He leído que Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, "presagió" en un
artículo que septiembre iba a ser "el verdadero mes de los principios y
finales". Al margen de que se equivocara por un día, esa profecía, como
cualquier otro augurio sobre la suerte de su marido, era tan susceptible
a dos interpretaciones opuestas como el sueño que tuvo Calpurnia la
víspera del asesinato de César.
¿Estaba Pedro Sánchez ante los
"principios" de la más abnegada y tortuosa senda hacia el poder o ante
los "finales" de su epopeya como perdedor empedernido? A comienzos de
esta misma semana los dados ni siquiera habían comenzado de verdad a
rodar.
La visión de los conjurados para acabar con Pedro Sánchez se ceñía a
la literalidad de la pesadilla que, según el hombre fuerte de Roma, le
había contado su esposa. Ya que Calpurnia no pasó por la notaría,
tenemos que fiarnos de Shakespeare: "Ha soñado que veía brotar sangre de
mi estatua, como de una fuente, por un centenar de aberturas, y que
gran número de intrépidos romanos iban sonriendo a bañar sus manos en mi
sangre".
Quienes afilaban sus puñales contra el secretario
general del PSOE anhelaban llevar a cabo su planeado magnicidio. Pero
vacilaban, como los conjurados contra César, sobre cuándo y cómo debían
golpear pues no estaban seguros de la fuerza de sus razones.
La
versión de los leales a Sánchez coincidía en cambio con la
interpretación del sueño de Calpurnia que el senador Decio hizo ante
César: "Es una visión feliz y favorable. Esas fuentes de sangre que
saltaban de vuestra estatua, y en las cuales numerosos romanos iban
sonriendo a bañarse las manos valerosas, significan que en vos tendrá la
poderosa Roma nueva sangre que habrá de regenerarla y que los hombres
más ilustres se apresurarán a recogerla como prenda venerada de vuestra
memoria".
Por arduo que pareciera el camino, Sánchez y los suyos
se veían triunfantes y con un pie en el estribo de la posteridad. De su
lado jugaba el optimismo de la voluntad, quedando para los viejos budas
del partido el pesimismo de la razón.
El problema de César es que
Decio era un quintacolumnista de los conspiradores y estimulaba su
vanidad con una versión tranquilizadora del sueño de Calpurnia que,
paradójicamente, sólo llegaría a materializarse después de que se
consumara la interpretación más obvia. La gloria de César requería del
asesinato de César. Por eso y para eso cambió en el último momento de
opinión y partió hacia el Foro en pos de su cita con los idus de marzo.
Convendría
averiguar quién le leyó a Sánchez de forma tan engañosamente favorable
lo que estaba escrito en las entrañas de las aves. El caso es que el
mismo lunes no sólo salió del refugio de su indefinición para forzar un
desenlace en el pulso por el control del partido sino que lo hizo puñal
en ristre pensando que había llegado la hora de liquidar preventivamente
a sus adversarios. De acuchillar antes de ser acuchillado, de
guillotinar para no ser guillotinado.
Eso es lo que significaba su salida en tromba en pos de un congreso
exprés con primarias dentro de tres semanas. Un ataque preventivo, un
intento de "matar el huevo" de la trama que se urdía contra él "dentro
de la cáscara".
Pero este razonamiento y estas palabras no son de
César o de ninguno de sus partidarios, sino de Bruto. Y es que al
precipitarse a tomar la iniciativa, Sánchez se encontró tan poco
provisto de argumentos como esos conspiradores de Shakespeare que en
ningún momento logran convencer al espectador neutral de la solidez de
sus motivos.
¿Qué es lo que en definitiva hizo dar un giro
copernicano a quien no ha mucho se oponía a celebrar el Congreso del
PSOE antes de que se zanjara la formación de Gobierno? La supuesta
pretensión de los críticos de hipotecar la capacidad política del
partido mediante la abstención en la investidura de Rajoy. Un futurible
tan impreciso como el diagnóstico de Bruto de que "una vez encumbrado,
la ambición de César podría arrastrarnos a peligros extremos".
En
ambos casos se trataba de ejercicios de fantasmagoría para mentalidades
imberbes que sólo escondían ambiciones personales de poder. De igual
manera que no existía el menor indicio de que el aumento del poder de
César fuera a desembocar necesariamente en su arbitrariedad dictatorial,
tampoco podemos asumir que una opción táctica como permitir gobernar en
minoría a Rajoy -o más bien a otro candidato del PP- durante un tiempo
limitado tenga que suponer una derechización del PSOE o menos aun su
sometimiento a un "chantaje" permanente como alegaba Sánchez.
Podría
ocurrir incluso lo contrario: que César se hubiera convertido en un
gobernante justo, benévolo y respetuoso de las instituciones
republicanas y que un PSOE, liderando una firme oposición de izquierdas
ante un gobierno tambaleante, se revigorice política e ideológicamente.
La
destreza del demagogo consiste en sustituir los razonamientos complejos
por las verdades de Perogrullo: puesto que César parecía dispuesto a
aceptar la ofrenda de una corona de hierba, era obvio que aspiraba a
restablecer la Monarquía; puesto que Susana, González o Zapatero parecen
propensos a la abstención, es obvio que quieren convertir al PSOE en un
ente "subalterno" del PP. Tocaba, pues, matar a César, por si acaso.
Tocaba abocar a los rebeldes a los hechos consumados de unas primarias
extemporáneas, por si acaso.
Al final del camino siempre resulta, sin embargo, que es quien pinta
con trazo grueso quien acaba emborronando la pintura. Y de igual manera
que fueron Bruto y sus compañeros de apuñalamiento quienes terminaron
provocando que la República cayera como una fruta madura a los pies de
Augusto, nada hubiera favorecido tanto a Rajoy como que este sábado se
hubieran impuesto las tesis de Sánchez, desembocando inevitablemente en
unas terceras elecciones, en las que todas las ventajas serían para el
líder del PP.
La imposibilidad metafísica del gobierno alternativo
propuesto por Sánchez, agravada por el compromiso del separatismo
catalán con el referéndum ilegal anunciado el miércoles por Puigdemont,
sólo deja dos alternativas: o la abstención en la investidura de Rajoy o
las urnas el 18 de diciembre. Si Sánchez hubiera tenido dos dedos de
frente habría planteado, mano a mano con Rivera, lo que fugazmente
pareció esbozarse durante el debate del viernes 2 de septiembre:
presenten, señores del PP, otro candidato limpio del polvo de la
corrupción y la paja de las mentiras y entonces hablaremos.
Frustrada
esa oportunidad, ahora es obvio que Rajoy preferiría ir a unas terceras
elecciones a tener que gobernar en flagrante minoría, con la obligación
de aplicar las medidas de austeridad que exige Bruselas ante un
horizonte económico internacional cada vez más sombrío. Máxime cuando
las crisis internas del PSOE y Podemos le ofrecen un ventana de
oportunidad única para convertir la mansedumbre lanar del PP en un
activo político. Mientras una investidura in extremis sólo le
garantizaría ahora un año más en el poder, las urnas del hastío bien
podrían otorgarle una legislatura completa.
Pero los militantes
movilizados por el maniqueísmo político no entienden estas sutilezas.
Llevan tanto tiempo viviendo en el mundo en blanco y negro de la lucha
contra el dóberman -a González y otros líderes históricos las bases les
azotan ahora con las zarzas que sembraron- que se sienten más realizados
acompañando hacia el abismo de las terceras elecciones a su pastor que
frenando en seco para analizar las ventajas de controlar a un gobierno
en minoría.
Como bien acaba de demostrar Iceta, dentro de cada
militante ofuscado por el "odio eterno a los romanos" hay una folclórica
de quejío desgarrado cuyo corazón no atiende a razones. A ese público
fácil es al que ha apelado Sánchez con su relato tramposo. A su favor
han jugado la falta de claridad de los críticos al hablar de la
investidura, las permanentes reservas de Susana sobre su aspiración al
liderazgo y los aires de golpe palaciego de las 17 dimisiones de la
Ejecutiva. Por eso el sondeo de SocioMétrica que anteanoche divulgó El Español con tanto impacto, le era claramente favorable.
En su contra jugaba en cambio la sociología de los miembros del
Comité Federal, profesionales de la política, en su mayoría curtidos en
el cinismo de tener que relativizar sus creencias en función de la
coyuntura. No faltan a su lado unas cuantas almas cándidas, que suspiran
por la pérdida de una cultura de partido idealizada. Pero a unos y
otros no podía dejar de impresionarles que la loca huida hacia delante
de Sánchez hubiera puesto de acuerdo a González con Zapatero, a
Rubalcaba con Chacón y a Susana con Madina.
Todos los referentes
de envergadura del partido estaban en el bando crítico. Hasta el punto
de que si Sánchez hubiera prevalecido, habría podido hablarse del final
del PSOE que conocemos y del inicio de un ejercicio de radicalismo que
habría engordado la galaxia de Podemos, abriendo un gran espacio en el
centro político. La bochornosa sucesión de episodios desaforados que ha
marcado este sábado un Comité Federal sencillamente tabernario se
inscribe en este contexto. Todo se habría evitado si Sánchez hubiera
permitido a la Comisión de Garantías ejercer su papel estatutario.
No
es difícil imaginar a Sánchez argumentando ante sus más fieles como lo
hizo Bruto para convencer a Casio de que los magnicidas debían salir al
encuentro del ejército perseguidor que encabezaban Antonio y Octavio. Es
el famoso soliloquio del "there is a tide in the affairs of men...".
Así podían verse las cosas el lunes desde Ferraz tras los desastres de
Galicia y el Pais Vasco: "El enemigo aumenta cada día sus fuerzas y,
habiendo llegado nosotros a lo más alto, no podemos menos que declinar.
En el océano de las cosas humanas hay una marea que conviene aprovechar
oportunamente para alcanzar la fortuna…".
O sea primarias, ya. La
fortuna sale al encuentro de los audaces pero no de los que se pasan de
frenada. Los dados parecían bien tirados pero la temeridad de Bruto
selló su suerte en las marismas macedónicas de Filipos. Sic transit Gloria Sánchez.
(*) Periodista
http://www.elespanol.com/opinion/carta-del-director/20161001/159934007_20.html