
Y esto fue lo primero que pensé el día que supe de la idea del superpuerto en El Gorguel, aunque en este caso, y dejando aparte la anécdota sobre el burgués de Algorta (que fue él mismo quien la difundió, por supuesto), fui tomando buena nota de las razones que se manejaban para tal proyecto, que pretendían configurar un esfuerzo racional integrado y lógico (justo y necesario, vamos).
Digamos que como siempre, como ayer y como hoy, brutal e inconsiderada, la ideología de las infraestructuras grandes, caras, singulares, trata de medrar revistiéndose de razón técnica. En el proyecto del superpuerto de El Gorguel subyace y se expresa esta ideología y esa razón, argumentando en falso y ocultando las verdaderas intenciones que, como muestra la experiencia, suelen encaminarse a generar operaciones desleales en las que se someten a los intereses privados tanto la inversión pública como los recursos naturales (no menos públicos).
Se trata de la razón técnica, que alimenta el determinismo tecnológico como mito clave para imponerse, y que podría expresarse de esta forma resumida: todo lo que es factible debe hacerse, y antes o después se hará. Esta razón técnica, paradigma de la sinrazón, se reviste de numerosas formas, según la ocasión y según sus formuladores, pero que suelen presentarse sumadas y mezcladas.
Una de ellas es la razón técnico-ingenieril: todo lo que sea grande, veloz o caro es deseable por sí mismo, y equivale a desarrollo. Otra es la razón técnico-económica (que comparte gran número, tanto de ingenieros como de economistas): todo lo grandioso está bien hecho, genera demanda y uso, y es rentable, por lo tanto se debe acometer sin dilación.
Ambas 'razones' implican generalmente la devastación ambiental, pero esto siempre -siempre- se interpreta como un argumento entorpecedor y exagerado, sin razón científico-técnica que lo respalde y con el agravante de que surge de gente sin peso social o político.
Frente a la crítica ambiental ya se sabe en qué términos se monta la respuesta técnica: las obras no alterarán el medio ambiente (lo dicen los estudios y los expertos), la declaración de impacto será positiva (y si hay alguna recomendación menor, ya se tendrá en cuenta después) y además el entorno quedará mejorado, saneado y valorado (por lo bueno y competente que es el proyecto).
Hay más razones de tipo 'técnico' que suelen presentarse en proyectos y conflictos del tipo de los superpuertos y otras infraestructuras, y cuya consideración es de aplicación en el caso que nos ocupa. Por ejemplo, la razón técnico-providencial: el futuro de la Región depende del tráfico comercial marítimo. Pero lo mismo se dice del ferroviario, del futuro tráfico aéreo...
Esta Región está en manos de futurólogos analfabetos, que rehúsan aprender del pasado, ya que no son las grandes obras lo que mejora nada sustancial en ningún sitio; de hecho Murcia está, como hace treinta años, en el lugar 14º de las regiones españolas, y todo lo más que puede suceder, con el montaraz papanatismo de nuestros prohombres, es que pasemos al 15º.
Quedaría por aludir a la razón técnico-erótica, en nada inferior a las anteriores, y que no quiero que se me olvide: este proyecto se me ha ocurrido a mí y pienso hacerlo se me ponga delante quien se me ponga; es ésta una razón de alta calidad moral, que puede rondar lo metafísico.
Por lo demás, la razón técnica que aquí criticamos, con sus variaciones, no sólo está alojada en la ideología y la práctica de muchos ingenieros y economistas, debiéndose añadir el grupo humano de los políticos para formar un trío devastador.
(*) Profesor, ingeniero y ecologista