Mostrando entradas con la etiqueta Opinión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Opinión. Mostrar todas las entradas

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Lo que deja la riada / Javier Pery Paredes *


La naturaleza es tozuda, tanto o más que la historia. La riada en el levante peninsular nos lo recordó. Habrá tiempo para analizar con sosiego el antes, durante y después de ella. Conocer qué se hizo bien, qué se hizo mal y tambien qué se dejó de hacer. La vida de más de doscientos compatriotas y el futuro de otros cientos de miles lo reclaman. 

Por seguir lo aprendido de la doctrina naval hasta entonces, es bueno tener un 'informe de primeras impresiones' que permita tomar, sobre la marcha, las decisiones ineludibles, esas que nos alejan de pecar por omisión o de la nefasta costumbre de procrastinar cuando escasea la capacidad de decisión. 

En estas páginas de ABC se pueden encontrar esas primeras percepciones. Están en la tribuna de opinión que, bajo el título de 'Estábamos equivocados', publicó el almirante general García Sánchez, antiguo jefe de Estado Mayor de la Defensa. La experiencia del almirante en el oficio da solidez a lo que dice y base para enmendar los errores que enumera, pero se necesitará la voluntad de quienes tienen la obligación de corregirlos: quien legisla y organiza.

 Con la mirada en lo mismo bien vale la pena ahondar algo más en esa visión militar de lo sucedido, y de lo que todavía sucede, porque conviene reconocer los cimientos de la estructura militar después de la riada que, con toda seguridad, parecen estar tocados o, tal vez algo más, dañados.

Toda organización es susceptible de mejorar, pero los muchos cambios sin hechos que los justifiquen provocan a la larga una anarquía orgánica. Es mejor mantener lo que funciona que establecer una opción por ser simplemente nueva. Lo dijo el almirante francés De Belot: «Cualquier organización es válida siempre que se sea respetuosa con ella».

Tomo como punto de partida la conveniencia de aceptar que las emergencias son sucesos que sobrevienen 'per se', provocados por fenómenos naturales o por accidentes, nacidos de una involuntaria y errónea actuación humana. Por parafrasear la definición de naturaleza de Empédocles de Agrigento, son el viento, el fuego, el agua y la tierra los cuatro jinetes del Apocalipsis que originan prácticamente todas las emergencias. 

De igual manera que aceptar la idea de 'emergencia' como algo fortuito y explicable, también hay que asumir que cualquiera de ellas puede ser el detonante para generar una crisis, eso que los académicos definen como la ruptura súbita e inesperada del 'statu quo', para imponer un nuevo contexto favorable a intereses partidistas. 

Y es en el lindero entre la emergencia y la crisis donde se mueven diferentes voluntades con intereses contrarios que rompen el esfuerzo coordinado para afrontar las consecuencias del desastre natural, para generar una pugna interesada donde cambia la finalidad superior: el bien común da paso al plan de batir al adversario.

Las consecuencias de la riada provocada por la gota fría, técnicamente 'depresión aislada en niveles altos' (DANA), generó una emergencia afrontable con los recursos de que disponen las Fuerzas Armadas, inicialmente por la Unidad Militar de Emergencia (UME), pero escaló a niveles de intensidad que afectaron geográficamente al menos a tres comunidades autónomas, funcionalmente a las comunicaciones terrestres y aéreas de la mitad del territorio peninsular y militarmente al despliegue de las unidades de aquí y allá, algo que requería unas capacidades técnicas de mando y control que superan las posibilidades de esa brigada de ingenieros especializada, y necesitaba además de la experiencia acumulada de la que el jefe de Estado Mayor de la Defensa y su organización (Estado Mayor Conjunto y Mando de Operaciones) disponían. 

El salto cualitativo y cuantitativo en la conducción de las operaciones bien se justifica, por un lado, porque aunque la UME la formen miembros de las distintas Fuerzas Armadas, se trata de una organización específica, dotada de medios definidos para acometerlas, con una capacidad de mando y control orientada a realizar tareas de tan concreta naturaleza y extrañamente ubicada bajo la dependencia directa del titular de Defensa, y por otro, porque la envergadura de las operaciones, la extensión del terreno a cubrir, el número de unidades, la naturaleza terrestre, aérea y marítima de las mismas y la logística necesaria para apoyarlas son parte del quehacer y experiencia del Mando de Operaciones del Jemad, una capacidad que costó más de dos décadas generar: la acción conjunta, una manera genuina de aunar cosas diferentes para alcanzar un mismo fin. Las catástrofes en Centroamérica con el huracán Mitch, el maremoto en Indonesia o los apoyos tras el terremoto de Haití lo acreditan.

Por demás, ya en su creación se debatió la anomalía orgánica que suponía su situación administrativa, a la que se sumó la operativa. Con los sucesivos cambios orgánicos que se produjeron en estos años se ha llegado a la incoherencia, hoy, de poner al jefe de Estado Mayor de la Defensa como un mero proveedor de medios para el jefe de la UME, lo que supone invertir la pirámide jerárquica consustancial con la milicia: ¿un oficial general de cuatro estrellas a las órdenes de uno de tres?

Por otro lado, la norma moral de que un jefe se impone y un subordinado espera consiste en que su comandante le dé una orden que sea capaz de cumplir. Lo contrario lo aboca al fracaso o, lo que es peor, lo pone en riesgo de perder su vida. Eso que, en puro argot militar, se dice: «Con este me voy a la guerra». 

Esa pauta de comportamiento forma parte del mínimo de lealtad mutua presente en la institución militar y que, llevada a las relaciones entre quien toma las decisiones políticas y las convierte en órdenes militares, es también el mínimo que se espera encontrar cuando se está a las órdenes directas de una autoridad política. Lo viví y lo experimenté largos años. 

Con esta premisa, y con la presunción de que quien manda conoce las capacidades de mando y control de la UME y del Mando de Operaciones del Estado Mayor de la Defensa, resulta militarmente difícil entender la decisión de optar por uno y apartar al otro, salvo si que se quisiera negar la evidencia real de que se trata de una emergencia que afecta a toda la nación, como prueba, por ejemplo, la presencia de unidades militares, así como profesionales y voluntarios de todas partes de España, o por el contrario, se asume que es algo más que una emergencia, una crisis inducida, donde se desea deslealmente establecer una situación que supere a quienes están sobre el terreno y donde la presencia de una bienintencionada pero descoordinada acción popular redujo la eficacia de la presencia militar.

Si todo esto afecta a elementos esenciales que conforman la institución militar de puertas adentro (jerarquía, unidad, lealtad), también resulta significativo, de puertas afuera, cómo se difumina el principio de neutralidad política exigido a todo militar cuando el general jefe de la UME hace declaraciones y valoraciones desde la sala de prensa del poder político en lugar de exponer datos y hechos desde su cuartel general o sobre el terreno. 

Es difícil hallar la imagen de un general estadounidense dirigirse a los medios de comunicación desde el atril del presidente de EE.UU. en la Casa Blanca. Habrá tiempo para analizar técnicamente lo sucedido, pero hasta entonces la riada me deja el ejemplo de dos militares: el honrado y leal silencio del jefe de Estado Mayor de Defensa y la humana y valiente presencia de S.M. el Rey (q.D.g.) en el teatro de operaciones.

 

(*) Almirante de la Armada (R)

 

https://www.abc.es/opinion/javier-pery-paredes-deja-riada-20241113192815-nt.html

Consideraciones sobre la DANA / Mariano Urdiales Viedma *


Estamos padeciendo las consecuencias de otra DANA o gota fría en España. Una auténtica tragedia con 219 fallecidos, casi un centenar de desaparecidos y las cifras siguen aumentando. Desde el punto de vista económico y sicológico, los daños son astronómicos y están por cuantificar.  El pueblo español ha respondido de forma ejemplar, no puedo decir lo mismo del Gobierno e instituciones oficiales.

Ahora es momento para la reparación y organizar la prevención para que en lo posible no se repita esta tragedia. Voy a plantear algunas consideraciones para que las resuelvan técnicos serios e independientes. No los políticos ni los muchos medios informativos, que desgraciadamente han perdido su imparcialidad y son lacayos dependientes del poder y de las subvenciones. 

Olvídense del “Relato”, que sólo pretende rentabilizar la desgracia y culpabilizar a otro. Algo bueno de lo sucedido en los últimos años, es que el  escepticismo de los ciudadanos ha aumentado y la credibilidad de políticos, medios de comunicación e instituciones está por los suelos. La parte negativa es que ya no nos podemos fiar ni de la OMS.

Consideración: Ursula von der Leyen, políticos y medios de comunicación han defendido que este desastre es en parte consecuencia del mantra siempre repetido del “Cambio Climático”. Nadie niega el cambio climático, en mi pueblo, provincia de Jaén es fácil encontrar almejas fosilizadas, parece que allí había mar y el clima cambió sin la intervención humana, hoy demonizada. 

Volviendo a las inundaciones en la Comunidad  Valenciana, hay registros desde la época romana, de hecho, la presa romana de Almonacid de la Cuba (Zaragoza), del siglo I d.C. sigue protegiendo en el siglo XXI. Los Libres de Consell recogen decenas de riadas en la región valenciana, desde el año 1321, destacando como muy graves las de los años 1589 y 1590. Épocas en las que no había coches ni industrias contaminantes. 

Más recientemente todos conocemos el desbordamiento del Turia en 1957, la rotura de la presa de Tous en 1982, el desastre de Biescas (Huesca) en 1996 con 87 fallecidos y otras menos conocidas, la riada de Alzira en 1987 con 7 muertos, la riada del 2011 en Castellón con 4 muertos, la del 2018 en Mallorca con 13 muertos, la borrasca Gloria en 2020, que afectó a Cataluña, Valencia, Andalucía, etc y se cobró 13 vidas. 

No son las únicas y además estos fenómenos también atacan a otras regiones, con pérdidas de vidas humanas irrepetibles. En esta ocasión, también hay fallecidos en Murcia y Andalucía. Se trata de fenómenos meteorológicos que han existido siempre y que afectan a toda  España. No podemos culpabilizar al pueblo causante del supuesto “cambio climático de origen humano”, una teoría no demostrada y con demasiados argumentos en contra. Con ese  planteamiento, no vamos por el buen camino para impedir la próxima inundación.

Consideración: Quiero recordar que el Plan Hidrológico Nacional del 2001, además de paliar la sequía crónica de parte de nuestro territorio, con los embalses, también podía aminorar los efectos devastadores de lluvias torrenciales. Si eso era cierto, ¿habrían sido menos graves estas inundaciones?, de ser así, algo que sólo pueden responder los especialistas, habría que pedir responsabilidades a los que echaron para atrás ese plan. Yo en Andalucía, cada año que padecemos sequía, me acuerdo de Zapatero y los suyos, por rechazar dicho proyecto.

Consideración: Las agencias e instituciones que se han creado para proteger a la naturaleza, ¿se han encargado de limpiar los barrancos, torrenteras y cauces secos, para evitar que la maleza y detritus actúen de barreras temporales y después originen efecto “Ola”?, que produce más daño. Si los han limpiado, estupendo, pero si no lo han hecho, hay que pedirles responsabilidades y que no se repita.

Consideración: ¿Hubo fallo en la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), para detectar la que se nos venía encima?, ¿estuvo el fallo en la comunicación y transmisión de datos fiables a los políticos, a la población, a los dos?, o ¿no hubo fallo?. 

Se ha publicado que nuestros meteorólogos previeron una cuantía de precipitaciones que era  la mitad de la que previeron los franceses. También se ha argumentado que esa predicción no correspondía a una institución oficial francesa, sino a un meteorólogo divulgador francés, por lo que no se tuvo en cuenta. 

Para mí, lo importante no es quién hizo esa previsión, lo importante a posteriori es ¿qué cálculo fue más correcto?, ¿por qué acertó más el francés?, ¿hicieron bien su trabajo nuestros meteorólogos? 

Sólo los técnicos pueden responder a esa pregunta. Una vez detectado el peligro, éste se comunicó tarde y no llegó a tiempo a la población. El Sistema Europeo de Avisos de Emergencia por teléfono, se delegó a las comunidades autónomas y su implantación se está retrasando demasiado.

Consideración: ¿Facilitan o dificultan las comunidades autónomas, la adopción de las medidas adecuadas para impedir estas catástrofes y si ocurren, actuar con rapidez y eficacia, para disminuir sus efectos? Está claro que los avisos telefónicos, donde y cuando llegaron, ya era tarde. 

La burocracia y legislaciones regionales y centrales se ha multiplicado haciendo más difícil la toma de decisiones, así perdemos el tiempo en disquisiciones tontas del tipo de ¿debe desplegarse el ejército?, o ¿sería una afrenta llevar el ejército a la zona de Valencia, considerada por algunos parte de los “Países Catalanes”?. ¿Hay que pedir ayuda o debe llegar esta de forma automática?, etc., etc. 

La realidad es que no hay capacidad de decisión ni coordinación y todo se hace mal y tarde, si se hace. Por otra parte, las responsabilidades se diluyen y todos intentan echar la culpa al contrario, máxime si el Gobierno autonómico y central son de diferente partido. 

Está claro que para los políticos priman los partidos y sus sillones sobre las personas. Hemos llegado al sin sentido de no poder mencionar a la Nación Española, sólo tienen  nación los vascos, catalanes, gallegos y otras que se irán inventando, por lo tanto, no se puede declarar una “Emergencia Nacional”, lo nacional está prohibido por los socios separatistas del Gobierno y éste comparte la idea. 

Las autonomías son un mastodonte muy caro y muy ineficiente, que hay que cuestionar.

Hay mucho que corregir, para prevenir estas desgracias y responder a ellas de forma eficaz. Por lo que hay que responder a las preguntas mencionadas y a todas las que se puedan formular, con escrupulosidad técnica y olvidarse del sectarismo ideológico que nos inunda.

 

 (*) Escritor

 

https://adelanteespana.com/consideraciones-sobre-la-dana-mariano-urdiales-viedma

lunes, 4 de noviembre de 2024

Un monigote frente a la catástrofe /Juan Luis Cebrián *


«Nuestros políticos llamados de izquierda, -un tanto frívolos digámoslo de pasada- rara vez calculan, cuando disparan sus fusiles de retórica futurista, el retroceso de las culatas, que suele ser aunque parezca extraño más violento que el tiro». 

Esta reflexión en torno a Juan de Mairena la escribió Antonio Machado poco antes del inicio de la Guerra Civil. Insistía no obstante el gran poeta en que su imaginario maestro jamás estuvo por el apoliticismo, sino solo por el desdeño de la mala política que hacen «trepadores y cucañistas sin otro propósito que el de obtener ganancias y colocar parientes». 

Está tan de moda que gente del Gobierno otorgue negocios y sueldos a familia y amigos, que pretendía yo dedicar este comentario a analizar las responsabilidades de nuestra izquierda fake, fraudulenta y charlatana, a la hora de animar con su proceder el actual crecimiento de la derecha extrema. 

Pero hace apenas una semana comprobamos que nuestro presidente encabeza además un Gobierno a cuya incompetencia solo hace sombra la ineptitud y desconcierto de la oposición.

El caballero Sánchez llegó a España, procedente de un triunfal paseo por la India, la mañana siguiente a la noche del apocalipsis sucedido en Valencia. Cansado como estaba de atenciones y elogios, no tuvo prisa en viajar al lugar del desastre, a fin de enterarse de la magnitud del problema, limitándose a convocar un comité de crisis de cuya efectividad nada sabemos. 

Desde un primer momento endosó la responsabilidad de la lucha contra la catástrofe al presidente de la Comunidad Valenciana, al que desde luego ofreció toda clase de indeterminadas ayudas, invocando la co-gobernanza de la situación, término que no aparece que yo sepa en ninguna de nuestras disposiciones legales. 

El señor Mazón, encargado de combatir el horror, no le hizo asco a la encomienda. Y a partir de ese momento comenzó una carrera desenfrenada hacia su propia invalidación como líder político, dada su descomunal ineptitud en la gestión. 

Mientras tanto el Congreso de los Diputados, en nombre del luto por las víctimas, guardaba un minuto de silencio y suspendía la sesión de insultos entre el poder y la oposición habitual de todos los miércoles. Pero no hizo así con el último ataque a la libertad de expresión, junto con el más reciente reparto de favores a militantes adictos y amiguetes, procurándose un consejo de la televisión pública que garantice la obediencia debida al mando.

Al hilo de estos hechos hubo tímidos comentarios de la oposición respecto a la eventualidad de que el Consejo de Ministros decretara el estado de alarma, pero poder y antipoder coincidían en no querer hacerlo para no perjudicar la imagen de presidente autonómico.

 Como ya es sabido que una mayoría de diputados ni siquiera leen las leyes que votan, no es probable tampoco que se muestren interesados por normas vigentes hace ya más de cuarenta años. Una de ellas es la que regula los estados de alarma, excepción o sitio, promulgada con carácter de urgencia el 1 de junio de 1981, dos meses más tarde del golpe de Estado de los generales Milán del Bosch y Armada contra nuestra democracia. 

En dicha ley se establece que el Gobierno podrá declarar el estado de alarma en todo o parte del territorio nacional «cuando se produzcan alteraciones graves de la normalidad, tales como catástrofes, calamidades o desgracias públicas, inundaciones, incendios o accidentes de gran magnitud, crisis sanitarias, paralización de servicios esenciales o desabastecimiento de productos de primera necesidad». 

En la mañana del día 30 de octubre, recién llegado Sánchez de los fastos hindúes, todas esas circunstancias se daban en medida impresionante en la Comunidad Valenciana, y con consecuencias menos graves en Castilla-La Mancha, mientras las lluvias torrenciales amenazaban también las islas Baleares. 

En la tarde del mismo día ya se comenzó a hablar de cerca de cien muertos, de miles de personas bloqueadas en diversas autopistas y de incontables desaparecidos; se supo además que nadie había avisado a tiempo del temporal a los pueblos arrasados en donde habían perecido decenas de personas. 

Incluso días más tarde ningún representante del Estado se personó allí, aunque el viaje no resultó dificultoso para los voluntarios a ayudar y los reporteros de las televisiones que transmitieron imágenes escalofriantes de lo que parecía el fin de nuestro mundo. Nada de eso conmovió la decisión del Gobierno de no encargarse directamente de luchar contra una catástrofe que no es local, sino nacional, y que afectó aunque en menor medida también a Cataluña, Andalucía y Extremadura.

 Sánchez se ha mostrado dispuesto a ello solo en el caso de que se lo solicite el presidente de la comunidad autónoma. Pero eso no es necesario según la ley. La misma establece a las claras que decretado el estado de alarma la autoridad competente es el Gobierno, que puede delegar en el presidente de la comunidad si lo estima conveniente. Es responsabilidad directa del presidente, su gabinete y la mayoría parlamentaria que le apoya no haber adoptado las medidas extraordinarias necesarias ante la catástrofe de la semana pasada. Y de nadie más.

 Por lo demás está fuera de dudas que el poder político, el nacional y el autonómico, es también culpable de la tardanza, la descoordinación y el caos a la hora de proteger a la población, primero, y de ayudarla más tarde a reparar los daños, que superan ya las doscientas víctimas mortales mientras los desaparecidos son por el momento casi incontables. Hay por lo demás anécdotas vergonzantes que ponen de relieve lo distante de las preocupaciones de los actuales políticos profesionales respecto a la realidad de las calles. 

El mismo día que la mayoría sedicentemente progresista del Congreso renunció a enfocar sus trabajos en la catástrofe, prefiriendo dedicarse a controlar por la vía rápida RTVE, hubo declaraciones en el parlamento que hablan por sí solas de la catadura de quienes las pronunciaron. La diputada de Sumar Aina Vidal, favorita para sustituir a Iñigo Errejón como portavoz de su grupo, enfatizó: «Los diputados no estamos para ir a achicar agua». Eso dijo quien se define a sí misma como feminista, ecologista y sindicalista.

Lejos de mí, como de Juan de Mairena, agitar los sentimientos de apoliticismo. La política es una profesión no solo necesaria sino absolutamente admirable en la medida que quienes se dediquen a ella lo hagan con vocación de servicio, o sea de achicar el agua y conjurar los peligros que acechan a la ciudadanía. 

La lucha por el poder es necesaria y lícita siempre que se respeten las instituciones, se refuerce el gobierno de las leyes, y se someta la acción de los gobiernos al escrutinio público, respetando y promoviendo la libertad de expresión en vez de persiguiéndola como hacen las actuales huestes monclovitas. Los partidos son absolutamente necesarios para el funcionamiento de las democracias. 

Pero hace tiempo que existe una crisis de representación en la mayoría de ellas. Se están generando elites de poder para las que su principal, y casi único, objetivo es el mantenimiento del mismo so pretexto de que su misión no consiste en regular la convivencia y promover la igualdad sino transformar la sociedad con arreglo a su particular ideología e intereses. Por desgracia poder y sabiduría no van habitualmente juntos. 

Para terminar empeorando las cosas el jefe del Gobierno después de su desastrosa visita de ayer a un pueblo destruido por la catástrofe, en la que fue víctima de insultos y agresiones, acusó a los revoltosos de ser minorías políticas violentas. 

Ignoraba que ante lo que se enfrentó era un pueblo desesperado, y con razón, porque nadie le ayudó cuando lo necesitaba salvo el esfuerzo de los voluntarios y el testimonio de los reporteros que daban fe de que a ningún representante del Estado había acudido a ayudar a hombres y mujeres, desde ancianos a menores de edad, que defendían sus vidas y sus propiedades victimas ahora de la imprevisión y la especulación de muchos años. No se deben permitir y mucho menos aplaudir los desórdenes públicos. 

Pero ayer todos vimos que el rey de España, Jefe del Estado, y la reina Letizia dieron una lección de ciudadanía y saber hacer a un jefe del Ejecutivo que huyó de la plebe porque la plebe no le aplaudía. Su declaración, como siempre impermeable a las preguntas de los periodistas, puso de relieve la falta de empatía que este gobernante tiene con su pueblo, su arrogancia y su desvergüenza que están aniquilando la historia y el esfuerzo de millones de antiguos electores socialistas. 

Mirándole a la cara no puede uno menos de exclamar lo que ya dijera de la II República don José Ortega y Gasset: «No es esto, no es esto». Porque esto parece más bien un monigote. Si fuera así, citando de nuevo a Machado recordaré que un hombre público debe fidelidad a su propia máscara, pero debe procurar que no sea tan rígida e impermeable que le sofoque el rostro. Porque más tarde o más temprano tendrá que dar la cara.

 

(*) Periodista, ex director de El País (1976-1988) y ex presidente del Grupo Prisa (2012-2018). 

domingo, 3 de noviembre de 2024

Inundados por la indiferencia y la miseria moral política española / José Luis Ortiz Güell *


Las aguas de la DANA no solo arrasaron con casas, autos y negocios. Desnudaron, como nunca, la miseria moral de una clase política desconectada, incapaz y carente de empatía.

Cuando se necesitaban respuestas, previsión y un apoyo decidido, nuestros dirigentes demostraron que sus intereses personales y ansias de poder pesan mucho más que la responsabilidad que les corresponde. La tragedia de la DANA en España es un recordatorio brutal de lo lejos que están de cumplir su verdadero papel, y de lo poco que les importa lo que viven sus ciudadanos.

Este desastre no solo destruyó infraestructuras; destrozó sueños, hogares y, en el peor de los casos, vidas. El costo real de la ineficacia y la indiferencia de la clase política es tan tangible como doloroso.

No hay excusa para que, en un país como España, una tormenta como la DANA siga arrasando cada pocos años con consecuencias tan catastróficas.

Las políticas de prevención y emergencia deben estar al frente de la agenda, pero en cambio, el presupuesto y el esfuerzo se destinan a proyectos de escaparate o quizás otros intereses más particulares como se está comprobando y la historia de la democracia nos ha demostrado.

¿Y qué recibimos un cambio? La promesa de ayuda, los famosos "planes de contingencia" que nunca llegan, las inversiones a medias que solo sirven para mostrar un falso progreso.

Los mismos ciudadanos que pagan los salarios de estos políticos, que confían en su responsabilidad, ven cómo su vida es devastada mientras ellos miran hacia otro lado.

Es como si cada sufrimiento de la gente fuera irrelevante, una simple "estadística" y una simple posibilidad de papeleta que le permita crecer no solo en su ego , sino también en privilegios y vidas ostentosas.

No estamos simplemente hablando de incompetencia; estamos hablando de una traición al pueblo.

¿Cuántas tragedias más hacen falta para que esta clase política sea responsable? ¿Cuántas casas arrasadas, cuántos negocios perdidos, cuántas vidas desgarradas bajo el agua deben soportar los ciudadanos antes de que sus "líderes" actúen?

La DANA ha sido una bofetada en la cara de todos los españoles. La DANA ha sido una clara muestra que los políticos, no son más que un lastre, del que perfectamente podemos prescindir pues es el Pueblo el que ayuda al Pueblo y de ahí el valor de esos "desconocidos" que se compromenten y hacen de la palabra SOLIDARIDAD su verdadera bandera.

No solo mostró la furia de la naturaleza, sino la de una clase política que falla, una y otra vez, en proteger a quienes deberían servir. La verdadera catástrofe no es la tormenta: es un sistema político podrido y egoísta que, en lugar de representar a la gente, representa sus propios intereses que , ya se encargan de blindar.

Es hora de exigir que esta clase política deje de vivir en su burbuja de privilegios y se enfrente a la realidad.

Si no son capaces de responder en los momentos de crisis, entonces no merecen estar en sus cargos. Ya basta de palabras vacías, ya basta de promesas huecas. La gente necesita líderes de verdad, no a estas figuras de cartón que solo se burlan de aquellos que tienen que proteger, como son los ciudadanos.

Si la Revolución Francesa cambio la historia , estamos a tiempo de que la Sociedad Civil haga oir su grito y porque no quitar a los aprovechados y " sin conciencia" que dicen representarnos en las diversas instituciones y seamos nosotros los que tomemos las medidas necesarias para acabar con esa plaga que nos infecta y que se llaman "politicos".

 

 (*) Escritor y activista

sábado, 2 de noviembre de 2024

Artículo de Juan Manuel de Prada en 'ABC' sobre la incompetencia criminal de los políticos

 

El hambre como herramienta de dominación / Lisandro Prieto *


“El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y se acabó la guerra.  

El político hizo un gesto y desapareció el mago.”

Woody Allen

 


Tal vez muchos de los que estén leyendo esto no tienen la menor idea de lo que es sentir hambre, pero hambre de verdad. No se trata simplemente de la manifestación fisiológica propia del cuerpo cuando han pasado muchas horas desde la última ingesta de alimentos, sino algo peor, que remite a la desesperación que emana de la insondable fuente de injusticia en la que estamos inmersos.

 Hace dos mil y pico de años, en alguna montaña de Medio Oriente, Jesús de Nazaret habló de “hambre y sed de justicia”, refiriéndose a los bienaventurados que, por pasarla tan mal en este mundo, recibirán su recompensa en el paraíso. Si bien “hambre” y “sed” se utilizan allí como metáforas para expresar una necesidad urgente e inaplazable de justicia, no se refiere estrictamente al sentido legal, sino a uno más amplio que abarca la rectitud moral y ética necesaria para que dejemos de hacernos los ciegos.

Comencemos dando un breve panorama estadístico de la situación. El hambre y la inseguridad alimentaria son problemas críticos a nivel mundial, aunque es evidente que la piña se siente más fuerte en unos costados y no tanto en otros. 

Según los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) expuestos en “The State of Food Security and Nutrition in the World 2022” y el Programa Mundial de Alimentos (WFP) en su reporte “Global Report on Food Crises”, aproximadamente 828 millones de personas sufrieron hambre en el año 2021, un incremento aproximado de 250 millones desde el año 2019, debido a una combinación de factores como la pandemia de COVID-19, conflictos armados y los efectos cada vez más graves del cambio climático (FAO, 2022).

Puntualmente, África sigue siendo la región más afectada, con casi una de cada cinco personas enfrentando a diario inseguridad alimentaria severa. La FAO estima que alrededor del 20% de la población en África subsahariana carece del acceso adecuado a alimentos, con un aumento de casi el 6% desde el año 2019 (FAO, 2022). 

En Asia, aunque hubo avances, cerca del 9% de la población sigue sin tener acceso a una alimentación adecuada. Los países del sur de Asia, especialmente la India, Pakistán y Bangladesh, enfrentan todavía altos índices de desnutrición infantil y carencias alimentarias crónicas (WFP, 2022). 

Por su parte, en Hispanoamérica y el Caribe, la inseguridad alimentaria se ha incrementado considerablemente en los últimos años. Se estima que más de 56 millones de personas en esta región experimentaron hambre en 2021, debido en parte a crisis económicas, desigualdades sociales y crisis políticas en países como Venezuela y Haití (FAO, 2022).

Evidentemente, el hambre es un problema multidimensional que involucra no sólo la falta de acceso a los alimentos básicos, sino también a inconvenientes de distribución, desigualdades económicas y factores preponderantemente políticos. 

Tampoco podemos hacernos los ciegos respecto del cambio climático, por ejemplo, que ha tenido un efecto devastador en la producción agrícola, evidenciándose en sequías interminables, inundaciones y patrones climatológicos irregulares que afectan a países con poca infraestructura para adaptarse a dichos cambios. 

Adicionalmente a todo lo anteriormente enumerado, tenemos que tener en cuenta que los conflictos armados en países como Siria, Yemen y Etiopía han desplazado a millones de personas, exacerbando la escasez de alimentos y elevando los índices de hambre en las comunidades implicadas.

Ahora es preciso que nos preguntemos ¿qué rol juegan los gobiernos? O mejor, ¿qué tiene que ver el hambre con la existencia de dinámicas de poder reales que propician las hambrunas? 

Todos sabemos que el hambre y la inseguridad alimentaria están profundamente entrelazadas con las políticas de los gobiernos, tanto de las potencias mundiales como de los mal llamados “periféricos”, puesto que juegan un papel fundamental en la perpetuación intencional  del problema que hoy nos convoca. 

Para que podamos comprender cómo se configura esta relación, es esencial que primero examinemos los aspectos políticos y económicos que contribuyen al genocidio mediante hambre a nivel global. 

En una primera instancia, tenemos que mencionar a las políticas agrícolas, que en muchos países desarrollados están diseñadas para beneficiar a grandes corporaciones mediante subsidios que favorecen la producción masiva de ciertos cultivos como el maíz y la soja. 

Pues bien, estos aportes económicos al precitado sector productivo suelen distorsionar los precios globales, lo que dificulta bastante a los pequeños agricultores de países en vía de desarrollo competir en el mercado. 

Esta práctica, junto con la liberalización de los mercados en países emergentes, ha generado que la producción local de alimentos se vuelva menos rentable, llevando a muchos agricultores a abandonar sus tierras o a cambiar sus cultivos tradicionales por monocultivos de exportación.

Este tipo de políticas no nacen de un repollo, o una col de Bruselas, ni mucho menos de una lechuga,  sino más bien de instituciones concretas como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que han impulsado a muchos países pobres a adoptar medidas de extrema austeridad y privatización.

 Estas políticas, que se implementan bajo la promesa de fomentar el crecimiento económico, a menudo resultan en recortes en los servicios públicos y en la reducción de inversiones específicas como agricultura, educación y salud.

 Evidentemente, esto afecta directamente la capacidad de estos países para asegurar el acceso a la alimentación para toda la población, puesto que el ajuste estructural que implica la apertura de los mercados a la competencia extranjera afecta negativamente a los productores locales, quienes ven cómo sus productos van siendo desplazados por importaciones mucho más “atractivas”, o sea, baratas.

Los conflictos armados también son parte del problema, sobre todo en Medio Oriente y África Subsahariana, ya que no solo causan desplazamientos masivos, sino que también destruyen infraestructuras críticas para la producción y distribución de alimentos. 

En lugares como Yemen, Siria y Sudán del Sur, los gobiernos y los grupos armados han utilizado el hambre como un arma de guerra, bloqueando el acceso a alimentos y agua potable como también la ayuda humanitaria, con el fin de someter a las poblaciones.

Al parecer, empobrecer y hambrear a un país, no es tan difícil como nos quieren hacer creer, puesto que muchos países en vías de desarrollo están atrapados en una telaraña que implica el ciclo de deuda externa que limita siempre su capacidad de invertir en seguridad alimentaria. 

La deuda, contraída a menudo con condiciones estrictas, obliga a los países a destinar una parte significativa de sus recursos al pago de los intereses de la misma, en lugar de invertir en el desarrollo sustentable o en mejorar la infraestructura educativa y agrícola. 

Esta dinámica perversa, tan común en estas latitudes, perpetúa la dependencia de estos países hacia las naciones más ricas, que controlan los flujos de ayudas y financiamiento, y que a menudo dictan cómo deben ser las políticas de sus socios endeudados.  

Otro factor crucial en este contexto es la conducta de ciertos gobernantes corruptos que, buscando beneficios personales, comprometen los recursos del país mediante la toma de préstamos que saben perfectamente que no podrán pagar. 

Estos líderes mediocres y delincuentes, al priorizar el porcentaje que les corresponde a ellos por endeudar su país, agravan severamente la dependencia financiera y dejan a la nación atada a pagos de deuda que ahogan por décadas a su economía, limitando la inversión en producción alimentaria y desarrollo: con esta recetas, las arcas nacionales quedan prácticamente vacías, mientras la carga de intereses de la deuda recae en sucesivas generaciones de la población, perpetuando el ciclo de pobreza y hambre.

Respecto a las desigualdades que se producen en las campañas de “ayuda” internacional, nos queda decir que si bien estas entidades buscan aliviar las crisis alimentarias en los lugares más afectados, a menudo estas contribuciones están condicionadas y responden a intereses políticos de los países donantes. 

Además, la asistencia no siempre llega a los más necesitados: en muchos casos, la ayuda alimentaria sirva para consolidar alianzas políticas o para influir en la economía y la política de los países receptores, teniendo efectos devastadores a largo plazo, puesto que se desincentiva la producción local y se aumenta la dependencia en lugar de resolverse las causas subyacentes del hambre.

Procedamos ahora a pensar críticamente desde la filosofía este problema tan acuciante. El hambre en el mundo no es solo un problema de falta de alimentos, es también una manifestación de la profunda inequidad estructural que caracteriza a nuestras sociedades. 

En su obra “Pobreza y hambrunas” (1981), Amartya Sen planteó que el hambre no es necesariamente resultado de la escasez, sino de la falta de acceso a los alimentos. Según Sen, los sistemas de derechos de propiedad y las estructuras de poder determinan quién tiene acceso a los recursos, y son estas mismas estructuras las que crean las condiciones del hambre. 

Generalmente, los individuos en situación de pobreza extrema carecen de derechos de propiedad suficientes para asegurar su subsistencia, lo que los convierte en víctimas de sistemas económicos y políticos que priorizan el capital por encima de la dignidad humana.

Por su parte, Thomas Pogge en su obra “Pobreza mundial y Derechos Humanos” (2008), señala que los países más ricos contribuyen a la perpetuación del hambre al imponer políticas comerciales y sistemas de deuda que explotan a las naciones más vulnerables. 

Para Pogge, el hambre es una forma concreta de violencia estructural, una consecuencia inevitable de un sistema global que le da prioridad a las ganancias de unos pocos sobre las necesidades de muchos. Su propuesta, en pocas palabras, es clara: para combatir el hambre, se requiere de una reforma profunda de las estructuras de poder a nivel global.

Zygmunt Bauman, en su análisis de la modernidad líquida, examinó también cómo la lógica del consumo ha transformado nuestras relaciones y valores, generando un mundo donde la solidaridad se ha convertido en una preocupación secundaria. 

Asimismo, Bauman describió cómo el sistema capitalista ha impulsado la mercantilización de todo, incluido el bienestar humano. En este contexto, el hambre se convierte en un problema invisible para aquellos que están en posición de privilegio, ya que la atención se centra en el consumo personal y en la situación individual de cada cual. En otras palabras, la modernidad líquida fomenta la indiferencia hacia el sufrimiento ajeno, permitiendo que la inequidad siga aumentando.

Desde un punto de vista estrictamente ético, Martha Nussbaum propone en su teoría de la capacidad que todos los seres humanos deben tener la oportunidad de llevar una vida digna, lo cual incluye evidentemente el acceso a los alimentos adecuados. 

Concretamente, en su obra “Fronteras de la justicia” (2006), sostuvo que una sociedad justa es aquella que permite a todos sus miembros desarrollar sus capacidades básicas, entre las cuales se encuentra la alimentación y la salud (si se me permite una intrusión, yo incluiría de manera indisociable, también, a la educación de buena calidad).

Nussbaum ha criticado también la falta de voluntad política para asegurar que las precitadas necesidades estén cubiertas universalmente, por lo que nos advierte que la pobreza y el hambre no solo reflejan fallas en la economía, sino también en la ética y en la política, que deben ser abordadas mediante políticas de desarrollo que garanticen el acceso masivo a los recursos básicos.

A la luz de lo expuesto anteriormente, es preciso que pensemos el hambre como una injusticia social profunda, arraigada en un sistema que permite que unos pocos tengan todo mientras que millones carecen de lo necesario para sobrevivir. 

Los autores que hemos citado coinciden en que la solución al hambre no se encuentra en la provisión de alimentos, sino en una reestructuración del orden social, económico, político y ético que rige nuestro mundo. 

Abordar el hambre exige un compromiso moral y político con la idea de equidad, intentando materializarla mediante acciones globales orientadas a la transformación de las estructuras de poder que se benefician de la exclusión y la pobreza, mientras dicen combatirlas.

 

(*) Filósofo y escritor

martes, 29 de octubre de 2024

Trump contra el Deep State / Fernando del Pino Calvo-Sotelo *

 En España la corrección política exige criticar siempre al candidato republicano en las elecciones de EEUU. Sin embargo, el rigor y la verdad demandan un análisis un poquito más profundo. 

Como abordé en mi anterior artículo[1], la cuestión de fondo de estas elecciones es saber qué candidato plantará cara al poder desbocado del Deep State (o complejo militar-industrial, sobre el que nos advirtió Eisenhower), que se ha convertido hoy en una grave amenaza para el proceso democrático y para la libertad de expresión en EEUU.

Pero comprender bien lo que está en juego exige recordar qué ha ocurrido en aquel país desde la llegada de Trump. Lo que van a leer es la historia fidedigna de lo acontecido, y es muy diferente de lo que han leído en los medios. La diferencia estriba en que esta historia está basada en hechos reales.

El Deep State le declara la guerra a Trump

Ante la inesperada victoria de Trump en 2016, el Deep State, que durante los anteriores ocho años había tenido una fácil cohabitación con un presidente que se limitaba a admirarse en su espejito mágico, reaccionó rápidamente: si no había podido impedir la llegada al poder de quien consideraba un incontrolable outsider, al menos paralizaría su acción de gobierno. 

Con este objeto, supo tejer una pegajosa telaraña de mentiras que obligó a Trump a estar a la defensiva durante su primer mandato impidiéndole desarrollar su pretendida política de distensión con Rusia, que tanto bien habría hecho al mundo, pero que el Deep State consideraba una amenaza existencial. 

En efecto, si Rusia dejaba de ser un país enemigo perdería una parte importante de su misión, presupuesto y poder. Ello también afectaría a la OTAN, convertida tras la desaparición del Pacto de Varsovia en un simple mercado cautivo para la industria armamentística norteamericana, es decir, en un puro negocio centrado en la búsqueda de nuevos clientes (o países miembros, como creo que se les llama) y basado en mantener vivo al fantasma de la amenaza “soviética”.

La falsa colusión con Rusia: una caza de brujas

El arma principal que utilizó el Deep State para paralizar a Trump fue pregonar, con el apoyo entusiasta de los medios, una supuesta colusión de éste con Rusia. El «complot Trumputin» se convirtió en el relato oficial, aunque ya en 2017 los lectores de este blog sabían que «la supuesta colusión entre el gobierno de Rusia y Trump es tan creíble como las armas de destrucción masiva de Irak, es decir, una patraña, una invención, una infantilidad, una estupidez, humo[2]». 

Años después, tuvimos la confirmación oficial: sendas investigaciones realizadas por dos fiscales especiales concluyeron que todo había sido un completo bulo.

El primer fiscal especial, Robert Mueller, había sido director del FBI durante 12 años bajo dos presidentes de distinto signo. Era, por tanto, «uno de los nuestros» para el Deep State, alguien que «removería cielo y tierra[3]» para conocer la verdad. ¿Había habido un complot entre el gobierno de Rusia y Trump? 

Tras dos años de exhaustiva investigación, el informe Mueller concluyó de mala gana que no[4]. Según el resumen que hizo el entonces fiscal general Barr, «la investigación no ha encontrado que ningún miembro de la campaña de Trump ni ningún ciudadano norteamericano conspirara o se coordinara con el gobierno de Rusia en actividades de interferencia en las elecciones». 

Tampoco encontró «ninguna conspiración para violar la ley de EEUU por parte de personas ligadas a Rusia o de ninguna persona asociada a la campaña de Trump[5]». Todo había sido un invento.

Un FBI politizado

Pero además de la acusación de colusión, a Trump le acusaron de un supuesto delito de obstrucción a la justicia, sospecha creada por el director del FBI James Comey tras ser defenestrado por el presidente. 

Sobre esta acusación, absurda si no había habido un delito previo de colusión, el dictamen de Mueller fue deliberadamente ambiguo, posiblemente para no dejar en mal lugar a su amigo Comey: «Aunque este informe no concluye que el presidente Trump cometió un delito, tampoco lo exonera[6]». 

Esta ajurídica conclusión que, sin encontrar indicios de delito, obvia la presunción de inocencia, llevaría al fiscal general Barr a sentenciar que Trump tampoco había intentado obstruir la acción de la justicia.

Posteriormente, una auditoría de la actuación del FBI llevada a cabo por el fiscal especial Durham revelaría que todo había sido una caza de brujas. El FBI «no había respetado su importante misión de mantener una estricta fidelidad a la ley» y había tratado de forma distinta a Hillary Clinton y a Donald Trump. 

Asimismo, las intrusivas órdenes de vigilancia física, telefónica y electrónica de miembros de la campaña Trump fueron forzadas por el lenguaje manipulador de un abogado del FBI que habría cometido «una infracción penal». 

Durham también denunció que el FBI continuó con dicha vigilancia a pesar de que ya entonces creía que «no existía causa probable para creer que el objetivo estaba participando a sabiendas en actividades clandestinas de inteligencia en nombre de una potencia extranjera». 

Finalmente, el FBI también habría omitido «información exculpatoria significativa que debería haber impulsado el reexamen de la investigación[7]».

El Deep State sale del armario

El prestigio del FBI recibió otro varapalo en agosto de este año, cuando, en una carta al Departamento de Justicia[8], Mark Zuckerberg, presidente de Meta, acusó al gobierno Biden de haberle «presionado» para censurar contenidos del covid (muchos de los cuales se comprobaron veraces) y al FBI de advertirle de forma engañosa sobre una supuesta campaña de desinformación rusa sobre Biden y su familia poco antes de la aparición de la noticia del contenido de un portátil del hijo de Biden, que Facebook habría censurado erróneamente por ese motivo[9].

La prensa, cómo no, silenció esta carta. Algunos medios mencionaron el párrafo sobre el covid, pero callaron el siguiente sobre la acusación al FBI[10].

El portátil de Hunter Biden no sólo mostraba explícitamente la adicción del hijo del presidente a la droga, la prostitución y el sexo, sino que «Hunter Biden había utilizado la posición y la influencia de su padre, el ahora presidente Joe Biden, en beneficio propio con el aparente conocimiento del presidente», tal y como resumió el Comité de Inteligencia del Congreso de los EEUU[11]

 Pues bien, a pesar de la absoluta veracidad de la historia del portátil de Hunter Biden, 51 exfuncionarios de inteligencia (incluyendo exdirectores de la CIA y de la NSA) intentaron desacreditarla para que no perjudicara la campaña de Biden asegurando en una declaración pública que tenía «todas las características clásicas de una operación de información rusa». 

Algunos de los firmantes seguían en nómina de la CIA[12]. ¿Y algunos aún creen que el Deep State no participa en las elecciones?

Todo lo mencionado pone de manifiesto que el principal papel que ha jugado Donald Trump en la política norteamericana no ha sido su trascendente papel provida, al lograr una mayoría conservadora en el Tribunal Supremo, ni tampoco su afán desregulador o su crítica a la estafa climática y al globalismo de la corrupta OMS, sino el hecho de obligar al Deep State a salir a la luz por primera vez en la historia.

Biden recibe una oferta imposible de rechazar

Durante la presidencia de Biden, que posiblemente no sabía ni lo que firmaba, el Deep State logró el cénit de su poder y se juramentó para evitar a toda costa la vuelta de Trump. Para ello intentó intimidarle con una serie de ofensivas judiciales ad hominem basadas en conductas artificialmente exageradas. 

Resulta dudoso que, de ser el acusado otra persona, se hubiera puesto en marcha ningún proceso. Sin embargo, Trump no se arredró, y sus procesos judiciales ―alguno de los cuales está pendiente de sentencia― fueron arrastrados por el viento, algo lógico, dada su liviandad.

Una vez quedó claro que Trump iba a presentarse y que las encuestas le daban ganador, el Deep State y la otra parte interesada, el Partido Demócrata, hicieron lo imposible por lograr que Biden dejara paso a otro candidato. 

Aprovecharon su penosa actuación en un debate para evidenciar un deterioro cognitivo que llevaba años siendo más que evidente para cualquiera que tuviera ojos, y ocultaron la razón real, que era simplemente que las encuestas le mostraban como claro perdedor[13]

 Sin embargo, no contaban con la arrogancia de Biden, su adicción al poder y su miedo a que las dudosas actividades económicas de su familia pudieran ser objeto de escrutinio público.

Por ello se aferró de tal modo a la presidencia que hizo falta un golpe de Estado palaciego muy poco democrático para “convencerle” de que no debía presentarse a la reelección. 

Así, en unos días en los que se mantuvo aislado y encerrado en su casa de Delaware por un supuesto covid, Biden probablemente recibió «una oferta que no podía rechazar» y, tras sólo cuatro años en el poder y tras ganar las primarias de su partido, comunicó que no se presentaría (algo sin precedentes en la historia de EEUU) un día después de haber asegurado exactamente lo contrario. 

De forma ciertamente opaca, utilizó para renunciar un texto de su cuenta de Twitter en vez de hacerlo en persona, como habría sido lógico. De forma más extraña aún, en dicho texto no anunció su apoyo a Harris, lo que hizo la misma cuenta 24h después. De forma elocuente, Obama tardaría cinco largos días en apoyar públicamente a Harris.

La probable victoria de Trump

Y así llegamos a las vísperas de unas elecciones sobre las que parece obligado realizar un innecesario pronóstico, pues basta con esperar unos días para conocer los resultados. En mi opinión, Trump ganará. Estos son mis argumentos.

Primero, Kamala Harris es una mala candidata elegida sólo porque no había tiempo ni consenso para elegir otro. Por distintas razones, varios medios afines han decidido no respaldarla explícitamente, como el Washington Post, que no va a apoyar a ningún candidato por primera vez en 36 años[14]

Esto tiene mérito, pues sólo el 3% de los periodistas norteamericanos se identifica como republicano[15] (en España, el porcentaje será inferior, aunque en el gremio no sepan muy bien lo que es un porcentaje).

Harris siempre fue una vicepresidenta de doble cuota (por sexo y raza), y ha sido siempre muy impopular, sea por su izquierdismo radical, por su insondable vacío intelectual o porque no transmite confianza. 

Cuando se retiró de las primarias del 2020 que ganaría Biden, Harris se encontraba en sexta posición con sólo un 3,9% de apoyo de votantes de su partido[16], y una vez en el poder las encuestas han mostrado repetidas veces que ha sido la vicepresidenta más impopular de la historia de EEUU[17]

Esta impopularidad sólo se vio frenada cuando Biden fue forzado a retirarse, pues el factor novedad y el apoyo entusiasta de los medios de comunicación contrarios a Trump (casi todos) aupó temporalmente a Harris en las encuestas. 

Sin embargo, los medios están hoy muy desacreditados (el 70% de los norteamericanos desconfía de ellos, con razón[18]), y el bluf dependía de mantener a la candidata escondida del ojo público. El tiempo jugaba en su contra. Ahora el soufflé ya se ha desinflado, como pronosticaban no pocas voces de su propio partido.

En segundo lugar, en estas elecciones no existe la brutal censura que existió en el 2020 para favorecer a Biden. Por cierto, el hecho de que existiera una censura destinada a favorecer al líder de la oposición y no al presidente en ejercicio supone otro indicio más de la existencia de un Estado dentro del Estado. 

Cuatro años más tarde Twitter es de nuevo una red social libre gracias a ese gran defensor de la libertad de expresión llamado Elon Musk (que apoya a Trump), y Facebook ha decidido ser más prudente tras entonar su mea culpa de agosto.

Dos extraños intentos de asesinato

Otro factor que va a influir en las elecciones es el valor demostrado por Trump tras sobrevivir a su primer atentado, resumido en su icónica imagen, desafiante, con sangre en la cara y el puño en alto. 

El hecho de sufrir no uno sino dos intentos de asesinato, y las circunstancias que rodean a ambos, resulta extraño: los medios han corrido rápidamente un tupido velo y seguimos sin conocer los motivos de los autores ni ningún detalle sobre sus vidas pasadas. Tampoco sabemos cómo llegaron tan cerca de Trump.

Respecto al primer atentado, cualquiera que conozca de cerca cómo funciona el Servicio Secreto estará de acuerdo en que tal fallo de seguridad resulta difícil de creer. La entonces directora del Servicio Secreto, tan woke como incompetente, esgrimió que en aquel tejado no había agentes «porque estaba inclinado»[19], declaraciones ridículas y, por tanto, poco aclaratorias. 

Fue obligada a dimitir. Tampoco despejaron las dudas las politizadas declaraciones del director del FBI, que defendió que no estaba claro si lo que hirió a Trump en la oreja fue una bala o un trozo de cristal (declaraciones que el propio FBI se vio obligado a desmentir a las pocas horas)[20]

El hecho es que Trump tenía una protección claramente deficiente y que los motivos de que así fuera son turbios, pues había solicitado repetidas veces mayor seguridad y se le había denegado[21]. Asimismo, se le denegó protección del Servicio Secreto al candidato independiente Robert Kennedy (que acabó apoyando a Trump) a pesar de solicitarlo en seis ocasiones[22].

Por otro lado, el segundo intento de atentado también genera interrogantes: ¿cómo sabía el tirador, que no era local, que Trump iba a jugar al golf en ese club ese día? No nos han dado ninguna respuesta y el caso se ha enterrado con igual rapidez, pero el hecho es que, de no ser por la profesionalidad de un agente del Servicio Secreto, pocos minutos después el tirador habría tenido un blanco sencillo.

La sombra del 2020

Otra cuestión que marca una diferencia con las elecciones del 2020 es la inexistencia de agitación en las calles como la de Black Lives Matter. Este movimiento típicamente marxista, supuestamente surgido a raíz del homicidio de un hombre negro por parte de un policía blanco, no tenía nada de espontáneo y desapareció mágicamente el día que Biden ganó las elecciones. 

Ahora su fundadora ha sido acusada de usar como vivienda personal una mansión comprada gracias a las ingenuas donaciones recibidas por su movimiento[23] (comportamiento típicamente marxista).

Pero quizá el elemento que más apunta a una victoria de Trump es la motivación de una gran masa electoral que cree que en el 2020 hubo fraude. En efecto, más del 36% de los norteamericanos cree que las elecciones del 2020 fueron fraudulentas y que Biden ganó ilegítimamente[24], y no les culpo. 

Los resultados definitivos tardaron semanas en conocerse, en estados clave se dieron vuelcos estadísticamente extraños (de una probabilidad a priori enormemente baja) , por lo que la duda es racional y no fruto de ninguna fiebre conspiratoria. 

No debe sorprender, por tanto, que las más recientes encuestas muestren que casi el 60% de los norteamericanos (y el 88% de los republicanos[25]) están preocupados por la posibilidad de que también pueda haber fraude electoral en estas elecciones. 

No obstante, la existencia de un precedente disminuye la probabilidad de que se repita, y el voto por correo, punto flaco de cualquier proceso electoral (al no garantizarse la cadena de custodia) ha vuelto a niveles normales tras doblarse en 2020 por el covid.

Finalmente, la Administración Biden-Harris ha sido muy mediocre en todo salvo en su agresiva promoción de la barbarie woke, y la población le culpa de la empobrecedora inflación post-covid, la mayor en los últimos 40 años, y del increíble aumento de la inmigración ilegal, causada en gran medida por la derogación de varias órdenes ejecutivas de Trump. 

Se calcula que en los últimos cuatro años han podido entrar ilegalmente en EEUU entre 10 y 20 millones de personas[26], más del triple que durante la presidencia de Trump[27].

Termino recordando que estas elecciones son entre Trump y “Deep State” Harris y no entre Trump y la Madre Teresa de Calcuta, como parecen creer algunos que se centran en críticas ad hominem de uno solo de los candidatos. En EEUU (al contrario que en España) sí hay diferencias acusadas entre ambas alternativas. 

Como han entendido muchos, Trump significa menos regulaciones y menos impuestos, una reversión de la perversa ideología woke, un freno al globalismo de Davos, con su estafa del cambio climático y su intento de golpe de Estado de la OMS y, ante todo, una defensa de la libertad de expresión y una contención del poder del Deep State.

 Harris personifica exactamente lo contrario. 

Quizá por ello, el respetado historiador británico Niall Ferguson ha escrito que Harris supone una mayor amenaza para la democracia que Trump, en EEUU y en el resto del mundo[28].

Por todo ello, a pesar de los obvios defectos de Trump, de sus jactanciosos simplismos en política exterior, de su afán proteccionista y de su imprudente expansionismo fiscal (algo que comparte Harris), reconozco que, si fuera norteamericano, tendría meridianamente claro a quién votar la semana que viene.

 

(*) Economista español

[1] EEUU en la encrucijada – Fernando del Pino Calvo-Sotelo (fpcs.es)
[2] El complot Trumputin – Fernando del Pino Calvo-Sotelo
[3] Robert Mueller: ‘Incorruptible’ G-man stalking Trump presidency – BBC News
[4] Report on the Investigation into Russian Interference in the 2016 Presidential Election – Volume 1
[5] Letter from Attorney General Barr to the House and Senate Judiciary Committees, April 18, 2019
[6] Report on the Investigation into Russian Interference in the 2016 Presidential Election – Volume 2
[7] Report on Matters Related to Intelligence Activities and Investigations Arising Out of the 2016 Presidential Campaigns
[8] House Judiciary GOP en X: «Mark Zuckerberg just admitted three things: 1. Biden-Harris Admin «pressured» Facebook to censor Americans. 2. Facebook censored Americans. 3. Facebook throttled the Hunter Biden laptop story. Big win for free speech. https://t.co/ALlbZd9l6K» / X
[9] Zuckerberg le explica a Joe Rogan por qué Facebook censuró la historia de la laptop de Hunter Biden (fee.org.es)
[10] Zuckerberg says Biden administration pressured Meta to censor COVID-19 content | Reuters
[11] New Information Shows CIA Contractors Colluded with the Biden Campaign to Discredit Hunter Biden Laptop Story | Permanent Select Committee On Intelligence (house.gov)
[12] Ibid.
[13] Trump Leads in 5 Key States, as Young and Nonwhite Voters Express Discontent With Biden – The New York Times (nytimes.com)
[14] The Washington Post will not endorse a candidate for president – The Washington Post
[15] Survey of journalists, conducted by researchers at the Newhouse School, provides insights into the state of journalism today | Newhouse School at Syracuse University
[16] National : President: Democratic primary : 2020 Polls | FiveThirtyEight
[17] Kamala Harris is the least popular vice president in history (telegraph.co.uk)
[18] Americans’ Trust in Media Remains at Trend Low (gallup.com)
[19] ABC Exclusive: Trump rally shooting ‘unacceptable,’ Secret Service director says – ABC News (go.com)
20] FBI confirms Donald Trump was struck by bullet during July 13 assassination attempt | AP News
[21] US Secret Service rejected previous Trump team requests for more resources – reports | Donald Trump | The Guardian
[22] Biden Administration Denying Secret Service Protection to RFK Jr. | National Review
[23] BLM co-founder admits using mansion bought with donations (thetimes.com)
[24] More than a third of US adults say Biden’s 2020 victory was not legitimate | Donald Trump | The Guardian
[25] Poll: Concerns about fraud, noncitizen voting before election : NPR
[26] The Legacy Media Can’t Win it for Kamala – The Daily Sceptic
[27] Comparing Biden and Trump’s Immigration Policies in 12 Charts – Newsweek
[28] NIALL FERGUSON: Why Kamala Harris poses a greater threat to democracy – both at home and abroad – than Donald Trump | Daily Mail Online

viernes, 25 de octubre de 2024

Poniendo en forma la cultura fitness / Lisandro Prieto *


En la filosofía de Aristóteles, el cuidado del cuerpo ocupa un lugar significativo, particularmente en relación con su concepción de la “areté”, o “virtud”, y la búsqueda de la “eudaimonía” (felicidad o florecimiento humano”. 

Recordemos que Aristóteles ve el cuerpo no como un fin en sí mismo, sino como un medio que nos facilita el desarrollo de las virtudes y la vida en plenitud: el equilibrio y la moderación son fundamentales en el cuidado del cuerpo, ya que un cuerpo bien cuidado contribuye al bienestar de la mente y permite a la persona dedicarse de lleno a la vida contemplativa y a la virtud.

Evidentemente, no se puede pasar por Aristóteles sin que nos rete y nos llame a comprender la importancia que tiene la moderación y el equilibrio. En su obra “Ética a Nicómaco” sostuvo que el cuidado del cuerpo debe orientarse por la virtud de la templanza o moderación, puesto que mediante ella se consigue el equilibrio entre el exceso y el defecto en cuanto a los placeres y los deseos del cuerpo. 

Aristóteles nos advierte sobre los peligros de los excesos en relación con el cuidado de sí, señalando que “el exceso destruye la naturaleza misma de los cuerpos, pero la moderación la preserva" (“Ética a Nicómaco”, II, 6).

De esta manera, se deduce que un cuerpo maltratado por los vicios o descuidados por la falta de atención, se convierte en un obstáculo para la virtud y la felicidad, fines últimos de la vida humana. La moderación, a diferencia de la precitada actitud de templanza, facilita una vida equilibrada y permite que tanto cuerpo como mente funcionen armoniosamente

Como siempre, Aristóteles analiza la cuestión del cuidado no solo en función de las posibilidades individuales de la persona, sino que también contempla las repercusiones sociales, puesto que de ello depende el cumplimiento o no de nuestras obligaciones para con nosotros mismos y los demás. 

En su “Política”, enfatizó que “la primera y más fundamental parte de la educación es la gimnasia” (“Política”, VIII, 1337b), ya que un cuerpo fuerte y saludable permite soportar las dificultades de la vida y desempeñarse adecuadamente en nuestras responsabilidades familiares y cívicas.

Eso sí, tenemos que tener en cuenta que para Aristóteles es inconcebible la actual moda de rendirle culto excesivo al cuerpo torneado en un gimnasio mientras se comparte en redes sociales para el deleite de los demás, cual maniquí en escaparate. 

El peripatético nos advierte contra el exceso en la educación física y el cuidado corporal, porque el objetivo principal es preparar al cuerpo para servir a la mente, y no al revés. 

La actividad física debe ser, según Aristóteles, adecuada, no esclavizante, puesto que contribuye a una salud equilibrada que le permita al individuo enfocar sus energías en la adquisición de conocimientos y la práctica de las virtudes

"La naturaleza humana necesita, para desarrollarse bien, tanto un cuerpo sano como un alma noble, y un cuerpo fuerte ayuda a que el alma sea vigorosa" (“Política”, VII, 1323a).

Tengamos en cuenta que para esta perspectiva, el cuidado de sí también tiene relevancia en cuanto a su relación con la mente. No se trata de estar aparentemente sano y lucir fuerte, sino de contar con las herramientas físicas para poder pensar mejor, por lo que el eje central de dicho cuidado es su relación con la mente. 

En su planteamiento filosófico, Aristóteles menciona la importancia de la vida contemplativa, que representa el ideal más elevado de la existencia humana, por lo que un cuerpo sano y en equilibrio permite al individuo dedicarse a esta vida intelectual y alcanzar la plenitud. 

Al parecer, entendimos todo al revés: ahora renunciamos con facilidad al desarrollo de “las capacidades del alma” (o sea, pensar) para ser instrumentos de la imagen del cuerpo como objeto de exposición mediática.

"El alma es, en cierto modo, la realidad y finalidad del cuerpo" (“De Anima”, II, 1, 412b).

Por su parte, los estoicos tienen un enfoque particular sobre este asunto que se fundamenta en la distinción entre lo que está bajo nuestro control y lo que no lo está. Para ello, el cuerpo es un bien “externo”, y aunque debe ser cuidado, no debe convertirse en una fuente de apego o preocupación desmedida. Evidentemente, la prioridad aquí está en cuidar la mente y el carácter, ya que estos aspectos sí dependen de nosotros mismos.

En sus “Meditaciones”, Marco Aurelio reflexionó sobre la transitoriedad y la naturaleza limitada del cuerpo, señalando que éste no debe ser motivo de ansiedad o excesiva dedicación u obsesión. En definitiva, es importante recordar cuán efímero es el cuerpo, aunque debe mantenerse en un estado saludable para que no afecte a la mente, cuyo cuidado no debería ser fuente de vanidad o superficialidad. ¿Se dan cuenta, amigos míos, qué es lo que realmente importa aquí?

"Considera cuán insignificante es todo el universo, y considera cuánto de él ocupa nuestro cuerpo. Considera, además, cuánto tiempo dura la vida humana en comparación con la eternidad" (Marco Aurelio, “Meditaciones”, IV, 3).

Por su parte, Epicteto hará puntual hincapié en el autocontrol corporal como herramienta esencial para alcanzar la virtud. Tener control sobre sí mismo y lograr la moderación es la gimnasia físico-mental por excelencia, puesto que “no debemos preocuparnos por el cuerpo de manera desmedida, sino considerarlo simplemente como una herramienta, algo que está a nuestra disposición para vivir con virtud y en armonía con la naturaleza” (Epicteto, “Discursos”, I, 20). 

Si bien aquí no se niega que el cuerpo necesita cierto grado de atención para mantenerse funcional, ello no debe convertirse en una distracción en el camino hacia una vida pretendidamente virtuosa.

Tampoco podemos olvidar a Séneca, quien en su “Carta a Lucilio” también defiende un enfoque filosófico propenso a la moderación respecto al cuidado corporal. En pocas palabras, Séneca nos propone un equilibrio: el cuerpo debe ser cuidado, pero con moderación, es decir, sin caer en la indulgencia o el desprecio extremo. 

La práctica de la virtud requiere de un cuerpo sano, pero la salud no debe ser el fin último de la vida, sino un medio para vivir con dignidad y autocontrol: de nada sirve, tampoco, entregar a la parca un cuerpito escultural si dentro del cráneo no se gestó otra cosa que banalidades y trivialidades.

"Debemos cultivar el cuerpo no por placer, sino para tenerlo como servidor. La vida virtuosa no consiste en la privación del cuerpo, pero sí en evitar el exceso". (Séneca, “Cartas a Lucilio”, 15.2).

Tal vez estas coincidencias teóricas y prácticas sean parte de una antigüedad perdida. Continuemos con nuestro análisis y veamos si realmente esta cuestión de ser sanos para ser pensantes pasó de moda en algún momento. Por ejemplo, San Pablo habla del cuerpo como un templo del Espíritu Santo, resaltando la importancia de cuidarlo no solo físicamente, sino también moralmente, de modo que sea un reflejo de una vida piadosa y consagrada al respeto divino.

“¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” (1 Corintios 6:19-20, Biblia Reina-Valera 1960).

En la precitada Carta, Pablo destaca la dignidad de nuestro cuerpo, mostrándolo como una parte de la vida en Cristo y, por tanto, como algo que merece respeto y cuidado. Claramente, esta visión implica un llamado a la pureza y a la moderación en las prácticas físicas cotidianas (sobre todo las “sensuales”, que en esos tiempos eran las que más preocupaban).

Consecuentemente, San Agustín de Hipona en su “Ciudad de Dios” también encaró el problema de la importancia del cuerpo, aunque siempre lo consideró como subordinado al alma: el cuerpo es bueno en sí mismo, ya que es parte de la creación divina, pero resalta que el cuidado debe estar siempre orientado hacia el bienestar espiritual.

 Para Agustín el bienestar y la salud de nuestro cuerpo es fundamental, pero sólo en la medida en que permite al alma alcanzar la virtud, porque aquí también el cuerpo no es un fin en sí mismo, sino un medio para la santidad.

 “Dios, creador del alma y del cuerpo, ordenó que el alma, que es superior, domine el cuerpo, y que el hombre, con ayuda de la gracia de Dios, pueda así elevarse a lo que es superior a él mismo, subordinando lo inferior.” (“La Ciudad de Dios”, libro XIX, capítulo 4).

Y como hemos mencionado a Agustín, no podemos olvidar a Santo Tomás, quien en su “Suma Teológica” trata el cuerpo como una parte integral del ser humano, unificado con su alma: el cuidado del cuerpo es esencial, pero también debe ser mediado por la moderación para no caer en la idolatría de la carne o en el vicio del placer por el placer mismo (hedonismo). 

En línea con lo planteado previamente por Aristóteles, aquí Tomás nos dice que el cuidado del cuerpo debe alinearse con la virtud de la templanza, la cual regula el uso de los bienes materiales y corporales para alcanzar el bien espiritual (el norte, para todo aquel que se considere a sí mismo “hijo de Dios”).

“El hombre tiene que cuidar su cuerpo, no por él mismo, sino en cuanto que, al conservarlo, puede servir mejor a la vida del espíritu y al cumplimiento de los deberes de justicia y caridad hacia los demás.” (“Suma Teológica”, II-II, q. 141, a. 6).

Tras haber realizado un breve repaso filosófico por escuelas cuidadosa e intencionalmente seleccionadas, procedamos ahora a preguntarnos ¿cómo fue que llegamos al actual culto hueco al cuerpo y la obsesión estética como fenómenos dominantes en la sociedad contemporánea? 

Pues bien, la constante exposición a imágenes idealizadas en redes sociales, medios de comunicación y publicidad no hacen otra cosa que intensificar el deseo de alcanzar una forma física que cumpla con los estándares ridículos impuestos por cuatro o cinco empresas.

Esta búsqueda patética no solo afecta la salud física, sino también el bienestar mental y la percepción misma de nuestra identidad personal. Desde la perspectiva filosófica que hemos expuesto previamente se puede analizar las implicancias de esta obsesión y sus consecuencias en la construcción de una sociedad que valora la apariencia por encima de otros aspectos fundamentales del ser humano.

En tiempos postmodernos, Michel Foucault realizó un análisis exhaustivo sobre la relación que tiene el cuerpo y el poder, argumentando que el cuerpo es un campo de control social, moldeado y disciplinado según las normas y los discursos dominantes. Concretamente, en su obra “Vigilar y castigar”, describió cómo las instituciones ejercen un poder que se inscribe directamente en el cuerpo, transformándolo en un objeto y objetivo de poder.

"El cuerpo es una realidad biopolítica; la medicina y la higiene lo modelan y disciplinan según el paradigma de la norma" (Foucault, 1975).

Este control sobre los cuerpos y su estética no solo es evidente en la ciencia médica, sino también en la cultura fitness, la cirugía estética (no reconstructiva, sino plástica, es decir, esa que los deja a todos como pez globo), donde el cuerpo es transformado para ajustarse a las normas que dicta la moda circunstancial del momento, abrazada por una sociedad cada vez más perezosa al momento de pensar.

El precitado proceso pretende reducir el cuerpo a un objeto que debe ser vigilado (porque se expone en redes sociales a la vista de todos) y perfeccionado (siempre en comparación con prototipos o modelos a seguir que responden a pautas comerciales), lo que en última instancia refleja un claro sometimiento el poder de modas comerciales que terminan convirtiéndose en normas sociales.

Ahora bien, si presionamos un poquito más el problema, podemos preguntar también ¿cómo se consigue, cómo se logra que tantos cuerpos poco pensantes adhieran al culto precitado? Amigos míos, nada nuevo hay bajo el sol: desde el psicoanálisis, Freud exploró el concepto del narcisismo, sugiriendo que el amor excesivo por uno mismo y por la propia imagen puede ser una manifestación de inseguridad y de deseos insatisfechos.

En su obra “Introducción al narcisismo”, Freud afirmó que, “en su forma extrema, lleva a la persona a tratar su propio cuerpo como un objeto de amor” (Freud, 1914). Esto se traduce en la constante necesidad de modificar las apariencias físicas para satisfacer una ilusoria y patética fantasía de perfección. 

Sin embargo, esta búsqueda genera, indefectiblemente, una alienación, ya que el individuo persigue una imagen de sí mismo que nunca podrá alcanzar plenamente, dado que los estándares de belleza son volubles y siempre cambiantes.

Pero espere, no se vaya, yo sé que no está de moda leer artículos “largos”, pero créame que hay más. Jacques Lacan profundizó su estudio en la alienación, producida por esta obsesión conceptualizada como “la mirada del Otro”, donde el individuo se ve constantemente a través de los ojos de los demás: la imagen que busca proyectar se convierte en un reflejo de lo que percibe como deseable para los demás, en lugar de una expresión genuina de sí mismo.

En definitiva, queridos lectores, el culto al cuerpo no es más que la punta del iceberg, porque el problema real consiste en la necesidad innecesaria de reflejar un deseo de aprobación externa y una búsqueda interminable de validación ante gente cuya opinión nos debería importar poco y nada. 

Concluyo aquí, y pido disculpas por la extensión: el culto al cuerpo y la obsesión con su estética reflejan una cultura que privilegia cómo nos vemos por sobre lo que somos. Frente a esto, es importante recordar que el valor de un ser humano no tiene nada que ver con la conformidad con los ideales estéticos, sino en su capacidad de ser, pensar, sentir y actuar con integridad y propósito. La pregunta esencial, entonces, sería: "¿Y si, aparte de hacer trecking, probamos con pensar?".

 

(*) Filósofo, escritor y profesor