El presidente
de Argelia, Abdelaziz Bouteflika, emitió el pasado día 28 un comunicado
que anunciaba un anteproyecto de Constitución que permitiría la
formación de una democracia pluralista y la aparición de una oposición
política fuerte. El anteproyecto se propone preparar la sucesión a un
periodo de cuatro mandatos sucesivos de Bouteflika, de cinco años cada
uno. El presidente llevaba muchos meses sin mostrarse en público debido a
una larga enfermedad, aunque la última prueba de su actividad pública
es la foto del consejo presidencial que anunciaba las reformas.
El
portavoz oficioso del equipo presidencial y secretario general
del FLN, Amar Saadani, acaba de asegurar, según el diario “Liberté”
(30 de diciembre), que “la oposición será la primera en
sorprenderse por las disposiciones de la nueva Constitución… y
encontrará en ella medidas en su favor, mucho más profundas e
importantes que las que había demandado. Sus prerrogativas se
verán aumentadas”.
Se abre, pues, un periodo de cambios
políticos importantes, sin que se sepa, debido a la poca
transparencia del régimen, si obedecen a una apertura
democratizadora o bien a una nueva ‘química’ en la composición
de las fuerzas políticas, que asegure la estabilidad después de
la sucesión. En todo caso, el anteproyecto no menciona la
necesidad de que la Constitución sea aprobada en referéndum
popular, lo que es criticado por la oposición.
Otra
incertidumbre es si la reforma supondrá una corrección del
carácter fuertemente presidencialista del régimen, el cual, de
todas formas, ha garantizado la permanencia en el poder, desde la
independencia en 1962, de las élites del Frente de Liberación
Nacional (FLN) y sus modernos asociados.
Hay
rumores de que las riendas del poder están en manos de Saïd
Bouteflika, hermano del presidente, con el apoyo de personajes y
sectores importantes del régimen. Las nuevas medidas han sido
presentadas por los portavoces de la presidencia como medio de
asegurar una transición pacífica para el momento en que el
presidente cese en su mandato, lo que no sucederá hasta 2019.
Bouteflika tiene 78 años.
El programa de reformas había sido
anunciado en 2011, aunque Bouteflika no quiso o no pudo llevarlo muy
lejos, y desde entonces Argelia ha vivido una soterrada ‘guerra
pacífica’ entre las diversas facciones del régimen, y de éstos
contra los grupos que desean la democratización.
La
preparación de las reformas fue encomendada en junio de 2014 a un
antiguo primer ministro, Ahmed Ouyahia, que entonces asumió la
secretaría general del partido Unión Nacional por la Democracia, una
de las dos fuerzas en que se apoya el régimen. El otro soporte, el
histórico Frente de Liberación Nacional, ha dado algunas muestras de
insatisfacción con el modo de gobernar del entorno del
presidente. Sin embargo, la estabilidad política parece estar
asegurada, al menos en lo referente a las relaciones entre esos
dos partidos oficialistas.
El ejército, clave para asegurar
la estabilidad y la paz social, fue puesto en junio pasado bajo el
mando del general Gaid Salah. Un alto cargo que podía suponer una
incógnita sobre los planes de sucesión era el jefe del Departamento
de Inteligencia y Seguridad. Esta institución se halla bajo el
control de los militares, y hasta hace poco la dirigía el
‘invisible’ general Mohamed Mediene (25 años al mando), conocido
como Toufik. Mediene fue destituido el pasado noviembre, junto con
tres generales de este servicio que fueron encarcelados, y una
extensa lista de altos jefes que fueron despedidos del servicio. En
el lugar de Mediene ha sido designado Athmane Tartag, quien ha
querido indicar ‘cambio’ con su aparición en público.
Mediene,
sin embargo, se lleva en su historial de servicio el hecho de haber
conducido la guerra contra la insurgencia yihadista, que en
Argelia comenzó a principios de los años 90 del siglo pasado. Otro
servicio de Mediene al régimen fue, irónicamente, dar apoyo a la
cuarta reelección de Bouteflika.
La
transición se abre en el momento menos propicio para mantener la
paz social, fuertemente dependiente de los ingresos del Estado.
La principal actividad económica gira en torno a las materias
primas de la energía, entre las que el petróleo sufre desde hace más
de un año una fuerte caída de precios.
Sin embargo, todos los
planes de sucesión pacífica penden de un hilo en tanto la economía
siga pendiente de la cotización de los hidrocarburos. El pasado
día 10, la presidenta del Fondo Monetario Internacional, Christine
Lagarde, advirtió en Doha, Qatar, a los países petroleros que debían
dar nuevos fundamentos a sus economías, pues la baja del precio del
petróleo va a durar bastante.
¿Está el país preparado para un
descenso drástico de los ingresos petroleros? Este descenso se
estima, para los diez primeros meses de 2015, en $11.000 millones, o
un 40% menos que en el mismo periodo de 2014, cuando hubo un
excedente de la balanza exterior argelina de $4.000 millones.
Lagarde también mencionó que el precio del petróleo, necesario
para que Argelia equilibrase el presupuesto, estaba por encima de
$110/barril.
Parece claro, pues, que la economía argelina
necesita una rápida reestructuración y diversificación. A
ello se oponen ineficacias administrativas y la resistencia de
los intereses creados, pero sobre todo una política social
típicamente socialista “a la venezolana”, con el precio de la
gasolina a €0,22 litro y un programa masivo de viviendas sociales
(300.000 actualmente en construcción). La vivienda subvencionada
ha sido una de las claves para la estabilidad del régimen. Al
principio del siglo XXI el déficit de viviendas se estimaba en tres
millones, y hoy parece se ha reducido a 450.000.
Un éxito
sin duda considerable ha sido la pacificación del país, y la
introducción de los partidos islamistas en el juego político..
El pasado 8 de diciembre el jefe del brazo militar del llamado
Frente Islámico de Salvación (FIS), Madani Mezrag, declaró que ya era
hora de que los islamistas regresaran a la vida política. A ello
habían sido invitados por el presidente Bouteflika nada menos que
en 2005, con un pacto por la Paz y la Reconciliación.
Argelia es,
junto con Marruecos y Túnez, un bastión de estabilidad entre el
Mediterráneo y el Sáhara. Se halla amenazada desde dos flancos: el
yihadismo instalado en Libia y los movimientos de islamismo
extremista instalados en Mali, Níger, etc., desde los que opera
ocasionalmente contra intereses argelinos mediante actos de
terrorismo.
Argel tiene una política exterior contraria a
cualquier intervención de una potencia externa (europea, en
concreto) que no cuente con su ‘venia’, si quiere operar cerca de los
confines territoriales del país. Esta política no ha impedido la
intervención europea en ese entorno, como atestiguan, por lo
menos, los casos de Mali y Níger.
Argelia, junto con la
desestabilizada Libia y el amenazado Túnez, es una de las claves
para entender la seguridad europea y la del norte de África, por
sólo mencionar el entorno que directamente toca a intereses
españoles. Más allá, claro está, del Reino de Marruecos.
español