La losa reputacional que arrastra el Mar Menor aconsejaba 
que los municipios marmenorenses hubieran hecho todo lo posible este 
verano para atraer al mayor número de visitantes. Ofrecer todo tipo de 
facilidades a los turistas para revertir los efectos de esa ausencia de 
banderas azules por unos análisis practicados el pasado año cuando la 
laguna se encontraba en su punto crítico de turbidez. 
No es una tarea 
fácil si las televisiones nacionales rellenan su hueca programación 
estival con innumerables reportajes, todos cortados por el mismo patrón,
 sobre el deterioro del Mar Menor. Pero tampoco es imposible. Sus aguas 
siempre han sido, y son, aptas para el baño, a diferencia de otros 
muchos puntos muy localizados del litoral español, en Galicia, Valencia o
 Baleares, según los informes anuales de la Agencia Europea del Medio 
Ambiente. 
Por eso llama especialmente la atención que un municipio como 
San Pedro del Pinatar haya decidido, precisamente ahora, hacer lo 
contrario de lo que dictaba el sentido común, aprobar una ordenanza que,
 con multas de hasta 750 euros, desincentiva la llegada de veraneantes 
porque prohíbe el nudismo (practicado desde hace años en los puntos más 
remotos de la Playa de la Llana), jugar a las palas en la arena y, para 
chanza de todas las tertulias radiofónicas del país, orinar en el mar. 
Es cierto que existen similares ordenanzas en muchos municipios, pero no
 conozco ninguno que haya aprovechado el peor momento posible para 
aprobarla.
Nuestro déficit turístico no solo está 
originado por la falta de infraestructuras y plazas hoteleras, por la 
ausencia de empresarios punteros como los del sector agroalimentario o 
por la carencia de una marca consolidada y apoyada en una financiación 
pública competitiva. También existe una habilidad pasmosa de algunos 
dirigentes para meter la pata en sus más variopintas variantes. 
Otro 
caso que ha hecho correr ríos de tinta es la propuesta para dar un uso, 
turístico o científico, al faro de Cabo Palos, en línea con un plan 
anticipado a finales de 2016 por Puertos del Estado, que plantea esa 
misma posibilidad en cinco faros de distintos puntos del país para su 
disfrute público. A priori, la idea resulta atractiva y parece factible 
porque el control de la seguridad marítima, que debe prevalecer sobre 
cualquier otra consideración, puede llevarse a cabo desde las 
instalaciones de la Autoridad Portuaria en Cartagena. Países como Reino 
Unido e Irlanda ya lo han hecho con éxito con algunos de sus faros.
Ocurre,
 sin embargo, que la propuesta se lanza sin haber tomado en suficiente 
consideración que esa vivienda anexa de la torre de Cabo de Palos está 
habitada hoy por cuatro fareros, que lógicamente no están por la labor 
de abandonar el lugar que ocupan en exclusiva desde hace años. Hacer 
este planteamiento sin pactar primero una salida con sus actuales 
ocupantes equivale a meter la cabeza en un avispero y transformar una 
idea interesante en una atropellada ocurrencia. Más aún cuando se dirime
 el futuro de una infraestructura que forma parte del patrimonio público
 y tiene un valor histórico y emocional para miles de personas. Como 
tampoco se concretó y pactó su posible uso, surgió rápidamente una 
plataforma ciudadana, que advirtió de la posible privatización del faro y
 propuso un centro de interpretación compatible con las viviendas de los
 fareros. 
La Autoridad Portuaria tuvo que salir al paso para recordar 
que la ley no contempla la privatización de estos espacios públicos, 
sino su concesión para uso temporal por parte de empresas. De hecho, en 
los terrenos públicos que gestiona hay concesiones administrativas a 
empresas relacionadas con el tráfico de mercancías, cámaras 
frigoríficas, almacenamiento de productos petrolíferos, restaurantes y 
una cofradía de pescadores.
 Finalmente, la proposición no de ley del PP 
salió adelante en el Congreso de los Diputados, con el apoyo de C's y el 
compromiso de que no se tocará un ladrillo ni se privatizará nada del 
faro porque lo que se pretende es abrirlo a todos los ciudadanos. En el 
debate, Podemos rechazó la propuesta del PP porque decía, de manera 
genérica, que se quiere «convertir el faro en un negocio privado para 
sus amiguetes». 
Y hete aquí que esta semana, incluido quien elaboró la 
proposición, el diputado Teodoro García, conocemos que una empresa, 
constituida poco después de conocerse la propuesta, presentó una oferta a
 la Autoridad Portuaria para hacer un hotel en el edificio del faro. Una
 empresa cuyos promotores tienen como asesor legal al exdiputado popular
 Andrés Ayala, que aún ocupa cargos orgánicos en ese partido, y 
mantienen una cercana relación con el diputado y exconsejero, Francisco 
Bernabé, ya que fueron los organizadores de Las Minas Flamenco Tour, una
 aventura empresarial que en sus giras tuvo el patrocinio de Puertos del
 Estado. 
La oferta fue rechazada por la Autoridad 
Portuaria, pero su mera existencia y la proximidad de esta empresa con 
políticos del PP ha sido suficiente para enturbiar un proceso que, si 
bien no se ha apartado de la legalidad, debe gestionarse con la máxima 
transparencia que requiere este debate de interés público. Si los 
populares querían sacar adelante esta iniciativa, ahora lo van a tener 
mucho más crudo por sus propias torpezas. 
Algunos andan muy espabilados 
mientras otros parecen estar en Babia. Flaco favor le han hecho a 
quienes desde su partido intentan que la Comunidad Autónoma asuma las 
competencias en Costas, como ya tiene Andalucía. Con ‘amiguetes’ 
revoloteando en sus aledaños, los populares no necesitan buscarse 
enemigos. Ya se bastan solos, con el fuego amigo y el examigo, para 
acelerar cuesta abajo y sin frenos. Sobre todo ahora, que andan sin 
farero jefe dentro del partido y cada uno hace la guerra por su cuenta, 
encallando cada dos por tres.
(*) Periodista y director de La Verdad

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