CARTAGENA.- La travesía desde el club náutico de Los Nietos por el capricho geográfico que es el Mar Menor, Región de Murcia, apenas dura 20 minutos. La motora avanza sin prisa. A estribor, el skyline de ese empacho urbanístico en que convirtieron La Manga.
A babor, apenas tocada, hermosísima en su desnudez, la isla. Echándole
imaginación se ve en su silueta a una mujer de caderas turgentes echada.
Tal vez fuera eso lo que atrajo a su primer dueño, el barón de Benifayó, según reportaje que hoy publica Expansión.
Testimonios de la época lo describen como mujeriego y bon vivant. "Unas crónicas quizá algo fantasiosas", apunta Gonzalo Quijano.
Ingeniero
agrónomo, Quijano (Madrid, 21 de noviembre de 1952) es la quinta
generación de la actual familia propietaria de la conocida como Isla Mayor (por ser la más grande de cuantas hay en los 170 km2 del Mar Menor) o, más típicamente, Isla del Barón.
Con sus hijos y nietos suman siete las generaciones de la familia Figueroa que la han disfrutado. Su tatarabuelo José Ignacio Figueroa Mendieta, se la compró al heredero de Benifayó en 1899. Él lleva 45 años ocupándose de su gestión natural, recién aplaudida por la Comisión Europea,
entre otras razones por el proyecto de cetrería que desarrolla desde
hace unos años. Pero no corramos. La historia y la naturaleza de la isla
invitan a ser conocidas despacio.
Empezando por cómo el barón de Benifayó, Julio Falcó d'Adda,
de origen italiano, llegó a poseerla. La adquirió hacia 1870 y cuenta
la leyenda que fue después de ser desterrado a la región por haber
matado en duelo a otro cortesano.
Al parecer lo hizo en defensa del
honor de María Victoria dal Pozzo della Cisterna, esposa del rey Amadeo de Saboya. Terminado su castigo, quedó tan prendado de la isla, entonces propiedad de la Marina de Guerra, que convenció a su amigo Amadeo para que se le vendiera.
Ecologista temprano
La utilizó como lugar de
recreo y caza. Con pulmón financiero e innegable gusto, encargó la
edificación de un palacete a un starchitect de aquel tiempo, Lorenzo Álvarez Capra, autor del pabellón de España para la Exposición Universal de Viena de 1873.
El edificio es una joyita neomudéjar de ladrillo en el que aún hoy se
instala la familia de Quijano en sus estancias en la isla, tan bien
preservado como el entorno.
Con el mimo que se pone en aquello que se
ama, Benifayó fue una especie de conservacionista avant
la lettre. "Un ecologista muy avanzado para su época", explica Quijano.
"Vigiló que el terreno no cediera con las trombas de agua, introdujo
esparto, una planta que agarra muy bien la tierra, construyó aljibes
para guardar el agua de la lluvia e hizo algo muy sabio: traer de Italia
un rebaño de muflones de Cerdeña para pastorear el monte y que la vegetación se mantuviera en su justo término".
A su muerte, sin embargo, su hijo vendió la isla a los Figueroa. Mejor dicho, les vendió unas minas de plomo en La Unión en las que, de algún modo, en la transacción iba aparejada la propiedad no sólo de la Isla del Barón sino de otras tres, también en el Mar Menor: Perdiguera, Rondella y Sujeto.
La primera fue cedida al Estado a los pocos años por el conde Romanones,
hermano del bisabuelo de Gonzalo, en un gesto político. Rondella y
Sujeto aún son propiedad de la familia, pero están deshabitadas. Sirven
de lugar de cría para gaviotas y cormoranes. "La isla entró en mi
familia por casualidad", explica su actual dueño, "pero mis ascendientes
en seguida se engancharon".
Primero su bisabuelo, el marqués de Villamejor, Gonzalo Figueroa, y posterior y más intensamente su abuela, Ana María Figueroa O'Neill,
marquesa del Norte, se dedicaron a la preservación de la isla. "Yo aún
la recuerdo trabajando con sus manos, plantando, haciendo muretes de
piedra, porque aquí la obsesión siempre ha sido mantener la capa de
tierra, que no fuera barrida por las lluvias. Llueve poco, pero cuando
llueve lo hace con mucha fuerza. Yo he visto de niño el mar teñido de
rojo porque el agua de la lluvia arrastraba la tierra".
Energía solar
La preocupación ecológica permeó en la familia. La madre de Gonzalo, Ana María Navarro Figueroa, marquesa de Sierra Nevada (quien ha inspirado y apoyado a Gonzalo en su magnífica labor de conservar la isla), se resistió a caer en el tentador -y lucrativo- boom inmobiliario asociado al turismo desde los años 60 y 70.
Y, con apenas 20 años, Gonzalo tomó el testigo. Lo primero que hizo fue enterrar el tendido eléctrico. Reintrodujo especies extinguidas tras la Guerra Civil como la perdiz roja y los muflones, de los que hoy hay un rebaño de unos 40 sueltos por las 100 hectáreas de la isla. Acondicionó los caminos. Introdujo paneles solares: hoy la isla se autoabastece energéticamente.
Y todo, se lamenta, sin ayuda de la Administración. "En España no
se nos ha valorado el esfuerzo por salvar esto que algunos cursis han
llamado 'santuario de la naturaleza'. Ni regional ni centralmente. En Europa sí que hemos tenido la satisfacción de haber sido reconocidos por esta labor de generaciones".
Desde hace cinco años Quijano es miembro de la asociación Friends of the Countryside, que agrupa a dueños de fincas de toda Europa. Al poco tiempo, la Isla del Barón fue certificada como Wildlife Estate,
una acreditación concedida a propiedades probadamente respetuosas con
la biodiversidad. Son algo más de 300 en todo el continente, 1,5
millones de hectáreas.
La distinción como Wildlife Estate tuvo otra alegre e
imprevista consecuencia que acabaría por alumbrar el hoy proyecto más
querido de Quijano, la niña de sus ojos. Los miembros de la asociación
se reúnen periódicamente. Y en una de esas reuniones, un terrateniente
sueco le comentó que el Mar Menor había sido un centro cetrero en la Edad Media.
"Investígalo", le dijo. Lo investigó. Y halló documentación que probaba que en la Isla del Barón, efectivamente, se habían criado y entrenado halcones en el siglo XV, en el reinado de Juan II de Castilla. No sólo eso. La isla había sido real coto de caza de Felipe V, desde 1726, y también entonces se habían practicado lances con halcones.
Halcones de Isla
Decidido a rescatar esa tradición, construyó unas halconeras y contactó con dos de las personas más cualificadas en España. Por un lado, Javier Ceballos Aranda, cetrero él mismo y estudioso del tema, posiblemente la persona que con más pasión y rigor haya investigado la cultura de la caza con aves rapaces en España. Por otro, Bernardo López-Pinto, criador mallorquín cuyos pájaros han ganado en alguna ocasión la President Cup, prestigiosa carrera de velocidad de 400 metros en Abu Dhabi.
Con ellos aspira a convertir la isla en referencia internacional. "Las condiciones son óptimas", tercia Ceballos. "Los halcones que viven en islas están sometidos a fuertes vientos que les obligan a desarrollarse en el dominio del aire con unas capacidades que los de interior no están obligados a conseguir. Y aquí, además, tienen presas: faisanes y perdices salvajes, no de granja, que les exigen emplearse mucho más".
De momento, el proyecto pasa por identificar halcones premium, ya sean criados por López Pinto o en otros centros, pero que demuestren su excelencia, y ponerles la anilla de Baron Island Falcons. "No muchos, de tres a cinco al año, pero verdaderamente excepcionales", añade. Ocasionalmente estarían y volarían en la isla, y además llevarían su nombre por el mundo.
También se quiere aprovechar la ermita para convertirla en museo. Y organizar un encuentro anual en el que se citen los mejores cetreros de Europa. "En España han proliferado últimamente lo que se denominan 'campeonatos' de cetrería", apunta Ceballos, "pero no es eso lo que buscamos. La única rivalidad que yo entiendo en cetrería no es entre participantes, sino entre el equipo que forman el halcón y el halconero por un lado y la presa por otro. Lo que planteamos es traer a un selecto grupo internacional de cetreros y salir a cazar a la manera más pura: sin medir la altura que alcanza el ave ni el tiempo, sin GPS que indique dónde está... Para la próxima temporada cinegética, quizá para diciembre, prevemos poder celebrarlo".
Sería una buena forma de acabar un gran año para la isla. Sobre todo desde que la pasada primavera la propiedad y el plan de recuperación de la tradición cetrera recibieron un diploma del Anders Wall Award. El galardón, auspiciado por la fundación sueca que le da nombre y por la Comisión Europea, premia las mejores iniciativas privadas de gestión medioambiental del continente.
El propio director general de Medio Ambiente de la Unión Europea, el español Daniel Calleja, viajó personalmente desde Bruselas a la isla para entregarlo junto al consejero de Agricultura del gobierno murciano, Miguel Ángel Amor.
"Es un entorno natural muy bien conservado por sus propietarios. Con mucha historia y cultura. Y donde las diversas actividades que se practican persiguen ser respetuosas y compatibles con el medio ambiente", dijo tras su visita.
El siguiente paso es conseguir que el patrimonio cultural que constituye la cetrería en España sea también identificado en la Región de Murcia como Bien de Interés Cultural. Ya tiene incluso pensado el sitio para ver volar los halcones. Uno de los lugares más especiales de la isla.
Amantes de las artes
En los años 50, un hermano de su abuela, Gonzalo Figueroa O'Neill,
duque de las Torres, acometió reformas en la isla. Era un hombre culto,
sofisticado, amante de las artes. De su mano visitaron la Isla del Barón, personajes como Ava Gardner o el pintor César Manrique.
Y entre las obras que acometió, una fue reconstruir y reconvertir en
residencia una antigua torre de vigilancia en un promontorio, no el
punto más alto de la isla, pero sí un enclave con formidables vistas a
ambas riberas del Mar Menor.
Desde el palacete neomudéjar se puede ir andando, pero lo frecuente es coger uno de los dos Seat Panda que hay para moverse por la isla. Quijano a veces sube también en una vieja moto de trial.
Con
ventanas abiertas todo alrededor de su estructura circular, la luz
inunda las estancias. En el interior hay una chimenea y una escalera de Frank Lloyd Wright.
El norteamericano no conoció al duque ni llegó a visitar la isla. Pero,
como explica Quijano, "fue el primer arquitecto prêt-à-porter de la
Historia, el primero que se avino a enviar sus diseños por correo".
También hay cuadros de César Manrique. Tiene mucho encanto, ha sido portada de revistas de viajes.
Se
puede subir a su azotea almenada. La torre tendrá una altura de unos 25
metros. Desde ahí es desde donde Gonzalo imagina seguir la evolución
del vuelo de los halcones. El viento sopla en lo alto y vivifica. Es
fácil ahí sentirse barón de algo.
También la vela latina
Ya antes de la cetrería, hubo otra tradición del Mar Menor que Gonzalo Quijano se empeñó en recuperar, esta en colaboración con personas como el hoy presidente del club náutico de Los Nietos, José María García-Carreño, o el promotor inmobiliario Tomás Maestre.
Se trata de la navegación con vela latina. Restauró dos barcos de
principio de siglo, el "Virgen del Carmen" y el "Ana María", y organizó
un circuito de regatas con estas embarcaciones de vela
triangular, circuito que ha llegado a ganar como navegante y como
armador del barco mejor conservado.
En 2011 viajó a Abu Dhabi
para promover un acercamiento con los jeques. Ya no participa en las
regatas pero sigue saliendo a navegar con el "Virgen del Carmen", que
este año cumple un siglo. Su familia lo compró a un pescador que se
dedicaba al estraperlo. "El Zorro" se llamaba entonces".
Visitantes ilustres
A
lo largo de los años, muchos nombres célebres han pisado la Isla del
Barón. Cuando aún era propiedad de Benifayó, el novelista Benito Pérez
Galdós pasó allí unos días en septiembre de 1873 y lo contó en el
capítulo XXVI de "La Primera República", uno de sus Episodios
Nacionales.
Álvaro Figueroa y Torres, conde de Romanones, tres veces
presidente del Gobierno durante el reinado de Alfonso XIII no es que la
visitara, es que la isla pertenecía (y sigue perteneciendo casi un
siglo después) a su familia.
En los años 50, cuando el tío abuelo de
Gonzalo Quijano, Gonzalo Figueroa O´Neill, duque de las Torres, se hizo
más cargo de la isla, acudió Ava Gardner. No se conservan fotos, pero
debió de tener su aquel ver "al animal más bello del mundo" bañándose en
la Punta de la Monja, si llegó a hacerlo.
Más recientemente, Juan de
Borbón, el periodista Carlos Herrera o un alto miembro de la curia
vaticana cuya identidad Quijano prefiere no desvelar han pasado por
allí. No, no es el papa Francisco, concede.