Según
la tradición hermética, el alquimista experimenta una renovación
celular, iniciada a través de una desintoxicación, una eliminación de
toxinas que se manifiesta mediante fuertes sudoraciones. El cuerpo
parece desdensificarse, produciéndose una mayor espiritualidad.
Este
estado dura un ciclo lunar de dos semanas a un mes con grandes sudores.
Si este proceso funciona correctamente, el alquimista se ha sutilizado o
desdensificado. Ha exaltado su alma hacia un estado angélico, según Luis Silva.
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Los sudores serían símbolos de la calcinatio y la solutio,
dos etapas del proceso alquímico que implican la destrucción de lo
impuro y la disolución de lo fijo. El cuerpo que se desdensifica se
vuelve más sutil, menos apegado a la materia densa.
Esto se interpreta
como un acceso a estados de conciencia más elevados, donde predomina la
espiritualidad sobre las pasiones materiales. Esta fase suele ser
llamada ‘sublimatio’ en alquimia, y marca el ascenso del alma sobre los límites físicos.
La desdensificación implica
el paso de lo burdo a lo sutil. Esto es paralelo al paso del plomo al
oro, o en un sentido más místico, de lo humano a lo divino. Se trata de
hacer que el cuerpo sea más espiritual, es decir, más receptivo a las
realidades sutiles y superiores.
Las dos semanas a un mes pueden hacer
referencia a un ciclo lunar completo, que en muchas tradiciones es
símbolo de transformación, muerte y renacimiento.
La
exaltación del alma refleja el objetivo último del proceso alquímico:
la unión del ser humano con su parte más elevada o angélica, es decir,
el logro de una conciencia superior y una sensación de unidad con lo
divino. Es una metáfora potente de transformación interior, donde el
alquimista, a través de sufrimientos y depuración, logra elevar su ser y
espiritualizarse.
Esta
experiencia es ante todo un mapa para la evolución del ser humano hacia
estados superiores de conciencia. Este proceso lleva al alquimista a un
estado angélico. En la tradición hermética, este estado se alcanza
cuando el alma ha pasado por todas las pruebas de los elementos y se ha
purificado lo suficiente como para unirse con su parte divina (el
espíritu o nous).
EL LAMENTO DEL KA
El lamento del Ka es el
lamento del alma por la separación de Dios y se expresa en la poesía y
la música sufí a través de la imagen de la flauta melancólica (ney).
Esta flauta, hecha de caña, simboliza el alma que clama y llora por
haber sido arrancada de su origen divino, su hogar celestial, una
metáfora que aparece en los poemas de Rumi, el gran poeta místico sufí.
En particular, Rumi describe
este lamento en uno de sus poemas donde la flauta narra su dolor: desde
que fue cortada del cañaveral, está separada y sola, y su tristeza
provoca lágrimas en quienes la escuchan.
Este lamento representa el
sufrimiento del alma al estar separada de Dios, su fuente y esencia
verdadera. El poema habla de la profunda nostalgia y el anhelo de unión
con lo divino (el todo), que en la doctrina sufí es la razón del
sufrimiento humano y espiritual.
Escucha
la flauta de caña, cómo se queja, lamentando su destierro del hogar:
desde que me arrancaron de mi casa de mimbre. El alma es la flauta que
fue arrancada del cañaveral celestial y llora ahora su separación del
mundo divino.
Rumi usa
esta metáfora para ilustrar la experiencia humana de alejamiento y el
deseo de regresar a la unidad con Dios, algo fundamental en la mística
sufí. La flauta melancólica, sin lengua ni palabras, expresa el dolor
espiritual mediante su sonido lamentoso.
Por lo tanto, el lamento del
alma es expresado por la flauta sufí, como símbolo de la separación del
alma de Dios y su anhelo por la unión.
"Escucha el ney, cómo se lamenta,
cuenta la historia de la separación.
Desde que me cortaron del cañaveral,
mi lamento ha hecho llorar a hombres y mujeres."
En la poesía y música sufí, especialmente en la obra de Rumi,
el ney representa el alma humana que ha sido separada de su
fuente divina y que expresa su dolor a través de un lamento constante.
Aquí, el ney no solo simboliza al alma individual, sino también el
anhelo espiritual de regresar al Amado.
Rumi dice
que el sonido del ney es el eco de nuestro deseo más profundo: regresar
al hogar de donde fuimos arrancados.
La flauta no canta con su voz,
sino con el aliento del amante:
Escúchame, alma errante,
yo fui caña en el río del Origen,
verde, entera, me mecían los vientos
del jardín sin forma.
Pero un día, la mano del Destino
me separó con filo de fuego.
Me vació, me perforó,
me volvió hueca
para que pudiera cantar.
Y desde entonces, gimo.
Mi voz no es mía:
es la ausencia.
Es el eco del Amado
que aún vive en mí.
Tú que lloras al oír mi canto,
sabes de qué hablo.
Tú también fuiste arrancado.
Tú también recuerdas.
Ven, alma rota,
seamos viento y flauta,
dolor y melodía,
hasta fundirnos de nuevo
en el Silencio.
(*) Periodista