Me fustiga FJL para que abandone
el historicismo porque, por poner el último ejemplo, sólo una porción
minúscula de mis lectores había oído hablar del ¡Cu-Cut! antes
del pasado fin de semana y lo que les interesa a todos, según él, es que
vaya al grano en relación a lo que sucede hoy en Cataluña. Pero como me
crezco en el castigo y tengo alma de reincidente esta semana
desembocaré nada menos que en L’Esquella de la Torratxa -el cencerro de la torreta-, gran rival del ¡Cu-Cut! en la batalla de la prensa humorística barcelonesa de hace un siglo.
Y es que no encuentro mejor
manera de explicar mi receta para invertir el curso autodestructivo y
tal vez trágico que ha tomado el contencioso catalán que remitirme a lo
que ocurría en 1915. Porque nos sobra Dato y nos falta Cambó. Eso
significa que si todo diálogo de envergadura requiere de interlocutores
adecuados, ahora mismo brillan por su ausencia en ambos bandos. En un
caso por incapacidad del incumbente, en el otro por la cobardía política
del llamado de rebote a desempeñar ese papel.
Las grandes crisis miden a los
gobernantes y la utilidad de la Historia reside en que siempre se
repite. El asesinato de Canalejas y el distanciamiento entre Alfonso
XIII y Maura habían colocado al timorato administrador de fincas urbanas
Eduardo Dato al frente del Gobierno cuando estalló la Primera Guerra
Mundial. La recién estrenada Mancomunidad de Cataluña reclamaba el
establecimiento de las llamadas zonas francas que permitieran
capitalizar la neutralidad española estimulando el comercio a través del
puerto de Barcelona. Toda España se vería beneficiada pero la oposición
de las Cámaras de Comercio y otros estamentos proteccionistas en
Castilla o Aragón coadyuvaron al estado natural de Dato: la parálisis
por el análisis. La radicalización en Cataluña estaba servida.
“El separatismo grave, el
separatismo actual de los catalanes -clamó Cambó, líder de la Lliga- es
aquel sentimiento de distanciación, de alejamiento, que de manera suave y
persistente va penetrando en nuestros corazones, al ver como casi todos
los españoles no catalanes se avienen tranquilamente a estar
representados y regidos por un Poder público superpuesto a la vida
nacional y que es una síntesis de todas las ineptitudes y de todas las
inconsciencias”.
Eran los mismos registros que
había entonado Ortega el año anterior en el Teatro de la Comedia, al
denunciar la “vieja política” de los partidos turnantes. “La
persistencia en la dirección del Estado de la política que hoy
representa el señor Dato -se quejaba Cambó- ha venido a destruir nuestro
optimismo, a desvirtuar la acción pacificadora de nuestras campañas, a
dar razón a los mayores radicalismos del nacionalismo catalán”.
Para el jefe de la Lliga aquel
gobierno, “envanecido con una prosperidad creada a pesar de él”,
representaba “un gran cero, un vacío, una inacción”. Hasta el extremo de
que su falta de iniciativa transmitía el mensaje letal de que “aquí en
España no hay nada que hacer”. ¡Qué estremecedoramente cercano suena
todo ello!
Contra ese derrotismo se rebeló
Cambó en el célebre “banquete del Tibidabo” -14 de julio de 1915- desde
una perspectiva inequívoca: “El dia que nosaltres, els catalans,
sentint que una reforma és convenient per al nostre país, no lluitéssim
per conseguir-la, seriem uns traidors a Espanya, perquè amb la nostra
apatía deixaríem de treballar per a qu’es produís un bé a un troç
d’Espanya”. Gritos de “Molt bé!”, “Molt bé!” brotaron de una audiencia constituida por las fuerzas vivas de Cataluña.
Era la misma perspectiva que al año siguiente se plasmaría en el histórico manifiesto Per Catalunya i l’Espanya
Gran redactado por Prat de la Riba. Pero antes de que concluyera 1915 a
Cambó le tocaría presenciar el gesto melodramático de su gran rival
Francesc Maciá al renunciar a su acta de diputado en las Cortes, como
protesta a la pasividad de Dato, no en relación a las zonas francas…
sino al urgente rearme naval que propugnaba el entonces portavoz de
Solidaritat Catalana. Así consta en las memorias del líder de la Lliga: “Maciá
es posà en un estat de frenètica excitació i presentà la renuncia de
l’acta, dient que no volia ésser diputat d’un Parlament que no es
preocupava prou de la defensa i fortalesa militar d’Espanya. Aquest home
seria el cap dels separatistes catalans!”.
Con estos antecedentes se
comprenderá mi satisfacción tras ver publicado esta semana en nuestro
blog un brillante artículo de Ignasi Guardans, nieto de Cambó, con cuyo
diagnóstico esencial coincido al cien por cien: “No existe un problema
catalán. Existe un grave e inminente problema español, con causas en
Cataluña y en España”. Por eso, como él titula, es “tiempo de reinventar
España”. Unos ponen el acento en el modelo territorial, otros lo
ponemos en las reglas del juego democrático. Se trataría en todo caso de
reformar la Constitución -o si se quiere de perfeccionarla o
enmendarla- para relanzar la afección de los ciudadanos hacia el sistema
político, tal y como ocurrió durante los años de la Santa Transición.
En ese contexto reconstituyente
debería fraguarse un nuevo consenso que incluyera al nacionalismo
moderado. Pero, como digo, para esa negociación no sirve el estólido
Rajoy que mandaba SMS de apoyo a Bárcenas y hace falta alguien que en la
Cataluña actual recoja el testigo de Cambó, Prat de la Riba o
Tarradellas. Ese debería ser el papel de Duran i Lleida si Unió lograra
entrar en el Parlament y terminara sirviendo de refugio a la frustración
que se avecina en gran parte del electorado de Convergencia. De ahí que
cueste entender lo tarde que ha reaccionado y el propio hecho de que no
lidere personalmente la candidatura.
Es muy elocuente en todo caso
que Miquel Roca, antagonista crónico de Unió en el seno de CiU, acabe de
significarse por su apoyo público al cabeza de lista Ramón Espadaler.
Es fácil entender que alguien como Roca -que en definitiva protagonizó
el último intento baldío de modernizar España desde Cataluña- sienta
desmoronarse todos sus esquemas cuando ve a quien le sucedió como
heredero de Pujol, incrustado entre el ecocomunista Romeva y el
republicano Junqueras, dependiendo de los anarquistas de las CUP y bajo
la sombra de los trostkistas que trufan la lista de la sucursal catalana
de Podemos.
En términos de la iconografía que hace un siglo reflejaba L’Esquella de la Torratxa
es como si el archiburgués señor Esteve de la célebre novela de Rusiñol
-representado por el gran dibujante Picarol con sombrero de copa y
gafas negras- se aliara con los sindicalistas de la “Rosa de fuego” para
reproducir el Corpus de los Segadors. Sólo el soberanismo identitario
es capaz de fraguar esta especie de Soviet de Capitalistas y Proletarios
que tanto escandaliza a los pocos intelectuales genuinos que quedan
alrededor: ¡opresores y oprimidos del mundo uníos bajo el manto estelado
de la patria catalana!
Esta vez no tiene por qué correr
necesariamente la sangre por la Barceloneta; pero dado que tanto Mas
como Romeva ya han anunciado que les bastará contar con la mayoría de
los escaños en el Parlament para iniciar un proceso unilateral de
independencia, es decir para despojar a los no independentistas de sus
derechos como españoles, es obvio que están creando las bases de una
guerra civil en Cataluña. Porque es previsible que no todas sus víctimas
se rindan.
En estos momentos se trata sólo -¿sólo?- de lo que en certera expresión del profesor Martín Alonso –El Catalanismo del éxito al éxtasis,
Editorial El Viejo Topo- es “una guerra civil intramental entre el
cerebro lógico y el étnico”. O sea entre la razón y la tribu. Por eso
nadie puede permanecer neutral, vayamos o no a mayores, pues bastaría
que un sólo compatriota lo reclamara para que toda la fuerza del poder
legítimo tuviera la obligación de desplegarse para protegerle.
Según Guardans no veremos “actos
burdos contra el Estado de grosera estética batasuna” sino “escenarios
de desobediencia civil planificada… entre globos y sonrisas, apelaciones
a la dignidad y la democracia, entre niños y familias, hablando en
inglés ante las cámaras del mundo”. Pero bajo esas formas edulcoradas en
la superficie, la brecha del desgarro social seguirá abriéndose en el
interior de la vida cotidiana de Cataluña, tal y como pronosticó Aznar y
acaba de denunciar González.
Baste como botón de muestra el
mensaje que ha recibido estos días uno de nuestros suscriptores, a
través de su círculo profesional, cuando TV3 se ha visto obligada a
ofrecer espacios “compensatorios” a los partidos constitucionales, tras
su grosero alarde propagandístico de la Diada: “Segons han dit a
TV3, el proper diumenge de 4 a 7 de la tarde, faran el programa que els
obliga la Junta Electoral Central amb representants dels partits
unionistes. Seria bo que els partidaris del SI no sintonitzem TV3, la
nostra, en aquesta franja horària i que, un cop acabada la vomitada dels
enemics de Catalunya, tornem a sintonitzar TV3, facin el que facin.
Pasa-ho als teus contactes!!!!!!”.
Es lo que propugna la sedicente
Assemblea Nacional de Catalunya. Los halcones del “No” a la legalidad
constitucional, travestidos en palomas del “Sí” a un orden imaginario,
llaman “unionistas” a los partidarios de dejar las cosas como están
desde hace medio milenio; consideran, por costumbre, que la televisión
que pagan todos los catalanes con ayuda de Montoro es suya; y se
destapan al tildar de “vomitona de los enemigos de Cataluña” los
argumentos de sus antagonistas. Este es el odio cainita que urge parar
primero en las urnas y después, si es preciso, con todas las armas del
derecho.
Sólo poniendo en evidencia la
esterilidad de todas las trampas éticas, estéticas y dialécticas de esta
coalición de salteadores de caminos que pretende apropiarse de lo que
nos pertenece a todos los españoles y esclavizar a los discrepantes que
queden bajo su yugo, podrá abortarse la guerra civil larvada que se vive
en Cataluña. La Unión Europea y la banca -Fainé ha dado al fin el
meritorio paso adelante que la ocasión requería- han aportado luz al que
quiera ver. El problema es que, como escribió Orwell, “si uno alberga
una lealtad o un odio nacionalista, ciertos hechos, aunque de algún modo
se sepa que son verdaderos, resultan inadmisibles”.
A Mas y sus compañeros de viaje
esto no puede salirles gratis. Pero aunque su castigo democrático es
condición necesaria, no es condición suficiente. Cuando Ramonet, el hijo
idealista del prosaico señor Esteve, le dice que quiere dedicarse a las
artes plásticas, el personaje de Rusiñol pronuncia una frase doblemente
lapidaria: “Seràs esculptor però jo pagaré el marbre”. Ahí está compendiada toda Cataluña, vista por sí misma.
También la idea distorsionada
que muchos catalanes siguen teniendo de su relación con el resto de
España. Pero aunque sea imprescindible seguir discutiendo cómo se paga
el mármol -o sea revisar el modelo de financiación autonómica-, más
importante aún es tener éxito con la escultura.
Eso es lo que nos ha enseñado
esta semana un talentoso y esforzado grupo de españoles, liderados por
un catalán inconmensurable llamado Pau Gasol: el camino del triunfo
compartido. Cuando la Espanya Gran renazca de las cenizas de su
actual mediocridad, Cataluña dejará de ser un problema. Porque lo que
la gloria -y la prosperidad y el prestigio y el peso en el mundo- ha
unido no lo van a separar ni Mas, ni Junqueras, ni Romeva.
(*) Periodista