Lo que estamos vislumbrando en este
nuevo período electoral es otra de esas estupideces históricas que
perpetra habitualmente la izquierda española. Es una historia vieja,
cansina y produce hastío recordarla pero no queda otro remedio. Aunque
los tarugos al frente de las organizaciones izquierdistas lo ignoren, el
resultado de la consulta del 26 de junio va a afectar a mucha,
muchísima gente que no tenemos culpa de nada y mucho menos de padecer
estos descerebrados de dirigentes.
La
izquierda a la izquierda del PSOE quiere unirse. Al margen de que lo
consiga o no, esa unión deja fuera expresamente al PSOE. Como sabemos,
el argumento que quiere justificar este dislate es que el PSOE no es
"verdaderamente" de izquierda o algo así. Una actitud cuya obstinación
en el error muestra bien a las claras la mala fe de la que parte. Ese
diagnóstico de que el PSOE no es "verdaderamente" de izquierdas parte de
una supuesta "verdadera" izquierda, el PCE, disfrazado de IU, que se
autodesigna "izquierda transformadora" pero que desde que nació, hace
treinta años, no ha transformado literalmente nada y no ha hecho nada
salvo hablar sin parar.
A ese profundo análisis se suma ahora Podemos
con la misma mala fe; o peor. Se renueva así el viejo cainismo de las
izquierdas españolas, que se remonta a sus orígenes y ha dejado
episodios tan vergonzosos como la masacre de mayo de 1937 en Barcelona,
el episodio de la entrega de Madrid por Casado en 1939, la pinza del
PSOE y la UCD contra el PCE en 1977-79 y la del PP e IU/PCE contra el
PSOE en los años noventa.
Frente a esos fainéants
verbosos, el PSOE, con veintiún años de gobierno a las espaldas, ha
hecho mucho y de todo: bueno, regular y malo. Como siempre en la vida. Y
entre personas normales habrá discrepancias acerca de si prima lo malo
sobre lo bueno o a la inversa; lo que no suele darse, insisto, entre
personas normales, es hablar de algo complejo -el PSOE en este caso-
ocultando lo bueno y contando solo lo malo. Eso es un juicio de obvia
mala fe. Así, el discurso de la cal viva de Pablo Iglesias -aventajado
discípulo de Anguita- quedará como ejemplo de su ruindad moral y su
inopia mental.
El caso es que, además, no cabe responderle con un
clásico "y tú más" porque este manojo de supuestos izquierdistas transformadores
no ha hecho nunca nada, no se ha estrenado; ni meter la pata ha podido.
Su posición consiste en atacar con juego sucio al otro partido de la
izquierda y hacer creer que si, por casualidad, alguna vez llegaran a
gobernar, ellos no harían nada mal, serían perfectos.
Esa
alianza que se traen entre manos, que más parece contra el PSOE que
contra el PP, no conseguirá ganar las elecciones, pero sí que no las
gane aquel que, en el fondo, es lo que muchos de estos narcisistas
pretenden. Y por eso mismo serán responsables de otros cuatro años de
esta derecha ladrona, antipopular, ultrarreaccionaria y catalanófoba. A
ellos no parece importarles porque se darán por satisfechos si consiguen
unos votos más que el PSOE y, además, tendrán sus escaños, bien por
una, bien por la otra formación y podrán seguir haciendo lo único que
hacen y sin mucha soltura: hablar.
Pero
la gente lo vamos a pasar muy mal con un gobierno del PP con otra
probable mayoría absoluta. Realmente mal a manos de esta banda de
malhechores.
Por
eso y porque la responsabilidad por la desunión de la izquierda toca a
todos, ¿que tal si nos dejamos de miserias, envidias, rencores,
egolatrías, sectarismos y oportunismos y formamos ya un frente popular
de toda la izquierda, desde el PSOE hasta IU con referéndum incluido que
permita que voten a su favor los independentistas catalanes? ¿Que da
miedo el nombre de Frente Popular? Pónganle el nombre que quieran pero
vayan todos juntos a las elecciones con un programa común que será
ganador, como siempre que la izquierda ha conseguido esta unidad.
Ya
tendrán tiempo más tarde de dirimir la estupidez esa del sorpasso, pero
no dividan a la izquierda por enésima vez. No le entreguen el poder a la
derecha entre engoladas frases revolucionarias. Y lo mismo para el
PSOE: deje de hacer el juego a la derecha, recupere su esencia
socialdemócrata, entérese de que vive en el siglo XXI, organice un
referéndum en Cataluña como han hecho en el Canadá y en Escocia sin que
se hunda el mundo. Un frente unido de toda la izquierda es lo único que
garantiza punto final al gobierno de la derecha.
Pierdan
unos el rencor y otros el miedo y entiendan que están al servicio de la
gente, que no quiere otro gobierno de la banda de ladrones.
Elecciones españolas a la vista
Las elecciones nuevas en España son una
buena piedra de toque en Cataluña por dos motivos. En primer lugar,
sirven para calibrar la posibilidad de algún grado de acuerdo con los
partidos españoles en lo referente a Cataluña. Es un análisis pasada la
fiesta, pero muy ilustrativo. El fracaso a la hora de llegar a un pacto
de gobierno deja una experiencia: la oposición de los partidos
dinásticos al referéndum catalán llega al extremo de renunciar al
gobierno a cambio de que no se produzca. Si el PSOE hubiera aceptado
negociar un referéndum en Cataluña, la combinación PSOE, Podemos, IU
hubiera obtenido la investidura con los votos de ERC y DiL.
Pero los
socialistas prefirieron ir a nuevas elecciones antes que buscar una
fórmula de acuerdo con el independentismo catalán. La derecha
nacional-española no se lo agradecerá y la decisión del PSOE parece
apuntar en la dirección de su progresivo hundimiento. Algo previsible en
el cuadro de la decrepitud del sistema de la tercera restauración y que
demuestra por enésima vez que no hay diferencias entre los partidos
españoles en referencia a Cataluña.
En
segundo lugar, las elecciones plantean una cuestión específicamente
catalana. Vuelve a hablarse de la “vía Claver” y sin duda alguien
recordará que, en el momento de tomar posesión de sus actas tras las
elecciones del 20 de diciembre pasado, algún diputado catalán
independentista dijo que sería la última vez que participarían en unas
elecciones españolas. Parece que no será el caso. La misma dificultad
que había en 2015 para abstenerse o boicotear las elecciones al Congreso
de los Diputados la hay en 2016.
Mientras las decisiones que se adopten
en ese Congreso afecten a Cataluña, abstenerse equivale a hacer
dejación de responsabilidad. Si, además, la hipotética vía Claver solo
es seguida por unos partidos pero no por otros, la dejación de
responsabilidad se convierte en un acto de hostilidad hacia el proceso
independentista porque aumentará la representación catalana unionista en
el Congreso con las consecuencias que cabe suponer.
De
momento la vía Claver es impracticable y hasta la propia CUP quizá
hiciera bien replanteándose su política de abstencionismo en las
elecciones españolas. Estando en el Parlamento de la Comunidad Autónoma,
se echa de menos su voz en el Congreso. La cuestión es siempre la misma
con la vía Claver: o todos o ninguno, porque si solo la practican
algunos, otros, los unionistas, hablarán en nombre de todos
Una
vez aceptado el hecho de que, de momento, hay que seguir participando
en las elecciones españolas, la cuestión siguiente para el
independentismo fue si hacerlo en una sola lista o en más. Tras algún
tira y afloja, CDC parece haber aceptado que no habrá lista única. A
primera vista puede considerarse un retroceso o una debilidad pero, si
bien se ve, la lista única tiene ventajas e inconvenientes que deben
sopesarse, según hacia dónde se mire.
Si se mira hacia el Estado
español, presenta la ventaja de un frente único que condiciona
cualesquiera posibles negociaciones que puedan entablarse ya que los
distintos partidos saben que lo que tendrán enfrente será un bloque y no
una alianza más o menos quebradiza. Lo que sucede es que, para que eso
se dé, no hace falta lista única; basta con que las dos formaciones de
Junts pel Sí mantengan unidad de acción en el Congreso en todo lo
relativo a Cataluña.
Si
se mira hacia Cataluña, la lista única tiene la desventaja de que
desdibuja las naturales diferencias y matices entre los aliados de Junts
pel Si y deja un campo muy amplio al voto de izquierda, tanto
independentista como no independentista. Por no suscribir las posiciones
de la derecha neoliberal, este voto basculará hacia la oferta que
finalmente cuaje en torno a En común-Podem, una opción de una ambigüedad
bien clara en cuanto al proceso independentista que aumentará su
presencia en Madrid.
A
pesar de lo que repiten todos los aparatos de agitación y propaganda de
todos los partidos españoles sin excepción, las elecciones de junio son
la prueba del naufragio de un sistema en crisis y sin alternativas. Y
el territorio principal en que se manifiesta esta crisis es precisamente
el único en el que se ha articulado una oposición seria al régimen
oligárquico español: Cataluña. Los españoles tienen que volver a las
urnas porque sus partidos políticos son incapaces de encontrar una
respuesta al proceso catalán.
Y
en junio descubrirán que siguen sin encontrarla porque, si no se
reconoce el derecho de autodeterminación de Cataluña, no la hay.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED