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miércoles, 2 de julio de 2025

Atentado a mi escala y proporción (con su relato) / Pedro Costa Morata *


 Una de dos: o el terrorista procede de nuestro agro, donde varias veces -pero en años y años, poca cosa- se me han encarado muy alterados individuos sin pasar a mayores; o se trata de un prosionista enloquecido -o sea, como los de verdad- que se sienta agredido por mis textos contra el Estado de Israel y sus crímenes sin cuento, aunque esto lo sabe ya casi todo el mundo.

El desconocido que prendiera fuego a la puerta de mi casa de Águilas la noche del 16 de junio, utilizó gasolina y lo hizo al poco de dormirme yo, profundamente, al cabo de una jornada especialmente intensa en kilómetros y emociones: hubo, pues, nocturnidad y alevosía. 

También hubo “avance”, siguiendo la pista agraria, respecto al susto dado al representante de Ecologistas en Acción en Cieza, José Antonio Herrera, hace tres años, cuando encontró el portal de su casa rociado con gas-oil y con un mechero de advertencia; el/los terrorista/as han pasado de la potencia y la advertencia al acto y la agresión, de aficionados a profesionales, de canallas a delincuentes, con un salto cualitativo la mar de fácil y en un ambiente, el murciano, de envalentonamiento de todo tipo de ultras y descerebrados.

Y si optamos por la pista sionista, la conjetura lleva, incluso, a sospechar que alguno de los asistentes aquella noche a la presentación (número 44 de la serie) de mi libro Israel: del mito al crimen, en Molina de Segura, aguardara a su final para seguir a un servidor hasta Águilas, apostarse hasta que las luces se apagaran en mi casa y proceder (los hechos dejan una mera hora entre mi apagón y el fuego) como pirómano más o menos aficionado. 

En cualquier caso, estoy seguro de que Israel y sus compinches han de enfrentarse a enemigos de mucha mayor calidad y poder que este cronista, por lo que no se explicaría muy bien su implicación.

Alguien avisó a la Policía Local, y dos de sus agentes acudieron y sofocaron a tiempo el fuego; luego me despertaron y tras verme que no profería palabra alguna, de puro pasmo, entre la oscuridad y el humo (sí acerté, menos mal, a darles las gracias), se marcharon no sin antes recomendarme que denunciara al día siguiente los hechos en el cuartel de la Guardia Civil. Cosa que hice, encontrándome con la (indignante) respuesta de que para presentar la denuncia debía pedir cita telemática; cosa que hice, a ver, dándome el ordenador la fecha para el 24, ocho días después del atentado.

 Mi segunda visita al cuartel no excluyó mi vigoroso requerimiento al agente de puertas, que no parecía muy interesado en cumplir con su obligación y atender al administrado, ya mosca por los ocho días y por el escaso ambiente que percibía; así que me atendió un joven agente que, aportando al asunto una redacción correcta que mereció mi agradecida aprobación, me deseó buena suerte. 

Me volvieron a dar otros seis días para que llamara y me pudiera atender la “persona indicada”, a la que yo quería preguntar si el expediente estaba bien compuesto con las fotos que envié y el informe de la Policía Local; cosa que hice, atendiéndome el mismo agente que me había tomado la declaración y la denuncia, y que igual de atento esta vez me anunció que, como no se conocía al autor de los daños, el asunto se archivaría. 

Asombrado de la rotundidad de tamaña lógica le recordé al agente que no era cuestión de daños sino de un atentado, lo que pareció sorprenderle un tanto, asegurándome que cuando se sepa algo se añadirá al expediente.

Sin pretender con ello pedir una atención excesiva sobre este problema mío, que es verdad que no es de los más graves a los que se enfrenta la Guardia Civil (pero tampoco el menor, oigan), he considerado oportuno informar de estos hechos tanto a la Fiscalía del TSJ murciano como a la Delegación del Gobierno.

En otro orden de cosas, y sin pretender con ello que la Región entera haya de conocer mis cuitas, me ha resultado algo desolador que solo personas y entidades próximas por amistad o afinidad político-ecológica me hayan enviado su afecto y solidaridad. 

Así, he tenido que constatar el exquisito silencio con que han “atendido” al incidente los dos periódicos tradicionales de la región (por no decir tradicionalistas), La Verdad y La Opinión, sin duda informados de los hechos, teniendo en cuenta la cantidad de cosillas, tantas veces chuscas, con que llenan sus páginas los corresponsales de los pueblos; el que estos dos medios me hubieran “liquidado” como colaborador, por evidente incompatibilidad, en años pasados no debiera haber sido óbice para reseñar el fuego y el humo ya que, bien mirado, tienen su importancia atendiendo a la materia y al destinatario (digo yo, oigan), en una tierra en la que la violencia -sobre todo la de cuño agrario- no cesa y amenaza con aumentar, dada la elevación del clima ultra imperante y la escasa eficacia policial y judicial en la persecución del crimen de firma agraria.

En mi pueblo, ni la alcaldesa ni el concejal de Seguridad se me han dirigido para, oigan, interesarse o apoyarme, y han aplicado el protocolo correspondiente, de índole miserable, a quien pisa tantos callos de gente que ni entiende el medio ambiente ni la cultura, resultando así este relator un hijo predilecto, desde luego, pero jodón y algo maldito... 

Y hasta el grupo AMACOPE, de defensa del medio ambiente aguileño, que mi menda contribuyó a crear, ha hecho mutis sobre el asunto y su víctima (anoto que uno de sus miembros principales sí me expresó su respaldo), confirmando que su preocupación por la fauna y la flora (que admiro y estimulo) no incluyen a esa especie bípeda, implume y erecta llamada Homo sapiens: por eso se confirma como grupo conservacionista, no ecologista, siendo así que se sale de mi tradición.

Mentiría si dijera que no me preocupa lo que me ha pasado, por nuevo e incisivo, en mi pequeña historia de agitador de conciencias y defensor de la Madre Tierra (que es lo que yo me creo, sin estar seguro del todo). Aunque también es verdad que no me ha quitado el sueño y creo recordar que -quizás por el impacto mental que sufrí- volví aquella noche a dormirme a pierna suelta tras resolver los atentos agentes locales el fuego traicionero.

Pero sí me tomo muy en serio -como la mayoría de la gente hará- que bandidos y descerebrados campen a sus anchas agrediendo o intimidando, sabiendo como sé que tampoco esto lo van a resolver los agentes del orden, ya que toda violencia en el grado que sea es producto de una sociedad desequilibrada y enferma, que en nuestro caso genera demasiada infamia, y esto las fuerzas positivas, creativas y estimulantes, no logran conjurarlo.

 

(*) Ingeniero, periodista y politólogo, profesor en la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente. 


domingo, 1 de junio de 2025

Sin derecho a Visitación / Jesús Giménez Gallo *



El pasado martes, 27 de mayo, acudí a la sede de la Asamblea Regional en Cartagena con la intención de asistir, como ciudadano y representante público, al pleno en el que se debatían cuestiones de especial trascendencia para Cartagena y su comarca, como el futuro del agua o el respaldo institucional a Navantia y su industria auxiliar.

Sin embargo, una trabajadora del gabinete de Presidencia me impidió el acceso alegando que lo prohíbe el reglamento. Nada más lejos de la realidad. El reglamento de la Asamblea no impide la entrada de público a las sesiones plenarias. Es su artículo 84 el que establece que la asistencia de público a las sesiones se realizará cumpliendo con las formalidades "que en cada momento establezca la Presidencia". Es decir, el acceso no está prohibido, está supeditado a su voluntad.

Y esa mañana, señora Martínez, usted decidió impedirme el paso. En un salón de plenos con aforo abierto y prácticamente vacío, prefirió cerrar la puerta a un ciudadano —y además cargo público— en lugar de permitirle presenciar los debates de su Parlamento. No hubo razones sanitarias, de seguridad ni de orden público. Solo una decisión arbitraria.

Este episodio no es un caso aislado ni anecdótico. Forma parte de una tendencia cada vez más evidente: la de convertir la Asamblea Regional en una institución cerrada, opaca y al servicio de un solo partido. La de utilizar el reglamento como excusa para censurar, silenciar o evitar la presencia de quienes no comulgan con el discurso oficial. La misma tendencia que vemos en el Ayuntamiento de Cartagena, donde la alcaldesa Noelia Arroyo ha hecho de la censura a la oposición una práctica habitual, incluso en las Juntas Vecinales.

Usted y la señora Arroyo comparten un estilo de gobierno: evitar el debate, negar la pluralidad y blindar las instituciones para que nadie cuestione nada.

Impedir el acceso a un salón vacío donde se discuten cuestiones clave para el futuro de Cartagena no es solo una falta de respeto institucional. Es también una confesión: prefieren que no se sepa lo que ocurre dentro. Que no se escuche, que no se pregunte, que no se observe.

Por eso, señora Martínez, le exijo que, cumpliendo con el artículo 84 del reglamento de la Asamblea, garantice el acceso los días de pleno mientras exista aforo. Como presidenta debería preocuparle tener una Asamblea abierta, accesible y transparente. Si no lo hace, lo que hasta ahora es notorio se volverá ya incontestable: que utiliza su posición para dificultar deliberadamente el acceso de los ciudadanos y para ocultar lo que allí se debate.

Y, ya que le escribo, le recuerdo que seguimos esperando, desde hace más de un año y medio, que nos reciba para tratar el acuerdo plenario del Ayuntamiento de Cartagena en el que se insta al inicio del proceso de comarcalización de la Región; y, en particular, la creación de la comarca del Campo de Cartagena, como contempla el artículo 3 del Estatuto de Autonomía. Su silencio es otra forma de veto.

La Asamblea Regional no es suya, ni del PP, señora Martínez. Es de todos. Y el pasado martes usted lo olvidó. Le pido que no lo vuelva a hacer.


(*) Portavoz del Grupo Municipal MC Cartagena

viernes, 2 de mayo de 2025

Donde no hubo apagón en España (ni en Cartagena) / Juan Carlos M. Torrijos *


El lunes 28 de abril ya ha pasado la historia como el día del "apagón total" o, como ahora gusta decir a mucha gente, el “blackout " español.

Aunque técnicamente el “apagón” no afectó a toda España, pues quedaron a salvo los archipiélagos de Baleares y Canarias, así como Ceuta y Melilla, el territorio peninsular (el español y el portugués) estuvieron casi 12 horas a oscuras. Además, sufrimos otro “apagón informativo” por parte del Gobierno, a lo que ya estamos acostumbrados…, pero eso es “harina de otro costal”.

En lo que no hubo “apagón” fue en la incompetencia, ampliamente demostrada, en la pésima gestión previa del sistema de Red Eléctrica Española (REE).

Donde tampoco hubo “apagón” es en algunos casos, como el que relato a continuación en la ciudad de Cartagena, en lo que creo que se puede calificar, sin temor a equivocarse, como una “incompetencia” municipal para la adecuada gestión de la emergencia o, si se prefiere, como “desidia y menosprecio al ciudadano”. 

Esto sea dicho sin perjuicio de alabar la gestión y la actitud de las policías nacional y local y demás servicios de emergencia ampliamente desplegados, que facilitaron que el “apagón” alterase mínimamente el ritmo de la ciudad; sólo lo que imponía el hecho de no tener suministro eléctrico. También es de destacar la exquisita actitud de los ciudadanos de a pie, apoyándose mutuamente.

Relato mi propia experiencia.

Llego a la ciudad Departamental, como antes se acostumbraba a decir o "trimilenaria" más al uso actual, sobre las 15:15. Una vez estacionado mi vehículo, pensé que la falta de fluido eléctrico y de la consiguiente conexión a Internet, desde hacía ya más de cinco horas, habría llevado a la supresión momentánea de la obligación de abonar la tarifa para aparcar en la zona de aparcamiento regulado (la famosa ORA). Craso error.

A eso de las 15:20, pienso que, por si acaso, tengo que obtener el ticket de aparcamiento, conociendo de sobra cómo se las gastan algunos servicios públicos en esta ciudad. Intento totalmente infructuoso por la falta de fluido eléctrico ya que, aunque los expendedores funcionan con energía luz solar autónoma, no podían conectarse a Internet y, por consiguiente, no se podía realizar el pago con tarjeta (mi caso, ya que no suelo llevar monedas sueltas y no funcionan con billetes).

Abordo a uno de los varios trabajadores de la empresa que gestiona la vigilancia de la ORA, presentes, curiosamente, en la zona y le pregunto si hay que abonar la tarifa correspondiente. Me responde, algo sorprendido por mi pregunta, que claro que hay que pagar ya que las máquinas funcionan con energía solar y lo hacen correctamente. 

Le objeto que de acuerdo, pero que el pago con tarjeta no puedo hacerlo, a lo que me contesta que entonces debo pagar con efectivo (tampoco podía hacerlo mediante la aplicación correspondiente, por la falta de conexión a Internet) y, sin más explicaciones, me deja allí.

Entonces, comienzo a pensar en qué establecimiento de los que me conocen podría solicitar cambio. Y digo de los que me conocen, porque a ver quién iba a uno cualquiera, ya que estaban casi todos abarrotados, llenos de gente. 

Desde los bares (curioso, ¿verdad?) a las ferreterías intentado adquirir un camping gas, ya agotado en toda la ciudad, pasando por los estancos, para comprar cartones de tabaco (se ve que por si se prolongaba el asunto, pues nadie nos decía nada, salvo las emisoras de radio, eso sí, si tenías pilas o la oías en el coche) o las farmacias, que solo dispensaban medicamentos que se pueden adquirir sin recta.

No obstante, inmerso en esos pensamiento y tras otro infructuoso intento de abonar la tarifa de la ORA con tarjeta, me sorprende la señora que justo antes que yo, y que sí disponía de efectivo, había obtenido su ticket, al ver mi enésimo intento por pagar, me ofreció todas las monedas de las que disponía y que no acepté por pura "vergüenza torera".

Al final decido ir a pedir cambio al estanco; cambio con el que pude obtener el ticket reglamentario (que adjunto como prueba de mi testimonio).

Señora alcaldesa, entiendo que ante la situación del apagón estaba usted muy ocupada como para caer en cómo quitar a los ciudadanos de Cartagena una tribulación más: la de tener que pagar el aparcamiento regulado y sólo con monedas. 

Lo del concejal responsable del área correspondiente ya lo entiendo menos. En todo caso, habrá que sumarlo a la lista de "incompetencias" o, casi mejor, a la de las operaciones más allá del nivel de competencia, del responsable.

El caso es que el pasado 28 de abril, el ciudadano “apagado" en Cartagena tuvo que buscar efectivo y, posiblemente, si no lo encontró, tendrá que hacer frente en los días venideros a la correspondiente sanción que le llegará desde el Ayuntamiento.

Desde estas líneas conmino a doña Noelia Arroyo, alcaldesa de Cartagena, a que las multas de la ORA que hayan podido imponerse tras el “apagón", así como lo recaudado por estacionamiento en la zona de la ORA durante el mismo, se dedique a los colectivos más vulnerables de la ciudad, ofreciendo lo recaudado a alguna de las múltiples organizaciones benéficas que operan en Cartagena, como Cáritas, o a las Hermanitas de los Pobres, que tanto hacen por los mayores más vulnerables de esta maravillosa ciudad. Espero que así lo haga y así nos lo haga saber a los ciudadanos.

Por cierto, otro “servicio” que funcionó perfectamente en toda España fue el de los radares de tráfico, alimentados con fuentes autónomas de energía solar. Al menos esos sí que siguieron prestando su inestimable servicio.

Un saludo desde mi atalaya.

 

 (*) Abogado

miércoles, 26 de marzo de 2025

Predicciones fallidas / Fernando del Pino Calvo-Sotelo *

  Salvo en el lluvioso norte, la mayor parte de nuestro país tiene un clima tan soleado que en cuanto empalmamos algunas semanas de lluvia nos quejamos, y cuando de nuevo vuelve a lucir el sol ―como ocurre siempre en la vida― nos cambia el ánimo.

La queja es comprensible y propia de nuestra voluble naturaleza humana, pero también es frívola: el agua es vida, para el campo, para la naturaleza y para el hombre, y los efímeros efectos melancólicos o las incidencias que puedan producir las lluvias no deberían oscurecer los enormes efectos beneficiosos que tanto añorábamos cuando sufríamos la sequía.

Como sucede habitualmente con la meteorología, la corta memoria del ser humano y el sensacionalismo de los medios nos empujan a tildar de «anormal» esta sucesión de lluvias, aunque se repitan irregularmente cada pocos años.

Por otro lado, dado que las precipitaciones no muestran una tendencia clara en el último siglo ―ligero crecimiento en el mundo[1] y un irregular e inapreciable decrecimiento en España[2]―, parece lógico que tras un período de sequía llegue un exceso de lluvias que equilibre la balanza, aunque su concentración en unas pocas semanas no implique necesariamente que el año en curso vaya a tener una pluviosidad extraordinaria.

En realidad, lo más preocupante no son las lluvias, sino el ingente volumen de agua que podría haberse acumulado y conservado y que se ha vertido y desperdiciado por falta de infraestructuras hidrológicas adecuadas. Ése es el verdadero problema.

Dicho eso, estas lluvias son una mala noticia para la propaganda del cambio climático, que prefiere fenómenos como el calor y la sequía que psicológicamente conectan mejor con el sugestionable «calentamiento global». 

Espero que, al igual que nadie piensa que España se haya vuelto como Inglaterra por unas semanas de lluvia, cuando sobrevengan condiciones meteorológicas opuestas nadie crea que el clima de España se está volviendo como el del Sahara.

El fracaso de la AEMET

La AEMET no supo predecir ni el comienzo de la sequía ni su final, y tampoco acertó cuando pronosticó un invierno astronómico «seco», razón por la que ha sido muy criticada. Aunque aplaudo que la Agencia sea objeto de constante escrutinio público, en el caso de su fallido pronóstico invernal la acusación es ligeramente injusta, pues la AEMET fue muy prudente y enfatizó las enormes incertidumbres de su predicción.

En realidad, la Agencia no tiene ni idea de qué ocurrirá durante el siguiente trimestre, pues el pronóstico más largo que puede hacerse en meteorología es de unas dos semanas, aunque en la práctica no exceda de cinco días. 

Por tanto, el único motivo por el que la AEMET finge hacer predicciones imposibles, envueltas en un falso halo científico, no puede ser otro que impostar una capacidad predictiva de la que carece, es decir, puro teatro, y lo adorna con rangos probabilísticos tan amplios como arbitrarios.

Lo que sí debe criticarse de la AEMET es que haya corrompido su carácter científico para convertirse en cheerleader de la propaganda climática, con minifalda y pompón incluidos. 

En efecto, cuando se trata de meteorología la Agencia se protege detrás de las grandes incertidumbres y limitaciones del conocimiento actual del clima. 

Sin embargo, cuando se trata del «cambio climático» realiza profecías con total certeza, y las anteriores incertidumbres y limitaciones desaparecen como por ensalmo.

En otras palabras, con sus predicciones meteorológicas, cuyo nivel de acierto es fácilmente comprobable, la AEMET se tienta la ropa, pero con sus inverificables predicciones climáticas para dentro de un siglo, ancha es Castilla.

Así, la Agencia se saca de la chistera dudosas o inexistentes relaciones causa-efecto que la ciencia maneja con enorme cautela, pues el clima es un sistema complejo, caótico, no lineal y multifactorial del que aún conocemos poco. Pongamos unos ejemplos.

En su propia web la AEMET resalta «el estrecho vínculo entre el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos». Sin embargo, los fenómenos meteorológicos extremos no han aumentado en frecuencia o severidad en el último siglo. 

Así lo reconoce hasta el IPCC en los capítulos científicos del AR5[3] y AR6: «La evidencia es limitada o no hay señal» de que hayan variado significativamente las precipitaciones, las inundaciones o las sequías, por lo que las afirmaciones al respecto (como la que hace la AEMET) merecen una «baja confianza»[4].

Encontramos otro ejemplo de mala praxis en el torticero aprovechamiento que la AEMET hizo de las altas temperaturas del verano del 2023. En aquel momento un portavoz declaró que íbamos «a tener que añadir en nuestro diccionario meteorológico el término noches infernales»[5]. Obviamente, semejantes afirmaciones no pertenecen al ámbito de la ciencia, sino del amarillismo.

El ritmo de calentamiento global de las últimas cuatro décadas ha sido de menos de 0,15ºC por década[6], ritmo al que las temperaturas tardarían un siglo en subir sólo 1,5ºC (algo por lo demás improbable). 

Además, el planeta tiene temperaturas hoy similares a las que tuvo hace 1.000 y 10.000 años (en el Período Cálido Medieval y en el Máximo del Holoceno, respectivamente), cuando el CO2 era inferior al actual y no había fábricas, meteorólogos o periodistas.

La AEMET también engañó al afirmar que «lo que estamos observando [la ola de calor veraniego del 2023] es consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero antropogénico». 

Defender esta relación causa-efecto resulta inaceptable. La propia Organización Meteorológica Mundial reconoce que «ningún evento meteorológico concreto puede atribuirse al cambio climático inducido por el hombre»[7]

Además, jamás pueden extrapolarse pasajeras condiciones atmosféricas locales al clima del planeta. En ese mismo verano de 2023, la Antártida vivía un invierno austral extremadamente frío con temperaturas récord (por bajas), y no por eso los pingüinos emperador podían concluir que el planeta se estaba enfriando[8].

La AEMET también omite que el salto de temperaturas del 2023 ha causado perplejidad entre los científicos, que consideran «extremadamente improbable» que haya tenido que ver con el cambio climático[9]

Como la ciencia del clima aún está en pañales, hay diversidad de opiniones: unos lo achacan a El Niño[10], otros a una menor nubosidad en el planeta[11] y otros a la erupción del volcán submarino Hunga-Tonga[12].

Finalmente, cuando otro portavoz de la Agencia dice que «las temperaturas van subiendo conforme lo que dicen los modelos climáticos»[13] demuestra una gran ignorancia o una gran capacidad para mentir, pues es bien conocido que los modelos climáticos siempre han pecado de alarmismo previendo temperaturas muy superiores a las observadas[14].

La complejidad del clima

Dado el absoluto descrédito de la institución, he pensado que sería oportuno recordar épocas pasadas en las que la AEMET aún trataba de ser fiel a la ciencia. Para ello citaré extensamente al físico Inocencio Font (1914-2003), una referencia en la meteorología española del s. XX y cuya gran obra Climatología de España y Portugal (2ª edición) incluye un pertinente apéndice sobre lo que él denominaba «hipotético cambio climático». 

Font trabajó durante casi medio siglo en el Servicio Meteorológico Nacional (luego Instituto Nacional de Meteorología, hoy AEMET), dirigiéndolo sus últimos años de vida profesional.

Como explica Font, desde el final de la última era glacial hace unos 12.000 años la Tierra ha vivido varios períodos climáticos que duran entre 2.000 y 3.000 años, divididos en episodios de pocos siglos que a su vez están subdivididos en subperíodos más cortos que duran decenios. 

Estos muestran «marcadas fluctuaciones» de carácter errático que convierten en engañosa toda extrapolación selectiva de tendencias de series cortas, como hace la propaganda climática.

Respecto a las causas de dichos «cambios climáticos» (en plural) «todavía no se ha llegado a conclusiones satisfactorias», aunque sí se conozcan las variables que influyen en el clima (pero no su ponderación ni interacción exactas).

La primera variable es la cantidad de energía solar recibida por la Tierra, cuya variación depende de las perturbaciones solares y de las «imprevisibles» variaciones de emisiones ultravioleta y de partículas con carga eléctrica (viento solar). 

Aunque Font no lo menciona, también depende de los movimientos de traslación y rotación de la Tierra descritos en los ciclos de Milankovitch, es decir, de su excentricidad orbital, su inclinación axial y su precesión equinoccial.

La segunda variable son las variaciones de origen natural en las concentraciones atmosféricas de gases invernadero, cuyas variaciones sólo son significativas a muy largo plazo, y de aerosoles, cuya principal fuente son las erupciones volcánicas.

 Éstas son «imposibles de predecir» y pueden tener efectos atmosféricos opuestos: las erupciones en superficie (las más comunes) expulsan materia pulverizada y tienden a enfriar el planeta, mientras que las erupciones de volcanes submarinos pueden expulsar enormes cantidades de vapor de agua (el mayor gas invernadero) y tener un efecto calentamiento (como Hunga-Tonga en 2022).

Un tercer factor son los cambios en los océanos, que absorben la mitad de la radiación solar y constituyen el gran reservorio de CO2. Los océanos son inmensos y misteriosos: cubren el 70% de la superficie mundial, tienen una profundidad media de 3.700 m y poseen unas características muy especiales de estratificación de temperatura, densidad, presión, luz y salinidad, con sus misteriosas termoclimas y sus corrientes horizontales y verticales. 

A pesar de su importancia, muchos supuestos «expertos» climáticos carecen de conocimientos oceanográficos.

El cuarto factor son los cambios en el albedo, que es el porcentaje de radiación que refleja la superficie terrestre y que depende de la naturaleza de ésta: los bosques reflejan poco (5-10%), mientras que el hielo y la nieve pueden reflejar el 100% de la radiación. 

Influye especialmente —por su feedback positivo— la extensión de los casquetes polares, que muestra «diferencias muy considerables, tanto de un año a otro, como entre décadas o siglos». 

Por eso, nunca deben proyectarse variaciones a corto plazo, como hace constantemente la propaganda del cambio climático.

Por fin, la quinta variable es la influencia de la actividad humana en la emisión de gases invernadero. Font aclara que el ligero calentamiento atmosférico medido en el s. XX «se mantiene todavía dentro de la variabilidad climática natural», pero defiende que el motivo más probable sea la quema de combustibles fósiles.

El problema de las nubes

Un calentamiento terrestre provocará un aumento de la evaporación y de la nubosidad. Por ello, a todos los factores anteriormente mencionados se une la ambigua influencia de las nubes, cuyo balance es casi imposible de modelizar y cuantificar debido a que no «depende únicamente de la cantidad, sino también de sus tipos y distribución geográfica».

Las nubes producen un feedback contradictorio. Por un lado, al “hacer sombra” a la radiación solar, aumentan el albedo y enfrían; por otro lado, si atendemos a su efecto invernadero, calientan. 

En verano un día nublado es más fresco que un día soleado, mientras que en invierno suele ser al revés: los días despejados suelen ser más fríos que los nublados. 

El neto posiblemente contribuya al enfriamiento, lo que explica que recientes estudios hayan ligado el ligero calentamiento global de las últimas dos décadas a «variaciones naturales en la nubosidad y en el albedo»[15].

Por lo tanto, el CO2 de origen antrópico es sólo una pequeña variable de un sistema cuya característica fundamental es la complejidad, la imprevisibilidad y una medida temporal de escala geológica (miles o incluso millones de años) que convierte en fútil y engañoso la extrapolación de tendencias de años o décadas.

Los modelos climáticos

El alarmismo climático-apocalíptico se basa en escenarios poco realistas introducidos como inputs en modelos matemáticos de previsión climática que Font describe con escepticismo como «meras simulaciones artificiales de un sistema natural tan complicado y del que tenemos aún un conocimiento tan precario que hace inevitable la incertidumbre de sus predicciones».

En este sentido, el aumento de la capacidad de computación no implica un mayor conocimiento del clima; el ordenador se ha vuelto más listo, pero el hombre, no. Es más, los modelos sufren una maldición que tiene perplejos a los matemáticos: cuanto mayor es el número de variables que manejan, peor es su capacidad predictiva. A mayor complejidad y parametrización, menor precisión.

Por ello, sería deseable que los supuestos profesionales de la AEMET enfatizaran la «inevitable incertidumbre de las predicciones» no sólo cuando hacen predicciones meteorológicas, sino cada vez que hablan de cambio climático.

¿Qué hacer respecto de los cambios climáticos?

«El hombre no tiene poder para evitar el recalentamiento de la atmósfera, ni mucho menos para estabilizar el clima». 

Es posible que esta afirmación sea lo más relevante de la citada obra de Font, que además rechaza una reducción brusca de emisiones globales, pues implicaría «el colapso de la economía mundial», es decir, pobreza, hambre, muerte y guerra. Eso es a lo que nos conduce la suicida política europea de «cero emisiones».

Asimismo, Font se muestra muy poco preocupado con la posibilidad de un aumento descontrolado de la temperatura terrestre: «Aunque las emisiones de gases invernadero sigan creciendo, el calentamiento tendrá un límite, alcanzado el cual (…) la temperatura media global se mantendría constante, independientemente de cualquier incremento posterior en la concentración de dichos gases». 

Este fenómeno es conocido como la saturación del CO2, y significa que, a partir de cierta concentración de este gas residual, su efecto invernadero prácticamente desaparece.

Por todo ello, ante estas realidades «no cabe más actitud que la resignación, aceptando la impredecibilidad climática como una de las muchas limitaciones que la Naturaleza impone a nuestras actividades». El hombre no es Dios.

El insoluble problema de la predicción climática

Hoy en día, la férrea dictadura del poder y del dinero ha corrompido a la ciencia, que siempre fue una profesión pobre dependiente del mecenazgo. Pero hace un cuarto de siglo la ciencia era mucho más libre, y por eso Font se permitía escribir algo que hoy le condenaría a la hoguera: «También pudiera ocurrir que, a la larga, una vez pasado el período de adaptación a las nuevas condiciones climáticas, el balance final de las repercusiones económico-sociales resultase más bien beneficioso que perjudicial para el conjunto de la Humanidad».

Y continúa: «Respecto a la actitud de los climatólogos, nos parece que lo más acertado sería que en lugar de dedicar tanto esfuerzo y dinero en tratar de resolver el insoluble problema de la predicción climática pusieran mayor énfasis en la investigación de la naturaleza y comportamiento del sistema climático de la Tierra, así como en las causas de los cambios climáticos (…)».

Amén.

(*) Economista

martes, 18 de marzo de 2025

Veritas filia temporis / Fernando del Pino Calvo-Sotelo *

  La verdad es hija del tiempo. Cinco años después del comienzo del covid, el relato oficial se desmorona. El abrumador peso de la evidencia científica y la publicación de informes oficiales revisionistas que desmontan el relato político-mediático hegemónico desde 2020 ha provocado que algunos medios españoles hayan entonado un meritorio, aunque insuficiente mea culpa

Uno de ellos reconoce que «lo que eran fake news de algunos de aquellos etiquetados como negacionistas ahora está alineado con los hechos probados», y propone que, en adelante, «deberíamos escuchar otras voces, aunque no concuerden con la narrativa del Estado, de los medios, de los verificadores de información (…) ni con nuestra más arraigada ideología» (elocuente, esto último, ¿no?) [1].

En otros países ha ocurrido algo similar. Recientemente, uno de los periodistas del New York Times titulaba así su artículo: “Nos engañaron de mala manera”[2]. Otro arrepentido del británico The Times reconocía que ya no cree «que los confinamientos salvaran una sola vida, y de hecho posiblemente causaron la muerte de muchas personas». 

Tras pedir que la próxima vez «conservemos nuestro espíritu crítico y no menospreciemos como parias a aquellos que discrepan del relato oficialmente aprobado», termina con una reflexión: «Debemos recordar que cuanto mayor sea el consenso, más dudas debemos tener sobre el mismo»[3]. Amén.

En realidad, eran los políticos, la UE, los medios de comunicación, los payasos fact-checkers y parte del estamento médico, es decir, el contubernio político-mediático-farmacéutico, los negacionistas que propagaban bulos sin cesar.

El origen del Covid: un escape de laboratorio

El primer bulo del establishment fue el supuesto origen zoonótico del covid con aquel inventado pangolín que aún sobrevive en el bosque escapando de sus perseguidores, como Rambo. 

El sentido común nos hacía preguntarnos hace ya dos años cuál era la probabilidad a priori de que, de todos los lugares habitados del planeta, el virus emergiera precisamente en una ciudad donde existían laboratorios que estaban trabajando precisamente con ese tipo de coronavirus.

Hoy ninguna fuente seria cuestiona que la pandemia fue con toda probabilidad causada por un escape de un laboratorio biológico en Wuhan que las autoridades chinas y los EEUU ocultaron con la ayuda de la corrupta OMS mientras China exportaba el virus al resto del mundo. 

El interés de EEUU era doble: los científicos y las instituciones norteamericanas que habían financiado la investigación del coronavirus en Wuhan querían borrar sus huellas, y el Deep State quería debilitar la posibilidad de reelección de Trump, que defendía la teoría del escape biológico.

La verdad ―que fue censurada― era conocida o al menos sospechada desde 2020, pero fue ocultada al gran público. Los servicios de inteligencia alemanes otorgaron desde un principio una probabilidad de hasta el 95% de que el virus proviniera del laboratorio chino, pero la excanciller Merkel decidió mantener el informe en secreto[4].

 Del mismo modo, el exdirector del Mi6 presentó al gobierno británico un informe clasificado en el que declaraba que «no existe ninguna duda razonable de que el covid-19 ha sido diseñado en el Instituto de Virología de Wuhan», pero el establishment lo enterró[5].

Las controladísimas revistas médicas contribuyeron a tal ocultación, con una excepción. En 2021 el British Medical Journal publicó que «la supresión de la teoría de la fuga de laboratorio no se basa en ninguna evaluación clara de la ciencia», y que se había producido «a pesar de que no existen pruebas de la explicación alternativa, esto es, de la propagación natural de los animales a los seres humanos». 

El BMJ terminaba criticando que no se investigara el «verosímil» escape de laboratorio como origen del covid[6].

En 2022 el Senado norteamericano publicó un profuso informe científico llegando a las mismas conclusiones, que fueron corroboradas meses después por el director del FBI cuando reconoció que «muy probablemente» el origen del covid era artificial[7]

Finalmente, en noviembre de 2024 el Congreso de EEUU llegó a la misma conclusión con un relevante informe que cuestionó casi todas las medidas tomadas para combatir la pandemia[8].

A pesar de ello, algunos «expertos» continúan congelados en la versión oficial y asustan con la posibilidad de que recurra una epidemia de parecidas proporciones. Si ocurriera, sería la primera pandemia natural importante desde hace un siglo, pues el covid, repito, no fue una epidemia de origen natural, sino un accidente biológico causado por un escape de laboratorio. 

En otras palabras, el covid fue el Chernóbil de las armas biológicas.

¿Cuál es entonces la solución para que no se repita? No es, desde luego, empoderar a la OMS para crear una dictadura sanitaria, como pretende el globalismo, ni dar más poder a los gobiernos, ni más dinero a la corrupta industria farmacéutica, sino algo muy sencillo: prohibir la investigación de armas biológicas en todo el mundo y, en particular, la tecnología de ganancia de función que manipula genéticamente virus del mundo animal para aumentar su peligrosidad y que contagien a humanos, como hicieron con el covid[9].

Caraduras recalcitrantes

A pesar de todo, en España algunos de los responsables del mayor escándalo de salud pública de la Historia han aprovechado el quinto aniversario del comienzo de la pandemia para felicitarse a sí mismos con total desfachatez, lo cual denota la impunidad con la que han actuado (y delinquido): cinco años después, nadie ha sido despedido ni multado y nadie ha sido procesado (salvo los políticos comisionistas de las mascarillas). Naturalmente, nadie ha pisado la cárcel.

Este desfile conmemorativo de políticos caraduras y médicos pomposos que abusan de la autoridad de la bata blanca intenta blanquear un fraude de proporciones gigantescas. Como decía Peter C. Gøtzsche, profesor emérito de Medicina en Dinamarca y cofundador de Cochrane (en su día máxima referencia de evidencia médica), «el sector de la Sanidad es mucho más corrupto de lo que la gente piensa, y el dinero de la industria farmacéutica va a todas partes, a políticos, revistas médicas, periódicos, etc.»[10].

Ese etcétera es muy amplio, pues los viscosos tentáculos de las grandes empresas farmacéuticas alcanzan a miembros de Colegios Médicos en todo el mundo[11], a muchos médicos, directa o indirectamente[12], y a las agencias del medicamento, con sus puertas giratorias. 

Por ejemplo, Pfizer acaba de contratar a uno de los principales responsables de la FDA durante la pandemia[13].

El guion de la pandemia

La pandemia siguió un guion. En primer lugar, se aterrorizó a la población con la complicidad de los medios, que lanzaron una campaña de terror y culpabilización perfectamente diseñada para domesticar a la población. 

Para dicha campaña se contrató a agencias de publicidad especializadas[14] que lograron crear una verdadera histeria colectiva con el objeto de facilitar la aceptación de medidas arbitrarias, liberticidas, absurdas y completamente acientíficas.

 Los confinamientos, las distancias de seguridad, la limitación de comensales, el gel hidroalcohólico o las inútiles mascarillas no sirvieron para nada, salvo para beneficiar a unos pocos. Sí sirvieron, en cambio, para enfermar mentalmente a una parte de la ciudadanía.

Los ilegales y sádicos confinamientos fueron epidemiológicamente inútiles y perjudicaron nuestra salud mental y nuestro sistema inmunológico precisamente cuando más lo necesitábamos[15]

Por otro lado, las inútiles mascarillas[16], especialmente crueles con los niños en los colegios[17], no se impusieron para controlar el virus. Las mascarillas se impusieron para controlar a la población, y lo lograron.

Asimismo, para poder aprobar el uso de emergencia de las «vacunas», se torpedeó o silenció todo tratamiento prometedor cuya existencia habría impedido, por razones regulatorias, tan suculento negocio. 

Fue el caso, por ejemplo, de la vitamina D utilizada de forma preventiva[18] o en pacientes ya ingresados[19], la ivermectina[20], o la hidroxicloroquina, eficaz en tratamiento temprano[21], en combinación con azitromicina[22].

 Aunque reducía la mortalidad del covid, fue retirada el mercado[23].

Finalmente, tras negar contra toda evidencia la superior inmunidad natural de quienes ya habían pasado la enfermedad[24], se puso en marcha un programa de vacunación indiscriminada con vacunas y terapias genéticas que no cumplían ninguno de los tres requisitos exigidos para una vacuna (necesidad, eficacia y seguridad), pero sí cumplían el único requisito que importaba: el beneficio.

El escándalo de las «vacunas»

Las vacunas y terapias genéticas ARNm eran innecesarias para la inmensa mayoría de la población para la que el covid era una enfermedad leve[25], dato que se conocía desde 2020 pero que los medios ocultaron pertinazmente. Para los niños el covid era más leve que la gripe[26], a pesar de lo cual se les incluyó escandalosamente en el programa de vacunación.

Las vacunas también fueron ineficaces, pues no evitaban ni la transmisión ni la muerte. Un estudio realizado en Japón (uno entre varios[27]) afirma incluso que las vacunas covid tuvieron eficacia negativa, es decir, que los vacunados se contagiaban más que los no vacunados[28]

Además, la probabilidad de contagiarse aumentaba con cada dosis adicional, como había concluido un macro estudio de la Cleveland Clinic[29].

Nos dijeron que las vacunas protegían contra el contagio y la transmisión para justificar la persecución y apartheid de los no vacunados y el infame pasaporte covid. Era mentira, y, cuando fue patente que no impedían ni el contagio ni la transmisión, recularon cambiando el relato y afirmando que al menos sí protegían contra la gravedad y la muerte.

 También era falso: en marzo de 2022 el 84% de los muertos por covid en España estaba perfectamente vacunado, según datos del propio Ministerio de Sanidad[30]. Un estudio reciente confirma que «los datos estadísticos muestran que la mortalidad de los vacunados fue un 14,5 % superior a la de los no vacunados», por lo que la idea de que las vacunas covid salvaron vidas «contradice los datos estadísticos»[31].

Las vacunas también fueron inseguras, pues seguimos pagando sus efectos secundarios adversos, sobre todo isquémicos y cardiovasculares[32]: ictus, trombosis y trombocitopenia, embolia pulmonar, miocarditis, pericarditis, fibrilación atrial; pero también desórdenes menstruales, efectos oculares, dermatológicos, autoinmunes y neurológicos, como trombosis del seno venoso cerebral, parálisis facial de Bell, mielitis transversa aguda o cáncer[33].

 La escandalosa verdad es que con toda probabilidad las vacunas y terapias genéticas ARNm han provocado la muerte de muchas personas: autopsias realizadas sugieren una relación de causalidad[34].

Hoy, especialistas en Reino Unido[35] o autoridades sanitarias de algunos países[36] llaman a la suspensión de las vacunas ARNm contra el covid mientras el British Medical Journal exige investigar el exceso de mortalidad «sin precedentes» registrado en todo el mundo en 2021 y 2022 tras la difusión de dichas vacunas[37].

Los médicos nos fallaron

De forma imprudente y contra lo que defendía la evidencia científica, la inmensa mayoría de los médicos en España recomendaron a sus pacientes vacunarse aunque no pertenecieran a la población de riesgo o hubieran pasado la enfermedad. Eso sí, lo hicieron verbalmente, sin consentimiento informado, ni receta, ni firma.

La realidad es que, ante la enorme presión social y gremial y el mimetismo que plaga la profesión, muchos eligieron el camino cómodo escudándose en «los protocolos» del orwelliano Ministerio de Sanidad. ¿Cuántos han asumido alguna responsabilidad? ¿Y los Colegios Médicos, que persiguieron y amenazaron a los pocos médicos valientes que se negaron a aceptar el trágala?

Parece lógico, por tanto, que la credibilidad del gremio haya caído estrepitosamente: en EEUU la confianza en médicos y hospitales se ha derrumbado, pasando del 72% en 2020 al 40% en 2024[38]. También se ha producido una lógica disminución de la confianza de la población en las vacunas[39].

Un homenaje a los valientes

Tres cosas recuerdo con gran agradecimiento en este lustro de arduo combate contra la histeria colectiva y los negacionistas del contubernio político-mediático, que se negaban pertinazmente a ver lo que mostraban los datos estadísticos y la evidencia científica.

En primer lugar, la respuesta de mis amables lectores, que mantuvieron la cordura en medio de la locura colectiva demostrando una capacidad de resistencia, una firmeza y un valor poco comunes para defender su independencia de opinión y su salud física y mental (y la de los suyos).

En segundo lugar, el aliento de unos pocos médicos y expertos en inmunología que, en privado, me dieron un apoyo importantísimo para mí, fijándose en el mensaje y no en el mensajero, es decir, en la seriedad de mis fuentes y el rigor de mi análisis. 

Aunque la literatura médica sea uno de mis hobbies desde hace 20 años, pasaron por alto mi falta de credenciales, lo que tiene doble mérito (por tratarse de España y por tratarse de la profesión médica).

Pero, sobre todo, recuerdo con admiración el coraje de los pocos médicos que se opusieron públicamente a La Gran Mentira y pagaron un precio por ello. A fin de cuentas, yo sólo sufrí la censura de un artículo, lo que además resultó ser providencial. 

En efecto, mi decisión de no publicar más en un periódico que retiraba manu militari artículos maquetados sin explicación alguna me llevó a desarrollar este blog, en el que, para mi sorpresa, el artículo censurado tuvo cerca de 400.000 lecturas. 

Como dice el refrán, «dando gracias por agravios negocian los hombres sabios».

Esos médicos valientes, sin embargo, pagaron un elevado precio personal y profesional por defender la verdad y ser fieles a su juramento hipocrático: fueron injustamente estigmatizados, amenazados, perseguidos y condenados al ostracismo por los medios, por los opacos y siniestros Colegios de Médicos y por algunos de sus propios colegas. 

A ellos quiero rendir especial homenaje con este artículo.

Veritas filia temporis.

[1] La investigación que cambia la pandemia | Cataluña
[2] Opinion | We Were Badly Misled About Covid – The New York Times
[3] Next time perhaps we shouldn’t shout down the pandemic pariahs
[4] Angela Merkel ‘covered up German intel report blaming China for Covid’
[5] Labour minister ‘rubbished’ spy chief’s secret dossier on Wuhan lab leak theory during pandemic despite Boris demanding probe… to ‘avoid offending China’ | Daily Mail Online
[6] Covid 19: We need a full open independent investigation into its origins | The BMJ
[7] FBI director says China trying to thwart Covid origin probe
[8] 12.04.2024-SSCP-FINAL-REPORT.pdf
[9] Gain-of-function and origin of Covid19 – PMC
[10] Cochrane Founder Peter Gøtzsche: Healthcare is Much More Corrupt Than People Think – The Daily Sceptic
[11] Medical royal colleges receive millions from drug and medical devices companies | The BMJ
[12] Casi 92.000 médicos españoles reciben ‘detalles’ de las farmacéuticas: uno solo se llevó 146.397 euros – Infobae
[13] Pfizer names former FDA director as chief medical officer | Reuters
[14] The Most Devastating Report So Far ⋆ Brownstone Institute
[15] Frontiers | Impact of COVID-19, lockdowns and vaccination on immune responses in a HIV cohort in the Netherlands
[16] Intervenciones físicas para interrumpir o reducir la propagación de los virus respiratorios – Jefferson, T – 2023 | Cochrane Library
[17] Child mask mandates for COVID-19: a systematic review | Archives of Disease in Childhood
[18] Real world evidence of calcifediol or vitamin D prescription and mortality rate of COVID-19 in a retrospective cohort of hospitalized Andalusian patients | Scientific Reports
[19] “Effect of calcifediol treatment and best available therapy versus best available therapy on intensive care unit admission and mortality among patients hospitalized for COVID-19: A pilot randomized clinical study” – PMC
[20] Ivermectin reduces COVID-19 risk: real-time meta analysis of 105 studies (ivmmeta)
[21] Hydroxychloroquine is effective, and consistently so when provided early, for COVID-19: a systematic review – ScienceDirect
[22] Outcomes after early treatment with hydroxychloroquine and azithromycin: An analysis of a database of 30,423 COVID-19 patients – ScienceDirect
[23] Efficacy and safety of in-hospital treatment of Covid-19 infection with low-dose hydroxychloroquine and azithromycin in hospitalized patients: A retrospective controlled cohort study – ScienceDirect
[24] Past SARS-CoV-2 infection protection against re-infection: a systematic review and meta-analysis – The Lancet
[25] Age-stratified infection fatality rate of COVID-19 in the non-elderly informed from pre-vaccination national seroprevalence studies | medRxiv
[26] Great Barrington Declaration
[27] RACGP – July 2024 correspondence
[28] Behavioral and Health Outcomes of mRNA COVID-19 Vaccination: A Case-Control Study in Japanese Small and Medium-Sized Enterprises | Cureus
[29] Effectiveness of the 2023-2024 Formulation of the Coronavirus Disease 2019 mRNA Vaccine against the JN.1 Variant | medRxiv
[30] ¿Salvaron vidas las vacunas covid? – Fernando del Pino Calvo-Sotelo
[31] The discrepancy between the number of saved lives with COVID-19 vaccination and statistics of Our World Data
[32] El tabú – Fernando del Pino Calvo-Sotelo
[33] Innate immune suppression by SARS-CoV-2 mRNA vaccinations: The role of G-quadruplexes, exosomes, and MicroRNAs – ScienceDirect
[34] (PDF) A Systematic Review Of Autopsy Findings In Deaths After COVID-19 Vaccination
[35] Thousands of doctors sign petition to suspend COVID mRNA vaccines – an open letter to the GMC – Dr Aseem Malhotra
[36] Alberta’s ‘contrarian’ COVID-19 review task force releases final report | Calgary Herald
[37] Excess mortality across countries in the Western World since the COVID-19 pandemic: ‘Our World in Data’ estimates of January 2020 to December 2022 | BMJ Public Health
[38] Trust in Doctors and Hospitals Plummets ⋆ Brownstone Institute
[39] Rise of vaccine distrust – why more of us are questioning jabs

 

 (*) Economista

sábado, 15 de marzo de 2025

De aquellos traidores que nos metieron en la OTAN a estos irresponsables que nos llevan a la guerra / Pedro Costa Morata *


Me ha bastado oír a la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz (TVE, 4 de marzo), explicando su postura ante el rearme de España, el golpe a lo social que esto implicará y la guerra ruso-ucraniana en curso para alarmarme por las luces rojas que desprendía su discurso, aunque procurase —muy a la gallega, con perdón— explicar que “sí, pero no..., aunque... y además... ya lo he dicho y repetido...”.

Me he acordado de cuando Alberto Garzón, ya ministro, aludió al “imperialismo de Putin” al preguntársele sobre esa crisis. Pero ¿este chico, me dije, con lo listo que parece y lo sensato que tiene que ser, no se ha interesado por conocer las causas del conflicto? ¿Y se atreve a acusar a Putin de imperialista formando parte de un Gobierno de la OTAN en pleno proceso de militarismo envolvente hacia la Rusia traicionada? ¿En qué mundo vive? 

Y me pregunté, trastornado: ¿toda esta izquierda “a la izquierda del PSOE” se está socialdemocratizando a toda velocidad?, ¿perderá la decencia, además de la compostura, con ocasión de su integración en un Gobierno de liberales, entregado al atlantismo y la rusofobia?

En confianza diré que lo de Garzón no me extrañó gran cosa, tanto decae la conciencia y la reflexión política con las generaciones. Lo de Yolanda me ha molestado más, tanto por el momento como por los contenidos de su declaración. 

De esta destacaré que quiso quitar importancia a los planes de su Gobierno de incrementar el presupuesto de Defensa al 2% y más allá, afirmando que España gastaba poco en este área, así como de su evasiva cuando se le pidió que pusiera en relación ese rearme con los derechos sociales; ofendiéndome seriamente cuando declaró que esas medidas estaban orientadas a la “defensa del pueblo ucraniano” en la misma línea que Garzón (y que Urtasun, y que Belarra, y que...), de ignorancias interesadas y encanalladas por la guerra. 

La lideresa de Sumar no quiere saber qué el régimen ucraniano tiene menos de democrático que el ruso, y además está envenenado por peligrosos neonazis y ultras varios, y que la crisis acabada en guerra es cosa de sus dirigentes proeuropeos desde 2004, azuzados por una OTAN empeñada en hacer de Ucrania un ariete contra Rusia desde la mera creación del nuevo Estado en 1991.

Son declaraciones estas últimas hechas al calor de la comedia montada por Trump con Zelensky en la Casa Blanca, en la que el mandatario norteamericano se ha exhibido con su más bronquista estilo y el dirigente ucraniano se ha encontrado con su ya cantado merecido: por necio y por malvado, ya que ha puesto en manos de Occidente la suerte de su país y ha decidido llevar la guerra hasta la extenuación de su pueblo. 

Aunque es difícil creer que confíe, como lo hacía con Estados Unidos, en la falsaria y oportunista UE, que tan sospechosa y vertiginosamente ha decidido su gigantesco plan de rearme —esos 800.000 millones de euros que los europeos van a sufrir en su bienestar y su seguridad, ya que esta empeorará sensiblemente con el enfrentamiento con Rusia—, siguiendo las instrucciones de la prusiana Von der Leyen, esa dañina cancillera de hierro de la UE.

Sobre el carácter de farsa del famoso rapapolvos del norteamericano al ucraniano, lo más significativo ha sido la inmediata asunción por el Reino Unido de los asuntos de Europa, al servicio, que no en contra, del amo americano y en riguroso cumplimiento de las acuerdos, expresos y tácitos, que abonan esa “relación especial” Washington-Londres que integra el dominio anglosajón del mundo desde la primera Guerra Mundial. 

El premier británico, Starmer, está dispuesto a llevar fuerzas de a pie a suelo ucraniano y el presidente francés, Macron asume el papel de segundón asustando a los franceses con que “Rusia es una amenaza para Europa”, pretendiendo distraer de la cruda realidad: que él, precisamente él, es la peor amenaza para sus conciudadanos, que ni le votan ni le aprecian por antidemocrático, tramposo y antisocial. 

El caso es que la divertida pelea que tanto ha dado que hablar en todo el Mundo, ha sido el pistoletazo de salida para el rearme de los Estados europeos —con armas norteamericanas, claro— y su pseudo declaración de guerra a Rusia, asemejándose, inquietantemente, al papel asumido por las potencias fascistas en 1938-1941.

Tampoco deberá dejarse de lado que desde su origen la UE (más el actual Reino Unido, que en esto no presenta diferencias) mantiene como propósito más caracterizado el crecimiento económico, mostrando siempre su interés por las “nuevas oportunidades”, que ahora se revisten de reame con la excusa de la amenaza rusa; pasa a segundo lugar la verborrea publicitaria de su interés por el medio ambiente, las energías renovables y el coche eléctrico, objetivos en los que solo cree instrumental y circunstancialmente. 

La orden de rearme, en consecuencia, no significa que haya una voluntad decidida de ir en el enfrentamiento con Rusia hasta las últimas consecuencias, y mucho menos si el desapego norteamericano se confirma: se trata ante todo de crecimiento, negocio, beneficios.

El relativamente sorpresivo protagonismo británico —que contrasta con su apartamiento de la UE pero que se muestra fieramente europeo a la hora de tomar las armas contra Rusia— nos recuerda que la “rusofobia militante” es un producto inglés y data de principios del siglo XIX y las guerras napoleónicas. 

Lo que entendemos por rusofobia ha consistido siempre en menospreciar a Rusia —algunos señalan al siglo XVIII y al reinado del zar Pedro el Grande como origen de esta tirria— en todos los aspectos incluyendo el estratégico, en considerar a sus élites embrutecidas e incapaces, a su territorio demasiado extenso como para ser eficientemente controlado y a su pueblo servil y desmotivado. 

Y aunque han comprobado en más de una ocasión que nada de esto es cierto, las potencias tradicionalmente enemigas de Rusia —o de la URSS del siglo XX— no escarmientan y siguen tratando de aprovechar las ocasiones históricas en que creen que van a poder humillarla.

¿Pretenden las potencias europeas —que ahora asumen con afectada dignidad e inocultable hipocresía el papel antirruso al que las obliga la espantá de Trump— que Rusia consienta que sus tropas “individuales” se instalen en Ucrania porque no estarán integradas colectivamente como pertenecientes a la OTAN? ¿Acaso no han entendido nada, ni quieren entender qué es lo que legítimamente viene pidiendo Rusia desde 2007/2008, y que ha originado este conflicto? 

¿Esperan intimidar a Rusia para ser admitidas en las conversaciones de paz e incluso compartir sus posibles beneficios económicos accediendo en concreto a esas tierras raras de las que tanto se habla (y tan poco se conoce)? ¿Cree el Reino Unido que Rusia ha olvidado que fue el primer ministro Johnson quien voló a Kiev para boicotear el acuerdo de paz al que se iba a llegar en Estambul a las pocas semanas de iniciada la guerra, asegurando a Zelensky que habría apoyo y armas suficientes para frenar y vencer a Putin?

Volviendo al escenario español y a la irresponsable expresión belicista de nuestros dirigentes (con la oposición azuzando), es urgente preguntarse si hay alguien en los medios políticos que se oponga a este peligroso acelerón guerrero. 

Y conviene tratar de ajustarle las cuentas al principal grupo dirigente, el socialista (arropado, según parece, por sus izquierdosos socios de gobierno), recordando a quienes, también socialistas, nos metieron en 1986 en la OTAN, entre proclamas de “modernización” de España, de superación del “aislamiento” internacional en que nos había mantenido el régimen franquista y, por supuesto, como ajustada respuesta a los peligros con que nos acechaba la Unión Soviética, siempre dispuesta a merendarse la Europa que no pudo engullir en 1945. 

Y así, los socialistas mandados por Felipe González nos metieron en una alianza militar que se presentaba como un producto netamente democrático del mundo libre, y que el pueblo español merecía. 

El asunto tuvo, sin embargo, bemoles, ya que ese pueblo español al que se le quería conceder la europeidad, la atlanticicidad y tantas lindezas democráticas, estaba claramente en contra de entrar en la OTAN.

 Y por eso, los socialistas en el poder, que durante años se expresaron contra la OTAN, al cambiar de idea mandados por Estados Unidos y la Internacional Socialista, decidieron emplearse a fondo para manipular, engañar y traicionar a ese pueblo que, envuelto en las redes —escrupulosamente democráticas, claro— de la publicidad ladina, la prensa vendida, la mendacidad de aquellos líderes del PSOE (con su avieso eslogan “OTAN, de entrada NO”) y el referéndum irreprochable, acabó por rendirse votando por la entrada en la Alianza Atlántica (12 de marzo de 1986), cuando solo unos días antes mostraba un claro rechazo. 

Y nada hubo, por supuesto, de las promesas hechas sobre una entrada light en la OTAN (es decir, sin riesgo militar) para atraer el voto, cerrándose esta manipulación del pueblo español con traición y felonía.  

Un indiscutible mérito a atribuir, si bien no en exclusiva, al brillante marrullero Felipe González, a aquel cínico grandioso de Alfonso Guerra y al afectuoso pelele de Javier Solana, a quien cupo el honor —y la profunda satisfacción, no me cabe duda— de redondear aquella saga de fervorosos socialistas atlantistas nada menos que como máximo responsable de la OTAN, dotándose en 1999 de pretextos viles contra el Estado soberano de Yugoslavia, para lanzar sobre miles de seres humanos, con su bien conocida simpatía, el amable recado de los F-18 bien pertrechados de valores occidentales.

Pero hay que recordar, también, que una parte importante de la izquierda a la que señalo, incluyendo el Partido Comunista de España, ya empezaba a reconsiderar y a poner en cuestión su posición anti OTAN y llegó al referéndum en condiciones muy parecidas a la de rendición ideológica ante el atlantismo. 

Aquel eurocomunismo de los años 1970 y 1980 que capitaneaba Berlinguer, líder del PCI, llegó a reconocer a la OTAN como una protección frente la Unión Soviética; y en esto le siguieron, con más o menos discreción, el PCF de Marchais y el PCE de Carrillo, con sus coristas —intelectuales, prensa— respectivos. 

Tratando de explicar la negativa de esta izquierda a reconocer la posición rusa y sus antecedentes, así como la obsesiva rusofobia de Occidente, puede dar alguna luz aquel resabio antisoviético y aquella exhibición de pedigrí democrático en que se embarcaron comunistas y asimilados a partir del eurocomunismo y el mensaje, con él relacionado, del aggiornamento italiano, actitudes ambas que suponían un acomodo al poder y la sociedad conservadores, pensando en obtener los frutos electorales que la democracia —tan consolidada como corrupta— ofrecía en el espejo italiano. 

La perplejidad en que se sumió esa izquierda ante la caída y la desintegración de la URSS y su comunismo no generó grandes interpretaciones políticas, ideológicas u otras, por lo menos por cuanto a la izquierda española se refiere, y así se entró en el caos reflexivo con que la nueva Rusia yeltsiniana perturbó mentes y raciocinios. 

Apenas hubo reacción ante al despliegue ofensivo de la OTAN en las fronteras rusas, y sí mucho escándalo ante la respuesta de Moscú frente al separatismo de territorios integrados de antiguo en la Federación Rusa. El caso es que aquel arrebato democrático-occidentalista del comunismo de los años 1970 y 1980 se ha ido trasladando a la izquierda actual no socialista —como es el caso de Podemos, Sumar, Más Madrid... y que tan bien expresa Yolanda Díaz— en un producto mediocre e irresponsable por lo irreflexivo y lo acomodaticio, con etiqueta antirrusa. 

Pesa la incógnita, en relación con IU, sobre si decidirá por fin liberarse de su complejo de inferioridad y obsolescencia frente a los alborotadores del 15-M, y abanderar el urgente movimiento por la paz y contra el rearme y la guerra; lo que implica necesariamente olvidarse de que, directa o indirectamente, “está en el Gobierno”, algo que tiene más de ficción que de realidad, y que está pagando muy caro.

En aquel 1986 de autos —en el que el mismo PSOE en el poder se apuntó, a más de la entrada en la OTAN, el reconocimiento diplomático de Israel y la integración en la Europa comunitaria— regía el enfrentamiento ideológico entre ese Occidente en el que se nos quería instalar con apremio, y el comunismo de la URSS y su bloque. 

Cuando esta pugna careció de sentido, ya que el peligroso comunismo soviético desapareció, convirtiéndose en nuevos sistemas capitalistas las quince repúblicas sucesoras y, a la cabeza, la Federación Rusa, la OTAN que debió disolverse ante la desaparición del “enemigo originario” traicionó sin embargo a Rusia incumpliendo las promesas que sus más distinguidos líderes (Bush, padre, y Baker, Kohl y Genscher, Solana...) habían dedicado a Gorbachov en cuanto a que la Alianza no se extendería hacia las fronteras de la nueva —pero débil y en quiebra— potencia rusa. 

Y esto es algo que, lógica y fundadamente, los líderes rusos ni quieren ni pueden olvidar.

La continuación de la traición, con acelerada agresividad, se ha desarrollado entre regímenes capitalistas en ambos lados, dejando en evidencia que a lo ideológico sucedía lo hegemónico, y que esta era la verdadera esencia de la OTAN, una creación originaria del capitalismo euro-norteamericano destinada a frenar a la Unión Soviética y el comunismo; pero con una intención añadida y (como se ha visto) perdurable, que era asegurar el dominio secular del Occidente supremacista, más específicamente, angloamericano. 

Imposible no evocar ante este arrebato guerrero europeo que las viejas potencias imperiales —Reino Unido y Francia en primer lugar, pero también Alemania, Holanda, Bélgica, Italia y España en menor medida— siempre parecen dispuestas a la guerra y a ignorar sus fracasos históricos, así como los inmensos daños que han ocasionado a la Humanidad. 

En su cerrada opción por la guerra en Ucrania, en cierto modo “imperial”, subyace la absurda intención de sustituir a Estados Unidos en sus veleidades imperialistas (al menos en esta ocasión), sabiendo que fue la potencia norteamericana la que a su vez y en su momento sucedió a las europeas, y sin aceptar que el antiguo papel hegemónico de unas y otras ya es irrecuperable.

Ante el hecho, inevitable y deseable, de que el movimiento por la paz se alce contra este desvarío, la izquierda entera será puesta a prueba, echándosele en cara su reconversión belicista por mor de un atlantismo que nos lleva hacia el desastre.

 

(*) Activista y pacifista 

 

https://www.elsaltodiario.com/opinion/traidores-nos-metieron-otan-irresponsables-nos-llevan-guerra

lunes, 10 de marzo de 2025

El cambio de denominación del Ejército del Aire ¿inconstitucional? / Juan C. Martín Torrijos *


A pocas personas, especialmente las que siguen los asuntos de Defensa, se le ha pasado por alto el cambio de denominación del “Ejército del Aire” por la de “Ejército del Aire y del Espacio”, “perpetrado” por este Gobierno, mediante la aprobación del Real Decreto 524/2022, de 27 de junio.

Y digo lo de “perpetrado” (cuyo verbo según el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española (RAE) significa “Cometer, consumar un delito o culpa grave”) porque es muy grave que mediante un simple Real Decreto se haya vulnerado nuestra vigente Constitución.

El artículo 8º de nuestra norma fundamental establece en su apartado 1 que “Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión…”

No hace falta una gran formación jurídica para saber que la Constitución no puede ser modificada, ni en una coma, por una norma de inferior rango.

Modificar la Constitución tiene su propio procedimiento y, aclaremos, que para modificar este artículo, el procedimiento de reforma requiere que se proceda previamente a la aprobación del principio [de la modificación] por mayoría de dos tercios de cada Cámara, y a la disolución inmediata de las Cortes; ya que el art. 8º se encuentra en el Título Preliminar (art. 168.1 de la Constitución). De hecho, en teoría de derecho constitucional, la española, está calificada como “rígida”.

Aclarado perfectamente que la denominación del Ejército del Aire no se puede cambiar por el Gobierno, al ser parte del artículo 8º de nuestra norma fundamental, cabría preguntarse por las razones de este cambio y sus posibles consecuencias.

Empecemos por las razones del cambio.

Aún moviéndome en el terreno de las especulaciones, las razones son evidentes y, en parte, se encuentran en el Preámbulo del Real Decreto 524/2022, de 27 de junio que, en primer lugar, afirma textualmente que “En el entorno geopolítico actual, cada vez más global y dinámico, y como consecuencia del mencionado incremento significativo en el uso, tanto civil como militar, de las capacidades espaciales, se está generando una dependencia creciente de este medio y, consecuentemente, se están realizando esfuerzos significativos para garantizar un acceso seguro y continuado al mismo”; luego está claro es que el “espacio” se ha convertido en lugar de interés geopolítico y, específicamente, militar. Hasta ahí se puede afirmar que todo el mundo parece estar de acuerdo con esta afirmación.

En el Epígrafe II del mismo Preámbulo se cita que “Dentro del nuevo marco de cooperación cívico-militar, fruto de décadas de permanente contacto y trabajo en común, el Ejército del Aire mantiene una extraordinaria vinculación y excelentes relaciones con la industria espacial nacional”. Afirmación ésta de un hecho que también admite poca discusión, aunque sea solo para justificar a cuál de los tres ejércitos, Tierra, Armada o Aire, ha decidido el gobierno de la nación asignar una preeminencia en el uso militar de un espacio en el que necesariamente han de operar los tres.

En el epígrafe III encontramos unas razones de equivalencia con lo que han hecho países de nuestro entorno, citando específicamente el caso francés, cuando afirma que “Otro hito en favor del ámbito ultraterrestre es el realizado por Francia, que recientemente ha tomado la decisión de cambiar el nombre de «l´armée de l´air» por el de «l´armée de l’air et de l´espace», materializando así la dimensión espacial de las misiones de su fuerza aérea y el entorno en el que las lleva a cabo”.

 Lo que sucede, es que la Constitución francesa actual, que data de 1958, solo hace referencia a las Fuerzas Armadas, cuando cita las prerrogativas presidenciales como su “comandante en Jefe” o “chef des armées”.

Curiosamente, en el mismo párrafo el Preámbulo del Real Decreto 524/2022, cita el caso estadounidense, que ha optado por una decisión distinta: “Asimismo, Estados Unidos ha decidido priorizar el espacio ultraterrestre, comprometiéndose a potenciar esta nueva frontera mediante la creación de un servicio independiente denominado Space Force”.

Ciñéndonos a otras Fuerzas Armadas de nuestro entorno, el Reino Unido ha optado, como Estados Unidos, por crear un Mando del Espacio, conjunto aunque muy vinculado a su Fuerza Aérea que, de hecho, tiene es su seno un mando “aéreo y del espacio”, sin que por ello haya cambiado su nombre (Royal Air Force –RAF-). Italia también ha incorporado el espacio como el entorno operativo propio de la Fuerza Aérea, sin variar el nombre de la “Aeronautica Militare”, como cita en su página web (https://www.aeronautica.difesa.it/home/noi-siamo-l-am/spazio-e-aerospazio/).

No parece necesario continuar para concluir que aunque el Ejército del Aire, a semejanza de la casi totalidad de las fuerzas aéreas europeas, debe incluir el espacio en su entorno operativo principal, como lo es el terreno para el Ejército de Tierra o el mar para la Armada, no por ello es necesario cambiar su denominación.

La razón de este cambio puede que esté en pretender una “visualización” de cuál es el entorno operativo propio del Ejército del Aire en un ámbito que, de por sí, es de utilización conjunta y en lo que hipotéticamente tenga algo que ver la reciente nueva especialidad fundamental del Ejército de Tierra, denominada “Aviación del Ejército de Tierra”.

Asumiendo que era necesario asignar al Ejército del Aire la responsabilidad principal en el uso militar del espacio, como continuación natural del espacio aéreo y demás razones que el mismo real Decreto 524/2022, de 27 de junio expone, el cambio de denominación abre un “melón” de consecuencias imprevisibles.

Partidarios de este cambio de denominación por Real Decreto defienden que no es realmente un cambio, sino de una “ampliación”, afirmación ésta escuchada personalmente en una conversación con un compañero otrora con altas responsabilidades en Defensa. Esto, además de incierto desde el punto de vista constitucional, es muy “peligroso” para la correcta interpretación y aplicación de nuestra norma suprema.

De hecho, si la teoría de la “ampliación” fuese correcta, parece que también sería posible aplicarla a otros términos contenidos en la Constitución. 

Para ello, tomemos por ejemplo el texto del artículo 137 que reza: “El Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se constituyan”.

Pensemos ahora qué pasaría si este gobierno actual, que ha demostrado ampliamente su sumisión a intereses nacionalistas y separatistas cuando no de otra índole, aprobase un Real Decreto (o el Parlamento una ley, que para el caso es lo mismo), en el que en base al citado artículo 137 de la Constitución, España se pueda organizar territorialmente en “municipios, provincias y veguerías y Comunidades Autónomas”. 

Total, se trata solo de ampliar la denominación de “provincia” incluida en la Constitución, no de cambiarla.

Se daría, así carta de naturaleza legal a una aspiración de independentismo catalán, ya que la Veguería es una jurisdicción administrativa medieval catalana que, tras diversos avatares y supresiones, toma fuerza en 1936, con un Decreto que en sus proyectos iniciales contemplaba “revivirlas”, aunque finalmente no se aprobase esa denominación y que, mucho más recientemente se retoma, de tal manera que llega a aprobarse por el Parlamento catalán la Ley 30/2010, del 3 de agosto, de veguerías.

Tan serio es el asunto.

La cuestión de las “Veguerías” se ha traído a colación como un ejemplo de lo que podría ocurrir si, a pesar de que el Tribunal Constitucional, en Sentencia 31/2010, de 28 de junio declaró inconstitucional ese organización territorial (no exenta de polémica jurídica) hoy, al albur del nuevo panorama político que vivimos en España, se decidiera retomar esa reivindicación.

Por último, hay que mencionar que un cambio similar, por no decir idéntico, se operó en la Fuerza Aérea de Colombia que por ley 2302 de 2023 cambió la denominación de la “Fuerza Aérea Colombiana” por la de “Fuerza Aeroespacial Colombiana”. 

Cambio éste declarado inconstitucional por la Corte Constitucional de Colombia, en Sentencia C-080-2024, al considerar que ya que el nombre original de la institución está explícitamente definido su Carta Magna, una ley ordinaria no tiene la facultad de alterar dicha designación.

En definitiva, con el cambio de denominación del “Ejército del Aire” por “Ejército del Aire y del Espacio”, mediante un Real Decreto, se está poniendo en peligro la integridad misma de la Constitución o, al menos, se ha abierto una puerta para otras “aventuras” no tan baladíes como este cambio de denominación, del todo innecesario; porque el “nombre” no da la “función”, argumento éste que también he escuchado cuando ese cambio se llevó a efecto.

Sería, pues, conveniente que desde instancias con capacidad para hacerlo se plantease la legalidad o la constitucionalidad de dicho cambio de denominación y devolverle al Ejército del Aire su verdadera denominación constitucional.



(*) Coronel (r) del EA (DEM)

Licenciado en Derecho