Los concejales lorquinos han votado, por mayoría aplastante, en contra de la moción que el concejal de IU, Pedro Sosa,
planteó pidiendo que la Corporación se implique, como es su obligación,
en la persecución y denuncia de los diversos casos de robo de agua
-presentes y bien conocidos- en ese municipio.
A Pedro Sosa, esa
votación de nada menos que 24 sobre 25, no deberá deprimirlo ni
entristecerlo, sino que más bien deberá reafirmarlo en el camino y la
actitud que viene adoptando frente a ese colectivo de irresponsables.
El asunto, como tantos otros que tienen que ver con el agua en la
región, sigue el estilo y el modelo de la prevaricación (activa o
“pasiva”). La Comunidad de Regantes, la concesionaria Aguas de Lorca y
la Confederación Hidrográfica del Segura, más el Excelentísimo
Ayuntamiento, claro, entrelazan su pillería o permisividad para que los
empresarios del campo lorquino (especialmente los que se forran con el
sucio negocio del porcino intensivo) lleven años haciendo su agosto a
costa de la naturaleza y sus escasos, además de públicos, recursos.
El
control y abuso del agua en el municipio de Lorca se describe sin
grandes dificultades, y los personajes y entidades beneficiarias están
perfectamente identificados. De las entidades antes citadas, quiero
resaltar el papel de Aguas de Lorca, que se permite garantizar agua de
uso agrario donde ni puede ni debe, pero que ninguna Corporación quiere
fiscalizar, aun siendo el Ayuntamiento el socio mayoritario; y a la que,
en consecuencia, resbalan críticas y denuncias.
Son, estas, aguas que
generan lodazal, y en el que se sumerge, alegre y confiada, la
Corporación lorquina creyendo que aun con la provocación de tan necio
voto, puede considerarse a salvo frente a la denuncia y la hostilidad de
la ciudadanía crítica: ya veremos.
Bloqueo y saqueo del río Turrilla
Pasmado me quedé cuando me llevaron a visitar el saqueo del río
Turrilla, con las bombas extractoras -que no cesan- lanzando sus exiguos
caudales hacia las granjas de Fernando Francés; y la extenuación del
enclave-oasis de Casas de Don Gonzalo, donde la fuente, con su olmo
histórico, ha desaparecido a un paso de la carretera, con el general
conocimiento de todo tipo de autoridades y guardianes del orden y la
naturaleza.
La negativa de los 24 ediles, haciendo de lacayos del agropoder, a
denunciar y trabajar evoca irremediablemente al silencio mafioso de los
territorios donde los políticos hacen de figurones y los empresarios
mueven sus hilos cómo y cuándo les viene en gana, debiendo su fortuna al
envilecimiento de las instituciones, que callan y otorgan convirtiendo a
ciudades y Estados en entidades falsas y fallidas; y a esto es a lo que
parece asomarse Lorca, con espectáculos como el que prefigura esa
votación infame.
Contaré que no encontré, en su día, quien me acompañara en lo que iba
a ser interesante encuentro, un cara a cara con el empresario Fernando
Francés y el ingeniero y factótum de la Comunidad de Regantes, Antonio
Ibarra, pareja de destrucción masiva, pese a que yo quería algún testigo
para el futuro, pero persistí y extraje lo que pretendía: un extensivo
(bueno, digamos instructivo) conocimiento de los personajes, de su
claridad de ideas y de su seguridad, es decir, de su suficiencia y de su
poderío, o sea, de cómo y cuánto mandan en ese municipio.
Y más que lo
que mis oídos oyeron fue lo que mis ojos vieron y tradujeron, ya que la
mirada (esta gente no mira a la cara, sino al plato y al techo) y los
tics (sonrisa, risa, manos, dedos, hombros, pies) dicen generalmente lo
esencial de lo que yo quiero saber (porque los almuerzos de tanteo han
de ser siempre cosa de psicología, diplomacia y fair play, no de enfrentamiento, ni siquiera mal rollo).
Indignado por su voto indecente, no puedo ignorar la poca entidad
política de esos socialistas insensibles al crimen, que -como los de
Águilas, por cierto- a su pertinaz sequía de ideas y de ética añaden la
creencia de que su poder municipal depende del voto del campo, por lo
que entran en competencia con el PP y optan por consentir las canalladas
de la agricultura tóxica.
Cuando, después de escandalizarme por el robo
del agua en el Turrilla tuve un encuentro directo con el alcalde
socialista de Lorca, inmediatamente llenó mi cabeza de dudas sobre su
capacidad y su valor personal.
(No le perdonaré, como muestra un botón,
que habiendo aceptado nombrar Hijo Predilecto de Lorca al admirado
maestro y poeta Pedro Guerrero, se olvidara de ello, y cuando se hizo un
homenaje multitudinario a Pedro en su ciudad, apareciera, ya desalojado
del poder municipal, oscuro, acobardado y engurruñido para felicitarlo.
¡Que ganas me dieron de decirle lo que pensaba delante del gentío!).
Sobre los del PP de ahora, que apenas conozco, veo que siguen el
guion previsto de desafío a la ley y la decencia, ruindades relanzadas
por su coalición con Vox, y les faltó tiempo para retirar la acusación
municipal contra los asaltantes del Pleno del 31 de enero de 2022: en
sintonía con los violentos, indiferentes a la dignidad corporativa, no
podía esperarse otra cosa tras acumular tantas ganas por apropiarse del
poder municipal.
Es decir que, en el entorno socio-político de este voto célebre, que
pasará a la historia como tal, pueden señalarse causas, influencias e
intenciones de variada índole, desde la dependencia institucional o
personal hacia los empresarios del campo a la consigna política de
arriba, excluyendo en todo caso la ignorancia, así que hay poco que
disculpar.
La sensación que ese comportamiento produce es, sin embargo,
más seria por cuanto más pedestre, conociendo la calidad -humana,
profesional, política- de estos ediles que con tanta deportividad han
incurrido en deshonra.
Acostumbrado a teorizar y a encontrar sutiles y pecaminosas
relaciones entre poderosos y mandaos, no hice demasiado caso al juicio
que tan rotundamente me espetó hace tiempo el concejal Pedro Sosa,
cuando nos lamentábamos ambos de la esterilidad del trabajo por y para
las pedanías altas de Lorca, su tierra, sus caciques y sobre todo sus
aguas, en un territorio al que los dirigentes municipales dan por ajeno,
intocable y, quizás, perdido.
Quien, sin más artificios, y como
corrigiendo fraternalmente mis consideraciones, señaló a políticos
consentidores y ciudadanos sometidos, dando en el mismico (y más
profundo) centro de la diana con una expresión que me impresionó muy
favorablemente ya que, aun siendo coloquial y prosaica, entrañaba sin
embargo una carga poética de muy difícil parangón: “No hay güevos”.
Lo que machacó sabia, justa y oportunamente mis elegantes y subidas
elucubraciones sobre el tema, basadas en la racionalidad socio-política,
en la profunda y metafísica relación causa-efecto, en la dialéctica
hegeliana campo-ciudad, etcétera, que fueron hechas añicos y que me
sometieron, una vez más, al estilo, arrojo y experiencia de mi tocayo
Pedro Sosa, llanero solitario en ese páramo mental y político en que se
ha convertido la Casa Consistorial.
Tratando de rehacerme a la apabullante lección del concejal -aislado,
pero irreductible- de la izquierda, a quien doy toda la razón, solo se
me ocurrió apuntar que la sesión del Pleno lorquino del 29 de julio de
2024 deberá inscribirse en una saga que propuse que se llame “Épica
lorquina del agua (De ediles y mangantes)”, cuyo relato deberá encabezar
aquel asalto al Pleno de inolvidables violentos ultras (sobre el que
una justicia lenta y timorata parece no saber qué hacer, barruntando
escándalo) y hacia la que ya le anuncié mi colaboración y esfuerzo
personal por situar -como subgénero literario, dentro de lo dramático,
por supuesto- en el lugar y nivel que se merece.
(*) Profesor, activista medioambiental e ingeniero