café.
Hablamos de política, de Derecho, de las instituciones regionales, de
agua, y un poco de historia, como aquel ataque, cóctel molotov incluido,
a la Asamblea Regional del año 92.
Mi presencia en los primeros
actos institucionales no municipales como portavoz de UPyD en el
ayuntamiento de Murcia, no solía ser cómoda, por aquello de mi
inexperiencia, y de estar rodeado de personas conocidas, entre ellas,
compañeros de partido, que no amigos, que formaban corrillos y palmeaban
sus espaldas, mientras yo acudía generalmente solo y trataba de
disimular mi soledad institucional cuando no charlaba con alguien,
trasteando el teléfono o moviéndome de un lado al otro. Pero siempre era
Alberto el que se acercaba a saludarme y preguntar siempre lo mismo:
«Serna, ¿sigues jugando al fútbol?».
Recuerdo cómo nos contó a
otros ´jóvenes´ como Inmaculada González, Víctor Martínez, y a mí mismo,
en el Casino de Murcia, y tomando un vino, detalles del episodio del
Estatuto de Castilla-La Mancha, su célebre rebeldía frente a la
disciplina de partido y cómo no apoyó el texto que condenaba a la Región
de Murcia a dificultades hídricas. Estatuto que sólo fue rechazado por
él mismo, su compañero Arsenio Pacheco, y Rosa Díez.
Al poco
tiempo, ya como presidente, nos cruzamos algún mensaje de móvil para
felicitarnos cosas buenas, y yo seguía con atención (me consta que era
recíproco) las noticias que le hacían referencia, sus punzantes
declaraciones en algunos casos hacia la corrupción, y su estilo
diferente, una especie de rectitud más aplaudida en sectores ajenos que
en sus propias filas. Seguí su reacción en los complicados días en que
el Caso Púnica se conoció e implicaba a miembros de su Gobierno. Y
comprobé con satisfacción cómo se destapó también como un buen orador,
en aquel emocionante discurso que pronunció en su pueblo natal, Torre
Pacheco, en un acto de Ucomur, en presencia de la ministra Fátima Báñez y
apelando al patriotismo en términos ambiciosos y sin complejos.
Me
sorprende que en estos días de cambio de Gobierno regional haya tenido
poca visibilidad la figura del ya ex presidente, teniendo en cuenta que
se produce ese relevo en unos tiempos en los que dejar responsabilidades
ejecutivas, siendo de ese partido, y sin tener citas previstas en
alguna sede judicial, es cada vez más extraño. Desconozco las cuestiones
internas del Partido Popular en estos últimos meses relativas a la
sucesión y elaboración de listas, ni me importan, que para eso no es mi
casa, ni es el objeto de este escrito, dios me libre. Pero no quería
dejar pasar este relevo para recordar y hacer públicos, a pesar de mis
muchas diferencias ideológicas con él y con su gestión, detalles de un
señor que llegó a presidente e inició con su actitud invisibles cambios
de enorme calado, una especie de Gorbachov que se dejó llevar más por
sus principios que por lo que esperaban algunos de los suyos de él. Por
mi parte es obligado el reconocimiento al que ha sido nuestro
presidente.
(*) Profesor y miembro de UPyD