La salida de la crisis está siendo tan lenta que ni siquiera es
sentida todavía por la mayoría. Sin embargo, la evolución del clima
social y político va tan deprisa que en estos momentos la forma más
segura de equivocarse es lanzar una predicción. Nada parece asentado. A
pocas semanas de las elecciones municipales y autonómicas, da la
sensación de que las siglas de todas las formaciones políticas se mueven
como nenúfares, sostenidas sin raíces en la superficie de la actualidad
cambiante.
En esto, España es diferente pero no única. La combinación de
malestar social y descontento político está cambiando el paisaje de los
países de nuestro entorno. Francia y Reino Unido, sin ir más lejos,
también están viviendo un auge del populismo que puede acabar poniendo
en riesgo su estabilidad política.
Si alguien duda de que se deba comparar a Podemos con el UKIP
británico o con el Frente Nacional francés, sólo tiene que hacer un par
de cosas: olvidarse del tono de cada uno (izquierdista, nacionalista o
fascista) y analizar la composición electoral de los tres. Coincide. Se
mire por donde se mire -status social, tramos de edad, género, hábitat…-
el populismo saca los votos del mismo sitio. Pondré un ejemplo: si eres
hombre, rondas los cincuenta años y se te puede ubicar en la clase
media-baja, da igual que vivas cerca de Londres, París o Madrid. Lo más
probable es que votes al populismo.
Por cierto, conviene recordar que hay antecedentes. No ha pasado
tanto tiempo desde que Europa vivió una crisis comparable a la de ahora.
Y las turbulencias no se vivieron durante los primeros años de la
recesión de 1929, sino algo más tarde, a lo largo los años treinta.
Sería bueno que no olvidáramos las consecuencias que se desencadenaron
por todo aquello.
Pero sería todavía mejor que, además, tuviésemos bien presentes las
causas. Entre otras cosas, porque al asumir que nuestras sociedades ya
sufrieron aquel virus estaríamos en condiciones de analizar la forma en
que su segunda edición ha mutado y la manera en que la democracia puede
desarrollar sus anticuerpos cívicos.
Podemos ya no es lo nuevo
Faltan unas diez semanas para las urnas de mayo, una decena de años
luz en los que puede ocurrir de todo. Recordemos lo que apuntaban las
encuestas hace más o menos diez semanas: Podemos primero, PP a poca
distancia, PSOE por debajo del 20%… Es verdad que los indicadores siguen
haciendo grandes oscilaciones, pero parece razonable afirmar que el
primer trimestre de 2015 no ha sido muy positivo para Podemos.
Sobre todo porque ha emergido el nenúfar naranja. La demanda social
de cambio, de relevo generacional, la apertura de la atención pública
hacia los nuevos referentes no ha cambiado. El cambio está en que
Podemos ha dejado de ser lo nuevo y que ahora lo nuevo es Ciudadanos.
Cuesta discutir que buena parte del resultado que cosechó Pablo
Iglesias en las europeas de 2014 fue sembrado en los platós de
televisión. Aquella estrategia estuvo más cerca de las que se usan para
construir una celebridad que aquellas diseñadas para consolidar un
proyecto político, pero funcionó. No veremos una caída de Pablo Iglesias
tan repentina como la que suelen sufrir las celebridades televisivas.
Pero vemos a Albert Rivera en esos programas. A uno cada vez menos, al
otro cada vez más.
Desconozco si existen herramientas para medir el efecto fatiga de los
espectadores; sólo puedo moverme en la intuición. Mi impresión es que
tanto en el público como en los militantes de Podemos hay indicios de
cansancio. No puedo sostenerlo con cifras, pero creo que los casos de
Monedero y Errejón no dañan tanto la moral de las bases como el
funcionamiento escasamente democrático de su organización.
El contraste entre lo que se dice hacia fuera y lo que se hace hacia
dentro puede erosionar la ilusión orgánica y tiene que estar provocando
pérdida de tensión electoral. En ese cortocircuito, clave a la hora de
superar los problemas de implantación política que tiene cualquier
partido en sus comienzos, puede haber una de las razones para el
estancamiento electoral de Podemos.
Tocando techo
Pablo Iglesias, que habló de “tomar el cielo”, sabe que Podemos “ha
tocado techo”. No es un techo menor pero es un techo virtual. Muchos de
los apoyos morados que reflejan las encuestas vienen de las personas que
no van a las urnas y que sólo irán a votar si les lleva de la mano la
ilusión de cambio inmediato. Ha sido clave el resultado de las
elecciones andaluzas, un resultado que no ha sido tan espectacular como
esperaban ni en número de votos ni en términos de poder.
Recapitulemos: irrupción de Ciudadanos, efecto fatiga social y
orgánico y el resultado de Andalucía, que inyecta esperanza al PSOE. Y
añadamos la posibilidad de que la lenta mejora de la economía genere
algo de lealtad al PP.
No faltan razones para apuntar que Podemos, después de haber
acumulado encuestas en la primera intención, pueda encontrarse ahora en
la tercera o en la cuarta plaza. Es muy probable que se sitúe detrás de
Ciudadanos en algunas de las plazas que marcarán la línea entre los
derrotados y los vencedores de las urnas. Por ejemplo, en Madrid. Esas
elecciones son en mayo y nadie tiene nada asegurado.
Veremos si Podemos puede ofrecer algo constructivo y sostenible que
refuerce nuestra democracia. Hasta ahora, ningún populismo lo ha hecho.
Donde han surgido han dejado a la democracia en la UVI, porque se
alimentan de la tensión continua. Viven de especular con la ira, al
encadenar las euforias fugaces que sufren las personas deprimidas.
Funcionan como los virus. Por eso el riesgo no termina cuando no
alcanzan el poder político. El riesgo empieza cuando se incrustan en el
sistema. Eso es lo que puede ocurrir dentro de siete semanas.
Se sabe que existe un tipo de nenúfares que se instalan en el pecho y
empiezan a llevarse la vida que estábamos compartiendo. Boris Vian
habló de ello. La espuma de los días.
(*) Consultor político