
Y el tiempo, que a todos nos hace mejores, no parece haberle influido. Continua siendo 'ocurrente' y continua obrando con la suficiencia que le conocimos y, por lo que parece, no ha perdido su personal sentido del humor y ese aire de 'más chulo que un ocho' que tanto ha prodigado, porque lejos de mostrarse preocupado por su imputación en presuntos delitos de prevaricación y cohecho -pisos a precios de saldo incluidos, en épocas en las que estaban a precio de diamantes- obra con una aparente naturalidad, como si lo más natural fuese, como al parecer le dijo al juez, engañar a la sociedad.
Él se manifiesta como si fuese lo más que a los servidores públicos los constructores casi le regalen los pisos. Y debe de entender también que lo más normal es evadir impuestos, engañar a la Hacienda pública y pagar en negro porque, por lo que parece, 'todo el mundo lo hace'. Pues mire, no, todo el mundo no está imputado en delitos de prevaricación y cohecho, todo el mundo no engaña al erario público, todo el mundo no ve milagrosamente aumentado su patrimonio. Todo el mundo no se encuentra inmerso en una maraña, al aparecer, de corrupción.
Los que hemos vivido en un Estado totalitario, los que experimentamos la sensación impagable de libertad de la transición democrática, los que valoramos 'respirar' en un Estado de Derecho, sabemos de la importancia de los partidos políticos y de la necesidad de la participación de los que los sustentan, pero no todos los ciudadanos, por suerte para ellos, conocieron de ese pasado nuestro y solo se quedan con los escándalos que algunos producen. Por eso, cuando alguno de mis jóvenes vecinos me cuestiona ciertas actitudes, declaraciones y comportamientos de determinados políticos, siempre les digo que prefiero un parlamentario tonto, con incontinencia verbal, maleducado y corrupto que un dictador 'perfecto' porque, por suerte, en democracia todo sale a la luz. Espero.
(*) Periodista