Cuesta de entender que una persona fría y calculadora como Soraya Sáenz de Santamaría,
 la todopoderosa exvicepresidenta del Gobierno con Mariano Rajoy y, sin 
ninguna duda, la mujer que ha detentado más poder en España desde Carmen
 Polo de Franco, se haya dejado seducir, o algo aún peor, por una oferta
 de un despacho de abogados, por muy importante que sea. 
Que, además, el
 bufete Cuatrecasas tenga su sede central en Barcelona 
no deja de ser un amargo recordatorio para SSS: la política se practica 
en Madrid, la capital del Estado, pero la iniciativa privada se ejerce 
en Barcelona. Ya sucedió con otra pepera de postín como Esperanza Aguirre,
 la lideresa, como le gustaba ser conocida, que en un momento 
determinado fue todopoderosa en la Comunidad de Madrid y acabó 
trabajando para Seeliger y Conde, la empresa de cazatalentos de Luis Conde.
Cuando hace unos días un muy buen amigo me comentó, como algo más que
 un rumor, esta posibilidad, debo reconocer que no di pábulo alguno a lo
 que decía. ¿Cómo iba a aceptar SSS un destino como este cuando su 
aspiración sigue siendo liderar el PP y optar algún día a la presidencia
 del gobierno español? 
¿Todo el poder que ostentaba en la Moncloa, los 
secretos conocidos en función de su cargo, sus despachos con el CNI,
 que dependía de ella y que le dieron una posición de preeminencia a la 
hora de eliminar muchos de los obstáculos que se le ponían enfrente, 
iban a acabar en el baúl de los recuerdos en su tránsito a la vida 
privada? 
No sé por qué razón cuando, por ejemplo, supimos en el diario 
que Duran i Lleida conseguía, al fin, un consejo 
importante como el de AENA era verosímil y lo de Soraya no. Bien es 
cierto que después las cosas se pueden acabar explicando siempre como 
más conviene y para eso siempre están los libros.
Y Soraya tendrá muchas razones para el paso dado pero no por ello 
deja de ser un gran despropósito. Nada tiene que ver con que sea o no 
sea legal, algo que la Oficina de Conflictos de Intereses
 ha dejado meridianamente claro pese a que su cese como 
vicepresidenta apareciera en el BOE del 2 de junio de 2018 y hayan 
transcurrido, tan solo, algo más de nueve meses. 
Pero la legalidad y la 
ética no siempre van por caminos paralelos. Tampoco es la primera vez 
que se da en la política española un tránsito entre lo público y lo 
privado y de ahí, quizás, el escaso revuelo que se ha producido entre la
 clase política y la adiestrada prensa de papel que llega cada día a los
 kioskos.
Una de las sentencias atribuidas a Julio César que ha llegado hasta nuestros días reza que "la mujer del César, además de serlo, debe parecerlo".
 Por eso, a menudo, es bueno contraponer la legalidad frente a la ética,
 aunque solo sea para preguntarse dónde esta el límite. 
No debería ser 
esa una cuestión exclusiva de debates filosóficos sino también 
reputacional cuando se trata de una personalidad pública que en nueve 
meses pasa de defender los intereses del Estado a enfrentarse y pleitear
 contra el mismo. Porque se corre el riesgo de que el final sea el de 
una legalidad sin ética.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia

 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario