Como era previsible, el interés de los medios
occidentales en la guerra de Ucrania ha ido decayendo con el tiempo,
juez paciente, pero inexorable. Durante dos años no pararon de
repetirnos que Ucrania estaba ganando. Este mensaje, encuadrado en una
orquestada campaña de propaganda y muy alejado de la realidad, fue
transmitido de forma acrítica por unos medios tan dóciles como
corruptos, medios cuya reacción hoy no es entonar un honrado mea culpa, sino ocultar su impudicia tras un manto de indecoroso silencio.
En
realidad, la ayuda de la OTAN nunca tuvo mayor alcance que posponer la
inevitable derrota ucraniana a costa de su población, como adelanté
recién comenzado el conflicto[1].
En aras de los siempre cortoplacistas intereses geopolíticos de EEUU,
defendidos por sus lacayos de la UE y, en especial, por el gobierno más
extraordinariamente incompetente que haya tenido Alemania desde la II
Guerra Mundial, el irreconocible Occidente de hoy, nihilista y
evanescente como los Espectros del Anillo de Tolkien, decidió que bien
valía sacrificar a la juventud ucraniana si con ello sangraba
temporalmente la capacidad económica y militar de Rusia, y lo hizo
mientras apelaba hipócritamente a unos supuestos valores occidentales.
¿Cuáles, exactamente? Dos años y medio después, el desastre ya no puede
ocultarse: Ucrania ha pagado un enorme precio en balde, con centenares
de miles de muertos y el país deshecho. Pero ¿quién ha pagado
exactamente el precio?
En tiempos de paz los hijos entierran a los
padres; en tiempos de guerra, son los padres los que entierran a los
hijos. Sin embargo, no son los miembros de la corrupta clase política
ucraniana los que están enterrando a sus hijos, ni tampoco los líderes
occidentales, que empujan a otros a la muerte con grandilocuentes
discursos pronunciados desde una distancia segura, sino el pobre pueblo
de Ucrania, que pronto será olvidado.
Kursk: una ofensiva efímera y desesperada
Tras
la suicida contraofensiva del año pasado, en la que el ejército
ucraniano fue diezmado por la eficaz defensa estática rusa, este verano
Ucrania decidió realizar una ofensiva sorpresa invadiendo territorio
enemigo en la región de Kursk con sus unidades más veteranas. Aunque
haber logrado el factor sorpresa resulta increíblemente meritorio, los
motivos de esta acción nunca han estado claros.
Según algunas fuentes,
la intención podría haber sido aliviar la insostenible presión soportada
por el ejército ucraniano en el largo frente, confiando en que Rusia
desviaría unidades para defender su propio territorio. Sin embargo, de
no engañar al enemigo la maniobra ucraniana debilitaba sus propias
defensas en el Donbass, que es lo que ha ocurrido.
Otros analistas
especulan que la intención ucraniana era simplemente reavivar la moral
de combate, galvanizar el decaído apoyo internacional y producir un
shock que socavara la imagen de Putin en su propio país, objetivos quizá
demasiado vagos como para compensar el riesgo.
Otras fuentes
apuntan a que el objetivo era alcanzar la central nuclear rusa de Kursk,
bombardearla o colocar explosivos en ella y utilizarla como elemento de
chantaje o, en su defecto, como simple acto de venganza contando con
que los medios occidentales culparían a los propios rusos de un desastre
nuclear del mismo modo que les culparon risiblemente del sabotaje del Nord Stream[2].
Aunque parezca atroz, esta explicación también resulta verosímil, dado
lo específico del objetivo y los antecedentes de Kiev atacando la
central nuclear de Zaporiyia, controlada por los rusos desde marzo de
2022 y hoy en parada fría.
Sean cuales fueran los objetivos de la
operación, y dando por sentado que existía una estrategia racional y no
una desesperada huida hacia adelante, su éxito dependía de que
demasiadas cosas salieran bien, es decir, de una alineación de astros
demasiado optimista que, como suele ocurrir, no se dio.
Cuando audaces
operaciones militares con escasa probabilidad de éxito acaban teniendo
éxito, pasan a los libros de historia como obra de un genio, por lo que
suponen una permanente tentación para dos tipos de personas: los que
ansían la gloria y los que no tienen nada que perder.
Sin embargo, se
trata de un espejismo, pues en la inmensa mayoría de los casos, como es
tautológico, es la probabilidad a priori la que decide el resultado.
Así,
la efímera ofensiva ha constituido un nuevo y costoso fracaso (13.000
bajas hasta el momento), pues el ataque pronto perdió inercia y fue
contenido por las reservas rusas sin debilitar el frente del Donbass,
poniendo de manifiesto, una vez más, la capacidad de absorción del
enorme y despoblado territorio ruso.
El posible colapso del frente ucraniano
En
resumen, aunque la duración de los conflictos sea siempre más incierta
que su resultado, la situación militar es enormemente frágil para
Ucrania, lo que hace que su desesperación aumente por momentos.
Con
mucha mayor potencia de fuego, Rusia mantiene una presión incesante en
distintos puntos del frente, ganando territorio a paso lento pero seguro
y causando gran número de bajas (60.000 sólo en julio) al ejército
ucraniano, formado cada vez más por reclutas desmotivados y sin
entrenamiento que huyen en su bautismo de fuego o son presa fácil para
las unidades más expertas del ejército ruso.
Como dijo Confucio, «enviar
a la guerra a alguien que no ha sido apropiadamente instruido es
mandarlo a la tumba».
La merma de medios materiales y humanos se
agudiza por la elocuente negativa de los millones de ucranianos
refugiados en Europa a retornar a su país a luchar, lo que ha llevado a
Polonia a proponer que la UE deniegue la percepción de fondos de la
Seguridad Social a todos los refugiados ucranianos varones en edad
militar para «incentivar» su marcha al frente[3].
Finalmente, el lóbrego pronóstico militar de cara al invierno se
oscurece aún más (literalmente) por el hecho de que Rusia haya sido
capaz de inutilizar el 70% de la generación eléctrica ucraniana.
En
esta tesitura, el colapso del frente del Donbass es una posibilidad
real, pues la derrota militar, como la bancarrota, se produce primero a
cámara lenta y, luego, de forma repentina.
Dicho desmoronamiento abriría
amplios espacios de movilidad a Rusia hasta el río Dniéper, pues, sin
ejército que lo defienda, tomar territorio en la estepa es algo
relativamente sencillo.
Por ello, tras sus errores iniciales la
estrategia rusa ha consistido en degradar sistemáticamente la capacidad
de combate de Ucrania más que en empeñarse en una costosa conquista de
territorio. ¿Para qué sufrir bajas conquistando algo que puede obtenerse
en una negociación con un enemigo vencido?
A la fragilidad de la
situación militar se une la impopularidad del propio Zelensky,
aficionado a un poder semi dictatorial y deslegitimado tras no convocar
elecciones antes de que venciera su mandato en mayo.
Los bruscos ceses y
dimisiones recientemente producidos en su gobierno[4]
pueden ser los últimos estertores de un títere bunkerizado que ha
dejado de ser útil y que pronto dejará su puesto, sea pacíficamente (con
un retiro dorado en EEUU) o tras un golpe de Estado. Como escribí en su
día, no será Zelensky quien negocie el final de las hostilidades con
Rusia[5].
El peligro de una Ucrania arrinconada
Si
los acontecimientos siguieran su curso natural, estaríamos cerca del
final de la guerra. Sin embargo, la gratuita y agresiva involucración de
la OTAN (defendiendo a un país no miembro) puede convertir una derrota
estrepitosa de Ucrania en una derrota estratégica de la organización,
lastrada además por el descrédito ganado a pulso tras dos años creando
falsas expectativas de victoria.
Por eso, tanto en Occidente como en
Ucrania la preocupación está paulatinamente dando paso al pánico, que
nunca es buen consejero.
Ucrania tiene todos los incentivos para
llevar a cabo una operación de falsa bandera que, debidamente
publicitada, indigne a la opinión pública occidental y propicie que la
OTAN cruce el Rubicón.
No olviden que el fanático gobierno de Zelensky
intentó arrastrarnos a una Tercera Guerra Mundial acusando falsamente a
Rusia de disparar un misil que cayó en Polonia (territorio OTAN)
causando dos muertos[6], cuando en realidad el misil había sido disparado por los propios ucranianos[7].
Kiev
además es consciente de que EEUU y Reino Unido se han resignado a que
las regiones anexionadas por Rusia jamás volverán a Ucrania, algo
bastante obvio desde un principio. Esta admisión significa que, tras
tres años de durísima guerra, Ucrania va a obtener un resultado mucho
peor que el que habría logrado con el preacuerdo de paz alcanzado con
Rusia en las negociaciones celebradas en Turquía en primavera del 2022.
En aquel momento apenas había muertos, pero el acuerdo fue impedido por
EEUU y el Reino Unido.
También en aquel entonces Rusia estaba más
dispuesta a negociar. Hoy, tras haber pagado tan alto precio por la
victoria, Rusia no permitirá que el conflicto se vuelva a cerrar en
falso y no se detendrá hasta haber alcanzado todos sus objetivos
estratégicos. Además, Occidente ha perdido su credibilidad tras romper
todas sus promesas, por lo que Rusia no confiará en compromisos de
futuro, sino en realidades del presente.
La amenaza de escalada por parte de Occidente
Como
he defendido desde un principio y ya debería ser obvio, esta guerra
nunca fue un conflicto entre Rusia y Ucrania, ni una lucha entre buenos y
malos, ni David contra Goliat, ni una cruzada de la libertad contra la
tiranía (¡qué fácil es engañar a la población biempensante!), sino un
pulso de poder entre EEUU y Rusia provocado por EEUU y, más globalmente,
un conflicto indirecto entre un Occidente decadente y un Oriente
resentido con el orden internacional impuesto por la hegemonía
norteamericana, que se resume así: «Las reglas son para ti, no para mí».
Esta asimetría tiene los días contados, pero no sabemos si de aquí a su
inevitable final lograremos evitar la trampa de Tucídides, es decir, la
guerra abierta entre el poder hegemónico y el emergente.
En este
sentido, la temeridad mostrada por la OTAN (¿una organización de defensa
mutua entre sus miembros?) está resultando crecientemente peligrosa.
En
efecto, una y otra vez la organización ha ido cruzando líneas rojas al
dotar a los ucranianos de armas ofensivas cada vez más mortíferas, como
artillería, carros de combate, cazas, drones y misiles de corto alcance
que ahora algunos pretenden transformar en misiles de medio alcance.
Dichos misiles, que podrían internarse profundamente en suelo ruso, no
podrían ser operados sin la participación directa de militares de la
OTAN, por lo que Rusia ya ha advertido que lo consideraría un ataque de
la OTAN a su territorio.
En la ruleta rusa, el hecho de que el
percutor del revólver haya caído varias veces sobre una recámara vacía
no garantiza que la siguiente vez no vaya a encontrar un cartucho. De
idéntico modo, la cada vez más irresponsable pérdida de respeto a una
potencia nuclear se basa en una falsa creencia: que Rusia no reaccionará
a la provocación porque no lo ha hecho hasta el momento.
Sin embargo,
como en la ruleta rusa, antes o después dicha creencia se demostrará
errónea, pero para entonces será demasiado tarde.
Ante la
indolencia de la opinión pública occidental, aletargada por el hedonismo
y engañada por la maniquea propaganda mediática, los yonquis de la
guerra en Londres, Washington, Kiev y Varsovia parecen querer
arrastrarnos a la hecatombe con su juego diabólico.
[1] Guerra y paz… ¿y verdad? – Fernando del Pino Calvo-Sotelo (fpcs.es)
[2] La guerra de los gaseoductos – Fernando del Pino Calvo-Sotelo (fpcs.es)
[3] Polish minister, visiting Kyiv, calls for end to benefits for Ukrainian men in Europe | Reuters
[4] As his popularity fades Volodymyr Zelensky culls his cabinet (economist.com)
[5] También nos han mentido sobre Ucrania – Fernando del Pino Calvo-Sotelo (fpcs.es)
[6] Ukraine’s Zelenskiy blames Russian missiles for deadly Poland explosion | Reuters
[7] Polish experts confirm missile that hit grain facility was Ukrainian – media | Reuters
(*) Economista