La fusión de IU y Podemos hace diez días
fue un espectáculo mediático pensado para impactar en la opinión
pública, ganar el alma de los medios, deprimir la moral de los
adversarios y dar la impresión de que echaba a andar un tiempo nuevo,
lleno de promesas. Reapareció un flamígero Anguita que retrotrajo el
"histórico" momento a una remake del 77 entre los sollozos de un
transido Iglesias. Echenique saludaba la llegada del radiante amanecer
con la misma emoción con que hace tres años defendía el neoliberalismo
de C's y la democracia en el Oriente Medio gracias a los carros de
cambate yankies. Unidos Podemos tenía algunos problemillas de encaje de
egos en las listas de cremallera pero, al final, todos los jefes y
jefezuelos conseguín su puesto en el próximo reparto de cargos al que
estarán llamados los justos en el festín de los restos del régimen del 78.
En
realidad, esta fusión respondía a necesidades más básicas, perentorias e
inconfesables: los resultados del 20 de diciembre habían sido modestos,
los sondeos estaban dando descensos alarmantes de Podemos en intención
de voto y la valoración popular de Iglesias estaba al nivel de la del
Sobresueldos, con razón porque la gente está igual de harta de ambos.
IU, sin embargo, conservaba un goloso millón de votos que Podemos
ambicionaba; a cambio solo tenía que hacerse cargo de las deudas que
asfixiaban a los comunistas después de su derrota el 20 de diciembre.
O
sea, la fusión se daba por pura necesidad de supervivencia. Pero, una
vez hecha, el aparato de agitprop -siempre el más poderoso en toda
constelación comunista- empezó a crear la leyenda de que había nacido
una estrella o la alternativa al podrido régimen del 78 un
sintagma tan vacío (todos los sistemas políticos son "regímenes") como
malintencionado, ya que se trata de identificarlo con el franquismo.
El
único problema: a los comunistas se les veía la oreja. De nada les
servían los treinta años de camuflar las siglas del PCE, su martillo de
herejes y su hoz de cortar gaznates, y de perder elecciones, disfrazado
de IU. Todo el mundo veía la fusión como el abrazo de los comunistas vintage y los neocomunistas de Podemos.
Otra
vez se hablaba de comunismo en España, lo cual no es recomendable
cuando uno se presenta a una votación porque, sabido es, los comunistas
no han ganado nunca unas elecciones libres en ningún país del mundo. Así
que, para contrarrestar, la nueva sociedad Unidos Podemos sacó a sus
intelectuales orgánicos y algún que otro majadero del mundo del
espectáculo a criticar el "anticomunismo" que nos invade. Es la
resurrección de un éxito de la propaganda comunista de la guerra fría:
todo anticomunista tenía que ser necesariamente un macartista agente de
la CIA o, si vivía en la URSS, un psicópata al que encerraban en un
manicomio. Los comunistas se ocultaban, se disfrazaban de demócratas e
izquierdistas (como los de IU) y quien se negaba a aceptar la
superchería y hablaba de comunismo era tachado automáticamente de
anticomunista "visceral". Esto de visceral es muy socorrido, a veces se
lo dedican los enfurruñados comunistas a Palinuro cuando, por
equivocación, lo leen.
Nerviosos
porque estas campañas de intimidación ya no funcionan, no han tenido
más remedio que declarar lo que son: Garzón salió reconociendo que es
comunista y su secretario general, Centella, que no hace honor a su
apellido en ningún sentido, ha tardado más de una semana en afirmar en
público también su orgullo de ser del mismo partido que Lenin, Stalin,
Pepe Díaz, Dolores Ibarruri y otros demócratas de este jaez. Sus
partidarios tratan de engrasar tanta herrumbre afirmando que estos
comunistas de hoy no son los de antaño pero, en verdad, no lo demuestran
y no lo demuestran porque no pueden. Confrontados con el hundimiento
del comunismo "realmente existente" en el mundo entero por su pura
incompetencia no pueden reconocer que lo que allí se hundió fue, en
efecto, el comunismo porque, en tal caso, deberían explicar por qué
siguen siendo comunistas. Y, lo dicho, no pueden. Pero si ellos no,
nosotros sí: son exactamente los mismos comunistas de antaño, piensan
los mismo, creen lo mismo y, si pueden, lo pondrán en práctica, pero, de
momento, tienen que disimular porque la gente no vota así como así a
favor de la dictadura del proletariado; hay que hacérsela tragar a
tiros.
Alarmado
por la reaparición de la medusa comunista, Iglesias imaginó un medio de
contrarrestarla y, como Perseo, se armó de la égida socialdemócrata
para protegerse de las asesinas miradas del monstruo. Nada, nada,
Podemos, Unidos y lo que fuera, son "socialdemócratas". Eso sí, verdaderos
socialdemócratas. Recordó que ya Marx y Engels lo eran, haciendo a un
lado que, como miembros de la "liga de los justos", ambos hubieran
escrito un famoso Manifiesto del Partido Comunista que Iglesias
no puede ignorar. De lo que se trataba era de sembrar confusión y liarla
exactamente con el mismo espíritu con que sus antecesores los
comunistas de los años treinta -tan empeñados como los de Podemos en
destruir a los socialistas- pedían a los militantes socialistas que se
pasaran al comunismo, abandonando a sus jefes, a los que llamaban
socialtraidores. La misma OPA hostil que hace hoy Podemos al PSOE,
diciendo a los "socialistas de corazón" que voten por ellos, por los
comunistas, porque sus jefes son "neoliberales", fórmula actual de la
socialtraición.
Así
que ya tenemos dos poderosas ideologías, la socialdemocracia y el
comunismo, confluyendo felizmente en el mismo cuerpo, el de Podemos,
cuyo eclecticismo teórico y ausencia de aburridos prejuicios de
congruencia lógica lo llevan a haber superado asimismo el viejo hiato
entre la izquierda y la derecha, igual que lo hicieron los falangistas
en su día y también las viejas determinaciones clasistas. Hoy carece de
sentido hablar de clases sociales, pues si te diriges a una, antagonizas
a las otras y pierdes votos, que es lo único que importa. Por eso es
más sensato interpelar a la gente, a los problemas de la gente, las aspiraciones de la gente, porque, a ver ¿quién no es gente? Y no hablemos ya del "pueblo" que los de Podemos quieren construir, como el que construye un acueducto. ¿Quién igualmente, no es "pueblo"? ¿Quién no es popular? En España, por ejemplo, tenemos un partido y un banco populares.
En
esa ropavejería ideológica faltaba el florón principal y allá fue a
plantarlo el caudillo Iglesias, flanqueado por su flamante escudero
comunista, Garzón, en el hotel Ritz: además de comunista y
socialdemócrata y de la gente, Podemos es patriota. Se lo dijo a
los empresarios y al auditorio de postín sin miedo a que nadie
confundiera los patriotismos de unos y el otro. El de los primeros es un
patriotismo suizo, de Guillermo Tell y la pasta en los bancos al borde
del lago Leman; el del segundo es el de los cholos bolivianos de los
boliches de Santa Cruz, una importación reciente de las especulaciones
ideológicas del altiplano andino que ya se habían intentado en España
hace treinta años con el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) que tanto éxito tuvo y tanto hizo avanzar la causa de la revolución en España.
Es imposible tomarse en serio este caudillismo mediático, líquido, postmoderno y trivial.
La encrucijada catalana
A
la hora de escribir este artículo no se sabe si la CUP mantendrá su
veto a la totalidad de los presupuestos en la asamblea de la tarde. Doy,
no obstante, por supuesto que no será así y la formación lo levantará,
pendiente de posteriores negociaciones y de un debate final el 20 de
julio. Es decir, doy por supuesto que habrá una prórroga de un mes y
medio para regresar al punto de partida de hoy y saber si hay o no
presupuestos; si hay o no gobierno; si hay no vía a la independencia
que, en definitiva, es de lo que se trata.
La
democracia es así. La regla de la mayoría puede dar un poder absoluto
(y, por tanto, injusto) a una minoría de bloqueo. Así, el resultado
depende de la buena o mala voluntad de quien puede bloquear la decisión
de la mayoría sin ser ella misma mayoría ni tener posibilidades de
serlo. Eso se llama “tiranía de la minoría”, algo tan detestable en sí
mismo como la “tiranía de la mayoría” de la que, por cierto, los
catalanes son víctimas en el Estado español.
Así
se llega a una enseñanza vieja como la humanidad misma: le eficacia de
la extorsión. No es posible gobernar sometido a amenaza permanente de un
aliado que puede volverse en tu contra en cualquier momento por las
razones que le parezcan justas. No se puede gobernar sometido a
extorsión. No se puede ni vivir. La extorsión mata.
Un
proyecto común requiere una gradación de preferencias común. Salvo que
se trate de una mera coincidencia táctica de proyectos distintos con
estrategias distintas e inconfesas, esas preferencias deben concitar una
lealtad común por encima de cualquier otra consideración. Al menos en
la primera preferencia. En el resto puede y hasta es conveniente que
haya más flexibilidad.
¿No es el
primer orden de preferencia de todas las fuerzas que apoyan al gobierno
de la Generalitat el proceso a la independencia? Si es así, a él deben
estar supeditadas todas las demás diferencias en preferencias
inferiores. Entiendo que es lo que hace ERC pero no la CUP que, en mi
opinión, está instalada en un maximalismo extorsionador y suicida.
Es
lógicamente imposible avanzar en el logro del primer orden de
preferencia si se supedita a exigencias de niveles inferiores. Salvo que
aquella coincidencia en el primer orden, la independencia, hubiera sido
falsa desde el comienzo y hubiera ocultado la intención de
instrumentalizarla para conseguir otros resultados que solo ahora
aparecen como inexcusables.
Y
esta enseñanza no solo es válida para la situación actual. Lo es para
las que se reiterarán en años posteriores, pues los presupuestos son
anuales. No es posible gobernar bajo la exigencia, siempre imprevisible
de que determinadas opciones más o menos justas (eso no está en
discusión) tienen arbitraria preferencia sobre el primer orden del
acuerdo común.
Porque,
si no hay presupuestos, Cataluña entra en una encrucijada con dos
opciones malas: gobierno de minoría con presupuestos prorrogados o
elecciones anticipadas. Dos opciones malas, fatales, para el proyecto
independentista que aparece cuestionado en su interior por una poderosa
coalición de fuerzas que van desde el PP hasta la marca catalana de
Podemos y una circunstancia exterior aun más peligrosa, una posible
gran coalición del nacionalismo español. En cualquiera de los dos casos,
el proyecto entraría en una crisis imposible de prever pero que, sin
duda, generaría una frustración que duraría generaciones.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED