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miércoles, 26 de marzo de 2025

Predicciones fallidas / Fernando del Pino Calvo-Sotelo *

  Salvo en el lluvioso norte, la mayor parte de nuestro país tiene un clima tan soleado que en cuanto empalmamos algunas semanas de lluvia nos quejamos, y cuando de nuevo vuelve a lucir el sol ―como ocurre siempre en la vida― nos cambia el ánimo.

La queja es comprensible y propia de nuestra voluble naturaleza humana, pero también es frívola: el agua es vida, para el campo, para la naturaleza y para el hombre, y los efímeros efectos melancólicos o las incidencias que puedan producir las lluvias no deberían oscurecer los enormes efectos beneficiosos que tanto añorábamos cuando sufríamos la sequía.

Como sucede habitualmente con la meteorología, la corta memoria del ser humano y el sensacionalismo de los medios nos empujan a tildar de «anormal» esta sucesión de lluvias, aunque se repitan irregularmente cada pocos años.

Por otro lado, dado que las precipitaciones no muestran una tendencia clara en el último siglo ―ligero crecimiento en el mundo[1] y un irregular e inapreciable decrecimiento en España[2]―, parece lógico que tras un período de sequía llegue un exceso de lluvias que equilibre la balanza, aunque su concentración en unas pocas semanas no implique necesariamente que el año en curso vaya a tener una pluviosidad extraordinaria.

En realidad, lo más preocupante no son las lluvias, sino el ingente volumen de agua que podría haberse acumulado y conservado y que se ha vertido y desperdiciado por falta de infraestructuras hidrológicas adecuadas. Ése es el verdadero problema.

Dicho eso, estas lluvias son una mala noticia para la propaganda del cambio climático, que prefiere fenómenos como el calor y la sequía que psicológicamente conectan mejor con el sugestionable «calentamiento global». 

Espero que, al igual que nadie piensa que España se haya vuelto como Inglaterra por unas semanas de lluvia, cuando sobrevengan condiciones meteorológicas opuestas nadie crea que el clima de España se está volviendo como el del Sahara.

El fracaso de la AEMET

La AEMET no supo predecir ni el comienzo de la sequía ni su final, y tampoco acertó cuando pronosticó un invierno astronómico «seco», razón por la que ha sido muy criticada. Aunque aplaudo que la Agencia sea objeto de constante escrutinio público, en el caso de su fallido pronóstico invernal la acusación es ligeramente injusta, pues la AEMET fue muy prudente y enfatizó las enormes incertidumbres de su predicción.

En realidad, la Agencia no tiene ni idea de qué ocurrirá durante el siguiente trimestre, pues el pronóstico más largo que puede hacerse en meteorología es de unas dos semanas, aunque en la práctica no exceda de cinco días. 

Por tanto, el único motivo por el que la AEMET finge hacer predicciones imposibles, envueltas en un falso halo científico, no puede ser otro que impostar una capacidad predictiva de la que carece, es decir, puro teatro, y lo adorna con rangos probabilísticos tan amplios como arbitrarios.

Lo que sí debe criticarse de la AEMET es que haya corrompido su carácter científico para convertirse en cheerleader de la propaganda climática, con minifalda y pompón incluidos. 

En efecto, cuando se trata de meteorología la Agencia se protege detrás de las grandes incertidumbres y limitaciones del conocimiento actual del clima. 

Sin embargo, cuando se trata del «cambio climático» realiza profecías con total certeza, y las anteriores incertidumbres y limitaciones desaparecen como por ensalmo.

En otras palabras, con sus predicciones meteorológicas, cuyo nivel de acierto es fácilmente comprobable, la AEMET se tienta la ropa, pero con sus inverificables predicciones climáticas para dentro de un siglo, ancha es Castilla.

Así, la Agencia se saca de la chistera dudosas o inexistentes relaciones causa-efecto que la ciencia maneja con enorme cautela, pues el clima es un sistema complejo, caótico, no lineal y multifactorial del que aún conocemos poco. Pongamos unos ejemplos.

En su propia web la AEMET resalta «el estrecho vínculo entre el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos». Sin embargo, los fenómenos meteorológicos extremos no han aumentado en frecuencia o severidad en el último siglo. 

Así lo reconoce hasta el IPCC en los capítulos científicos del AR5[3] y AR6: «La evidencia es limitada o no hay señal» de que hayan variado significativamente las precipitaciones, las inundaciones o las sequías, por lo que las afirmaciones al respecto (como la que hace la AEMET) merecen una «baja confianza»[4].

Encontramos otro ejemplo de mala praxis en el torticero aprovechamiento que la AEMET hizo de las altas temperaturas del verano del 2023. En aquel momento un portavoz declaró que íbamos «a tener que añadir en nuestro diccionario meteorológico el término noches infernales»[5]. Obviamente, semejantes afirmaciones no pertenecen al ámbito de la ciencia, sino del amarillismo.

El ritmo de calentamiento global de las últimas cuatro décadas ha sido de menos de 0,15ºC por década[6], ritmo al que las temperaturas tardarían un siglo en subir sólo 1,5ºC (algo por lo demás improbable). 

Además, el planeta tiene temperaturas hoy similares a las que tuvo hace 1.000 y 10.000 años (en el Período Cálido Medieval y en el Máximo del Holoceno, respectivamente), cuando el CO2 era inferior al actual y no había fábricas, meteorólogos o periodistas.

La AEMET también engañó al afirmar que «lo que estamos observando [la ola de calor veraniego del 2023] es consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero antropogénico». 

Defender esta relación causa-efecto resulta inaceptable. La propia Organización Meteorológica Mundial reconoce que «ningún evento meteorológico concreto puede atribuirse al cambio climático inducido por el hombre»[7]

Además, jamás pueden extrapolarse pasajeras condiciones atmosféricas locales al clima del planeta. En ese mismo verano de 2023, la Antártida vivía un invierno austral extremadamente frío con temperaturas récord (por bajas), y no por eso los pingüinos emperador podían concluir que el planeta se estaba enfriando[8].

La AEMET también omite que el salto de temperaturas del 2023 ha causado perplejidad entre los científicos, que consideran «extremadamente improbable» que haya tenido que ver con el cambio climático[9]

Como la ciencia del clima aún está en pañales, hay diversidad de opiniones: unos lo achacan a El Niño[10], otros a una menor nubosidad en el planeta[11] y otros a la erupción del volcán submarino Hunga-Tonga[12].

Finalmente, cuando otro portavoz de la Agencia dice que «las temperaturas van subiendo conforme lo que dicen los modelos climáticos»[13] demuestra una gran ignorancia o una gran capacidad para mentir, pues es bien conocido que los modelos climáticos siempre han pecado de alarmismo previendo temperaturas muy superiores a las observadas[14].

La complejidad del clima

Dado el absoluto descrédito de la institución, he pensado que sería oportuno recordar épocas pasadas en las que la AEMET aún trataba de ser fiel a la ciencia. Para ello citaré extensamente al físico Inocencio Font (1914-2003), una referencia en la meteorología española del s. XX y cuya gran obra Climatología de España y Portugal (2ª edición) incluye un pertinente apéndice sobre lo que él denominaba «hipotético cambio climático». 

Font trabajó durante casi medio siglo en el Servicio Meteorológico Nacional (luego Instituto Nacional de Meteorología, hoy AEMET), dirigiéndolo sus últimos años de vida profesional.

Como explica Font, desde el final de la última era glacial hace unos 12.000 años la Tierra ha vivido varios períodos climáticos que duran entre 2.000 y 3.000 años, divididos en episodios de pocos siglos que a su vez están subdivididos en subperíodos más cortos que duran decenios. 

Estos muestran «marcadas fluctuaciones» de carácter errático que convierten en engañosa toda extrapolación selectiva de tendencias de series cortas, como hace la propaganda climática.

Respecto a las causas de dichos «cambios climáticos» (en plural) «todavía no se ha llegado a conclusiones satisfactorias», aunque sí se conozcan las variables que influyen en el clima (pero no su ponderación ni interacción exactas).

La primera variable es la cantidad de energía solar recibida por la Tierra, cuya variación depende de las perturbaciones solares y de las «imprevisibles» variaciones de emisiones ultravioleta y de partículas con carga eléctrica (viento solar). 

Aunque Font no lo menciona, también depende de los movimientos de traslación y rotación de la Tierra descritos en los ciclos de Milankovitch, es decir, de su excentricidad orbital, su inclinación axial y su precesión equinoccial.

La segunda variable son las variaciones de origen natural en las concentraciones atmosféricas de gases invernadero, cuyas variaciones sólo son significativas a muy largo plazo, y de aerosoles, cuya principal fuente son las erupciones volcánicas.

 Éstas son «imposibles de predecir» y pueden tener efectos atmosféricos opuestos: las erupciones en superficie (las más comunes) expulsan materia pulverizada y tienden a enfriar el planeta, mientras que las erupciones de volcanes submarinos pueden expulsar enormes cantidades de vapor de agua (el mayor gas invernadero) y tener un efecto calentamiento (como Hunga-Tonga en 2022).

Un tercer factor son los cambios en los océanos, que absorben la mitad de la radiación solar y constituyen el gran reservorio de CO2. Los océanos son inmensos y misteriosos: cubren el 70% de la superficie mundial, tienen una profundidad media de 3.700 m y poseen unas características muy especiales de estratificación de temperatura, densidad, presión, luz y salinidad, con sus misteriosas termoclimas y sus corrientes horizontales y verticales. 

A pesar de su importancia, muchos supuestos «expertos» climáticos carecen de conocimientos oceanográficos.

El cuarto factor son los cambios en el albedo, que es el porcentaje de radiación que refleja la superficie terrestre y que depende de la naturaleza de ésta: los bosques reflejan poco (5-10%), mientras que el hielo y la nieve pueden reflejar el 100% de la radiación. 

Influye especialmente —por su feedback positivo— la extensión de los casquetes polares, que muestra «diferencias muy considerables, tanto de un año a otro, como entre décadas o siglos». 

Por eso, nunca deben proyectarse variaciones a corto plazo, como hace constantemente la propaganda del cambio climático.

Por fin, la quinta variable es la influencia de la actividad humana en la emisión de gases invernadero. Font aclara que el ligero calentamiento atmosférico medido en el s. XX «se mantiene todavía dentro de la variabilidad climática natural», pero defiende que el motivo más probable sea la quema de combustibles fósiles.

El problema de las nubes

Un calentamiento terrestre provocará un aumento de la evaporación y de la nubosidad. Por ello, a todos los factores anteriormente mencionados se une la ambigua influencia de las nubes, cuyo balance es casi imposible de modelizar y cuantificar debido a que no «depende únicamente de la cantidad, sino también de sus tipos y distribución geográfica».

Las nubes producen un feedback contradictorio. Por un lado, al “hacer sombra” a la radiación solar, aumentan el albedo y enfrían; por otro lado, si atendemos a su efecto invernadero, calientan. 

En verano un día nublado es más fresco que un día soleado, mientras que en invierno suele ser al revés: los días despejados suelen ser más fríos que los nublados. 

El neto posiblemente contribuya al enfriamiento, lo que explica que recientes estudios hayan ligado el ligero calentamiento global de las últimas dos décadas a «variaciones naturales en la nubosidad y en el albedo»[15].

Por lo tanto, el CO2 de origen antrópico es sólo una pequeña variable de un sistema cuya característica fundamental es la complejidad, la imprevisibilidad y una medida temporal de escala geológica (miles o incluso millones de años) que convierte en fútil y engañoso la extrapolación de tendencias de años o décadas.

Los modelos climáticos

El alarmismo climático-apocalíptico se basa en escenarios poco realistas introducidos como inputs en modelos matemáticos de previsión climática que Font describe con escepticismo como «meras simulaciones artificiales de un sistema natural tan complicado y del que tenemos aún un conocimiento tan precario que hace inevitable la incertidumbre de sus predicciones».

En este sentido, el aumento de la capacidad de computación no implica un mayor conocimiento del clima; el ordenador se ha vuelto más listo, pero el hombre, no. Es más, los modelos sufren una maldición que tiene perplejos a los matemáticos: cuanto mayor es el número de variables que manejan, peor es su capacidad predictiva. A mayor complejidad y parametrización, menor precisión.

Por ello, sería deseable que los supuestos profesionales de la AEMET enfatizaran la «inevitable incertidumbre de las predicciones» no sólo cuando hacen predicciones meteorológicas, sino cada vez que hablan de cambio climático.

¿Qué hacer respecto de los cambios climáticos?

«El hombre no tiene poder para evitar el recalentamiento de la atmósfera, ni mucho menos para estabilizar el clima». 

Es posible que esta afirmación sea lo más relevante de la citada obra de Font, que además rechaza una reducción brusca de emisiones globales, pues implicaría «el colapso de la economía mundial», es decir, pobreza, hambre, muerte y guerra. Eso es a lo que nos conduce la suicida política europea de «cero emisiones».

Asimismo, Font se muestra muy poco preocupado con la posibilidad de un aumento descontrolado de la temperatura terrestre: «Aunque las emisiones de gases invernadero sigan creciendo, el calentamiento tendrá un límite, alcanzado el cual (…) la temperatura media global se mantendría constante, independientemente de cualquier incremento posterior en la concentración de dichos gases». 

Este fenómeno es conocido como la saturación del CO2, y significa que, a partir de cierta concentración de este gas residual, su efecto invernadero prácticamente desaparece.

Por todo ello, ante estas realidades «no cabe más actitud que la resignación, aceptando la impredecibilidad climática como una de las muchas limitaciones que la Naturaleza impone a nuestras actividades». El hombre no es Dios.

El insoluble problema de la predicción climática

Hoy en día, la férrea dictadura del poder y del dinero ha corrompido a la ciencia, que siempre fue una profesión pobre dependiente del mecenazgo. Pero hace un cuarto de siglo la ciencia era mucho más libre, y por eso Font se permitía escribir algo que hoy le condenaría a la hoguera: «También pudiera ocurrir que, a la larga, una vez pasado el período de adaptación a las nuevas condiciones climáticas, el balance final de las repercusiones económico-sociales resultase más bien beneficioso que perjudicial para el conjunto de la Humanidad».

Y continúa: «Respecto a la actitud de los climatólogos, nos parece que lo más acertado sería que en lugar de dedicar tanto esfuerzo y dinero en tratar de resolver el insoluble problema de la predicción climática pusieran mayor énfasis en la investigación de la naturaleza y comportamiento del sistema climático de la Tierra, así como en las causas de los cambios climáticos (…)».

Amén.

(*) Economista

martes, 18 de marzo de 2025

Veritas filia temporis / Fernando del Pino Calvo-Sotelo *

  La verdad es hija del tiempo. Cinco años después del comienzo del covid, el relato oficial se desmorona. El abrumador peso de la evidencia científica y la publicación de informes oficiales revisionistas que desmontan el relato político-mediático hegemónico desde 2020 ha provocado que algunos medios españoles hayan entonado un meritorio, aunque insuficiente mea culpa

Uno de ellos reconoce que «lo que eran fake news de algunos de aquellos etiquetados como negacionistas ahora está alineado con los hechos probados», y propone que, en adelante, «deberíamos escuchar otras voces, aunque no concuerden con la narrativa del Estado, de los medios, de los verificadores de información (…) ni con nuestra más arraigada ideología» (elocuente, esto último, ¿no?) [1].

En otros países ha ocurrido algo similar. Recientemente, uno de los periodistas del New York Times titulaba así su artículo: “Nos engañaron de mala manera”[2]. Otro arrepentido del británico The Times reconocía que ya no cree «que los confinamientos salvaran una sola vida, y de hecho posiblemente causaron la muerte de muchas personas». 

Tras pedir que la próxima vez «conservemos nuestro espíritu crítico y no menospreciemos como parias a aquellos que discrepan del relato oficialmente aprobado», termina con una reflexión: «Debemos recordar que cuanto mayor sea el consenso, más dudas debemos tener sobre el mismo»[3]. Amén.

En realidad, eran los políticos, la UE, los medios de comunicación, los payasos fact-checkers y parte del estamento médico, es decir, el contubernio político-mediático-farmacéutico, los negacionistas que propagaban bulos sin cesar.

El origen del Covid: un escape de laboratorio

El primer bulo del establishment fue el supuesto origen zoonótico del covid con aquel inventado pangolín que aún sobrevive en el bosque escapando de sus perseguidores, como Rambo. 

El sentido común nos hacía preguntarnos hace ya dos años cuál era la probabilidad a priori de que, de todos los lugares habitados del planeta, el virus emergiera precisamente en una ciudad donde existían laboratorios que estaban trabajando precisamente con ese tipo de coronavirus.

Hoy ninguna fuente seria cuestiona que la pandemia fue con toda probabilidad causada por un escape de un laboratorio biológico en Wuhan que las autoridades chinas y los EEUU ocultaron con la ayuda de la corrupta OMS mientras China exportaba el virus al resto del mundo. 

El interés de EEUU era doble: los científicos y las instituciones norteamericanas que habían financiado la investigación del coronavirus en Wuhan querían borrar sus huellas, y el Deep State quería debilitar la posibilidad de reelección de Trump, que defendía la teoría del escape biológico.

La verdad ―que fue censurada― era conocida o al menos sospechada desde 2020, pero fue ocultada al gran público. Los servicios de inteligencia alemanes otorgaron desde un principio una probabilidad de hasta el 95% de que el virus proviniera del laboratorio chino, pero la excanciller Merkel decidió mantener el informe en secreto[4].

 Del mismo modo, el exdirector del Mi6 presentó al gobierno británico un informe clasificado en el que declaraba que «no existe ninguna duda razonable de que el covid-19 ha sido diseñado en el Instituto de Virología de Wuhan», pero el establishment lo enterró[5].

Las controladísimas revistas médicas contribuyeron a tal ocultación, con una excepción. En 2021 el British Medical Journal publicó que «la supresión de la teoría de la fuga de laboratorio no se basa en ninguna evaluación clara de la ciencia», y que se había producido «a pesar de que no existen pruebas de la explicación alternativa, esto es, de la propagación natural de los animales a los seres humanos». 

El BMJ terminaba criticando que no se investigara el «verosímil» escape de laboratorio como origen del covid[6].

En 2022 el Senado norteamericano publicó un profuso informe científico llegando a las mismas conclusiones, que fueron corroboradas meses después por el director del FBI cuando reconoció que «muy probablemente» el origen del covid era artificial[7]

Finalmente, en noviembre de 2024 el Congreso de EEUU llegó a la misma conclusión con un relevante informe que cuestionó casi todas las medidas tomadas para combatir la pandemia[8].

A pesar de ello, algunos «expertos» continúan congelados en la versión oficial y asustan con la posibilidad de que recurra una epidemia de parecidas proporciones. Si ocurriera, sería la primera pandemia natural importante desde hace un siglo, pues el covid, repito, no fue una epidemia de origen natural, sino un accidente biológico causado por un escape de laboratorio. 

En otras palabras, el covid fue el Chernóbil de las armas biológicas.

¿Cuál es entonces la solución para que no se repita? No es, desde luego, empoderar a la OMS para crear una dictadura sanitaria, como pretende el globalismo, ni dar más poder a los gobiernos, ni más dinero a la corrupta industria farmacéutica, sino algo muy sencillo: prohibir la investigación de armas biológicas en todo el mundo y, en particular, la tecnología de ganancia de función que manipula genéticamente virus del mundo animal para aumentar su peligrosidad y que contagien a humanos, como hicieron con el covid[9].

Caraduras recalcitrantes

A pesar de todo, en España algunos de los responsables del mayor escándalo de salud pública de la Historia han aprovechado el quinto aniversario del comienzo de la pandemia para felicitarse a sí mismos con total desfachatez, lo cual denota la impunidad con la que han actuado (y delinquido): cinco años después, nadie ha sido despedido ni multado y nadie ha sido procesado (salvo los políticos comisionistas de las mascarillas). Naturalmente, nadie ha pisado la cárcel.

Este desfile conmemorativo de políticos caraduras y médicos pomposos que abusan de la autoridad de la bata blanca intenta blanquear un fraude de proporciones gigantescas. Como decía Peter C. Gøtzsche, profesor emérito de Medicina en Dinamarca y cofundador de Cochrane (en su día máxima referencia de evidencia médica), «el sector de la Sanidad es mucho más corrupto de lo que la gente piensa, y el dinero de la industria farmacéutica va a todas partes, a políticos, revistas médicas, periódicos, etc.»[10].

Ese etcétera es muy amplio, pues los viscosos tentáculos de las grandes empresas farmacéuticas alcanzan a miembros de Colegios Médicos en todo el mundo[11], a muchos médicos, directa o indirectamente[12], y a las agencias del medicamento, con sus puertas giratorias. 

Por ejemplo, Pfizer acaba de contratar a uno de los principales responsables de la FDA durante la pandemia[13].

El guion de la pandemia

La pandemia siguió un guion. En primer lugar, se aterrorizó a la población con la complicidad de los medios, que lanzaron una campaña de terror y culpabilización perfectamente diseñada para domesticar a la población. 

Para dicha campaña se contrató a agencias de publicidad especializadas[14] que lograron crear una verdadera histeria colectiva con el objeto de facilitar la aceptación de medidas arbitrarias, liberticidas, absurdas y completamente acientíficas.

 Los confinamientos, las distancias de seguridad, la limitación de comensales, el gel hidroalcohólico o las inútiles mascarillas no sirvieron para nada, salvo para beneficiar a unos pocos. Sí sirvieron, en cambio, para enfermar mentalmente a una parte de la ciudadanía.

Los ilegales y sádicos confinamientos fueron epidemiológicamente inútiles y perjudicaron nuestra salud mental y nuestro sistema inmunológico precisamente cuando más lo necesitábamos[15]

Por otro lado, las inútiles mascarillas[16], especialmente crueles con los niños en los colegios[17], no se impusieron para controlar el virus. Las mascarillas se impusieron para controlar a la población, y lo lograron.

Asimismo, para poder aprobar el uso de emergencia de las «vacunas», se torpedeó o silenció todo tratamiento prometedor cuya existencia habría impedido, por razones regulatorias, tan suculento negocio. 

Fue el caso, por ejemplo, de la vitamina D utilizada de forma preventiva[18] o en pacientes ya ingresados[19], la ivermectina[20], o la hidroxicloroquina, eficaz en tratamiento temprano[21], en combinación con azitromicina[22].

 Aunque reducía la mortalidad del covid, fue retirada el mercado[23].

Finalmente, tras negar contra toda evidencia la superior inmunidad natural de quienes ya habían pasado la enfermedad[24], se puso en marcha un programa de vacunación indiscriminada con vacunas y terapias genéticas que no cumplían ninguno de los tres requisitos exigidos para una vacuna (necesidad, eficacia y seguridad), pero sí cumplían el único requisito que importaba: el beneficio.

El escándalo de las «vacunas»

Las vacunas y terapias genéticas ARNm eran innecesarias para la inmensa mayoría de la población para la que el covid era una enfermedad leve[25], dato que se conocía desde 2020 pero que los medios ocultaron pertinazmente. Para los niños el covid era más leve que la gripe[26], a pesar de lo cual se les incluyó escandalosamente en el programa de vacunación.

Las vacunas también fueron ineficaces, pues no evitaban ni la transmisión ni la muerte. Un estudio realizado en Japón (uno entre varios[27]) afirma incluso que las vacunas covid tuvieron eficacia negativa, es decir, que los vacunados se contagiaban más que los no vacunados[28]

Además, la probabilidad de contagiarse aumentaba con cada dosis adicional, como había concluido un macro estudio de la Cleveland Clinic[29].

Nos dijeron que las vacunas protegían contra el contagio y la transmisión para justificar la persecución y apartheid de los no vacunados y el infame pasaporte covid. Era mentira, y, cuando fue patente que no impedían ni el contagio ni la transmisión, recularon cambiando el relato y afirmando que al menos sí protegían contra la gravedad y la muerte.

 También era falso: en marzo de 2022 el 84% de los muertos por covid en España estaba perfectamente vacunado, según datos del propio Ministerio de Sanidad[30]. Un estudio reciente confirma que «los datos estadísticos muestran que la mortalidad de los vacunados fue un 14,5 % superior a la de los no vacunados», por lo que la idea de que las vacunas covid salvaron vidas «contradice los datos estadísticos»[31].

Las vacunas también fueron inseguras, pues seguimos pagando sus efectos secundarios adversos, sobre todo isquémicos y cardiovasculares[32]: ictus, trombosis y trombocitopenia, embolia pulmonar, miocarditis, pericarditis, fibrilación atrial; pero también desórdenes menstruales, efectos oculares, dermatológicos, autoinmunes y neurológicos, como trombosis del seno venoso cerebral, parálisis facial de Bell, mielitis transversa aguda o cáncer[33].

 La escandalosa verdad es que con toda probabilidad las vacunas y terapias genéticas ARNm han provocado la muerte de muchas personas: autopsias realizadas sugieren una relación de causalidad[34].

Hoy, especialistas en Reino Unido[35] o autoridades sanitarias de algunos países[36] llaman a la suspensión de las vacunas ARNm contra el covid mientras el British Medical Journal exige investigar el exceso de mortalidad «sin precedentes» registrado en todo el mundo en 2021 y 2022 tras la difusión de dichas vacunas[37].

Los médicos nos fallaron

De forma imprudente y contra lo que defendía la evidencia científica, la inmensa mayoría de los médicos en España recomendaron a sus pacientes vacunarse aunque no pertenecieran a la población de riesgo o hubieran pasado la enfermedad. Eso sí, lo hicieron verbalmente, sin consentimiento informado, ni receta, ni firma.

La realidad es que, ante la enorme presión social y gremial y el mimetismo que plaga la profesión, muchos eligieron el camino cómodo escudándose en «los protocolos» del orwelliano Ministerio de Sanidad. ¿Cuántos han asumido alguna responsabilidad? ¿Y los Colegios Médicos, que persiguieron y amenazaron a los pocos médicos valientes que se negaron a aceptar el trágala?

Parece lógico, por tanto, que la credibilidad del gremio haya caído estrepitosamente: en EEUU la confianza en médicos y hospitales se ha derrumbado, pasando del 72% en 2020 al 40% en 2024[38]. También se ha producido una lógica disminución de la confianza de la población en las vacunas[39].

Un homenaje a los valientes

Tres cosas recuerdo con gran agradecimiento en este lustro de arduo combate contra la histeria colectiva y los negacionistas del contubernio político-mediático, que se negaban pertinazmente a ver lo que mostraban los datos estadísticos y la evidencia científica.

En primer lugar, la respuesta de mis amables lectores, que mantuvieron la cordura en medio de la locura colectiva demostrando una capacidad de resistencia, una firmeza y un valor poco comunes para defender su independencia de opinión y su salud física y mental (y la de los suyos).

En segundo lugar, el aliento de unos pocos médicos y expertos en inmunología que, en privado, me dieron un apoyo importantísimo para mí, fijándose en el mensaje y no en el mensajero, es decir, en la seriedad de mis fuentes y el rigor de mi análisis. 

Aunque la literatura médica sea uno de mis hobbies desde hace 20 años, pasaron por alto mi falta de credenciales, lo que tiene doble mérito (por tratarse de España y por tratarse de la profesión médica).

Pero, sobre todo, recuerdo con admiración el coraje de los pocos médicos que se opusieron públicamente a La Gran Mentira y pagaron un precio por ello. A fin de cuentas, yo sólo sufrí la censura de un artículo, lo que además resultó ser providencial. 

En efecto, mi decisión de no publicar más en un periódico que retiraba manu militari artículos maquetados sin explicación alguna me llevó a desarrollar este blog, en el que, para mi sorpresa, el artículo censurado tuvo cerca de 400.000 lecturas. 

Como dice el refrán, «dando gracias por agravios negocian los hombres sabios».

Esos médicos valientes, sin embargo, pagaron un elevado precio personal y profesional por defender la verdad y ser fieles a su juramento hipocrático: fueron injustamente estigmatizados, amenazados, perseguidos y condenados al ostracismo por los medios, por los opacos y siniestros Colegios de Médicos y por algunos de sus propios colegas. 

A ellos quiero rendir especial homenaje con este artículo.

Veritas filia temporis.

[1] La investigación que cambia la pandemia | Cataluña
[2] Opinion | We Were Badly Misled About Covid – The New York Times
[3] Next time perhaps we shouldn’t shout down the pandemic pariahs
[4] Angela Merkel ‘covered up German intel report blaming China for Covid’
[5] Labour minister ‘rubbished’ spy chief’s secret dossier on Wuhan lab leak theory during pandemic despite Boris demanding probe… to ‘avoid offending China’ | Daily Mail Online
[6] Covid 19: We need a full open independent investigation into its origins | The BMJ
[7] FBI director says China trying to thwart Covid origin probe
[8] 12.04.2024-SSCP-FINAL-REPORT.pdf
[9] Gain-of-function and origin of Covid19 – PMC
[10] Cochrane Founder Peter Gøtzsche: Healthcare is Much More Corrupt Than People Think – The Daily Sceptic
[11] Medical royal colleges receive millions from drug and medical devices companies | The BMJ
[12] Casi 92.000 médicos españoles reciben ‘detalles’ de las farmacéuticas: uno solo se llevó 146.397 euros – Infobae
[13] Pfizer names former FDA director as chief medical officer | Reuters
[14] The Most Devastating Report So Far ⋆ Brownstone Institute
[15] Frontiers | Impact of COVID-19, lockdowns and vaccination on immune responses in a HIV cohort in the Netherlands
[16] Intervenciones físicas para interrumpir o reducir la propagación de los virus respiratorios – Jefferson, T – 2023 | Cochrane Library
[17] Child mask mandates for COVID-19: a systematic review | Archives of Disease in Childhood
[18] Real world evidence of calcifediol or vitamin D prescription and mortality rate of COVID-19 in a retrospective cohort of hospitalized Andalusian patients | Scientific Reports
[19] “Effect of calcifediol treatment and best available therapy versus best available therapy on intensive care unit admission and mortality among patients hospitalized for COVID-19: A pilot randomized clinical study” – PMC
[20] Ivermectin reduces COVID-19 risk: real-time meta analysis of 105 studies (ivmmeta)
[21] Hydroxychloroquine is effective, and consistently so when provided early, for COVID-19: a systematic review – ScienceDirect
[22] Outcomes after early treatment with hydroxychloroquine and azithromycin: An analysis of a database of 30,423 COVID-19 patients – ScienceDirect
[23] Efficacy and safety of in-hospital treatment of Covid-19 infection with low-dose hydroxychloroquine and azithromycin in hospitalized patients: A retrospective controlled cohort study – ScienceDirect
[24] Past SARS-CoV-2 infection protection against re-infection: a systematic review and meta-analysis – The Lancet
[25] Age-stratified infection fatality rate of COVID-19 in the non-elderly informed from pre-vaccination national seroprevalence studies | medRxiv
[26] Great Barrington Declaration
[27] RACGP – July 2024 correspondence
[28] Behavioral and Health Outcomes of mRNA COVID-19 Vaccination: A Case-Control Study in Japanese Small and Medium-Sized Enterprises | Cureus
[29] Effectiveness of the 2023-2024 Formulation of the Coronavirus Disease 2019 mRNA Vaccine against the JN.1 Variant | medRxiv
[30] ¿Salvaron vidas las vacunas covid? – Fernando del Pino Calvo-Sotelo
[31] The discrepancy between the number of saved lives with COVID-19 vaccination and statistics of Our World Data
[32] El tabú – Fernando del Pino Calvo-Sotelo
[33] Innate immune suppression by SARS-CoV-2 mRNA vaccinations: The role of G-quadruplexes, exosomes, and MicroRNAs – ScienceDirect
[34] (PDF) A Systematic Review Of Autopsy Findings In Deaths After COVID-19 Vaccination
[35] Thousands of doctors sign petition to suspend COVID mRNA vaccines – an open letter to the GMC – Dr Aseem Malhotra
[36] Alberta’s ‘contrarian’ COVID-19 review task force releases final report | Calgary Herald
[37] Excess mortality across countries in the Western World since the COVID-19 pandemic: ‘Our World in Data’ estimates of January 2020 to December 2022 | BMJ Public Health
[38] Trust in Doctors and Hospitals Plummets ⋆ Brownstone Institute
[39] Rise of vaccine distrust – why more of us are questioning jabs

 

 (*) Economista

sábado, 15 de marzo de 2025

De aquellos traidores que nos metieron en la OTAN a estos irresponsables que nos llevan a la guerra / Pedro Costa Morata *


Me ha bastado oír a la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz (TVE, 4 de marzo), explicando su postura ante el rearme de España, el golpe a lo social que esto implicará y la guerra ruso-ucraniana en curso para alarmarme por las luces rojas que desprendía su discurso, aunque procurase —muy a la gallega, con perdón— explicar que “sí, pero no..., aunque... y además... ya lo he dicho y repetido...”.

Me he acordado de cuando Alberto Garzón, ya ministro, aludió al “imperialismo de Putin” al preguntársele sobre esa crisis. Pero ¿este chico, me dije, con lo listo que parece y lo sensato que tiene que ser, no se ha interesado por conocer las causas del conflicto? ¿Y se atreve a acusar a Putin de imperialista formando parte de un Gobierno de la OTAN en pleno proceso de militarismo envolvente hacia la Rusia traicionada? ¿En qué mundo vive? 

Y me pregunté, trastornado: ¿toda esta izquierda “a la izquierda del PSOE” se está socialdemocratizando a toda velocidad?, ¿perderá la decencia, además de la compostura, con ocasión de su integración en un Gobierno de liberales, entregado al atlantismo y la rusofobia?

En confianza diré que lo de Garzón no me extrañó gran cosa, tanto decae la conciencia y la reflexión política con las generaciones. Lo de Yolanda me ha molestado más, tanto por el momento como por los contenidos de su declaración. 

De esta destacaré que quiso quitar importancia a los planes de su Gobierno de incrementar el presupuesto de Defensa al 2% y más allá, afirmando que España gastaba poco en este área, así como de su evasiva cuando se le pidió que pusiera en relación ese rearme con los derechos sociales; ofendiéndome seriamente cuando declaró que esas medidas estaban orientadas a la “defensa del pueblo ucraniano” en la misma línea que Garzón (y que Urtasun, y que Belarra, y que...), de ignorancias interesadas y encanalladas por la guerra. 

La lideresa de Sumar no quiere saber qué el régimen ucraniano tiene menos de democrático que el ruso, y además está envenenado por peligrosos neonazis y ultras varios, y que la crisis acabada en guerra es cosa de sus dirigentes proeuropeos desde 2004, azuzados por una OTAN empeñada en hacer de Ucrania un ariete contra Rusia desde la mera creación del nuevo Estado en 1991.

Son declaraciones estas últimas hechas al calor de la comedia montada por Trump con Zelensky en la Casa Blanca, en la que el mandatario norteamericano se ha exhibido con su más bronquista estilo y el dirigente ucraniano se ha encontrado con su ya cantado merecido: por necio y por malvado, ya que ha puesto en manos de Occidente la suerte de su país y ha decidido llevar la guerra hasta la extenuación de su pueblo. 

Aunque es difícil creer que confíe, como lo hacía con Estados Unidos, en la falsaria y oportunista UE, que tan sospechosa y vertiginosamente ha decidido su gigantesco plan de rearme —esos 800.000 millones de euros que los europeos van a sufrir en su bienestar y su seguridad, ya que esta empeorará sensiblemente con el enfrentamiento con Rusia—, siguiendo las instrucciones de la prusiana Von der Leyen, esa dañina cancillera de hierro de la UE.

Sobre el carácter de farsa del famoso rapapolvos del norteamericano al ucraniano, lo más significativo ha sido la inmediata asunción por el Reino Unido de los asuntos de Europa, al servicio, que no en contra, del amo americano y en riguroso cumplimiento de las acuerdos, expresos y tácitos, que abonan esa “relación especial” Washington-Londres que integra el dominio anglosajón del mundo desde la primera Guerra Mundial. 

El premier británico, Starmer, está dispuesto a llevar fuerzas de a pie a suelo ucraniano y el presidente francés, Macron asume el papel de segundón asustando a los franceses con que “Rusia es una amenaza para Europa”, pretendiendo distraer de la cruda realidad: que él, precisamente él, es la peor amenaza para sus conciudadanos, que ni le votan ni le aprecian por antidemocrático, tramposo y antisocial. 

El caso es que la divertida pelea que tanto ha dado que hablar en todo el Mundo, ha sido el pistoletazo de salida para el rearme de los Estados europeos —con armas norteamericanas, claro— y su pseudo declaración de guerra a Rusia, asemejándose, inquietantemente, al papel asumido por las potencias fascistas en 1938-1941.

Tampoco deberá dejarse de lado que desde su origen la UE (más el actual Reino Unido, que en esto no presenta diferencias) mantiene como propósito más caracterizado el crecimiento económico, mostrando siempre su interés por las “nuevas oportunidades”, que ahora se revisten de reame con la excusa de la amenaza rusa; pasa a segundo lugar la verborrea publicitaria de su interés por el medio ambiente, las energías renovables y el coche eléctrico, objetivos en los que solo cree instrumental y circunstancialmente. 

La orden de rearme, en consecuencia, no significa que haya una voluntad decidida de ir en el enfrentamiento con Rusia hasta las últimas consecuencias, y mucho menos si el desapego norteamericano se confirma: se trata ante todo de crecimiento, negocio, beneficios.

El relativamente sorpresivo protagonismo británico —que contrasta con su apartamiento de la UE pero que se muestra fieramente europeo a la hora de tomar las armas contra Rusia— nos recuerda que la “rusofobia militante” es un producto inglés y data de principios del siglo XIX y las guerras napoleónicas. 

Lo que entendemos por rusofobia ha consistido siempre en menospreciar a Rusia —algunos señalan al siglo XVIII y al reinado del zar Pedro el Grande como origen de esta tirria— en todos los aspectos incluyendo el estratégico, en considerar a sus élites embrutecidas e incapaces, a su territorio demasiado extenso como para ser eficientemente controlado y a su pueblo servil y desmotivado. 

Y aunque han comprobado en más de una ocasión que nada de esto es cierto, las potencias tradicionalmente enemigas de Rusia —o de la URSS del siglo XX— no escarmientan y siguen tratando de aprovechar las ocasiones históricas en que creen que van a poder humillarla.

¿Pretenden las potencias europeas —que ahora asumen con afectada dignidad e inocultable hipocresía el papel antirruso al que las obliga la espantá de Trump— que Rusia consienta que sus tropas “individuales” se instalen en Ucrania porque no estarán integradas colectivamente como pertenecientes a la OTAN? ¿Acaso no han entendido nada, ni quieren entender qué es lo que legítimamente viene pidiendo Rusia desde 2007/2008, y que ha originado este conflicto? 

¿Esperan intimidar a Rusia para ser admitidas en las conversaciones de paz e incluso compartir sus posibles beneficios económicos accediendo en concreto a esas tierras raras de las que tanto se habla (y tan poco se conoce)? ¿Cree el Reino Unido que Rusia ha olvidado que fue el primer ministro Johnson quien voló a Kiev para boicotear el acuerdo de paz al que se iba a llegar en Estambul a las pocas semanas de iniciada la guerra, asegurando a Zelensky que habría apoyo y armas suficientes para frenar y vencer a Putin?

Volviendo al escenario español y a la irresponsable expresión belicista de nuestros dirigentes (con la oposición azuzando), es urgente preguntarse si hay alguien en los medios políticos que se oponga a este peligroso acelerón guerrero. 

Y conviene tratar de ajustarle las cuentas al principal grupo dirigente, el socialista (arropado, según parece, por sus izquierdosos socios de gobierno), recordando a quienes, también socialistas, nos metieron en 1986 en la OTAN, entre proclamas de “modernización” de España, de superación del “aislamiento” internacional en que nos había mantenido el régimen franquista y, por supuesto, como ajustada respuesta a los peligros con que nos acechaba la Unión Soviética, siempre dispuesta a merendarse la Europa que no pudo engullir en 1945. 

Y así, los socialistas mandados por Felipe González nos metieron en una alianza militar que se presentaba como un producto netamente democrático del mundo libre, y que el pueblo español merecía. 

El asunto tuvo, sin embargo, bemoles, ya que ese pueblo español al que se le quería conceder la europeidad, la atlanticicidad y tantas lindezas democráticas, estaba claramente en contra de entrar en la OTAN.

 Y por eso, los socialistas en el poder, que durante años se expresaron contra la OTAN, al cambiar de idea mandados por Estados Unidos y la Internacional Socialista, decidieron emplearse a fondo para manipular, engañar y traicionar a ese pueblo que, envuelto en las redes —escrupulosamente democráticas, claro— de la publicidad ladina, la prensa vendida, la mendacidad de aquellos líderes del PSOE (con su avieso eslogan “OTAN, de entrada NO”) y el referéndum irreprochable, acabó por rendirse votando por la entrada en la Alianza Atlántica (12 de marzo de 1986), cuando solo unos días antes mostraba un claro rechazo. 

Y nada hubo, por supuesto, de las promesas hechas sobre una entrada light en la OTAN (es decir, sin riesgo militar) para atraer el voto, cerrándose esta manipulación del pueblo español con traición y felonía.  

Un indiscutible mérito a atribuir, si bien no en exclusiva, al brillante marrullero Felipe González, a aquel cínico grandioso de Alfonso Guerra y al afectuoso pelele de Javier Solana, a quien cupo el honor —y la profunda satisfacción, no me cabe duda— de redondear aquella saga de fervorosos socialistas atlantistas nada menos que como máximo responsable de la OTAN, dotándose en 1999 de pretextos viles contra el Estado soberano de Yugoslavia, para lanzar sobre miles de seres humanos, con su bien conocida simpatía, el amable recado de los F-18 bien pertrechados de valores occidentales.

Pero hay que recordar, también, que una parte importante de la izquierda a la que señalo, incluyendo el Partido Comunista de España, ya empezaba a reconsiderar y a poner en cuestión su posición anti OTAN y llegó al referéndum en condiciones muy parecidas a la de rendición ideológica ante el atlantismo. 

Aquel eurocomunismo de los años 1970 y 1980 que capitaneaba Berlinguer, líder del PCI, llegó a reconocer a la OTAN como una protección frente la Unión Soviética; y en esto le siguieron, con más o menos discreción, el PCF de Marchais y el PCE de Carrillo, con sus coristas —intelectuales, prensa— respectivos. 

Tratando de explicar la negativa de esta izquierda a reconocer la posición rusa y sus antecedentes, así como la obsesiva rusofobia de Occidente, puede dar alguna luz aquel resabio antisoviético y aquella exhibición de pedigrí democrático en que se embarcaron comunistas y asimilados a partir del eurocomunismo y el mensaje, con él relacionado, del aggiornamento italiano, actitudes ambas que suponían un acomodo al poder y la sociedad conservadores, pensando en obtener los frutos electorales que la democracia —tan consolidada como corrupta— ofrecía en el espejo italiano. 

La perplejidad en que se sumió esa izquierda ante la caída y la desintegración de la URSS y su comunismo no generó grandes interpretaciones políticas, ideológicas u otras, por lo menos por cuanto a la izquierda española se refiere, y así se entró en el caos reflexivo con que la nueva Rusia yeltsiniana perturbó mentes y raciocinios. 

Apenas hubo reacción ante al despliegue ofensivo de la OTAN en las fronteras rusas, y sí mucho escándalo ante la respuesta de Moscú frente al separatismo de territorios integrados de antiguo en la Federación Rusa. El caso es que aquel arrebato democrático-occidentalista del comunismo de los años 1970 y 1980 se ha ido trasladando a la izquierda actual no socialista —como es el caso de Podemos, Sumar, Más Madrid... y que tan bien expresa Yolanda Díaz— en un producto mediocre e irresponsable por lo irreflexivo y lo acomodaticio, con etiqueta antirrusa. 

Pesa la incógnita, en relación con IU, sobre si decidirá por fin liberarse de su complejo de inferioridad y obsolescencia frente a los alborotadores del 15-M, y abanderar el urgente movimiento por la paz y contra el rearme y la guerra; lo que implica necesariamente olvidarse de que, directa o indirectamente, “está en el Gobierno”, algo que tiene más de ficción que de realidad, y que está pagando muy caro.

En aquel 1986 de autos —en el que el mismo PSOE en el poder se apuntó, a más de la entrada en la OTAN, el reconocimiento diplomático de Israel y la integración en la Europa comunitaria— regía el enfrentamiento ideológico entre ese Occidente en el que se nos quería instalar con apremio, y el comunismo de la URSS y su bloque. 

Cuando esta pugna careció de sentido, ya que el peligroso comunismo soviético desapareció, convirtiéndose en nuevos sistemas capitalistas las quince repúblicas sucesoras y, a la cabeza, la Federación Rusa, la OTAN que debió disolverse ante la desaparición del “enemigo originario” traicionó sin embargo a Rusia incumpliendo las promesas que sus más distinguidos líderes (Bush, padre, y Baker, Kohl y Genscher, Solana...) habían dedicado a Gorbachov en cuanto a que la Alianza no se extendería hacia las fronteras de la nueva —pero débil y en quiebra— potencia rusa. 

Y esto es algo que, lógica y fundadamente, los líderes rusos ni quieren ni pueden olvidar.

La continuación de la traición, con acelerada agresividad, se ha desarrollado entre regímenes capitalistas en ambos lados, dejando en evidencia que a lo ideológico sucedía lo hegemónico, y que esta era la verdadera esencia de la OTAN, una creación originaria del capitalismo euro-norteamericano destinada a frenar a la Unión Soviética y el comunismo; pero con una intención añadida y (como se ha visto) perdurable, que era asegurar el dominio secular del Occidente supremacista, más específicamente, angloamericano. 

Imposible no evocar ante este arrebato guerrero europeo que las viejas potencias imperiales —Reino Unido y Francia en primer lugar, pero también Alemania, Holanda, Bélgica, Italia y España en menor medida— siempre parecen dispuestas a la guerra y a ignorar sus fracasos históricos, así como los inmensos daños que han ocasionado a la Humanidad. 

En su cerrada opción por la guerra en Ucrania, en cierto modo “imperial”, subyace la absurda intención de sustituir a Estados Unidos en sus veleidades imperialistas (al menos en esta ocasión), sabiendo que fue la potencia norteamericana la que a su vez y en su momento sucedió a las europeas, y sin aceptar que el antiguo papel hegemónico de unas y otras ya es irrecuperable.

Ante el hecho, inevitable y deseable, de que el movimiento por la paz se alce contra este desvarío, la izquierda entera será puesta a prueba, echándosele en cara su reconversión belicista por mor de un atlantismo que nos lleva hacia el desastre.

 

(*) Activista y pacifista 

 

https://www.elsaltodiario.com/opinion/traidores-nos-metieron-otan-irresponsables-nos-llevan-guerra

lunes, 10 de marzo de 2025

El cambio de denominación del Ejército del Aire ¿inconstitucional? / Juan C. Martín Torrijos *


A pocas personas, especialmente las que siguen los asuntos de Defensa, se le ha pasado por alto el cambio de denominación del “Ejército del Aire” por la de “Ejército del Aire y del Espacio”, “perpetrado” por este Gobierno, mediante la aprobación del Real Decreto 524/2022, de 27 de junio.

Y digo lo de “perpetrado” (cuyo verbo según el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española (RAE) significa “Cometer, consumar un delito o culpa grave”) porque es muy grave que mediante un simple Real Decreto se haya vulnerado nuestra vigente Constitución.

El artículo 8º de nuestra norma fundamental establece en su apartado 1 que “Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión…”

No hace falta una gran formación jurídica para saber que la Constitución no puede ser modificada, ni en una coma, por una norma de inferior rango.

Modificar la Constitución tiene su propio procedimiento y, aclaremos, que para modificar este artículo, el procedimiento de reforma requiere que se proceda previamente a la aprobación del principio [de la modificación] por mayoría de dos tercios de cada Cámara, y a la disolución inmediata de las Cortes; ya que el art. 8º se encuentra en el Título Preliminar (art. 168.1 de la Constitución). De hecho, en teoría de derecho constitucional, la española, está calificada como “rígida”.

Aclarado perfectamente que la denominación del Ejército del Aire no se puede cambiar por el Gobierno, al ser parte del artículo 8º de nuestra norma fundamental, cabría preguntarse por las razones de este cambio y sus posibles consecuencias.

Empecemos por las razones del cambio.

Aún moviéndome en el terreno de las especulaciones, las razones son evidentes y, en parte, se encuentran en el Preámbulo del Real Decreto 524/2022, de 27 de junio que, en primer lugar, afirma textualmente que “En el entorno geopolítico actual, cada vez más global y dinámico, y como consecuencia del mencionado incremento significativo en el uso, tanto civil como militar, de las capacidades espaciales, se está generando una dependencia creciente de este medio y, consecuentemente, se están realizando esfuerzos significativos para garantizar un acceso seguro y continuado al mismo”; luego está claro es que el “espacio” se ha convertido en lugar de interés geopolítico y, específicamente, militar. Hasta ahí se puede afirmar que todo el mundo parece estar de acuerdo con esta afirmación.

En el Epígrafe II del mismo Preámbulo se cita que “Dentro del nuevo marco de cooperación cívico-militar, fruto de décadas de permanente contacto y trabajo en común, el Ejército del Aire mantiene una extraordinaria vinculación y excelentes relaciones con la industria espacial nacional”. Afirmación ésta de un hecho que también admite poca discusión, aunque sea solo para justificar a cuál de los tres ejércitos, Tierra, Armada o Aire, ha decidido el gobierno de la nación asignar una preeminencia en el uso militar de un espacio en el que necesariamente han de operar los tres.

En el epígrafe III encontramos unas razones de equivalencia con lo que han hecho países de nuestro entorno, citando específicamente el caso francés, cuando afirma que “Otro hito en favor del ámbito ultraterrestre es el realizado por Francia, que recientemente ha tomado la decisión de cambiar el nombre de «l´armée de l´air» por el de «l´armée de l’air et de l´espace», materializando así la dimensión espacial de las misiones de su fuerza aérea y el entorno en el que las lleva a cabo”.

 Lo que sucede, es que la Constitución francesa actual, que data de 1958, solo hace referencia a las Fuerzas Armadas, cuando cita las prerrogativas presidenciales como su “comandante en Jefe” o “chef des armées”.

Curiosamente, en el mismo párrafo el Preámbulo del Real Decreto 524/2022, cita el caso estadounidense, que ha optado por una decisión distinta: “Asimismo, Estados Unidos ha decidido priorizar el espacio ultraterrestre, comprometiéndose a potenciar esta nueva frontera mediante la creación de un servicio independiente denominado Space Force”.

Ciñéndonos a otras Fuerzas Armadas de nuestro entorno, el Reino Unido ha optado, como Estados Unidos, por crear un Mando del Espacio, conjunto aunque muy vinculado a su Fuerza Aérea que, de hecho, tiene es su seno un mando “aéreo y del espacio”, sin que por ello haya cambiado su nombre (Royal Air Force –RAF-). Italia también ha incorporado el espacio como el entorno operativo propio de la Fuerza Aérea, sin variar el nombre de la “Aeronautica Militare”, como cita en su página web (https://www.aeronautica.difesa.it/home/noi-siamo-l-am/spazio-e-aerospazio/).

No parece necesario continuar para concluir que aunque el Ejército del Aire, a semejanza de la casi totalidad de las fuerzas aéreas europeas, debe incluir el espacio en su entorno operativo principal, como lo es el terreno para el Ejército de Tierra o el mar para la Armada, no por ello es necesario cambiar su denominación.

La razón de este cambio puede que esté en pretender una “visualización” de cuál es el entorno operativo propio del Ejército del Aire en un ámbito que, de por sí, es de utilización conjunta y en lo que hipotéticamente tenga algo que ver la reciente nueva especialidad fundamental del Ejército de Tierra, denominada “Aviación del Ejército de Tierra”.

Asumiendo que era necesario asignar al Ejército del Aire la responsabilidad principal en el uso militar del espacio, como continuación natural del espacio aéreo y demás razones que el mismo real Decreto 524/2022, de 27 de junio expone, el cambio de denominación abre un “melón” de consecuencias imprevisibles.

Partidarios de este cambio de denominación por Real Decreto defienden que no es realmente un cambio, sino de una “ampliación”, afirmación ésta escuchada personalmente en una conversación con un compañero otrora con altas responsabilidades en Defensa. Esto, además de incierto desde el punto de vista constitucional, es muy “peligroso” para la correcta interpretación y aplicación de nuestra norma suprema.

De hecho, si la teoría de la “ampliación” fuese correcta, parece que también sería posible aplicarla a otros términos contenidos en la Constitución. 

Para ello, tomemos por ejemplo el texto del artículo 137 que reza: “El Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se constituyan”.

Pensemos ahora qué pasaría si este gobierno actual, que ha demostrado ampliamente su sumisión a intereses nacionalistas y separatistas cuando no de otra índole, aprobase un Real Decreto (o el Parlamento una ley, que para el caso es lo mismo), en el que en base al citado artículo 137 de la Constitución, España se pueda organizar territorialmente en “municipios, provincias y veguerías y Comunidades Autónomas”. 

Total, se trata solo de ampliar la denominación de “provincia” incluida en la Constitución, no de cambiarla.

Se daría, así carta de naturaleza legal a una aspiración de independentismo catalán, ya que la Veguería es una jurisdicción administrativa medieval catalana que, tras diversos avatares y supresiones, toma fuerza en 1936, con un Decreto que en sus proyectos iniciales contemplaba “revivirlas”, aunque finalmente no se aprobase esa denominación y que, mucho más recientemente se retoma, de tal manera que llega a aprobarse por el Parlamento catalán la Ley 30/2010, del 3 de agosto, de veguerías.

Tan serio es el asunto.

La cuestión de las “Veguerías” se ha traído a colación como un ejemplo de lo que podría ocurrir si, a pesar de que el Tribunal Constitucional, en Sentencia 31/2010, de 28 de junio declaró inconstitucional ese organización territorial (no exenta de polémica jurídica) hoy, al albur del nuevo panorama político que vivimos en España, se decidiera retomar esa reivindicación.

Por último, hay que mencionar que un cambio similar, por no decir idéntico, se operó en la Fuerza Aérea de Colombia que por ley 2302 de 2023 cambió la denominación de la “Fuerza Aérea Colombiana” por la de “Fuerza Aeroespacial Colombiana”. 

Cambio éste declarado inconstitucional por la Corte Constitucional de Colombia, en Sentencia C-080-2024, al considerar que ya que el nombre original de la institución está explícitamente definido su Carta Magna, una ley ordinaria no tiene la facultad de alterar dicha designación.

En definitiva, con el cambio de denominación del “Ejército del Aire” por “Ejército del Aire y del Espacio”, mediante un Real Decreto, se está poniendo en peligro la integridad misma de la Constitución o, al menos, se ha abierto una puerta para otras “aventuras” no tan baladíes como este cambio de denominación, del todo innecesario; porque el “nombre” no da la “función”, argumento éste que también he escuchado cuando ese cambio se llevó a efecto.

Sería, pues, conveniente que desde instancias con capacidad para hacerlo se plantease la legalidad o la constitucionalidad de dicho cambio de denominación y devolverle al Ejército del Aire su verdadera denominación constitucional.



(*) Coronel (r) del EA (DEM)

Licenciado en Derecho

jueves, 6 de marzo de 2025

Ucrania: de la propaganda al delirio / Fernando del Pino Calvo-Sotelo *

 La Edad de Oro de la propaganda que estamos viviendo facilita la creación y propagación de histerias colectivas —como lo fue la pandemia—. ¿Estamos ante una de ellas con la guerra de Ucrania?

El primer indicio de una histeria colectiva es una antinatural unanimidad de opiniones consecuencia de un previo bombardeo mediático destinado a ablandar los sesos y encender los ánimos. Todo el mundo piensa igual, lo que suele indicar que nadie está pensando en absoluto.

El segundo indicio es un maniqueísmo simplista que presenta todo como una lucha entre buenos (nosotros) y malos (ellos). Irónicamente, los yonquis del poder, campeones del relativismo, no dudan en apelar al bien y al mal ―conceptos en los que no creen― con tal de que les sirva a sus propósitos.

El tercer indicio es una población manipulada presa de pasiones desbocadas (miedo e ira) que extinguen cualquier intento de apelar a la razón, a la serenidad o al diálogo. El pensamiento único se convierte en dogma y la heterodoxia no se tolera, lo que da lugar a sobrerreacciones emocionales ante cualquier opinión contraria. Las críticas argumentativas son sustituidas por críticas ad hominem (negacionista, quintacolumnista, etc.) y se justifica la falta de respeto o incluso la violencia —no necesariamente física— para acallar al disidente.

La histeria colectiva transforma al individuo racional en individuo-masa. El individuo racional piensa y pondera argumentos y se une a otros como decisión individual, por convencimiento. El individuo-masa, por el contrario, se mueve por impulsos y emociones primitivas y se funde con la masa en grupo, por simple contagio. El individuo racional muy raras veces es capaz de linchar a nadie; el individuo-masa es capaz de linchar al disidente entre gritos de júbilo.

La «conversación» en el Despacho Oval

Último acto. Escena primera. «No está usted en muy buena posición. No está ganando esta guerra. Está jugando con la vida de millones de personas. Está jugando con la Tercera Guerra Mundial».

Es difícil encontrar una sola mentira en esta frase que Trump le espetó al presidente ucraniano en el penoso espectáculo que protagonizaron en el Despacho Oval. En efecto, Zelensky lleva tres años intentando arrastrarnos a una Tercera Guerra Mundial, como cuando mintió al culpar a Rusia de disparar un misil cuyos restos cayeron sobre Polonia (territorio OTAN) matando a dos personas. El misil había sido disparado por los propios ucranianos[1].

Sin embargo, la reacción mediática a lo ocurrido en la Casa Blanca ha consistido fundamentalmente en echar espumarajos por la boca, actitud que no es muy útil para analizar la realidad. Así, el odio un poco enfermizo que nuestra clase periodística siente por Trump (y ahora también por Vance, tras su discurso en Múnich) le llevó a repetir la consigna oficial que tildaba el incidente de «encerrona».

Sin embargo, dado que el encuentro fue televisado de principio a fin, sabemos que los hechos (y la lógica) no sustentan tal relato. A pesar de la actitud hosca y en ocasiones provocadora del ucraniano, los primeros cuarenta minutos de conversación en el Despacho Oval transcurrieron sin incidentes, y estaba programado un almuerzo privado entre los dos presidentes y la firma del acuerdo comercial en el ceremonial East Room, la sala más amplia de la Casa Blanca.

El desastre diplomático, por tanto, fue un error de Zelensky, que ha perdido el sentido de la realidad y perdió también los papeles: chulesco e impertinente, se dirigió con innecesaria hostilidad a Vance tras contestar éste a un periodista polaco que había que dar una oportunidad «a la diplomacia». Vance no se había dirigido a él, pero el desubicado presidente ucraniano se encaró con el vicepresidente, le tuteó con desdén («JD») mientras éste le trataba educadamente de «Sr. presidente», y luego entró en barrena con Trump, su anfitrión y financiador.

¿Qué le pasa a Europa?

Sin embargo, el incidente no pasa de ser una anécdota. Más relevante es el nerviosismo del contubernio político-periodístico europeo. La impostada «cumbre» en Reino Unido nos hace preguntarnos por qué Europa no ha tenido ni una sola iniciativa de paz en tres años de guerra, y escenifica lo que resumió acertadamente Orbán hace unas semanas: el mundo ha cambiado y la única que no se ha enterado aún es Europa. Se aproxima un baño de realidad.

¿No es extraño que una iniciativa de paz para Ucrania haya sido recibida en Europa con recelo e indignación? Sin duda, el carácter perdonavidas de Trump no le gana adeptos, pero Obama y Biden eran también enormemente arrogantes. ¿Por qué surge entonces este visceral rechazo? ¿Acaso no es preferible la paz a la guerra? ¿No vale más un mal arreglo que un buen pleito? ¿O es que vamos a gritar ¡victoria o muerte!, como hacen los periodistas y políticos europeos con la ligereza de quien ni va al frente ni envía a sus hijos a morir?

«Es mejor y más seguro una paz cierta que una victoria esperada», escribía Tito Livio hace 2.000 años. Pero es que Ucrania no tiene esperanza alguna de victoria: la alternativa a la paz es una mayor pérdida de territorio y de vidas humanas y el potencial retorno a la no-existencia que ha sido la norma de este país a lo largo de su breve historia.

Quizá Europa se haya creído su propia propaganda, aunque sus dirigentes digan una cosa en público y otra muy distinta en privado; o quizá le moleste su creciente irrelevancia, pues, como he defendido desde un principio, los dos actores principales de este conflicto siempre fueron Rusia y EEUU, mientras que Ucrania y la UE eran sólo actores secundarios o meras comparsas.

En cualquier caso, algo nos pasa. Trump es mucho más popular en su país que en Europa. A Zelensky le pasa al revés: es mucho más popular en Europa que en su propio país. Por lo tanto, o los ciudadanos de esos países no se enteran de nada o somos los europeos los que no nos enteramos. ¿No estaremos de nuevo cegados por una histeria colectiva que impide un análisis racional de los hechos?

La excesiva canonización de Zelensky

En el resto del mundo Zelensky carece de la aureola que le rodea en Europa. Estéticamente, el presidente ucraniano fue siempre una cuidada construcción publicitaria ―uniforme verde/negro, corte de pelo militar y barba de tres días―, pero ya es algo más: un líder mesiánico y bunkerizado que «se engaña a sí mismo», como reconoció uno de sus colaboradores a la revista Time hace un tiempo. «No nos quedan opciones, no estamos ganando, pero intente usted decírselo», se lamentaba el frustrado ayudante del presidente ucraniano[2].

Decía Kissinger que el poder es el afrodisíaco supremo. Deslumbrado por los focos, Zelensky nunca comprendió que estaba siendo utilizado por el Deep State de Biden ni parece haber comprendido que en EEUU se ha producido un cambio de régimen: el Deep State que lo aupó perdió las elecciones frente a Trump (como pronostiqué que ocurriría), y Trump quiere la paz.

Por lo tanto, por mucho que simpaticemos con la heroica resistencia del pueblo ucraniano, resulta difícil comprender la canonización de un yonqui del poder (otro más, como los de Moscú, Washington o Bruselas) que ha arrastrado a su país a la destrucción con una guerra perdida de antemano contra un adversario implacable que no podía perder.

Los medios también ocultan que el presidente ucraniano es un líder autoritario. En efecto, «con la excusa de la guerra» (en acertada expresión de la revista Newsweek) ha practicado una clara política represiva, cerrando medios de comunicación hostiles y encerrando, persiguiendo judicialmente o sacando del país a sus opositores[3]. Hace un año destituyó (¡en mitad de una guerra!) al competente general Zaluhzny enviándole de embajador a Londres porque en las encuestas Zaluzhny obtenía un 41% de apoyo popular frente al magro 24% que obtenía él[4]. Como apunta Newsweek, resulta muy dudoso que la Ucrania de Zelensky pueda hoy considerarse una democracia[5].

Una paz poco deseada

¿Desea el presidente ucraniano la paz? En 2022 aprobó un decreto prohibiendo las negociaciones con Putin, es decir, convirtiendo en delito buscar la paz[6]. ¿No es un poco extraño? No podemos obviar que Zelensky tiene un incentivo perverso para mantener su belicismo: mientras dure la guerra y la ley marcial, no tiene que convocar elecciones, puede seguir con sus giras de vanidad internacionales y controla los dineros de uno de los países más corruptos del mundo, pero cuando haya paz y se convoquen elecciones, las perderá, y el negocio se acabó.

Existe, por tanto, un potencial conflicto de interés entre el presidente de Ucrania y sus ciudadanos, pues el primero no tiene prisa por alcanzar la paz, pero los ucranianos sí, a pesar de los odios generados durante esta cruenta guerra. Contrariamente a lo que insinuó Zelensky en la Casa Blanca, el 52% quiere negociar el final del conflicto y está dispuesto a hacer concesiones territoriales para lograrlo. Sólo un 38% quiere continuar luchando, porcentaje que baja cada mes que pasa[7].

Resulta curioso que el otro día el presidente ucraniano basara su negativa a negociar la paz en que Putin supuestamente no respeta los acuerdos que firma. Trump se lo rebatió, basándose en su experiencia con el autócrata ruso en su primer mandato. Bill Clinton estaba de acuerdo con Trump: preguntado en 2013 si se podía confiar en Putin, Clinton respondía: «Cumplió su palabra en todos los acuerdos a los que llegamos»[8].

Las ventajas del análisis racional

Como he tenido ocasión de argumentar en muchos artículos, la propaganda occidental, transmitida al pie de la letra por el contubernio político-periodístico europeo, ha construido un relato falaz sobre las causas últimas y el desarrollo de la guerra. Según dicho relato, nos encontraríamos ante una lucha entre buenos y malos, entre ideales de democracia y tiranía, y la invasión rusa habría salido de la nada («agresión no provocada», es el mantra) como preludio de una nueva invasión de Europa, a pesar de que desde 1991 las fronteras de Rusia no se han movido un ápice (no así las de la OTAN).

Todo esto son paparruchas, pero en España han encontrado especial eco debido a nuestra nobleza, que admira la valentía y defiende al débil frente al fuerte. Así, una guerra en un país que muy pocos españoles sabían situar en un mapa hace tres años ha levantado una quijotesca reacción antirrusa muy distanciada de lo que un análisis más sosegado de los datos invitaría a tener y, desde luego, muy lejos de lo que conviene a nuestros intereses nacionales.

El camino es otro. Para lograr una comprensión de la realidad y una cierta capacidad de previsión de los acontecimientos debemos sustituir esta volcánica erupción emocional por un análisis racional y lógico. Condición necesaria, desde luego, es llevar una dieta estricta de prensa: leer poco y no creerse nada.

Así, para el afortunado no-lector de prensa, los datos y la lógica permitían desde un principio comprender que no estábamos ante un conflicto entre Rusia (Goliat) y Ucrania (David), sino ante un conflicto indirecto entre EEUU y Rusia provocado por EEUU, en el que Ucrania ponía los muertos y Europa el suicidio económico (y geopolítico). Mientras los medios hacían creer que Ucrania iba ganando la guerra, este blog informaba de la realidad, esto es, que para Ucrania la guerra estaba inevitablemente perdida desde un principio, y criticaba la futilidad del envío de armas y carros de combate occidentales, que, lejos de ser armas milagrosas, sólo lograrían posponer lo inevitable.

Aunque la habitual niebla informativa dificulte conocer con precisión las bajas de los contendientes, el orden de magnitud de las bajas ucranianas se situaría hoy entre 750.000 y 900.000 hombres frente a un mínimo de 150.000 bajas rusas. Estos datos deben tomarse con cautela, pero la proporción es inversa a la que predican los medios. Como indicador indirecto, en los intercambios de cadáveres los rusos están entregando entre 5 y 10 veces más cuerpos de soldados ucranianos muertos que los cuerpos de rusos entregados por aquéllos.

Un análisis ecuánime de la realidad, por ejemplo, nos permitió comprender que uno de los objetivos de EEUU en este conflicto era descarrilar el proyecto del gaseoducto Nord Stream 2, como defendió este blog cinco meses antes de que los norteamericanos (solos o en compañía de otros) presuntamente lo sabotearan, y prever el colosal fracaso de la contraofensiva ucraniana de verano de 2023, jaleada por unos medios que cantaron victoria prematuramente mientras empujaban a los ucranianos a la muerte.

En conclusión, un análisis sereno y emocionalmente distanciado de los hechos permite comprender la realidad, prever acontecimientos y desechar sinsentidos, como la extrema debilidad del ejército ruso (incompatible con su intención de conquistar Europa), el cáncer, Párkinson y desequilibrio mental por aislamiento covid de Putin, o la posibilidad de que Rusia usara armas químicas o nucleares, relatos que se ponen en circulación para ser retirados y olvidados en cuanto pierden su utilidad.

Los antecedentes

La propaganda se apoya frecuentemente en la falta de memoria de la población, por lo que conviene recordar algunos antecedentes del conflicto. Como decía Eurípides, «sencillo es el relato de la verdad, y no requiere de rebuscados comentarios».

La guerra en Ucrania no nació por generación espontánea, sino que ha sido el culmen de una constante política de provocación por parte de EEUU. Al terminar la Guerra Fría, EEUU prometió a Rusia que la OTAN no se expandiría «ni una pulgada» hacia su frontera[9], pero la OTAN incumplió su promesa: aprovechando la debilidad rusa, se fue ampliando hacia el Este, un «error fatídico», en palabras de George Kennan[10].

Para entonces la OTAN había abandonado su carácter meramente defensivo, como ha quedado patente en su agresiva participación en un conflicto de un país no miembro. De hecho, en 1999 había atacado Serbia, país aliado de Rusia, cuya capital bombardeó durante 78 días sin mandato de la ONU.

En 2007, Putin denunció la expansión de la OTAN en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Una vez más, la respuesta norteamericana fue ignorar y provocar a Rusia: en su cumbre de Bucarest del siguiente año (2008), la OTAN aprobó el proceso de anexión de Albania y Croacia y acordó la futura incorporación de Georgia y Ucrania[11].

Respecto de Ucrania, EEUU sabía por su embajador en Rusia (más tarde director de la CIA) que su incorporación a la OTAN era «la más roja de las líneas rojas» no sólo para Putin, sino para toda la clase dirigente rusa: «Durante más de  dos años de conversaciones con las principales figuras políticas rusas, desde los mayores defensores de una línea dura en el Kremlin hasta los más acerbos críticos de Putin, no he encontrado a nadie que no considerara la pertenencia de Ucrania a la OTAN como un desafío directo a los intereses de Rusia»[12].

En 2014, EEUU instigó un golpe de Estado en Ucrania[13] que desalojó del poder a su entonces presidente, democráticamente elegido, que abogaba por una neutralidad amigable con Rusia[14]. Ante esta política de hechos consumados, Rusia reaccionó por la vía de los hechos y se anexionó Crimea, que había pertenecido a Rusia desde finales del s. XVIII hasta 1954 (cuando Kruschev la regaló a Ucrania dentro de la propia URSS) y cuya importancia radica en que acoge desde hace 240 años la única base naval rusa de mares cálidos (Sebastopol). Lo hizo sin disparar un solo tiro, pues la población de la península de Crimea era claramente rusófila, como manifestó el posterior referéndum de adhesión a Rusia (a priori sospechoso, pero corroborado por encuestas occidentales)[15].

Tras los turbios acontecimientos del 2014, Rusia y Ucrania firmaron los Acuerdos de Minsk, que pronto serían papel mojado. El tradicional victimismo ruso fue vindicado por el posterior reconocimiento por parte de la excanciller alemana Merkel de que los Acuerdos habían sido meras maniobras dilatorias de Occidente para dar tiempo a Ucrania a rearmarse para un futuro conflicto con Rusia[16].

A partir de 2014 la OTAN comenzó a armar y entrenar al ejército ucraniano en mitad de una guerra civil en el Donbas. Por lo tanto, la guerra en Ucrania no comenzó en 2022 sino en 2014, como reconoció el secretario general de la OTAN[17].

En junio de 2021, la OTAN declaró que «reiteraba la decisión tomada en 2008 de que Ucrania se convertirá en miembro de la Alianza»[18].

En diciembre de 2021 Rusia presentó a la OTAN una propuesta de acuerdo de seguridad mutua que incluía la no incorporación de Ucrania a la organización, junto con otras propuestas más maximalistas[19]. La propuesta-ultimátum fue rechazada con desdén por los EEUU de la Administración Deep State-Biden.

La invasión

Finalmente, en febrero de 2022 Rusia invadía Ucrania con un contingente de tropas relativamente escaso que a todas luces no estaba destinado a la conquista del país ni a un largo conflicto, sino a lograr una rápida capitulación: «el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar» (Sun Tzu).

Durante unas semanas pareció que eso era precisamente lo que iba a ocurrir. Sin embargo, las negociaciones celebradas en Turquía en marzo del 2022 tras sólo un mes de hostilidades (que apuntaban a un acuerdo inminente) fueron torpedeadas por EEUU e Inglaterra, que levantaron a Ucrania de la mesa. Así lo aseguró el ex primer ministro de Israel[20]y lo corroboró, como testigo de primera mano, el ministro de Asuntos Exteriores turco: «Tras la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN, la impresión es que (…) hay quienes, dentro de los Estados miembros de la OTAN, quieren que la guerra continúe: dejemos que la guerra continúe y que Rusia se debilite, dicen. No les importa mucho la situación en Ucrania»[21].

Como escribí en junio de 2023, «hasta entonces el conflicto apenas había causado muertos, pero, para algunos, debilitar a Rusia bien valía sacrificar un país pobre y lejano del que nadie se acordaría cuando todo hubiera acabado, aunque fuera a costa de acabar con la vida de centenares de miles de personas».

Occidente provocó la guerra y debe propiciar la paz

Aunque la lectura de estos acontecimientos admita matices y Rusia diste mucho de ser una víctima angelical, esta sucesión de hechos tiene un hilo conductor: el belicismo y arrogancia del Deep State norteamericano y, en segundo plano, la obsesiva rusofobia inglesa.

Pero lo que resulta indiscutible es que, como han denunciado muchos expertos[22], esta guerra ha sido «evitable, predecible e intencionadamente provocada» por Occidente, en palabras del último embajador de EEUU en la URSS[23], y deliberadamente alargada. El pueblo ucraniano siempre fue un daño colateral aceptable para el Deep State norteamericano, pues en el gran tablero de ajedrez en el que juegan los yonquis del poder la vida humana es tan prescindible como un peón adelantado. Pero el Deep State perdió las elecciones frente a Trump, y éste está tratando de detener una matanza inútil.

De hecho, los ucranianos pronto serán olvidados por los mismos medios de comunicación que los empujaron al desastre, y dentro de un año, quizá dos, ni un solo medio occidental volverá a hablar de ellos. ¿Qué les quedará cuando los focos se apaguen? Nada, salvo el recuerdo de los muertos.

 

(*) Economista

 

[1] Biden and Zelensky Clash Over Poland Missile Strike Evidence – Newsweek
[2] Volodymyr Zelensky’s Struggle to Keep Ukraine in the Fight | TIME
[3] Zelensky: Defender of Democracy or Opponent of Religious Freedom? | Opinion – Newsweek
[4] Zelensky Receives Polling Blow from His Former Top Lieutenant – Newsweek
[5] Ukraine Sure Doesn’t Look Like a Democracy Anymore | Opinion – Newsweek
[6] Zelenskyy Bans Negotiations With Putin – Jamestown
[7] Half of Ukrainians Want Quick, Negotiated End to War
[8] CNN’s Piers Morgan Speaks with President Bill Clinton – 2013 CGI Annual Meeting
[9] I was there: NATO and the origins of the Ukraine crisis | Responsible Statecraft y NATO Expansion: What Gorbachev Heard | National Security Archive
[10] The U.S. Decision to Enlarge NATO: How, When, Why, and What Next?
[11] NATO – Official text: Bucharest Summit Declaration issued by NATO Heads of State and Government (2008), 03-Apr.-2008
[12] The Back Channel, William J. Burns, Random House 2019
[13] America’s Ukraine Hypocrisy | Cato Institute
[14] The US Provoked the War in Ukraine, and Even Ian Bremmer Recognizes That — Jeffrey D. Sachs
[15] One Year After Russia Annexed Crimea, Locals Prefer Moscow To Kiev
[16] Angela Merkel’s gift to the Russian war narrative
[17] NATO – Opinion: Doorstep statement by NATO Secretary General Jens Stoltenberg ahead of the meetings of NATO Defence Ministers in Brussels, 14-Feb.-2023
[18] NATO – Official text: Brussels Summit Communiqué issued by NATO Heads of State and Government (2021), 14-Jun.-2021
[19] Russia’s draft agreements with NATO and the United States: Intended for rejection?
[20] Western Bloc Led by ‘Aggressive’ Boris Johnson Ruined Russia-Ukraine Peace Deal, Leading to Year-Long Bloodshed, Says Ex-Israel PM
[21] Turkish FM says some NATO states want Ukrainian war to continue – Türkiye News
[22] John Mearsheimer on why the West is principally responsible for the Ukrainian crisis
[23] I was there: NATO and the origins of the Ukraine crisis | Responsible Statecraft