Un espontáneo arruinó ayer el acto
inaugural de la campaña de Rajoy y el PP al sostener a gritos que "el PP
es la mafia". Lo captaron todas las televisiones y lo ha escuchado toda
España, lo cual no es garantía de que TVE dé las imágenes porque ese
nido de propagandistas de la fe pepera solo emite lo que le ordenan.
Pero oírlo lo ha oído todo el país. Y todo el país ha pensado lo mismo,
exactamente lo mismo que pensaban los capitostes peperos: que es la pura
verdad, que el PP es una mafia, una partida de mangantes. Pero lo tiene
que decir alguien de la calle que lo ve con la misma claridad con que
lo vemos los que no somos cómplices ni encubridores de estos mafiosos,
como son casi todos los demás partidos. Sí, esos que juegan a hacer como
si aquí hubiera política, parlamento, gobierno democrático, cuando la
realidad ofrece el cuadro de un patio de Monipodio rebosante de
ladrones.
Solo
la calle dice la verdad. Y los políticos, ni los medios, escuchan. En
su soberbia y vanidad, pretenden aleccionar a la opinión que sabe mucho
más que ellos porque no está comprada. En efecto, en España no está mal
visto que los publicistas, los analistas políticos sean de partido y lo
oculten, barriendo para casa pero sin decirlo. Tan partidistas son que
en no pocos casos, cruzan la barrera y fichan por uno u otro partido y
siguen escribiendo como si fuera a leerl@s alguien que no sea de su
cuerda y estricta obediencia. Y lo llaman periodismo. Viene a ser como
los jueces que dejan la toga y se meten en política en las filas de uno u
otro partido. Menguado juez será después de haber pasado por la turmix
de las opiniones partidistas. Como le pasó al juez Garzón, a quien la
injusticia padecida no exime de la que él protagonizó cuando, despechado
por la política socialista (pues era diputado del PSOE) dejó el escaño y
lleno de rencor, trató de encarcelar a Felipe González...
De
igual modo, los análisis de los famosos analistas dan risa. Cuando no
se alinean decididamente y sin fisuras con la política de su partido es
porque ya están haciendo campaña por él. Se sacan las menudencias del
adversario para ver de hundirlo y se defienden o ningunean las tropelías
de los propios. Muchos de estos "análisis" dan vergüenza. Generalmente
no pasan de cotilleos o especulaciones sin fundamento.
¿Análisis
comparativos? Cero. ¿Alguien ha visto alguna referencia a la cuestión
de la incongruencia de los políticos? Sin embargo, es bien llamativa.
Sánchez se pasa el día hablando del cambio, que es su lema de
campaña en el que reproduce el del PSOE de los años 80 en la esperanza
de conseguir el mismo efecto de arrastre. Pero no sé qué tendrá de
cambio un proyecto que aparece avalado por una colección de figuras del
museo de cera: González, Borrell, Rubalcaba, Rodríguez Zapatero. Pensar
que esta colección de venerables paisanos tenga arranque para una
política de cambio es tener una confianza panglossiana en la bondad del
mundo.
Lo
mismo le pasa a Iglesias. Convertido ya en el "gran hermano", no por lo
que dice sino porque está atornillado a todos los platós de todas las
televisiones todo el día, su reiterado discurso sobre el fin de la
vieja política produce tal hartazgo en las audiencias que va a lograr lo
que parecía imposible: probar que el casi monopolio de los
audiovisuales que ejerce Podemos no le harán ganar las elecciones sino
perderlas. El discurso conjura permanentemente tiempos nuevos, pero el
responsable de dar lustre a este propósito es Anguita, un héroe para
quienes lo siguen y un zote huero y rencoroso para quienes no lo hacen,
que son muchísimos más. Y Anguita no es el único septuagenario encargado
de materializar los etéreos propósitos de la "nueva política": Carmena,
Villarejo (finalmente descolgado) o el general Rodríguez son partes del
estrellato de este frente de juventudes de la innovación, perfectamente
incongruente con su objetivo declarado.
El
caso de Rajoy es patético. No bien ha acabado de soltar una de sus
habituales mentiras cuando ya está diciendo lo contrario en una carta de
lacayo a los amos de Europa. Asegura que será implacable con la
corrupción y lo primero que hace es aforar a Rita Barberá para
obstaculizar sus comparecencia ante la justicia por presuntos delitos
que en otro país algo más civilizado que este la habrían llevado sin más
a la cárcel. Sostiene que el PP colabora con la justicia, pero hace
sistemáticamente lo contrario: borrar pruebas procesales, negarse a las
comparecencias y hostigar a los jueces.
De
ciudadanos no es posible documentar grandes incongruencias porque
carece de discurso identificable. Igual que Garzón, el de IU, que dice
estar orgulloso de su condición de comunista pero es incapaz de
definirla y se presenta a las elecciones ocultando las siglas de su
partido porque, como es sabido, nadie lo vota.
Si
de los analistas pasamos a los medios que los cobijan, el panorama es
de risa. Medios a su disposición incondicionel tienen el PP y Podemos.
Quizá pueda probarse también de Ciudadanos. De quien no dudo es del
PSOE: este no tiene un solo medio a su servicio como los dos partidos
primeramente mencionados en los que los medios funcionan como boletines
incondicionales. El BOE de Podemos, Público.es, no tiene nada que envidiar al pasquín La Razón,
al servicio del PP ; igual que la Sexta es poco más que una televisión
temática al servicio del Podemos, como Trece TV lo está al del PP.
¿Y
los sondeos? Puras armas para crear estados de opinión que apoyen las
opciones partidistas de los medios que los hacen. Ningún sondeo
contradice la línea ideológica del medio que lo publica. Su valor es
cero. Los sondeados acaban siempre respondiendo según las opiniones
generalizadas por los mismos medios y así las consolidan. Porque si uno
no consigue imponerse en las elecciones puede intentar hacerlo en las
redacciones.
Lo
que los sondeos no pueden ocultar ni maquillar es la valoración popular
de los líderes y ahí hay un dato que llama mucho la atención: ¿por qué
los dos políticos peor valorados por la gente son Rajoy e Iglesias? No
es difícil de barruntar: porque los tenemos hasta en la sopa y el uno
por uno y el otro por otro, tienen un discurso falso y repetitivo
Es
verdad que Podemos no sabe de dónde viene, el PSOE a dónde va,
Ciudadanos en dónde está y el PP qué le sucede. Y esto les ocurre porque
no escuchan la opinión de la calle, la que sabe que Rajoy es un mafioso
sin escrúpulos, Sánchez un don nadie sin recursos, Iglesias un
hipócrita sin conciencia y Rivera un oportunista sin principios.
Esto no tiene arreglo
El
episodio de la prohibición de la estelada en la final de la copa del
rey tiene dos interpretaciones; una anecdótica y la otra estructural. La
anecdótica está ya agotada. El ridículo de la falangista delegada del
gobierno en Madrid ha sido épico, imperial.
Vayamos
a la interpretación estructural. Que la delegada del gobierno en Madrid
sea una franquista, hija de un falangista patrono de la Fundación
Francisco Franco evidencia una vez más que todo el personal político de
la Dictadura sigue activo, a través del PP. Este no es un partido de
centro-derecha, sino de extrema derecha, así como una presunta
asociación de malhechores hoy conminada por la justicia a pagar una
fianza so pena de embargo. Los franquistas siguen en todos los puestos
de la administración pública, en el gobierno, en los tribunales, en la
policía, en las embajadas, en el Tribunal Constitucional, el Consejo de
Estado, la Iglesia católica. Basta con escuchar a obispos como
Cañizares.
El
estado español se ha democratizado formalmente, pero estructuralmente
sigue siendo franquista, sus administradores son franquistas y sus,
publicistas e intelectuales en los medios de comunicación, franquistas
de distintas obediencias: monárquicos, falangistas, opusdeístas,
militaristas y simples logreros y ladrones. Ha habido unos lapsos en que
se han tolerado administraciones socialdemócratas siempre que estas no
pasaran de cambios cosméticos y superestructurales y no se atrevieran a
tocar las raíces del poder de la oligarquía franquista.
En
consecuencia, en España todo está politizado al servicio y por
imperativo del franquismo. Cuando los publicistas al servicio del
franquismo dicen que “no se politice la copa del rey” ocultan que esa
copa se llamaba antes “del Generalísimo” y que ese generalísimo puso en
el trono despótica y arbitrariamente al padre del actual rey . En
consecuencia, este debe su puesto a un dictador. Por lo tanto, todo lo
que este rey toca o lo que le afecte está politizado y con la peor de
las politizaciones: la de una dictadura que aún no ha respondido ni
pedido perdón por sus crímenes, empezando por el asesinato de Lluís
Companys.
Nadie
ha dimitido por el ridículo bochornoso de la falangista Dancausa. Los
franquistas no dimiten porque en su mentalidad los políticos no están al
servicio del pueblo ni tienen por qué rendirle cuentas ni son
responsables ante una opinión pública. Son como los camaleone: cambian
de color según la apariencia del régimen de turno; se adaptan a las
formas de la democracia, pero las corrompen y destruyen desde su
interior. Se presentan a las elecciones, pero las compran mediante la
corrupción. Hablan de la opinión pública, pero la censuran y solo
toleran sus gabinetes de agitación y propaganda, con esbirros a sueldo.
Ocupan los cargos de la administración pública, pero solo para expoliar
el erario. Jamás dimiten porque, como el caudillo antaño y el actual de
La Moncloa, solo son responsables ante Dios y la historia.
Se
dirá que este cuadro ignora que en España hay elecciones democráticas
periódicas y que la mayoría puede cambiar esta bochornosa situación que,
así, dejaría de ser estructural. Esto ignora que el personal
franquista, el franquismo sociológico, los herederos biológicos e
ideológicos del franquismo así como sus beneficiados, siguen siendo
mayoría en los sondeos; mayoría relativa, pero mayoría.
Pero,
aunque la mayoría cambiara de bando alguna vez, está claro que un país
no puede vivir en la incertidumbre de si unas nuevas elecciones no
volverán a traer una mayoría de franquistas, contraria a los principios
democráticos más elementales, compuesta por censores, autoritarios,
provocadores. Una democracia en la que no todas las alternativas
posibles (y probables) sean escrupulosamente democráticas, aunque de
signos ideológicos distintos, será una democracia enferma, como le
sucedió a la República de Weimar.
Y
hay más, en el caso de los catalanes, una minoría a su vez estructural
en el Estado español, la probabilidad de que, sea cual sea la mayoría
que gane en España, será más o menos anticatalana no es una
probabilidad; es una certidumbre. Los catalanes no pueden aspirar a
blindar una situación real, efectiva y justa de autogobierno dentro del
Estado español porque, como los españoles, están sometidos al albur de
las cambiantes mayorías entre franquistas y no franquistas pero con
consecuencias mucho más desastrosas para ellos.
Eso solo pueden conseguirlo con un Estado propio, cosa que ya nadie discute. Lo que se discute es cómo y cuándo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED