Responsable de este espectáculo de desorden, fealdad y avaricia es un Ayuntamiento que viene demostrando, desde hace décadas, una ineptitud maliciosa hacia le ordenación de su territorio, y un entreguismo sin apenas cortapisas a iniciativas y caprichos de inversores sin escrúpulo.
Así han proliferado esas “urbanizaciones turísticas” que hoy machacan el paisaje con un enloquecido desorden de estructuras, formas y colores: absurdas en su concepto y perversas en su realización, tanto territorial como socialmente. En primer lugar, porque una mínima sensibilidad urbanístico-territorial resulta contraria a las actuaciones “exentas”, es decir, sin vínculo estrecho con los núcleos existentes: se favorece así la exclusividad y la incomunicación de propios y extraños, con los numerosos males que esto entraña, no siendo los menores el derroche de recursos y la multiplicación de los servicios, es decir, la agravación de las obligaciones municipales.
De la inicua colonización de nuestro litoral, contra la que apenas ha resultado eficaz la dura pelea de los ecologistas desde mediados de la década de 1970, y ante la lacerante separación del interior respecto del litoral por una cadena de construcciones abusivas, ha llegado a levantarse el clamor por dejar a salvo unas “ventanas al mar”, es decir, el respeto estricto por todos los espacios no construidos, con independencia de sus méritos naturalísticos, es decir, por sus simples valores de escasez y excepcionalidad, tras haberse salvado de las sucesivas oleadas de asaltos piratescos, repetidas periódicamente desde que España decidió prostituir su litoral ante turistas y constructores.
Y en estas, es decir, sobre este panorama de saqueo y destrucción de su territorio más valioso, el Ayuntamiento de Pulpí se propone realizar, a poniente de Terreros, un “Proyecto refundido de recuperación ambiental del borde litoral de la playa de la Entrevista”, vulgo, una estructura mitad paseo marítimo, mitad pasarela elevada, por un espacio libre, es decir, por una de esas “ventanas al mar” que no debieran tocarse ni, mucho menos, envilecerse. Con la consiguiente protesta de los grupos ecologistas y las asociaciones litorales de esa costa, que han elaborado unas alegaciones que suponen un esfuerzo científico notable, aun temiendo que los receptores se apresten a hacer un uso cuidadosamente higiénico de esos textos, pese a precisos y fundamentados.
Las alegaciones destacan los valores biológicos de ese tramo litoral, bien conocidos por científicos y estudiosos, de lo que es buena muestra la duna existente, en recuperación y acotada; o la existencia de una cañada ganadera paralela a la línea de mar, que ha ido degradándose por el uso espurio y la intromisión (prohibida) de vehículos, pese a constituir un espacio longitudinal de dominio público; o la presencia de dos ramblas convergentes que generan un pequeño delta digno de respeto y temor, en parte ocupado y maltratado; o el hecho de que ese borde litoral es geológicamente apreciable, que nunca ha sido playa ni debe serlo, mereciendo, por el contrario, la protección que merecen todos los litorales sumergidos bien conservados.
Se trata, en realidad, de un ejercicio de corrupción del objeto y la idea del dominio público marítimo-terrestre, cuyas características jurídicas de, para entendernos, espacio “libre y común” no señalan que haya que someterlo a un uso general e indiscriminado, sino a una protección decidida como bien común (Lo que no parece que se entienda muy bien, a tenor de los atentados y asaltos que este dominio público sufre, con la más variada gama de trampas y excusas: porque, en la costa, proteger significa aplicar un enfoque restrictivo en casi todos los casos).
La cuestión que en este caso se ventila es más -y antes- que científica, siendo de aplicación el sentido común que -tras luchas, desastres y arrepentimientos- ha acabado trasluciéndose y expresándose en normas y recomendaciones que miran sobre todo a la naturaleza del litoral como un espacio escaso y frágil.
Y aquí, este cronista ha de mostrar su molestia y cabreo por el prolongado desprecio de las corporaciones pulpileñas hacia toda una historia de esfuerzos de los grupos ecologistas y las asociaciones ciudadanas locales -pulpileños y almerienses- por defender y conservar este litoral, que se expresó en una muy instructiva batalla, iniciada en 1978, por la defensa de la playa de Terreros y su entorno, a los que amenazaba un gran puerto deportivo (tipo “marina”) proyectado por un inversor belga.
Era urbanística, cómo no, la trama urdida para hacer “colar” aquel proyecto, a medias entre la corporación municipal de entonces, todavía franquista, y un asesor urbanístico, en realidad un pillo logrero de infeliz memoria, al que hubo que marcar en Pulpí y en otros municipios de la costa almeriense e incluso murciana.
Con esta rememoración de tipo, digamos, “heroico”, este autor quiere condenar el desastre urbanístico y territorial que vive Pulpí casi desde que se fueron sucediendo las corporaciones siguientes a aquélla, primeriza y memorable. Y lamenta que la penalización introducida en los años 1980 en el Código Penal de los delitos del territorio no llegue a alcanzar a estas fechorías, ya que tanto las leyes autonómicas del Suelo como el planeamiento urbanístico municipal dejan a salvo a los malhechores del litoral y hasta se diría que favorecen esa delicuescencia generalizada.
Y le gustaría que, por imaginar un futuro más amable para este litoral, que dos o tres corporaciones municipales pulpileñas, incluyendo la actual, más los técnicos municipales, fueran sometidas a un programa de reeducación que les obligara a valorar y amar su tierra y, más específicamente, su litoral, abjurando de los desastres cometidos y prometiendo no volver a las andadas...
Más la decisión, claro, de bloquear cualquier nueva actuación en el área litoral pulpileña mientras estos responsables municipales no sean capaces de demostrarse a sí mismos un mínimo de sensibilidad y de competencia.
Una regeneración intensiva, pues, de mentes y afectos que, en el caso del paseo/pasarela proyectado para la playa de la Entrevista, se traduzca en la decisión de dejar la naturaleza que siga su marcha y rumbo en libertad y sin intromisiones falaces y destempladas, favoreciendo la recuperación de sus desperfectos y protegiéndola de verdad de sus enemigos, por encima de cualquier otra ocurrencia (como la actual).
Y que el Ayuntamiento de Pulpí deje de generar desdichas territoriales y enderece, de una vez, esa trayectoria disparatada en la que viene traicionando, reiteradamente, la sensatez y la historia.
(*) Fundador del GEM y primer presidente (1977-1981). Premio Nacional de Medio Ambiente, 1998. Profesor jubilado de la Universidad Politécnica de Madrid