Breves horas ha tardado el gobierno del 
partido de la Gürtel en responder al mejor estilo autoritario. Siguiendo
 su costumbre, Rajoy da por no declarada la independencia ni la 
República Catalana, igual que decretó la no existencia del 9N, del 
Referéndum, de la DI. Pero, acto seguido, destituye 52 cargos públicos 
de la Generalitat, entre ellos el govern en pleno, clausura el 
Parlamento catalán (con la secreta nostalgia de hacerlo como Franco, por
 40 años), prohíbe las manifestaciones públicas que no sean autorizadas 
por el Ministerio del Interior y convoca elecciones autonómicas para el 
21 de diciembre, jueves. 
 
Quienes se asombran deben recordar que el 
domingo es 24 de diciembre, cuando los españoles escuchan arrobados a su
 Rey, que el jueves siguiente es 28 (cosa arriesgada) y el domingo 
siguiente, 31, cava (no catalán, por supuesto) y Nochevieja.
Lo
 peculiar aquí no es el día concreto de la convocatoria sino el hecho de
 que esta (así como los otros actos) se haya producido. Habiendo 
declarado el Parlament la independencia de Cataluña y proclamado la 
República Catalana, lo lógico será preguntar desde cuándo un presidente 
de un gobierno convoca elecciones del tipo que sean en el país de otro. 
 
Para el gobierno, el triunvirato nacional español y los dos referentes 
de la "auténtica izquierda", Garzón y Podemos, que van por ahí tachando 
de ilegítima la DI, por supuesto, la independencia y la República 
Catalana son ilegítimas, ilegales, delictivas... de acuerdo con su 
legislación. Ningún país del que otro se separa reconoce la legalidad de
 las medidas de este; no lo hizo Inglaterra con los EEUU ni España con 
los países latinoamericanos. Ninguno. Esas medidas serán siempre ultra vires,
 fuera de las competencias del país que se separa. A su vez, para este, 
las leyes y medidas del país del que se separa no son válidas en su 
territorio. 
Dicho
 en otros términos más crudos. ¿Qué sucede si las autoridades 
destituidas y los órganos disueltos se niegan a ser disueltos y 
destituidas? Es un problema de prevalencia de normas que tiene dos 
aspectos, uno político y otro jurídico. El político es muy sencillo: 
ningún Estado admitirá jamás un poder rival en lo que considera su 
territorio, una dualidad en la que el otro Estado no reconozca su 
autoridad. Tendrá que proceder contra él aplicando la coerción. En qué 
medida, dependerá de la resistencia que el otro ejerza. Incluso es 
posible que, ante una situación de previsible desobediencia muy 
generalizada, el Estado no consiga imponer su autoridad como monopolio 
legítimo de la violencia. En ese momento, el problema estará resuelto 
por la vía de hecho.
El
 aspecto jurídico también es sencillo. El Gobierno (el Estado) se ampara
 en el artículo 155 de una Constitución que está obligado a respetar y 
hacer respetar. Cerremos los ojos a la circunstancia de que ese gobierno
 no se caracteriza por respetar mucho la Constitución. Eso es aquí 
irrelevante. Pero ¿y el hacer respetar? Ahí está su punto fuerte: se 
ampara en un artículo de excepcionalidad para salvar la Constitución en 
peligro. 
 
El artículo 155, traducción literal del 37 de la Ley 
Fundamental vigente en Alemania y reproducción del 48 de la Constitución
 de Weimar, el llamado "artículo de la dictadura constitucional", es 
justo el que invocó el presidente von Hindenburg para dar paso a Hitler 
que, a continuación, se cargó la Constitución. Lo más probable es que 
quien pone en marcha la dictadura constitucional (un verdadero oxímoron)
 vaya por la Constitución, como los policías de Huelva iban "a por 
ellos" al dirigirse a Cataluña. 
Y
 es así. El 155 es deliberadamente impreciso para dejar manos libres al 
gobernante y que haga mangas capirotes con las libertades y derechos de 
los ciudadanos, la democracia y el mismo Estado de derecho. Habla de 
adoptar las "medidas necesarias" para los fines del gobierno, en el 
entendido de que por "medidas necesarias" entenderá lo que le dé la 
gana: por ejemplo, convocar elecciones cuando le plazca, pero permitir 
que se presenten solamente partidos de su bola y no otros. Por ejemplo: 
elecciones en Cataluña habiendo prohibido los partidos independentistas.
Sería,
 más que dictadura, verdadera tiranía. Y por eso, se dice, no puede 
pasar porque el mismo 155 tiene una clásula garantista: las medidas 
propuestas por el gobierno deben ser validadas por el Senado. Estamos en
 un sistema democrático parlamentario, caballero. Lo mismo hace el 37 de
 la Ley Fundamental alemana: exige el acuerdo del Bundesrat o 
cámara de representación territorial que, a primera vista es equivalente
 al Senado. Pero solo a primera vista porque a segunda y sucesivas, son 
radicalmente distintas: una, la alemana, es una cámara seria, no 
legislativa (excepto en cierto tipo de leyes que precisan su 
aprobación), no electiva y compuesta por representantes de los gobiernos
 de los Länder. 
 
La española es un chiste, pues es cámara 
legislativa (aunque, en realidad no legisla ni hace nada de relieve), es
 electiva (pero con un sistema distinto del Congreso y pensado para 
privilegiar la representación de las zonas agrarias, menos pobladas del 
país) y está compuesta por los mismos partidos políticos del Congreso. 
Los senadores suelen ser "ángeles Sí Señor" de sus grupos. A los efectos
 prácticos, este remedo de cámara, además, padece una mayoría absoluta 
del partido del gobierno con lo que este tiene garantizado que el 
Senado, servicial, validará lo que se le presente. 
Rajoy
 asegura que no suspende la autonomía de Catalunya y, por una vez en la 
vida, dice verdad. No la suspende: la elimina. Como elimina el 
Parlamento, al tiempo que se apresta a gobernar en un plano de relación 
metrópoli y colonia más o menos rebelde. ¿Hasta qué extremo? Hasta el 
que considere "necesario". ¿Hasta qué extremo considerará "necesario"? 
Dependerá de dos factores que, obviamente, el triunvirato nacional ha 
infravalorado: la resistencia de la gente y el apoyo exterior. 
Puigdemont avisó en su día: "no menosprecien al pueblo de Cataluña". 
Buen consejo, aunque no para la derecha que quiere derrotarlo 
precisamente porque conoce su fuerza y la teme, sino para la izquierda. 
 
A
 ver si los de la "verdadera" etc., dejan de contar los pelos al rabo de
 la esfinge de la legitimidad y se enteran de que se quiere perpetrar un
 ataque contra un pueblo que lucha por su emancipación democrática y 
pacíficamente. Que esté equivocado, como sostienen los dos genios 
Iglesias y Garzón, conocedores siempre de la verdad, no quiere decir que
 no sea una lucha democrática, popular y, con perdón, señorías, 
revolucionaria. Es una desgracia, desde luego, que no la dirijan 
ustedes, pero tengan cuando menos la honestidad de reconocerla. Del PSOE
 nada que decir: comparte gustos y disgustos con la derecha y, como 
demostrará mañana el PSC manifestándose con los de SCC, también 
actividades prácticas.
El
 155 es la vía libre a la dictadura y la arbitrariedad. Solo la parará 
el propio movimiento independentista perseverando en su actitud 
democrática y no violenta. Y la vigilancia exterior. El govern confía
 en el trabajo hecho hasta hora en Diplocat y espera recoger los frutos 
en forma de tempranos reconocimiento. Mucha gente está algo 
desilusionada porque los países europeos no hayan reconocido la 
República Catalana a la media hora de proclamarse. 
 
Estas cosas llevan 
tiempo, poco, sí, pero alguno para algunos trámites de iniciativa, 
debate y decisión. Cierto que algunos reconocimientos exteriores serían 
límites serios a la arbitrariedad del gobierno en Cataluña. Tusk ha 
mandado un aviso de urgencia y media docena de países europeos, 
Eslovenia, Estonia, Letonia, Finlandia, Bélgica, Dinamarca, podrían 
reconocer la República Catalana. Y, según mis noticias, se abre paso una
 acción colectiva en varios países latinoamericanos para hacer lo mismo.
No
 tengo nada claro que vayan a celebrarse esas elecciones. Pero sí 
empiezo a sospechar que quizá se celebren antes en España, si alguien 
cae en la cuenta del majestuoso fracaso protagonizado por la 
nacionalismo español, que tuvo 18 meses de plazo (la hoja de ruta) y no 
hizo nada, salvo llevar el país a una situación de fractura en la que 
inevitablemente tendrá que intervenir la UE. 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED